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El Cráter de un Volcán Habitado

El Valle de Antón es, sin duda, uno de mis lugares favoritos en todo Panamá. Es un rincón que guarda, en un solo espacio, casi todo lo que alimenta mi espíritu. Aquí las montañas se alzan como guardianas silenciosas, los senderos serpentean entre ríos y quebradas, y las cascadas cantan su eterna melodía.

Es un paraíso rebosante de historia y vida: vestigios arqueológicos, una biodiversidad sorprendente, un orquideario que desborda color y fragancia, y, como si fuera poco, un serpentario que despierta la curiosidad por las criaturas más misteriosas de nuestro bosque.

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En El Valle de Antón puedes encontrar una amplia variedad de opciones de alojamiento que se adaptan a todos los gustos y presupuestos. Desde acogedoras posadas familiares hasta espacios para acampar bajo las estrellas. También es posible alquilar bicicletas para recorrer sus senderos o, si prefieres un paseo más tradicional, en algunas esquinas aún se pueden encontrar caballos listos para cortos recorridos entre paisajes de ensueño.

Uno de los lugares más emblemáticos del pueblo es el Mercado de Artesanías. Allí, los sentidos se despiertan con los colores y aromas: puestos repletos de productos locales, frutas jugosas, vegetales recién cosechados, plantas verdes y flores en plena floración. Pero lo que realmente cautiva son las artesanías. Estatuillas talladas en piedra de jabón, tejidos que parecen haber atrapado el sol en sus hilos, hamacas que invitan a descansar, pulseras tejidas a mano, mesas rústicas de madera y todo tipo de creaciones en bambú.

La cerámica, con sus vivos colores, enciende la imaginación. Los animalitos de barro parecen cobrar vida entre los estantes, mientras los tradicionales sombreros “pintados”, estatuas y balcones tallados tientan nuestras manos como los dulces lo hacen con los niños.

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Puedes incluso conocer a grandes artistas de la pintura, como Soto y Santana, que con una técnica muy avanzada, logran reproducir características particulares de cada animal que pintan, sobre todo las aves, a las que estudian antes de dibujarlas.

En El Valle los chorros o cascadas más fáciles de conocer son: El Chorro de las Mozas, El Macho; dentro de la Piedra Pintada, encontramos El Escondido, El Chorro Los Enamorados, Salto del Sapo.

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La Piedra Pintada, es enorme. Una gran roca que se desprende de un cerro.

Nuestro guía, de unos 10 años y de nombre Víctor, tomó una rama y con ella empezó a explicar el significado de este petroglifo, que nos hizo dar un paseo imaginario por el mapa de la región. Las leyendas locales dicen que los indígenas dormían alrededor de la Gran Piedra para celebrar ritos y que esconde un tesoro vigilado por un ente quien es su guardián. El niño se sabía perfectamente bien la historia y no dudamos de su procedencia. De La Piedra Pintada se puede seguir el sendero homologado y conocer los chorros.

El zoológico Níspero, el Orquideario de APROVACA, el Mariposario y mi favorito: El Serpentario Maravillas Tropicales, en donde el herpetólogo Mario Urriola y su equipo de trabajo rescatan y protegen estos interesantes animales.

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Otro de nuestros temas favoritos, como ustedes, queridos lectores saben, son las montañas o “cerros”, como los conocemos en Panamá. El Valle de Antón al ser un “valle” o cráter gigante de un volcán extinto, naturalmente encontramos una cantidad de cerros de singular orografía que invitan a caminar por sus trochas. El cerro India Dormida, El Cerro Gaital, El Cerro Pajita, Cerro Caracoral, Cerro Cariguana.

Miradores: El mirador antes de bajar hacia el Valle de Antón y El mirador de la Cruz, antes de llegar a Alto de la Estancia.

