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Senderismo y Turismo Rural en Panama

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A veces las ganas de ver verde me invade tanto que tengo por necesidad que buscarlo. Aunque viva en un lugar donde hay muchos árboles, para mí la necesidad de recorrer Panamá se escapa de mi cuerpo, va más allá de mi corazón y se aferra a mi alma. Si no lo hago puedo deprimirme, lo he comprobado.

Hace poco nos atrevimos a buscar el trillo que conduce a la cima del cerro Trinidad de Capira, uno de los más altos del área y que forma parte del Parque Nacional Altos de Campana. Era carnavales, y para dicha de nosotros no tuvimos problemas con el transporte. Nos fuimos en bus colectivo sin ningún problema.

Tomamos un bus Panamá-Capira (Lídice). Preguntamos al conductor donde tomar las “chivas” (buses) de Trinidad y el amablemente nos dijo que en un Mini Súper desde el cual salen todas las chivas que van hacia esos pueblos.

Al llegar a la parada nos encontramos con un sin fin de muchachos que también esperaban chivas para dirigirse a distintos puntos a pasar sus carnavales como retiro espiritual con sus iglesias.

Luego de esperar algún tiempo llegó una chiva de “El Chileno” un pueblo que queda más allá de nuestro destino y por ende pasaba por Trinidad. Nos subimos en la chiva, que en realidad viene siendo un antiguo auto de la Cruz Roja y que ahora cumple con la función de transporte.

Íbamos apretados y contentos, unos señores hasta se guindaron de la parte de atrás de la chiva. Luego de pasar por algunas lomas, con un excelente paisaje, que se colaba por las rendijas de la chiva, llegamos a nuestro destino que graciosamente era un teléfono público.

El conductor de la chiva nos dijo que el señor que vivía en la casa al lado del teléfono, sabía el trillo del cerro. Bien mandados fuimos a esa casa y preguntamos por el señor que nos dio una dirección tan extraña del trillo del cerro que no entendimos. Nos habló de más de tres entradas hacia distintos trillos y realmente no entendimos, así que fuimos hasta otra casa en donde un señor que limpiaba las herraduras de sus caballos nos dijo que el veía que la gente se metía por ahí… (Un camino nada marcado).

Desorientados fuimos y nos metimos “por ahí” el camino aquel que no era más que monte y más monte, nos llegaba a la cintura, habían muchas plataneras, helechos, lajas gigantescas, y uno que otro árbol de naranja. De pronto lo que para nosotros era un camino mínimamente marcado, desapareció. ¿Y ahora? A improvisar.

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Mi compañero tomó una rama gruesa y empezó a abrir un camino confuso que nos llevó a una laja alta por la que parecía que tendríamos que subir. Él se quitó las zapatillas y subió. Mientras yo esperaba abajo sentí que algo me picó tan fuertemente que grité al instante, miré hacia mis pies y eran unas hormigas rojas y gigantes que estaban por toda mi pierna, me quité las zapatillas más rápido que ligero y corrí hacia un lado y juro que sentí que las hormigas buscaban mis pies.

Le tiré mis zapatillas, mi mochila y procedí a subir, no fue tan difícil, ya estábamos en otra roca y sería necesario subir otra laja aún más alta que la anterior. Hicimos lo mismo y llegamos a otra roca, cuando vimos que la siguiente laja era aún más alta. Subimos con cautela y se demoró bastante tomando en cuenta cada lugar donde pisaría, casi no habían huecos donde poner el pie, pero él lo logró. Me dijo que de allí en adelante sería muy difícil pero se veía que seguía un camino y luego otra laja más. Yo no pude, lo intenté muchas veces y fue un fallo, necesitaba una cuerda, me era imposible, tendría que convertirme en mono o ser tan ágil y eso me era realmente imposible.

Llegamos hasta una tubería y de allí nos regresamos a la carretera principal a preguntar si había otro trillo pues pensamos que efectivamente el que habíamos tomado era incorrecto.

Otro señor que limpiaba el patio de su casa nos dijo que él nos llevaba a la cima por 25 dólares cada uno, nos tomaría 4 horas llegar hasta lo más alto del cerro y necesitaríamos cuerdas pues subir por bejucos (como lo habíamos hecho nosotros) era muy peligroso. También nos dijo que en Aguacate Arriba, muy cerca de donde estábamos había un chorro refrescante para que nuestro día no fuera en vano.

