Realmente no sé por dónde iniciar. Para poder ir a Coiba tuve suficientes inconvenientes, tantos que a última hora no sabía a quién llevar de acompañante a la isla, debía elegir, y entre tantas personas deseosas de conocer este paraíso, definitivamente elegí al adecuado: mi compañero de curso Samuelito, quien festivamente me acompañó sin saber lo que nos deparaba este viaje.
Al salir de la ciudad de Panamá, ese jueves, a las 11:30 p.m., tomamos rumbo por el Puente de las Américas, en donde nos encontramos con un tráfico sin justificación. De la ciudad de Panamá a Arraiján nos demoramos más de una hora, que nos sirvió para empezar a interactuar con compañeros de la excursión. Al llegar al Súper Extra de Arraiján tuvimos otro inconveniente: el bus en el que viajábamos tuvo un fallo mecánico, y finalmente nos encaminamos hacia el interior a eso de las 3:30 de la madrugada.
Nos abastecimos de lo posible en el Súper 99 de Santiago, ya que sabíamos que en Coiba no existen tiendas ni mucho menos supermercados. A eso de las 7:30 a.m. tomamos calle hacia Soná, de ahí hacia Santa Catalina, y nos desviamos en dirección a Playa Banco, que forma parte de la franja de amortiguamiento del Parque Nacional Coiba.

La isla de Coiba se encuentra en las coordenadas 07°25′58.8″N, 81°45′57.6″O, situada en los distritos de Montijo y Soná, en la provincia de Veraguas, Océano Pacífico. Es un Parque Nacional que fue declarado como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 1980. Su superficie es de 270,125 hectáreas, de las que 216,543 son marinas.
Creado por Decreto Ejecutivo en el año 1991, el Parque Nacional Coiba está constituido por varias islas, de las cuales la más grande es Coiba, que con 50,314 hectáreas es la isla más grande del Pacífico centroamericano. También están Jicarón (2,002 ha), Jicarita (125 ha), Canal de Afuera (240 ha), Afuerita (27 ha), Pájaros (45 ha), Uva (257 ha), Brincanco (330 ha), Coibita (242 ha), y muchas otras que forman las 53,582 hectáreas de territorios insulares.
Salimos de Playa Banco a eso de las 10:15 a.m., y luego de dos horas en lancha, viendo la isla a lo lejos, de pronto se acercaron cuatro delfines a saludar y se metieron al agua para no dejarse ver más. Luego de esa emocionante escena, llegamos a la estación de ANAM llamada “La 12”, al mediodía.
Desde que tengo conocimiento de Coiba, siempre supe que era sublime, pero nunca imaginé que me podía quedar con la bocota abierta. Mi primera impresión fue: salvaje, demasiado salvaje, y eso que apenas estábamos conociendo el área menos verde del parque. Es un parque físicamente virgen, pues paradójicamente la conservación de este archipiélago se debe, básicamente, a que desde el año 1919 hasta 2004 la isla Coiba fue utilizada como una colonia penal por el gobierno panameño.
Después de un movimiento ambientalista que envolvió a muchas personas y distintos gremios, se logra el estatus legal para esta área mediante la Ley No. 44 del 26 de julio de 2004, que “Crea el Parque Nacional Coiba”, la cual regula el funcionamiento de esta área protegida, donde se establece, entre otras cosas, a esta zona como Patrimonio Nacional.
El agua en la playa de la estación era turquesa, con tonalidades azules y amarillas. El fondo, de arena blanca, sin corales ni algas, era una delicia, que de no haber sido porque tenía que bajar maletas, me hubiera zambullido antes de desembarcar.
Al llegar a la isla fuimos directo a apuntarnos en la lista de visitas de la ANAM. Ellos procedieron a ubicarnos en nuestras habitaciones, muy cómodas, con aire acondicionado, agua limpia para bañarse, sábanas limpias y almohadas. En la estación también hay un campo llano para quienes desean acampar y, de igual forma, es muy cómodo. Incluso hay regaderas para quienes deseen.
Recorrimos los alrededores, fuimos al área de “Tito”, el cocodrilo, pero no se encontraba ya que la marea estaba baja. Entramos al centro de exhibición de MarViva, observamos restos de una ballena, y al tomarme fotos con ella, a insistencia de mi compañero, casi me cae uno encima, lo que me costó el primer recordatorio de la isla: una raspada en la rodilla.
