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Senderismo y Turismo Rural en Panama

Durante muchos siglos los seres humanos hemos usado nuestro poder e inteligencia para destruir o modificar la naturaleza, para robarle espacio a otras especies y constituirnos en el centro de la evolución. Pero hay un lugar en el que seguimos siendo seres indefensos y vulnerables, y donde nuestro instinto de sobrevivencia más primitivo (ese que traemos desde los primeros días del Homo Erectus) puede salvarnos. Un lugar de peligros y leyes inexorables: la selva. – Irving Bennett, Explorador panameño.

Habíamos planeado esto con tiempo, venimos realizando este viaje desde el año 2011, pero ésta vez lo hicimos cuadriculado; todo bajo completo control, justo como debe ser al planear meterse en la selva en un mes como julio.

La selva del P. N Portobelo conlleva muchos elementos que si no conoces, es mejor ni atreverse: el río es impetuoso y se divide en variados afluentes; no existe camino marcado; tratándose de la Sierra Llorona, la humedad es contundente y así­ como los árboles de ceiba (Ceiba pentandra) de hasta 60 metros de alto, desarrollan raíces tabulares, a veces la tierra cede tanto que se caen, esto pasa a diario. Así como es posible ver reptiles inofensivos, es posible ver reptiles muy venenosos. También es área de escorpiones y bichos que más adelante detallaré. Sin dejar de lado que es una de las áreas del país con más existencia de felinos comprobada.

La lista de implementos era larga, pero funcional y necesaria; recomendamos no exceder las 15 libras y dormir en hamacas, lo cual se le hace bastante difícil a quien no está acostumbrado.

El grupo que nos acompañaría sería de 16 personas, bastante grande para nuestro gusto. Partiendo de ahí, sabíamos que el recorrido sería más lento.

Como siempre, revisamos la hoja cartográfica antes de partir, la misma ya va en la mente pues el área para nosotros es como la palma de la mano, hemos podido conocerla muy bien. Tiempo atrás, Rey y yo habíamos planteado crear una nueva ruta para que la ruta vieja se la comiera la selva, cosa que ya está sucediendo. Teníamos en mente cambiar la ruta en una parte donde aparece un acantilado.

A eso de las 10:30 pm arribamos en Guanche e inmediatamente nos bajamos del autobús, empezó a chispear. Nos despedimos de nuestro conductor estrella no sin antes advertir que de no salir antes del anochecer del domingo, estuviese alerta. Iniciamos la típica caminata por la trocha hasta donde acamparíamos.

La selva nos permitió armar el campamento y acostarnos a dormir. Algunos de los excursionistas estaban asombrados por lo inhóspito del sitio; jamás habían estado en la selva, o al menos, no lo imaginarían tan áspero.

A la media noche arreció la lluvia y los ronquidos que me habían confundido los sentidos, aquellos que se transformaban en jaguar, perro y hasta caballo, pararon. Dentro de las carpas la gente se movía, y los que dormían en hamacas salían a mover las lonas.

Al cabo de un rato la lluvia bajó su intensidad y regresaron los ronquidos, ahora se unían los de Rey que dormía a mi lado, manso y sereno. Cuando apenas yo me enganchaba al sueño, un crujido como de relámpago se escuchó y CRASH! Ratatatata!!!!! caía un golpe seco al suelo. No dormí más. La selva siempre nos regala un árbol caído, pero de noche, no es exactamente una buena idea.

Me desperté a las 5am; habí­a dormitado quizás una hora. Los northfaceianos me despertaron con una baja voz dentro de su carpa, cerca de mi hamaca que decía, ¿Quien quiere café?», se activaron mis sentidos. Nos dispusimos a hacer nuestra bebida energizante.

De la selva surgí­an gritos y voces alocadas, presté atención y supe que venían Genesis, Felix e Iris, los tres chicos que faltaban. Recogí mi hamaca, preparé pan pita con tuna, me metí­ un bocado obligada y llené mis bolsillos y cangurera de lo que llamamos «raciones».

Casi todos los aventureros estaban listos, y con mi vaso de café en la mano, una oración de inicio, una plegaria a la Madre Tierra y su permiso concedido, iniciamos la marcha de lo que serían las próximas horas más extremas para muchos.

