Reserva Natural Nusagandi, Guna Yala.

Messup - Nusugandi (352)

Explorando Nusagandi, corazón verde de Guna Yala

Salimos cerca de las 9 a.m., más tarde de lo planeado, rumbo a Nusagandi. Tomamos un bus en ruta entre Chepo y La Mesa, que en hora y media nos dejó en la entrada de El Llano–Cartí. Desde ahí, aún nos esperaban 19 km de carretera sin pavimentar (en 2005). En el trayecto, hicimos una parada obligatoria donde el Congreso General Guna cobra $6 por persona para entrar a la comarca.

Nusagandi está justo a mitad del camino entre El Llano y Cartí, en plena reserva de vida silvestre de Narganá, protegida por el grupo Pemansky. No hay poblaciones fijas, solo selva pura y biodiversidad. Nos hospedamos en el lodge de madera de dos pisos, rústico, con vista a la selva. Baños y comedor estaban a varios metros, y todo era básico pero suficiente.

Nos recibieron guías gunas amables y conocedores. Visitamos primero el sendero Ina Igar, especializado en plantas medicinales: una caminata corta y educativa entre especies endémicas, muchas marcadas con carteles. Más tarde, sin haberlo planeado, recorrimos el sendero Yannu Igar, más exigente, lleno de barro, cuestas y barrancos que cruzamos ayudándonos en grupo.

Nusagandi es un lugar que se siente intacto, con un valor natural impresionante, donde la selva y la sabiduría ancestral te envuelven por completo. Ideal para quienes buscan naturaleza auténtica, sin lujos.

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Nusagandi: entre barro, monos y cascadas

Durante el recorrido por el sendero Yannu Igar, los resbalones nos unieron más que cualquier charla. Incluso antiguos “enemigos” olvidaron rencores para ayudarse entre risas y caídas. Vimos una gran serpiente que el guía nos prohibió tocar —todo dentro de la reserva es intocable— y más adelante, unos monos nos arrojaban coquitos desde los árboles. Inolvidable.

Llegamos a un río helado y seguimos sobre las piedras hasta una cascada escondida. Nos bañamos, tomamos fotos y nos relajamos… hasta que llegaron los calambres: primero una compañera, luego yo. Con ayuda del guía, regresamos al lodge, nos bañamos con agua de lluvia reciclada y, ya de noche, conversamos bajo el cielo estrellado al ritmo salvaje de la selva.

Al día siguiente, hicimos el sendero Ibe Igar, más largo pero más llevadero. Pasamos quebradas, barro y una selva espectacular hasta llegar a una gran cascada de 8 a 10 metros. Nos bañamos, saltamos, nos deslizamos con cuerdas y disfrutamos al máximo el entorno natural.

De regreso al lodge nos esperaba el bus de vuelta. Me llevé barro en los zapatos, pero también un renovado amor por la naturaleza y sus senderos.

Isla Grande, Colón

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Visita a Isla Grande y el Faro Eiffel

Salimos a las 2:30 p.m. desde la terminal de Albrook rumbo a Colón. Al llegar al Súper Rey en Sabanitas, no pasaban buses hacia La Guaira, así que preguntamos a un taxista. Don Chilo, muy amable, nos llevó hasta La Guaira por solo $15, cervezas incluidas.

En La Guaira, un señor nos recomendó el hotel Don Ñato. Tomamos una lancha a las 7 p.m. y en 5 minutos estábamos en Isla Grande. La habitación para tres costó $45, bastante bien para una noche frente al mar.

Isla Grande, en el Caribe panameño, es pequeña pero rica en cultura, gastronomía y naturaleza. Se dice que fue mencionada por Colón y Bastidas en sus crónicas. No se permite el ingreso de autos; todo se recorre a pie.

Esa noche fuimos a cenar (sin mucha suerte con el restaurante), luego a Playa La Punta a bañarnos bajo un cielo estrellado, vino en mano y el sonido del mar. Más tarde, terminamos bailando con lugareños y visitantes en plena izada de bandera de carnavales. Ambiente alegre y lleno de vida.

Dormimos a las 3 a.m. y a las 8 a.m. ya estábamos en pie para subir al faro. Desayunamos en un pequeño restaurante colorido y caminamos hacia el este de la isla, cerca del antiguo hotel Sister Moon. El ascenso toma entre 10 y 15 minutos.

El faro de Isla Grande, construido en 1894, fue diseñado por Alexandre Gustave Eiffel (sí, el de la Torre Eiffel). Es el más antiguo de Latinoamérica y un monumento histórico. Subirlo no es para claustrofóbicos ni temerosos de las alturas: escaleras de caracol, estructura oxidada, y una vista increíble.

Desde la cima se ve Isla Tambor, La Guaira, Juan Gallego, Isla Linton e Isla Cabra. El viento lo mueve un poco, y por un momento sentimos que volar era posible.

Una experiencia inolvidable, entre historia, naturaleza y buena gente.

La sortija, la islita y el mar bravo

Frente al faro nos llamó la atención una pequeña isla de piedra. El mar se estrellaba con fuerza en su base. Joel, callado en ese momento, más tarde confesó su idea: quería lanzar su sortija de compromiso hacia esa dirección, desde la parte trasera de Isla Grande. Aunque le dijimos que no parecía seguro por el lodo y la vegetación, se adelantó solo y tuvimos que seguirlo —en faldas y zapatillas poco prácticas.

Atravesamos ramas, espinas y lodo hasta las rodillas, pero llegamos. Joel lanzó la sortija al mar furioso. Fue una escena poderosa, con olas golpeando con fuerza, como queriendo arrastrarnos. Joel hasta se cayó, pero se levantó como todo un valiente.

Regresamos al pueblo, tomamos agua de pipa y buscamos una playa tranquila donde pudiéramos disfrutar sin pagar descorche, ya que llevábamos nuestro propio licor. Playa La Punta estaba llena, así que encontramos una esquinita más reservada. Lo pasamos increíble.

A las 4 p.m. tomamos la lancha de vuelta. Don Chilo, siempre puntual, ya nos esperaba en La Guaira. Nos llevó a una cantina a tomar una cerveza y hasta nos invitó a su casa para una próxima visita… con iguana incluida. Incluso se puso a bailar heavy metal mientras conducía.

De regreso, tomamos el bus Colón–Corredor y en una hora estábamos en Albrook. Cada quien a su casa, con Isla Grande grabada en la memoria como una experiencia única.

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Una guía de turismo ecológico en Panamá, dedicada a descubrir ríos, montañas, senderos y aventuras en la naturaleza. Ideal para los amantes del aire libre y la exploración rural.