Comimos algo y fuimos a dar el primer tour, que sería hacia la Isla Granito de Oro. No conté exactamente el tiempo para llegar desde “La 12” hasta allá, pero calculo que fue menos de media hora en lancha. Esto sí que fue impresionante. Pasamos al lado de muchos islotes, algunos repletos de árboles gigantes, otros con un solo árbol. El mar azul oscuro y profundo… tratamos de ver algún delfín, pero no tuvimos suerte. Logramos ver muchos peces voladores que, increíblemente, parecían colibríes volando sobre el mar.

Ya había visto muchas veces en fotos la isla Granito de Oro y la reconocí al instante. Es realmente impresionante: el agua en ella era celeste tornasol, destellaban colores inimaginables, la arena blanca y tan menuda. Tiramos todo y fuimos corriendo a tomarnos fotos donde pudiéramos, y acelerados también nos quitamos la ropa y nos metimos al mar. Dejamos las cosas lejos del agua, pero en la arena.
Luego de media hora de snorkel, en donde pude ver peces loro, peces globo que me perseguían como perros, y algunos otros peces casi transparentes, decidí salir para tomar fotos desde afuera a la gente que se encontraba en la playa. ¡Vaya sorpresa me llevé al darme por enterado de que la marea, en esa media hora, había subido tan rápido que logró mojarme la cámara y otros implementos! Por suerte, había llevado otra de repuesto.
Pero ni eso pudo con la alegría de estar en este paraíso. Juan Pablo, nuestro guía, nos había advertido de no hacer snorkel en cierta parte ya que era posible encontrarnos con tiburones, y en ese lado la corriente de agua es muy fuerte.
Los mares de Coiba son conocidos tradicionalmente por su abundante pesca, ya que albergan especies como el tiburón ballena (Rhincodon typus), el tiburón tigre (Galeocerdo cuvier), la manta raya (Manta birostris), el dorado (Coryphaena hippurus) y el atún de aleta amarilla (Thunnus albacares). También es el hábitat de cuatro especies de cetáceos: la enorme ballena jorobada o yubarta (Megaptera novaeangliae), la orca (Orcinus orca), el delfín moteado tropical (Stenella attenuata) y el delfín mular (Tursiops truncatus). En las aguas del parque y zonas contiguas se ha observado la presencia ocasional de 19 especies adicionales de cetáceos que se encuentran en el Pacífico panameño. Algunos cetáceos son posibles de ver, sobre todo en los meses de agosto a noviembre.
Nos atrevimos a llegar hasta una roca y logramos ver peces hermosos de diversos colores y formas. Salimos del agua un rato a bañarnos de sol. Me dormí un rato, pues estaba cansada del ajetreo del viaje, y al despertar, el agua nuevamente llegaba a mis pies. Los cangrejos me rodeaban por doquier, y mi compañero no estaba por ningún lado. Alarmada, me fui a meter al agua a buscarlo y no lo veía. Por un momento me asusté; pensé, graciosamente, que se lo había comido un tiburón o que simplemente había ido a caminar. Por suerte, lo encontré tirado sobre la arena, roncando, del otro lado de la playa.
Nos fuimos de Isla Granito de Oro , pero rumbo a Isla Coibita o Ranchería. Esta isla era mucho más grande que Granito de Oro, con palmeras inmensas en sus bordes, mar invitante de una manera increíble, pero no pudimos bajar del bote. Juan Pablo logró leer un cartel que decía: “Propiedad de Fundación Pacific Wild Life Refuge. Se prohíbe el ingreso a esta propiedad a los directivos, trabajadores o empleados del Smithsonian Tropical Research Institute. Se prohíbe la remoción de este letrero.” Al parecer, estaba prohibida la entrada no solo para el Smithsonian, así que se prefirió no bajar.

Llegamos nuevamente a las cabañas de ANAM. Me fui a dar un baño y comer algo leve mientras esperaba la cena. Salía de la ducha cuando me empezaron a llamar: era que Tito, el famoso cocodrilo, acababa de llegar.
Fui corriendo con la cámara a apreciar a tan hermoso bicho. Tito ya estaba casi en la orilla; la gente de ANAM lo llamaba y él, un poco sumiso, lo pensaba. Algunas personas tenían miedo, y era obvio, pues Tito mide más de dos metros de longitud y tiene tremendas fauces. Un joven de ANAM lo llamó y Tito se acercó. Luego buscaron un pescado y Tito salió a la orilla; se lo tiraron y el lagarto, orondo, lo tragó de un solo tajo, como solo él sabe hacer. Me quedé buen rato admirándolo de cerca. Luego llegó mucha gente y me fui a recostar un rato. Después de una hora en mi habitación salí de nuevo, y aún Tito estaba inmóvil en el mismo sitio.
