Han pasado cinco días desde nuestra visita a Olá. La emoción de estar en este lugar siempre es intensa, y esta vez aún más, porque incluía el ascenso a uno de los cerros más bonitos de la región: Los Picachos.
Comenzamos el recorrido conociendo a nuestro guía local. De inmediato nos atrapó la vista de esa caprichosa montaña, con su silueta ondulada y una apariencia singular que recuerda a una ola.
A medida que nos acercábamos al poblado, el imponente Cerro Picacho se hacía más notorio. Esta formación es una extensión de la vertiente sur de la Cordillera Central y forma parte del escudo del Distrito de Olá. Casi todas las referencias a este cerro tienen un enfoque turístico, exaltando su impresionante belleza paisajística.







Fuimos a conocer una de las zonas más altas del distrito. Al llegar, una lluvia caprichosa nos sorprendió, pero se disipó en pocos minutos. Subimos entonces a un mirador, ubicado a más de 1000 msnm, desde donde se divisa gran parte del sur de Coclé, incluyendo montañas antiguas como el Cerro Guacamaya y el Orarí.
De regreso del mirador, nos dirigimos a Los Picachos de Olá. Tras ingresar por un terreno privado —con permiso, por supuesto— llegamos a la base del cerro. Desde allí, el ascenso fue empinado, con una inclinación de unos 45 grados, terreno pedregoso y señales claras de que había sido quemado recientemente. La recompensa: vistas simplemente impresionantes.
La parte final del pico se volvía peligrosa para subir con el grupo. Era necesario escalar con las manos, y un mal paso podría significar un “hasta nunca”. El sendero era de menos de un metro de ancho, con precipicios profundos a ambos lados. Por seguridad, decidimos llegar solo hasta la zona más adecuada para todos y allí aprovechamos para descansar. El sol era inclemente, y a lo lejos veíamos cómo la lluvia caía sobre distintas áreas de Coclé. Hacia el sur, se destacaba el Parque Eólico. Las montañas azuladas de la provincia mostraban su esplendor, y la forma cónica del Picacho despertaba muchas preguntas sobre su origen. Su orografía es verdaderamente fascinante.
El origen de este monumento natural se remonta al surgimiento del Istmo de Panamá, hace aproximadamente 20 millones de años. Antes de eso, un canal marino separaba América del Norte de América del Sur. Las placas tectónicas trasladaron tanto lecho marino como tierra continental. La placa sudamericana colisionó con la del Caribe en una zona específica conocida como el Arco de Panamá, dando lugar al primer levantamiento del istmo. Este proceso fue continuo, y se estima que hace unos 15 millones de años ya solo una estrecha franja de mar separaba a Panamá de Sudamérica.







Producto de los choques de placas tectónicas, en los que una se introducía debajo de la otra, se produjeron fusiones en el manto terrestre que provocaron fisuras por donde el magma logró ascender hasta la superficie. Esto originó una serie de eventos volcánicos que facilitaron el surgimiento de islas volcánicas, las cuales con el tiempo se interconectaron hasta formar el territorio firme del Istmo de Panamá.
El Cerro Picacho se formó como parte de este proceso, dado su origen volcánico. Al ser una extensión hacia el sur de la Cordillera Central —donde se encuentran algunas de las montañas más antiguas del país— se estima que su edad geológica es más reciente, con un desarrollo que tuvo lugar a inicios del Pleistoceno.
Originalmente, el Picacho tenía una forma cónica, como la mayoría de los volcanes. Sin embargo, debido a la violencia de sus erupciones, su estructura fue destruida, quedando inactivo y con la forma que hoy conocemos.


Al noroeste del Picacho, a unos 20 km, se encuentra un conglomerado de montañas volcánicas conocido como el Complejo Volcánico de La Yeguada, compuesto por formaciones de distintas edades geológicas. Entre ellas destacan: El Picacho (de La Yeguada), con 4.8 millones de años; el Cerro Castillo, con 8.7 millones de años; el Estrato Piroclástico, con 11 millones de años; y el volcán Media Luna, el más joven, con apenas unos 32,000 años. Estas formaciones nos ofrecen una idea de la intensa actividad volcánica que tuvo lugar en el pasado y cuyas huellas persisten hoy en forma de aguas termales, estratificaciones de lava, material piroclástico y lagos formados en antiguos cráteres.
En los Picachos también se vivió una gesta histórica muy importante, aunque poco conocida. Probablemente al escuchar el nombre Manuel Antonio Noriega pienses en el dictador panameño, pero aquí en Olá hubo otro personaje con el mismo nombre. Junto a Domingo Díaz, Belisario Porras y Victoriano Lorenzo, participó en un fuerte combate en 1901, como parte de la Guerra de los Mil Días.
Tras bajar del cerro, fuimos en busca de un buen sancocho de gallina de patio en casa de Luis, quien nos recibió con los brazos abiertos. Entregamos donaciones de útiles escolares que habían llegado algo tarde, y algunos aprovecharon para disfrutar de la carambola que colgaba en abundancia de un árbol cercano.
De allí, nos dirigimos a uno de los tantos chorros (cascadas) que hay en Olá, un distrito que aunque pequeño, rebosa belleza natural. Esta vez encontramos el agua algo turbia, producto de las primeras lluvias en la zona. Aun así, nos refrescamos y no faltó quien se animara a escalar la pared de roca vertical que enmarca el chorro.



La cereza del pastel fue visitar los Chorros de Nuestro Amo, un lugar que la mayoría desconocía. Este sitio siempre sorprende por su impresionante espectáculo visual: el chorro principal puede alcanzar hasta 60 metros de altura, y encima hay otro chorro aún más alto que cae desde una meseta. Sin embargo, es un lugar que definitivamente necesita atención, ya que lo encontramos sin medidas de seguridad y lamentablemente lleno de basura. Parece que aún a mucha gente le cuesta llevarse vacío lo que llevó lleno, lo cual es una verdadera lástima.




Cayó el atardecer en los Chorros de Olá. Nos despedimos de las vacas que se creen cabras, subiendo por los cerros más empinados, y nos quedamos con esa sensación de ansiedad por seguir explorando, junto a la esperanza que oprime el corazón y clama a gritos por una Panamá protegida, libre de basura. Que no sean necesarios los letreros para que la gente se lleve su basura, porque al final, esos carteles terminan siendo el basurero.
El impacto del hombre sobre la Tierra es comparable a una colisión con un gran meteorito. Ante estas condiciones, debemos declarar al planeta en estado de emergencia.
El ser humano busca aprovechar los recursos que la naturaleza le ofrece, y no está mal intervenir en cierto grado el ciclo natural, pero siempre es imprescindible respetar el equilibrio fundamental entre la vida y el medio ambiente.