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Escrito de Luisita Aguilera P.

En tiempos muy lejanos, en un lugar perdido en las montañas de Coclé, vivió una muchacha a quien tanto le gustaba fumar, que le llamaban «la Pavita». Sus padres habían tratado por todos los medios de quitarle la costumbre, pero ya Paula, que tal era el nombre de la moza, estaba completamente enviciada, y nada consiguieron. Al fin, cansada la familia de regañarla y castigarla, la amenazaron con la muerte si la veían fumando.

Por primera vez, Paula asustó de veras, y no se atrevió a fumar por algunos días. Mas su cuerpo entero sentía las ansias del tabaco. No sabía cómo hacer para encontrar lo que deseaba. Al fin se le ocurrió recoger todas las pavitas que los demás votaban, guardarlas, y fumárselas cuando nadie la viera. Para evitar ser descubierta por la gente de la casa, decidió esconderlas en la cocina debajo de unas piedras que había detrás del fogón.

Fogata

Todas las noches, cuando las espesas sombras envolvían la tierra, sigilosamente se iba Paula a la desierta cocinita, levantaba las piedras y se ponía a fumar sus pavitas. Así siguió mucho tiempo fumando a escondidas las colillas que encontraba durante el día, hasta que fue sorprendida por su padre.

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Escrito de Luisita Aguilera P.

En las tierras feraces y montuosas del Darién, Famosas por sus ricas minas de oro, por su lagunas en donde habían espíritus malignos; por sus bosques inmensos de preciosas maderas, llenos de aves de multicolor plumaje y de animales de todas las especies; por sus selvas y sus ríos correntosos y profundos, poblados por seres fantásticos que se ocultan ya en un ave de exótica apariencia, ya en una flor de brillantes matices, ora en una mariposa de irisados colores, vivía en tiempos así perdidos en la memoria de la gente, un anciano y sabio Nele a quien el dios sol amaba mucho por sus puras costumbres y las buenas obras que diariamente hacía en el ejercicio de su ministerio.

Deseaba el sol hacerle un regalo, pero quería que fuera algo que agradara realmente a quien le rendía un culto tan devoto y reverente.

  • ¿Qué cosa deseas más en esta vida?, díjole una tarde en que, según su costumbre, el Nele hacíale un sacrificio.

Todo cuanto pidas te lo concederé.

Grande es tu poder, ¡Oh Sol!, contentó aquel, mas soy indigno de tus favores.

  • Tu humildad me place. Dime lo que deseas.

De momento el Nele nada supo contestar. – Dame tiempo para reflexionar, imploró.

Asintió e sol, y el Nele se puso a pensar en lo que solicitaría. Si pido algo para mí, se dijo, es perder el presente divino. Muchos inviernos pesan sobre mi cuerpo, y son ya muy pocas las lunas que me restan en la tierra Es mejor que otro tenga lo que mi edad y mis achaques no me permitirían gozar. Más debo escoger bien a la persona para quien debe ser el obsequio. Si se lo otorgo a uno solo, siguió pensando, los demás de la tribu lo envidiarán; el celestial regalo será motivo de riñas y discordias. ¿Cómo he de hacer para que todos queden satisfechos? Tal vez lo mejor sería solicitar algo que hombres y mujeres por igual y al mismo al tiempo puedan complacerse. Pero ¿qué podrá ser aquello?

leye

Pensando y pensando, llegó a su mente una idea que le pareció de maravillas. Preguntaré a la divinidad, musitó, si el regalo que desea ofrecerme puedo solicitarlo para la tribu.

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