Al día siguiente nos levantamos muy temprano, tomamos nuestro desayuno y nos subimos al bote. Ya sabíamos que el día iba a ser exhaustivo, pues le daríamos la vuelta completa a la isla sin saber cuánto tiempo nos tomaría, ya que esto dependía del mar y las peripecias del botero, quien demostró ser un experto.
Pasamos bordeando la isla, que demostró lo salvaje, bárbara y perfecta que es. Todo es verde en Coiba. Eran las siete de la mañana y los cerros se veían a lo lejos, repletos de neblina pesada. El mar retumbaba contra la costa a lo lejos, estaba un poco bravo, y en el bote todos en silencio, observando tanta belleza. Se dice que más del 80 % de la isla está cubierta por vegetación original; posee manglares y cativales de significativa magnitud.
En la isla de Coiba, las colinas costeras con elevaciones inferiores a los cien metros predominan en el norte y sudeste, mientras que en el resto, las colinas de poca elevación, que apenas superan los 200 metros sobre el nivel del mar, constituyen el paisaje dominante. Únicamente en el sector central hay una cadena de colinas donde se encuentran los puntos más altos: el cerro de La Torre, con 416 msnm, y el cerro de San Juan, con 406 msnm.
Pasamos al lado de algunos islotes. Yo estaba sentada en la proa del bote junto con otra pasajera. Empezamos a asustarnos cuando el bote comenzó a saltar de manera brusca. El botero nos mandó a bajar y obedecimos. Me senté encima de un cooler en medio del bote, pues ya no quedaban puestos. Me puse los audífonos, escuchando Explosions in the Sky, extasiada de tanta belleza. Pero de pronto el bote empezó a saltar más fuerte. Ya ni la cámara podía estabilizar. Me reía al principio, pero luego de diez minutos en lo mismo, mi rostro y el de los demás empezaron a cambiar: ya no era normal.
El botero estaba muy serio, así como nuestro guía. Había señoras en el bote que estaban muy asustadas. Yo no sabía de dónde agarrarme. Me halaban por el salvavidas. El bote seguía saltando y nosotros pensando que saldríamos volando de él. Nuestros cuerpos estaban más en el aire que en el asiento. Fue una experiencia demasiado extrema. Las costas que rodean Coiba tienen fama de estar llenas de tiburones y animales marinos salvajes. Luego de esto supimos que esa área de la isla es muy peligrosa, pues allí el mar es muy fuerte.
Mientras estábamos en esto, se veían unas formaciones rocosas sacadas del mundo de las hadas. Vi un puente natural que era interceptado por el mar. Era un paisaje inimaginable, algo fuera de este mundo.
Pasada la tormenta vino la calma. El mar se aquietó y fue entonces cuando fuimos nuevamente visitados por delfines. Eran muchos. Salían de todas partes. El señor del bote apagó el motor y cada vez los delfines se acercaban más. Pasaron justo al lado haciendo gracias y seguidos desde el cielo por muchas aves. Se alejaron hacia un cardumen de peces.
Ciertamente no recuerdo cuánto tiempo llevábamos en el mar. Vimos a lo lejos la isla Jicarón, que se encuentra al sur de Coiba, y mucho más adelante divisamos el hermoso islote Barco Quebrado, que me engañó buen rato, pues al verlo de lejos supuse que era algún crucero. Tiene el nombre bien puesto. Dicen que en esta área se pueden ver bandadas de guacamayas rojas (Ara macao).

Luego de algún tiempo más en bote, llegamos hasta una playa de la Bahía Damas, cercana a manglares. Los primeros en bajar del bote quedaron con los pies llenos de lama y golpeados por las piedras. En la Bahía Damas se localiza un arrecife de coral con más de 135 hectáreas de extensión, el segundo más grande del Pacífico tropical americano.
Salimos de la playa caminando hacia los manglares. Vimos algunos riachuelos que caían desde el follaje en lo alto y llegamos a la entrada del sendero Los Pozos.
