Por Rey Aguilar
Estudiante de Artes Visuales.
Voy a exponer mi punto de vista tanto arquitectónico como artístico del BioMuseo, diseñado por el arquitecto Frank Gehry.
Arquitectónicamente, el edificio está hecho de una manera funcional, empezando desde una planta superior en la cual se encuentran la taquilla y un café, desde donde puedes relajar la vista con la parte pacífica del Canal de Panamá, a la altura del Puente de las Américas. Dicho sea de paso, me parece un excelente punto para introducir el propósito de este museo, que es explicar, mediante las eras geológicas, la información sobre la patria que nos vio nacer.
El principio del viaje por este museo —lleno de interactividad y figuras artísticas ricas en detalles e historia— comienza con un pasillo en forma de rampa descendente, en el cual nos observa un ocelote en la parte superior izquierda, casi oculto pero no desapercibido para mi estimada profesora. Este detalle nos da el anuncio de lo que viene: un mar de información que solo es verdaderamente percibido por el observador curioso.
Tras una breve introducción (por la falta de tiempo) que nos brinda una idea general de cómo está distribuida la fauna y flora de Panamá, pasamos a un espacio oscuro, destinado a un collage envolvente de sonidos, luces y experiencias que se manifiestan sobre, debajo y alrededor de nosotros.
Una vez acomodados, todo da inicio: una sinfonía hermosa de agua, viento, lluvia, mar y selva, acompañada por su fauna, que nos hace sentir la presencia de la Madre Tierra entre nosotros. Esta introducción prepara al espectador para lo que viene. Pero, como todo buen teatro bien orquestado, las emociones deben bajar para dar paso a la información. El siguiente espacio está dedicado a la parte geológica del “edificio con alma” (como lo acabo de nombrar), cuyo fin es provocar emociones y sentimientos en quien lo visita, ya sea por primera, segunda o incluso tercera vez —como es mi caso— y, aun así, no deja de asombrarme con sus bellezas.
A estas alturas ya empiezas a ver más que un museo, casi un Disneyland, en el cual a cada paso te encuentras con la historia de cómo se formó el estrecho paso entre dos pedazos de tierra separados por el mar, y el eterno juego de placas tectónicas, magma y la fuerza pujante del globo terráqueo.
Seguimos bajando, pero ya con una inclinación casi imperceptible para el visitante, y entramos a un recinto lleno de figuras grises, algunas de gran tamaño y otras más pequeñas. No deseo con esto demeritar la fineza de los detalles, sino más bien resaltar el mérito del artista que modeló cada animal tanto en tamaño como en sus generalidades, haciéndolos fieles representantes de una era geológica, ya sea pasada o presente, de nuestro terruño.
Sin darnos cuenta, salimos a la parte inferior del museo, una sección expuesta al aire libre pero protegida de las inclemencias del tiempo, lo que genera la sensación de estar dentro aunque estés fuera. Esto causa una sensación de total relajación. Pero, cuando te detienes a observar, descubres que cada columna que sostiene la edificación contiene valiosa información histórica de la época colonial, tanto artística —al ver los mapas de la época— como visual, al observar antiguas fotos de la construcción del Canal de Panamá.
Definitivamente, el edificio fue creado para que el visitante no pierda tiempo pensando en las dificultades de caminar o en caer en el aburrimiento, pues la inercia del recorrido hace que el esfuerzo sea mínimo y, por consiguiente, agradable para el observador. Todo esto reafirma la funcionalidad del diseño arquitectónico.
Dando paso a la lógica, la siguiente sección está “bajo el mar”, comenzando por la parte pacífica de nuestros mares, representada por dos peceras: una de tamaño modesto que muestra el manglar y cómo los peces conviven en él, y luego una descomunal (la segunda más grande de la región), que alberga peces del Pacífico. Posteriormente, se presenta la pecera más grande de Centroamérica: la del mar Caribe, repleta de peces coloridos y vibrantes.
Subimos una escalera, y a la izquierda, una pequeña pecera con un pez muerto y basura nos recuerda, de manera impactante, que el ser humano muchas veces no ve más allá de sus narices. Todo esto recalca las bellezas que destruimos cada vez que arrojamos basura a la calle y esta, eventualmente, termina en el mar.
Ahora estamos en el corazón de una de las plantas que más vida y alimento proporciona en la selva: ¡el higuerón! Nos muestran cómo interactúa esta planta con un insecto que, a su vez, alimenta a toda la selva. Nos explican por qué este árbol parasitario es fundamental, recordándonos que no todo lo que parece malo lo es, y que todo tiene su lugar en esta tierra.
Llegamos a una parte súper interactiva, donde solo debes seguir los puntos y se te muestra información sobre el país, sus costumbres e historia.
En este punto, estamos por concluir, pero no sin antes visitar la tienda de souvenirs. Allí, introdujimos una moneda de un dólar y una de cinco centavos. Esto generó expectativa entre mis compañeros y en mí mismo por ver qué ocurría. Pronto me di cuenta de que uno mismo debe hacer la fuerza mecánica: el resultado es un dije con la palabra PANAMÁ impresa sobre la moneda aplanada, lo cual dio un final muy dulce y simbólico a toda la experiencia.
Para concluir, puedo afirmar que la obra arquitectónica fue emplazada, creada y diseñada de forma minuciosa, y que cada elemento es fruto del esfuerzo y la dedicación de profesionales tanto del ámbito biológico como artístico. El resultado: un museo que logra sumergir por completo al visitante en la historia de Panamá y que, sin duda, cumple su objetivo.
