Así lo veo yo, como “knife party”, un amor tóxico y peligroso pero que no te puedes desprender de él, sabes que siempre vas a volver, siempre vas a caer.
Entramos tarde, iban a ser las 10am cuando empezamos a caminar, algunos con el desayuno en la mano, apenas unos minutos y ya teníamos los pies encharcados. Pasamos un puente de madera, bastante alto y seguimos el sendero a orillas del Guanche, siempre hermoso su remanso, eterno, un río calmado y bello.

Yellow-rumped Cacique graznaban y con ellos, las oropéndolas. Una pareja de Fasciated antshrikes emitían sonidos de reproducción, sin miedo, ahí, al lado de nosotros.
Pasamos el río y a la primera, perdí un objeto. Más adelante Vero perdió su celular. Regresamos caminando a buscarlo y estaba a orilla del sendero, nadie lo vio al pasar, pero ahí estaba tirado. Habíamos olvidado algo, no habíamos pedido permiso al bosque para entrar en él, de no hacerlo, seguiríamos perdiendo cosas.
Al lado del enorme ceiba, con lianas colgantes, nos mecimos en ellas. Oramos, agradecimos, pedimos permiso y solicitamos regresar con bien.


La selva nos recibió con lluvia. Amo caminar bajo la lluvia, es un regalo de arriba, es vida. En Panamá la biodiversidad es enorme pero la población es poca. Aquí en este, mi ecosistema favorito, donde miras, hay vida. Arriba el dosel del bosque apaña la mayoría de las gotas que se resbalan por las hojas, mojan los reptiles que habitan en medio y caen por los caminos de las hormigas.
Descansamos en la quebrada y continuamos por la trocha, bajamos al río, subimos por las grandes rocas sumamente resbalosas y llegamos a la Poza del Jaguar, donde su remanso siempre recibe al excursionista que va sediento de aventura.
La Poza representa frescura, calma, saciedad. Ahí uno se baña, come, disfruta, observa el río y su poder. Siempre mirando al cielo, que en la Sierra Llorona permanece amenazante.



La selva no es un sitio fácil, no contiene amenidades cómodas. Ahí experimentas el miedo como una emoción positiva, te mantiene alerta. La adrenalina, la tensión te protegen.
Con los años aprendí a manejar estas emociones en este ecosistema. Cuando mi trabajo era llevar personas, en plena época lluviosa —nuestra temporada alta— a lugares como éste, descubrí que lo más importante, además de la logística, es aprender a controlar el pánico de quienes temen a la naturaleza.
Ese pánico es natural. El ser humano lleva demasiado tiempo alejado de su poder ancestral. En la selva, como en la vida, el miedo es un aliado; el pánico, un enemigo. La diferencia entre ambos puede significar claridad o confusión, avance o retroceso, sobrevivir o rendirse.



Me puse las zapatillas y empezó a llover. Le dije de inmediato a Vero y Luis: vámonos. Es aquí donde se puede poner difícil. Hay que salir por el borde del río. Si el río crece en este punto sin haber pasado, se vuelve realmente peligroso.
Hago una pausa. Mi cuerpo ha cambiado, he hecho este sendero tantas veces pero jamás me sentí como en ésta vez, demasiado vital. Qué rico es caminar consiente de tu cuerpo, sin cansancio, sin peso más que el obligatoriamente necesario.
Alguien dejó una carpa amarrada a un árbol, Luis y Vero la recogieron. ¿Cómo alguien es capaz de dejar algo así, tirado entre los árboles? Pero luego sería clave en nuestra acampada.

Pasamos Cascada Solange, siempre mágica entre tanto verde. Un claro inigualable e inesperado que te recuerda lo acogedor que puede ser el bosque.
En este punto empezó a llover y nos apuramos al sitio de camping. Al llegar, llovía y llovía. Armamos campamento, hamacas, cuerdas, espacio.
Al rato, cuando uno de mis compañeros fue a colocar la cuerda para armar su refugio, una víbora de pestañas (Bothriechis schlegelii) se paseaba entre las hojas del árbol, seguramente esperando su presa. Me subí a roca para reconocer la especie, en ese momento llovía, la humedad era contundente y yo, medio ciega, no podía creer que teníamos una Bothriechis tan cerca. Por supuesto no faltó quien dijera que la matara, varias veces.
Con cuidado, Luis la fue metiendo en un envase de plástico de boca ancha y la reubiqué en un arbusto, lejos del campsite. Este sitio es el único adecuado para acampar en estos 16km de selva, desde el 2003. Por temas de sostenibilidad, seguirá siendo lo adecuado para el excursionista. Los animales no deben morir. Por cuestión de seguridad, si existen personas con el conocimiento y práctica, los animales pueden ser movidos. Ningún animal debe ser sacrificado ni lastimado ya que esto va en contra de los principios de ecología básica y estamos dentro de un parque nacional; repito, Panamá posee gran biodiversidad, pero no grandes poblaciones por especie.

Aquel día nos quedamos en el campsite porque el río se creció y la lluvia duró varias horas. Nos dedicamos a armar refugio, protegernos de la lluvia, comer, comer y comer. Nadie creería todo lo que comen mis amigos, cualquiera pensaría que se regresa más delgado; regresas más gordo.
Temprano estábamos listos para subir a ver el Salto de los Monos, mis amigos despertaron a las 4am a desayunar mientras yo seguía intentando dormir, los escuchaba preparando comida.
Caminamos trocha arriba y por un momento entramos al río ya que se había desbarrancado parte del camino. Llovía en ese momento, para mi es crucial siempre hacer todo Bien y Rápido.
Fuimos los primeros en llegar al salto, oré y agradecí una vez más la oportunidad tan generosa que me da la naturaleza y mi cuerpo de permitirme ver esta maravilla natural. Los primeros momentos al llegar a un sitio así de especial, son únicos, es un encuentro maravilloso entre su poder y mi admiración.