En Coiba se han censado 1,450 especies de plantas vasculares, con la presencia de abundantes ejemplares de ceiba (Ceiba pentandra), panamá (Sterculia apetala), espavé (Anacardium excelsum), tangará (Carapa guianensis) y cedro espino (Bombacopsis quinatum).
A los Pozos Termales llegamos caminando media hora desde la entrada. En el sendero pudimos ver muchas huellas de ñeque y venado corzo. Más adelante, uno de los compañeros del viaje, Abel, agarró una serpiente como si fuera de su familia. Luego de acariciarla, me la pasó; era una bejuquilla gris. La dejé ir y seguimos caminando hasta llegar a los pozos. Vimos también un gavilán caminero en un árbol.
Juan Pablo, nuestro guía, nos contó que estos tres pozos fueron, en el tiempo de la dictadura, utilizados exclusivamente por Manuel Antonio Noriega. Nos llevamos una sorpresa al darnos cuenta de que el pozo que normalmente es usado por los visitantes estaba vacío; es el que tiene el agua a menor temperatura en comparación con los otros pozos, así que no quedó más remedio que probar los otros. El segundo pozo tiene el agua caliente, pero perfecta para relajarse. El tercer y último pozo es realmente caliente; puedo decir que parece agua acabada de hervir.
El primero en meterse al segundo pozo fue mi compañero, seguido por Glenda y luego yo. El agua estaba deliciosa, y aunque el fondo estaba lleno de limo, fue espléndido bañarse allí. Al salir me sentí mucho más fresca, eso sí, con mucha sed, y no quería gastar toda el agua que había llevado, ya que aún nos faltaba mucho por recorrer.
De pronto escuchamos un cantar de aves en el cielo y, al subir la vista, pudimos ver unas guacamayas rojas que pasaban. Lastimosamente estaban lejos de mi cámara. Coiba es el único sitio de Panamá en el que hoy se pueden observar bandadas en libertad de los amenazados guacamayos rojos, casi extintos en el territorio continental.
Conseguimos una navaja y mi compañero procedió a montarse a una palma, de la que bajó todas las pipas que había. Todos quedamos hidratados, ya que las pipas estaban cargadas de agua. Es muy bueno tener un amigo que sepa subir palmas…
Caminando de regreso por el sendero vimos algunos colibríes y muchos semilleros cejiamarillos, que fueron identificados de inmediato por Juan Pablo y Abel. La cantidad de cangrejos en la playa era inmensa. Ya el botero nos esperaba para ir hacia el antiguo penal de Coiba.
Supe que desde el año 1993, y con la colaboración de la Agencia Española de Cooperación (AECI), se halla una estación biológica en el parque, que hasta la fecha ha censado 36 especies de mamíferos, 147 de aves y 39 especies de anfibios y reptiles, con un alto grado de endemismo. Entre los mamíferos destacan el ñeque de Coiba (Dasyprocta coibae) y el mono aullador de Coiba (Alouatta palliata coibensis), y entre las aves, el colaespina de Coiba (Cranioleuca dissita).
Luego de media hora en el mar, estábamos allí, en el lado de la antigua Penitenciaría de Coiba, cerca de Punta Damas, que cumplió con ese propósito desde el año 1919 hasta el 2004, y que fue bautizada como “Colonia Penal de Coiba” por el Dr. Belisario Porras.

Cuesta mucho escribir esta parte. Al llegar tenía los pelos de punta; hacía muchísimo tiempo que quería conocer este lugar. Bajamos en lo que era un antiguo muelle, del que solo quedan las añejas pilastras, y caminamos hacia unos ranchos para digerir algo antes de empezar el recorrido.
De pronto sentí a alguien detrás de mí y, al mirar, eran tres perros que me velaban la comida. Les di algo y lancé la frase al aire, preguntándoles a los perros a quién pertenecían. Me contestó una voz humana: un cabo de la Policía Nacional que, muy amable, respondió que esos eran algunos de los perros que utilizaban los reos cuando aún estaban en Coiba para ir de cacería. Son perros muy cariñosos y se nota que han tenido una vida agotadora.
El cabo dijo que empezaríamos el recorrido cuando quisiéramos. Fue él mismo quien nos explicó cada esquina del penal y respondió una a una mis preguntas curiosas.