Tomamos una chiva que nos llevó hasta el Cruce y empezamos a caminar hasta donde pudiéramos, preguntando a la gente del lugar sobre el chorro de Aguacate Arriba y nadie sabía nada. Solo nos dijeron que “por alláaa abajo ta’ el río”.

El Sol estaba candente, sentía que los rayos traspasaban mi gorra y llegaban a mi cerebro, casi convirtiéndolo en cenizas. A lo lejos vi un “kiosco” y corrí en busca de un refresco, cuando llegué la joven me dijo que no había luz, recordé en ese momento que estaba casi en medio de la nada (en cuanto a servicios se refiere), pero me dijo que en el toldo vendían cerveza. Caminamos un poco más y allí estaba el toldo con más de mil cervezas a mi disposición, en ese momento la vi como un refresco más. Qué calor hacía.

Y venía una chiva que iba montaña arriba y corrimos con todo y cerveza a subir, le dije a la gente del toldo que les daba la botella al regreso. No sabíamos ni para donde íbamos, donde bajarnos, nada, y el niño que iba de pasajero tampoco sabía donde quedaba nuestro destino, así que le metí un puñete al techo del transporte y la chiva se detuvo. Me bajé y hablé con el conductor preguntándole dónde quedaba Aguacate, me miro con cara que “que ingenua eres” y me dijo: “súbase adelante”.

Me subí y le dije que quería ir al chorro, respondió que el chorro estaba lejos y que estaba muy feo, pero que él conocía a alguien que nos podía guiar. Recorrido un tiempo se detuvo y con voz ronca y ondeante llamó a un señor que estaba recostado en su hamaca y le dijo que nos guiara al chorro. Este conductor amable no nos cobró ni un peso.

Bajamos, saludamos al señor de unos 55 años con rostro cordial y nos dijo que lo siguiéramos, entró a su casa y buscó un machete. Iniciamos la marcha, pasamos por un campo improvisado de fútbol y luego de pasar varias veces por charcos, quebradas y muchos árboles tumbados en el camino a causa del último invierno, el camino se tornó cerrado y luego de un tiempo nos dijo “jasta aquí llego yo”. Nos dijo que lo feo era el camino, pero que el chorro era bonito. Le dimos su salve del día ($$) y mencionó que tendríamos que bajar por unos bejucos con mucho cuidado hasta llegar al chorro, Ah! Y que él solo tenía 73 años… Vaya, le dije a mi compañero, ¡para que veas como la naturaleza te mantiene en forma!

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¡Vaya belleza! un chorro de aproximadamente 6 metros de alto y en donde reventaba el agua contra la roca había un arco iris. Me metí al agua que me quito la calor tan tremenda que tenía. Un jacuzzi natural para mí sola, ¡qué egoísta! Al cabo de un rato mi compañero entró al agua y compartimos la merienda que habíamos llevado, además de una afable conversación en aquel jacuzzi personal. Creemos que este chorro no tiene nombre, ¿habrá que ponérselo?

Al salir del chorro vimos unas chachalacas (Ortalis cinereiceps), y unos tucancillos verdes (Aulacorhynchus prasinus). Caminamos por esas lomas hasta llegar al Cruce, lo que fue bastante, a mi me pareció increíble haber caminado tanto. Esperamos una chiva por casi media hora en una tienda en donde sí tenían sodas frías, donde conocimos unos jóvenes que serán nuestros guías en la verdadera expedición al cerro Trinidad.

Sin ningún problema llegamos a Capira con una experiencia más y con la satisfacción de haber conocido un lugar tan fantástico.

Queda por decir que los invito a empezar a caminar. Hay lugares tan cerca de la ciudad, tan accesibles y hermosos… Lo único que hace falta es tener las ganas de caminar, de conocer, de improvisar, interactuar, y sobre todo disfrutar de tanta belleza que ofrece nuestro Panamá. No te conformes con ver esos cerros desde lejos, tratar de llegar lo más cerca posible es lo mejor.

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