Cruzamos el Guanche, que me traía ansiosa al pensar que con la lluvia aquella, estuviese crecido. Se encontraba quieto y claro. Vi hacia el cielo y supe que llovería, con más fuerza que en la noche.

Al iniciar el camino por el potrero, tronaba a lo lejos. Ya todos í­bamos encapotados y cubiertos hasta las orejas.
Por el potrero siempre se camina rápido, pues es solo la base del camino real. Algunos se sumbaron de las lianas de un inmenso árbol, símbolo del inicio del Parque Nacional. No faltó quien preguntara si aún faltaba mucho. Apenas comenzábamos.

Caminamos a un excelente paso, bordeando el río. Pasamos por «arenal» y fue la primera vez que lo vi convertido en riachuelo. Generalmente ahí es donde mejor se ven las huellas de mamí­feros.

Seguimos la senda y llegamos a la quebrada, primera parada corta donde aprovechamos para descansar. Ahora venía uno de los sectores más quebrados, junto con los rápidos del rí­o. Llegamos a la parte del acantilado y ¡SORPRESA! El acantilado desapareció, cedió, se lo llevó un deslave. Nos quedamos asombrados; lo que tanto habíamos conversado simplemente se hizo realidad y fue necesario reconocer el área y utilizar otra trocha.

Aprovechando el río aún quieto, caminamos una quebrada, prescindiendo del trillo y salimos a la Poza del Jaguar, donde cuentan quienes descubrieron el salto, que vieron un jaguar descansar. Ahí colocamos una línea de seguridad hasta el río y nos fuimos a bañar. Cuando el agua dulce y virgen cayó sobre mi cabeza caliente y salada del sudor, fue una completa delicia.

Al salir, fue necesario maniobrar con el río y se decidió pasar las mochilas y luego nosotros, lo más rápido posible. Una vez lista esta parte, volvimos a la selva donde el camino continúa y no entra más al río; aquí vimos huellas frescas de tapir, el mismo sitio donde siempre las vemos.

Al cabo de una hora y a punto de llegar a Cascada Solange, la lluvia se desató. Ya dos chicos habían cruzado la cascada cuando vimos cómo la misma crecía vertiginosamente. Con sumo cuidado ellos decidieron regresar antes que empeorara. En este punto decidimos esperar, era evidente que la lluvia aumentaría y lo que sobrevino continúa en mi mente centelleante al punto que la adrenalina, esa adictiva, vuelve a sentirse en el cuerpo.

A pesar de que todos estábamos en un punto lejano del río, estoy segura de que muchos excursionistas jamás habían visto algo así. Sus rostros eran pálidos y preocupados, aunque los hombres se veí­an sonrojados. Ahí fue cuando vimos pasar la cabeza de agua. La vimos pasar en el río Dos Bocas y la vimos pasar en la cascada. ¡Fue impresionante! Al constatar que definitivamente deberíamos esperar, armamos una tolda y todos nos metimos debajo de ella; una vez resguardados, el grupo se calmó. Comimos, chisteamos y hasta nos bebimos el Jagermeister que Rey había traí­do. Las botellas iniciaron su aparición y del Jagger pasamos a un vino y del vino alguien sacó un Ron Abuelo.

El caudal de la cascada bajó después de un buen rato, aunque no del todo, por lógica. Pero decidimos aprovechar y continuar. Nuestro excelente guía de selva, Rey Aguilar, junto a la ayuda de los chicos, armaron la línea de seguridad, pasaron las mochilas e iniciamos el cruce, que para algunos, incluyéndome, no fue tan fácil, pues hasta me caí de manera muy chistosa. ¡Quiero vivir! Gritaban los chicos para darse ánimos. Fue un momento de mucha adrenalina.

Una vez todos del otro lado, seguimos la trocha. José iba adelante y se topó con una pequeña Equis (Bothrops asper), que fue retirada con equipo herpetológico.

Ya faltaba poco para llegar a nuestro Campsite, pero en ésta parte es necesario utilizar la orientación y en eso, Rey es el Rey. Dejó su mochila y soga y se adelantó. Al rato regresó y nos condujo al sitio. Ya a este punto uno cree que la espalda se le va a partir. Habíamos completado los 15km de selva a pie con mochilas a cuestas.