Luego de pasar por un puente de tablas de madera, entramos a una celda espeluznante: era la celda de castigo, utilizada cuando los reos intentaban escaparse, mataban o violaban a otro. Había muchas frases escritas en las paredes, vestigios del tiempo que tuvieron los presos para distraerse. Le decían “la Jaula”, y ciertamente lo era, pues desde afuera de los barrotes se sentía un ambiente de encierro hostil. Cada celda estaba construida para seis reos, pero en ella convivían más de una veintena. El cabo dijo que en esta celda se encerraba a cualquier preso, sin importar el delito, edad, o lo que hubiera hecho dentro del penal. La cantidad de barrotes oxidados destilaba un círculo terrorífico, en donde quién sabe cuántas personas se doblegaron a su suerte rodeadas de perversión.
Los únicos que eran separados eran los que pertenecían a alguna banda. Y en efecto, luego de salir de estas celdas, entramos a una que perteneció a la famosa banda “Los Perros de San Joaquín”, una banda que aún hoy día atemoriza en la capital y que guarda muchas leyendas e historias aterradoras. En esta edificación, por cada una de las celdas había espacio para nueve reos y un retrete.
Entramos al edificio central, “La Penitenciaría”, que fue uno de los primeros construidos en la isla. Las paredes allí fueron erigidas con simetría total, cemento puro, sólido y fuerte. Allí pagaron condena los primeros políticos republicanos, y fueron mezclados con homicidas.
En el penal también había una capilla, utilizada solo en el “día de los presos”, el único día en que se oficializaba una misa. Los homosexuales estaban en una celda aparte y ofrecían servicios como lavar y secar ropa. El área de comida estaba separada de todo lo demás, y los reos eran llamados con una campana. El que no llegaba cuando la campana sonaba, no comía. Es importante decir que la comida en el penal no era buena. A pesar de que a los reos se les cedieron muchas cabezas de ganado, estas no eran distribuidas adecuadamente. En el penal se comía muy poco, y tanto así fue que esta fue una de las causas del cierre de la cárcel, ya que muchos reos sufrían de desnutrición, sin contar con la gran cantidad de torturas que se dieron en ella, sobre todo en la época del militarismo.
Subiendo una larga escalera se llega al área donde vivían los policías, quienes tenían su cocina, dormitorio y teléfono. Allí arriba también había una cancha para juegos, utilizada para partidos entre reos y policías. Desde el único teléfono en la isla llamé a mi madre y le avisé que todo estaba bien.
Notamos un cementerio improvisado, donde las lápidas tenían escrito “En memoria de” pero sin terminación. El cabo nos contó que este cementerio era utilizado para los reos que morían y cuyos familiares no los reclamaban. Esto era simplemente porque sacar el cadáver de la isla costaba 100 dólares, más algunos gastos de envío, entonces muchas familias preferían mandar a hacerles una misa y dejarlo todo así. Hoy en día se sabe que en ese cementerio quizás puedan estar los restos de algunas personas que fueron asesinadas durante la dictadura. Como Coiba era un área inaccesible, se aprovechaba esa condición. Según el documental “La Isla del Diablo”, se vieron llegar a la isla muchos cadáveres con ropa militar, incluso una mujer que llamaron “la India Gringa”, que fue enterrada en el penal junto con un niño.
Se dice que luego de algunas excavaciones, de lo que al principio eran nueve lápidas, se sacaron 58 esqueletos, de los cuales fueron identificados: Floyd Britton (idealista revolucionario panameño, masacrado a palos, arrastrado por caballos y torturado por los esbirros del general Omar Torrijos), Cecilio Hazelwood (enemigo de los militares) y Gerardo Olivares. Aquello causó un alboroto a nivel nacional. Muchos culpables cayeron, otros ya habían muerto, pero gracias a la Comisión de Paz, las cruces de Britton y Hazelwood tienen hoy un nombre. Lástima que las 56 tumbas restantes aún vagan sin identidad en Coiba.
Fue “La Masacre de Coiba” lo que mayormente llamó la atención de los organismos de derechos humanos. Un día cualquiera del año 1998, en Playa Brava, cerca del penal de Playa Hermosa, se enfrentaron la banda “Los Perros de San Joaquín” contra “Los Chukis”. Varios de “los Perros de San Joaquín” intentaron escaparse. Se untaron diésel en el cuerpo supuestamente para espantar a los tiburones, y justo cuando iban a salir, llegaron “los Chukis” a arruinarles el plan. Agarraron a “los Perros de San Joaquín” y los amarraron de pies y manos. Solo uno pudo escapar nadando.