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En el Chorro el Macho tienen el Canopy, se trata de un paseo sostenido por cables deslizándose por la copa de los Árboles logrando una vista del gran bosque, tienen varios circuitos, uno por encima del Chorro El Macho. También posee una piscina temática, a la que llaman La Represa, donde te puedes quedar todo el día si quieres disfrutando de un baño de aguas frías provenientes de la Quebrada Amarilla.

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Uno de los sitios más populares del Valle de Antón son Los Pozos Termales. La última vez que los visitamos, la entrada costaba solo $2 e incluía la experiencia de un facial de barro, ideal para relajarse y conectar con la tierra. Es importante llevar vestido de baño para poder disfrutar plenamente de sus aguas minerales. (Actualmente, este sitio se encuentra cerrado, pero vale la pena estar atentos a su reapertura).

Y aún hay más por descubrir. Justo detrás de la iglesia del pueblo se encuentra un pequeño museo con valiosa información sobre la historia geológica y arqueológica del Valle. Este lugar es un tesoro escondido que complementa la experiencia natural con conocimiento y contexto cultural.

Además, ahora el Valle cuenta con un moderno Centro de Visitantes, cuya propuesta recuerda al Biomuseo de la ciudad de Panamá. Allí se narra con detalle la historia geológica de esta región única, y los visitantes pueden disfrutar de un cortodocumental proyectado en una pequeña sala de cine. Es un espacio educativo e inspirador que enriquece aún más la visita a este mágico lugar.

Cómo llegar

Reserva Natural Nusagandi, Guna Yala.

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Explorando Nusagandi, corazón verde de Guna Yala

Salimos cerca de las 9 a.m., más tarde de lo planeado, rumbo a Nusagandi. Tomamos un bus en ruta entre Chepo y La Mesa, que en hora y media nos dejó en la entrada de El Llano–Cartí. Desde ahí, aún nos esperaban 19 km de carretera sin pavimentar (en 2005). En el trayecto, hicimos una parada obligatoria donde el Congreso General Guna cobra $6 por persona para entrar a la comarca.

Nusagandi está justo a mitad del camino entre El Llano y Cartí, en plena reserva de vida silvestre de Narganá, protegida por el grupo Pemansky. No hay poblaciones fijas, solo selva pura y biodiversidad. Nos hospedamos en el lodge de madera de dos pisos, rústico, con vista a la selva. Baños y comedor estaban a varios metros, y todo era básico pero suficiente.

Nos recibieron guías gunas amables y conocedores. Visitamos primero el sendero Ina Igar, especializado en plantas medicinales: una caminata corta y educativa entre especies endémicas, muchas marcadas con carteles. Más tarde, sin haberlo planeado, recorrimos el sendero Yannu Igar, más exigente, lleno de barro, cuestas y barrancos que cruzamos ayudándonos en grupo.

Nusagandi es un lugar que se siente intacto, con un valor natural impresionante, donde la selva y la sabiduría ancestral te envuelven por completo. Ideal para quienes buscan naturaleza auténtica, sin lujos.

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Nusagandi: entre barro, monos y cascadas

Durante el recorrido por el sendero Yannu Igar, los resbalones nos unieron más que cualquier charla. Incluso antiguos “enemigos” olvidaron rencores para ayudarse entre risas y caídas. Vimos una gran serpiente que el guía nos prohibió tocar —todo dentro de la reserva es intocable— y más adelante, unos monos nos arrojaban coquitos desde los árboles. Inolvidable.

Llegamos a un río helado y seguimos sobre las piedras hasta una cascada escondida. Nos bañamos, tomamos fotos y nos relajamos… hasta que llegaron los calambres: primero una compañera, luego yo. Con ayuda del guía, regresamos al lodge, nos bañamos con agua de lluvia reciclada y, ya de noche, conversamos bajo el cielo estrellado al ritmo salvaje de la selva.

Al día siguiente, hicimos el sendero Ibe Igar, más largo pero más llevadero. Pasamos quebradas, barro y una selva espectacular hasta llegar a una gran cascada de 8 a 10 metros. Nos bañamos, saltamos, nos deslizamos con cuerdas y disfrutamos al máximo el entorno natural.