Contentos armamos nuestras casas por las siguientes horas. Ya todos relajados, algunos bajaron a la quebrada trasera a bañarse, otros arreglaban su campamento, las lonas, hacían la comida, merodeaban el lugar, veían el río, y casi todos se acostaron temprano del cansancio que traían.

Nos fuimos a bañar a la deliciosa quebradita y vi a los northfaceianos conversando y comiendo fuera del camping bajo la lluvia como si nada, creo que se habían resignado a ella. Carlos me dijo que nunca en su vida se había mojado tanto.

Como Rey no puede vivir sin fogata se dispuso a prenderla y después de mucho rato, por la humedad contundente, teníamos fuego para hacer chorizos y bollos. De la mansión de Oswaldo, Keira y Marilyn (chicas con unas condiciones excelentes) nos ofrecieron café. ¡Jo! ¿Qué es mejor que un café en medio del monte? Creo que esa gente tenía un buffet y ni se diga de Caro y Jesus, cuando pensé que roncaban apareció Jesús con una sarta de chorizos picantes a asar. Yo comí­ de todos y hasta me guardé un tasajo en el bolsillo, literalmente.
Nos cansamos de llamar a Iris, que se durmió como a las 7pm y a Génesis, y por cierto no recuerdo haber visto más a Felix, Mayron ni al Jesús colonense. La hija (Génesis) llegó un rato a la fogata y también se fue a dormir temprano.

Dormí­ placenteramente en mi hamaca un poco mojada. La fogata aún tiraba chispas y calentaba mis pies. La temperatura bajó radicalmente y me quejé de no haber guardado mi ropa seca en diez cartuchos juntos o más.
Durante la noche llovió ricamente y aunque dormí muy bien, mis sentidos nunca descansaron. Hasta acá se escuchaban los rugidos del jaguar que roncaba dentro de una carpa.

A eso de las 6am, desperté y me quedé viendo al rí­o y hablando con Madre Tierra pero sabí­a ya que la lluvia no se amansaría. Eric llegó y me alegré de que hubiese dormido tan bien, hasta soñó. Me ofreció una manzana y mientras conversamos, un ave de las más preciosas, un Momoto Rufo (Baryphthengus martii) enorme, danzaba su péndulo en el follaje, Natura nos saludaba, con sus bichos del paraíso.

El río se amansó un rato en comparación a como había estado el día anterior. No serí­a fácil cruzar la quebrada para llegar al Salto de los Monos. Rey decidió que la mejor forma sería sobre un tronco caído, sin necesidad de tocar el río. Accedí a su idea, y a pesar de que todo el grupo por un momento se animó, la lluvia nuevamente se pronuncio e hicimos dos grupos: los que irían bajo su propio riesgo y los que se quedarían.
Rey subió con un grupo de diez personas, me aseguré de que todos cruzaran el tronco y me dirigí al otro grupo que aprovechó para descansar e ir recogiendo el equipo.

Subieron «a balazo»(muy rápido) pues no pasó más de dos horas cuando los vi cruzando el rí­o de regreso. Sus caras eran de tristeza, todos habí­an decidido decirme que no habían llegado. Por un segundo sentí un bajón de rabia y luego me confirmaron que habían llegado. Sentí­ envidia al ver ese brillo maravilloso en sus ojos y más cuando Rey nos dijo que nunca la había visto así, tan grande, tan llena de agua y tan vibrante e inmaculada. «Algo fuera de este mundo», surreal y maravilloso. Todos pedimos ver fotos. Me sentí otra vez completa cuando todos los chicos mencionaron estar conmocionados por lo descubierto. Los entendí tanto y evoqué la primera vez que vi el salto, por allá en el 2010, aquella vez que lloré al ver tanta magnificencia, solo que ahora ellos la habían visto como nunca nadie; la probable cascada escalonada más alta del país, la que su inmensidad es imposible ver desde abajo, la que los mapas cartográficos indican que su elevación es alucinante.

Powerpuffffff!