Los pusieron sobre un árbol caído y a uno de ellos le quitaron la cabeza con un hacha; a otro lo machetearon y tiraron su cabeza al mar. A los demás también los decapitaron, los hicieron pedacitos y lanzaron sus restos al océano. Se dice que el que huyó nunca fue capturado. El cabo nos dijo que esa no fue la primera decapitación en Coiba… fue simplemente la única de la que se enteró la prensa.

Algunos reos que eran de confianza, o a quienes se les había reducido la condena por buena conducta o labores dentro del penal, como agricultura o procesamiento de aceite de coco, eran distribuidos en otros campos construidos en la isla. Había más de 20 campamentos en todo Coiba, y los reos que vivían en ellos se encargaban de conseguir alimento por sus propios medios. Muchos de los que sabían labrar la tierra o manejar ganado fueron enviados a esos campamentos.
Hoy día se sabe que en la isla de Coiba hay más de 4,000 cabezas de ganado que ya están salvajes, pues fueron dejadas allí luego del cierre del penal. Hay vacas, búfalos, toros y otros rumiantes que han sido imposibles de sacar por su estado de salvajismo. Igualmente permanecen caballos, que en su momento eran utilizados para trabajos pesados.
El antiguo penal de Coiba ahora está siendo reconstruido para que nunca sea olvidado por las futuras generaciones. Lo que anteriormente funcionó como aeropuerto también está siendo restaurado y pasará a formar parte del Servicio Aeronaval de Panamá, para vigilancia de las costas.
Justo en el penal, mi cámara no dio más: su batería recargable murió, y ya no pude tomar más fotografías. Pero la aventura continuó.
Al llegar en la tarde a las cabañas de ANAM, lejos de querer descansar, nos metimos en la playa a darnos un delicioso baño mientras hacíamos snorkel. De este lado no vimos casi ningún pez, pero luego de una larga plática en la playa, un guardaparques de ANAM nos advirtió que, a menos de 80 metros de donde nos bañábamos, se encontraba Titín, el otro cocodrilo que suele rondar la isla. Conversamos un rato más en la orilla, pero con esa paranoia de que en cualquier momento Titín podría aparecer. Finalmente, nos enteramos de que se había desviado. Hubiera sido realmente extremo tener que huir de él.
Por la noche, el jefe encargado de ANAM en Coiba ofreció proyectar una película sobre la isla, producida por MarViva. Fue muy placentera y educativa.
Al día siguiente, luego del desayuno, recogimos nuestras cosas para salir de la isla. Pero antes, el botero se ofreció a llevarnos por uno de los senderos cercanos al campo base de ANAM. Caminamos aproximadamente entre 45 minutos y una hora hasta llegar a un precioso mirador desde el cual se podía ver parte de la isla, el muelle, y el mar infinito.
El señor botero nos instó a seguir caminando hasta llegar a otro mirador más improvisado, donde se observaba parte del oeste de la isla, así como a lo lejos las Islas Secas y una entrada de agua que habíamos visitado anteriormente para observar tortugas carey. En Coiba llegan a desovar al menos tres especies de tortugas marinas. Al bajar del sendero, nos llamó la atención ver, en un comején, el cráneo de algún animal.
Salimos de Coiba, pero aún no terminaba la experiencia. Juan Pablo tuvo la idea de llevarnos a una playa en la Isla Canal de Afuera, y valió la pena. Parte de la playa estaba llena de arrecifes de coral. Cabe destacar que hasta la fecha se han identificado en esta superficie protegida 69 especies de peces marinos, 12 de equinodermos, 45 de moluscos y 13 de crustáceos.

Fui la primera en entrar al agua y pude ver un gran pez loro y muchos otros peces grandes. Luego de un buen rato haciendo snorkel sentí que algo me picó y salí de inmediato. Aún no sé qué fue, pero me picó en varias partes del cuerpo.
Nos fuimos de Isla Canal de Afuera y desembarcamos en la isla de Bahía Onda. Allí nos refrescamos durante aproximadamente una hora, y luego partimos hacia Playa Banco para concluir el paseo. Antes de eso, bajamos en Playa Azul, una playa preciosa, de aguas turquesas tibias y arena blanca y suave.