De regreso al lodge nos esperaba el bus de vuelta. Me llevé barro en los zapatos, pero también un renovado amor por la naturaleza y sus senderos.

Isla Grande, Colón

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Visita a Isla Grande y el Faro Eiffel

Salimos a las 2:30 p.m. desde la terminal de Albrook rumbo a Colón. Al llegar al Súper Rey en Sabanitas, no pasaban buses hacia La Guaira, así que preguntamos a un taxista. Don Chilo, muy amable, nos llevó hasta La Guaira por solo $15, cervezas incluidas.

En La Guaira, un señor nos recomendó el hotel Don Ñato. Tomamos una lancha a las 7 p.m. y en 5 minutos estábamos en Isla Grande. La habitación para tres costó $45, bastante bien para una noche frente al mar.

Isla Grande, en el Caribe panameño, es pequeña pero rica en cultura, gastronomía y naturaleza. Se dice que fue mencionada por Colón y Bastidas en sus crónicas. No se permite el ingreso de autos; todo se recorre a pie.

Esa noche fuimos a cenar (sin mucha suerte con el restaurante), luego a Playa La Punta a bañarnos bajo un cielo estrellado, vino en mano y el sonido del mar. Más tarde, terminamos bailando con lugareños y visitantes en plena izada de bandera de carnavales. Ambiente alegre y lleno de vida.

Dormimos a las 3 a.m. y a las 8 a.m. ya estábamos en pie para subir al faro. Desayunamos en un pequeño restaurante colorido y caminamos hacia el este de la isla, cerca del antiguo hotel Sister Moon. El ascenso toma entre 10 y 15 minutos.

El faro de Isla Grande, construido en 1894, fue diseñado por Alexandre Gustave Eiffel (sí, el de la Torre Eiffel). Es el más antiguo de Latinoamérica y un monumento histórico. Subirlo no es para claustrofóbicos ni temerosos de las alturas: escaleras de caracol, estructura oxidada, y una vista increíble.

Desde la cima se ve Isla Tambor, La Guaira, Juan Gallego, Isla Linton e Isla Cabra. El viento lo mueve un poco, y por un momento sentimos que volar era posible.

Una experiencia inolvidable, entre historia, naturaleza y buena gente.

La sortija, la islita y el mar bravo

Frente al faro nos llamó la atención una pequeña isla de piedra. El mar se estrellaba con fuerza en su base. Joel, callado en ese momento, más tarde confesó su idea: quería lanzar su sortija de compromiso hacia esa dirección, desde la parte trasera de Isla Grande. Aunque le dijimos que no parecía seguro por el lodo y la vegetación, se adelantó solo y tuvimos que seguirlo —en faldas y zapatillas poco prácticas.

Atravesamos ramas, espinas y lodo hasta las rodillas, pero llegamos. Joel lanzó la sortija al mar furioso. Fue una escena poderosa, con olas golpeando con fuerza, como queriendo arrastrarnos. Joel hasta se cayó, pero se levantó como todo un valiente.

Regresamos al pueblo, tomamos agua de pipa y buscamos una playa tranquila donde pudiéramos disfrutar sin pagar descorche, ya que llevábamos nuestro propio licor. Playa La Punta estaba llena, así que encontramos una esquinita más reservada. Lo pasamos increíble.

A las 4 p.m. tomamos la lancha de vuelta. Don Chilo, siempre puntual, ya nos esperaba en La Guaira. Nos llevó a una cantina a tomar una cerveza y hasta nos invitó a su casa para una próxima visita… con iguana incluida. Incluso se puso a bailar heavy metal mientras conducía.

De regreso, tomamos el bus Colón–Corredor y en una hora estábamos en Albrook. Cada quien a su casa, con Isla Grande grabada en la memoria como una experiencia única.

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