Actualmente, el Parque Nacional Coiba cumple un papel vital dentro del Corredor Marino de Conservación del Pacífico Este Tropical (CMAR), que enlaza cinco parques nacionales: la Isla del Coco en Costa Rica, Isla Coiba en Panamá, Malpelo y Gorgona en Colombia, y Galápagos en Ecuador. Este corredor abarca unas 211 millones de hectáreas, incluyendo zonas económicas exclusivas de cuatro países, formando una red esencial para la conservación de la biodiversidad marina del Pacífico.
Para llegar al Parque Nacional Coiba hay varias opciones:
Puedes unirte a algún grupo turístico que ofrezca un paquete todo incluido, generalmente entre 250 y 300 dólares por persona. Todo depende de lo que se incluya, aunque la mayoría de estos tours no recorren toda la isla por razones de seguridad.
También es posible ir en auto por la carretera Interamericana hacia el interior del país, desviarse en Santiago hacia Soná y luego seguir hasta playa Santa Catalina. Desde allí, puedes preguntar cómo llegar a Playa Banco. En esta playa hay muchos boteros dispuestos a llevarte a Coiba, pero los precios varían entre 200 y 300 dólares. Es recomendable negociar.
Importante: antes de llegar a la isla debes comunicarte con ANAM y hacer la reservación de las cabañas o informar que acamparás un día específico. Las reglas en Coiba son muchas y las reservaciones deben hacerse con semanas de anticipación.
Si tienes un yate o bote y deseas llegar por tus propios medios, se paga 50 dólares por embarcación; supongo que por yate el costo sería mayor.
En caso de viajar en bus:
Debes tomar un bus Panamá – Santiago en la Terminal de Albrook, luego bajarte en la Terminal de Santiago de Veraguas, tomar un bus hacia Soná y, desde Soná, otro hacia Playa Banco o alguna comunidad cercana. Recuerda que preguntando se llega a Roma.
También es posible tomar un bus en Santiago hacia Puerto Mutis y desde allí negociar con un botero por un buen precio.
Nuestro viaje desde Playa Banco hasta Coiba duró dos horas, pero eso depende del estado del mar.
En ANAM se cobra una entrada de 3 dólares por persona nacional y 10 dólares por extranjero. Si vas con un tour operador, es probable que esos pagos ya estén incluidos.
El precio por cabaña es de 10 dólares por noche.
Recomendación esencial:
En Coiba no encontrarás establecimientos comerciales de ningún tipo, así que debes llevar contigo toda la comida y provisiones necesarias para la duración de tu estadía.
La isla Coiba ha permanecido lejos de los ojos y manos codiciosas del hombre, como si ella misma fuera uno más de esos tesoros míticos que bucaneros de todas las pelambres fueron a enterrar en sus playas de arenas coralinas.
Visitar el Parque Nacional Coiba es una experiencia jurásica que transforma tus sentidos, te hace sentir como en el Edén. Coiba es prácticamente un paraíso virgen. Pocas personas conocen un lugar con tanta belleza natural e inexplorada… y es muy posible que así permanezca.
Woao! Que relato más completo. Se ve que le sacaste el jugo a los pocos días que estuvistes por allá, y que botero más buena onda te tocó.
Entre uno de los vuelos que quisiera hacer desde que estaba estudiando aviación es sobrevolar Coiba. Aunque parece fácil, hay un poco de logística por el tema del combustible (solo en Albrook puedes comprar conseguirlo) y el precio del alquiler del avión, pero definitivamente que algún día lo haré.
En cuanto a lo que mencionas de los guacamayas no puedo dejar de darte la espero todavía buena noticia que creo fue en enero de 2007 en un trip que fui con la gente de Ecoloaventuras por las selvas de Nombre de Dios alcanzamos a ver guacamayas rojas. Fueron como 4 que pasaron. Las escuchamos cuando estábamos en la selva, pero no alcanzamos a verlas. Las que vimos, aunque ni yo me lo creía las vimos desde el bus cuando veníamos de vuelta en la carretera principal. Ojalá todavÃa estén y se hayan reproducido.
wow brutal Ichi, lastimosamente las Guacamayas que quedan en Panamá son pocas.
rayos! se AON esa travesía quede con ganas de ir..!
Excelente… Podrias darme los precios de anam para esa habitación… Y los traslados en lanchas, etc. Quiero ir… Saludos…
Como podria conseguir el contacto de algun taxi lancha si quiero cruzar con un grupo de 6 personas?? , si el bote aparte sale en 200 o 300 creo que sele mejor en tour en vez de solo ??