Tocó la hora de recoger e irnos. Cuando estaba en eso sentí­ de golpe un dolor intenso en el muslo derecho que me recorrió el cuerpo entero y sin pensarlo dos veces me bajé el pantalón. Repito, el dolor era intenso. Por un momento pensé que habí­a sido un alacrán, víbora, etc. Cuando Rey revisó sacó una folofa, una hormiga bala (Paraponera clavata). Lo primero que pasó por mi mente fue medicarme para sobrellevar el dolor; lo segundo fue que por suerte me había picado a mi y no a otra persona de la excursión. Creo que llevaba años sabiendo que eso podí­a suceder en cualquier momento. El área donde me picó se puso muy caliente, tomé 2 cetirizina, un diclofenaco, me puse ungüento Rigar y neobol, aún así se me hinchó, creo que casi nadie se dio cuenta de mi dolor, fue horrible. Al rato Iris me revisó y ya tení­a un hoyo. El resto del camino la pasé con el dolor y varios días después aún seguía el dolor y medicamentos para controlarlo.

De regreso al pasar por cascada Solange, tomamos un breve baño, la primera en entrar fue Heredia; sus aguas calmadas daban un espectáculo, es una joya enclavada en la selva. En el dosel rugí­an los monos aulladores, territoriales como de costumbre.

Nos guiamos por pura orientacion. Semanas antes había perdido el cobertor de mi mochila, y aunque llevaba un capote, no era suficiente. El peso era cada vez más intenso, ahora he prometido andar ultralight. Cuando tomé la senda detrás de Rey, caí precipitadamente en plena trocha y aunque estaba sin anteojos, pude ver muy de cerca una Patoca pequeña y de color muy oscuro (Porthidium nasutum) que descansaba justo en medio. Me levanté de súbito, como si alguien me halara por detrás pero lo que me haló fue el susto que quedé en pie es cuestión de milisegundos. Otra vez agradecí­ a Madre Tierra haber sido yo la de la experiencia. Seguimos la trocha y la Patoca quedó haciendo sus cosas de reptiles.

Porthidium nasutum

Al momento de pasar por el río, el único tramo que es implícitamente necesario ya que el camino no existe y es una pared de roca, utilizamos el mismo mecanismo de venida. Primero las mochilas, luego nosotros. Claro, la seguridad por delante y el anclaje de las sogas, así como la ayuda de los varones del grupo. Lo hicimos lo más rápido posible.

Tomamos la trocha y el grupo se iba rezagando, el cansancio era evidente. Paramos en algunas quebradas y en una de esas, Génesis, que también descansaba le dijo a Félix: «eso parece una culebra». José llegó y vió a lo lejos el brazo izquierdo del rí­o Dos Bocas en creciente, yo no veía nada sin anteojos y cuando me los puse advertí lo que nos esperaba.
En eso nos dimos cuenta que era una hermosa «Pajarera»(Pseustes poecilonotus) y Rey la corretió hasta alcanzarla y la trajo en sus manos. Medía aproximadamente metro y medio, un bello ejemplar de serpiente no venenosa.

Marilyn, fuerte Marilyn!

Pseustes poecilonotus

Rey, Heredia y Caro con la Pseustes poecilonotus

Apretamos camino pues el tiempo corrí­a y le dije a Rey que me esperara en el arenal, él iba con el grupo en avanzada, yo con el grupo rezagado. En el arenal nos encontramos. Las energí­as caducaban y fue ahí cuando recordé las hojas de coca que había traído Jesús. Me metí un bocado de hojas, inicié la marcha y en cuestión de minutos me potenció. La Hija ya estaba un poco asustada al no vernos, pero nos comunicamos con los silbatos y al llegar al arenal descansamos un buen rato y aprovechamos para comer. Ya faltaba poco para salir de la selva.

Avanzamos en candela y salimos al potrero, a buen recaudo. Lo que faltaba ya era muy poco. Al ver lo dejado siempre me emociona ver la Sierra Llorona a lo lejos y comprobar lo caminado no obstante sabía que hasta ahí llegaríamos, solo era cuestión de minutos llegar a un río imposible de cruzar.

Y cuando llegué, ya Feliz había cruzado, cosa que no íbamos a permitir que hiciera más nadie. Él tiene entrenamiento militar. Al cabo de un rato y al ver la situación, decidimos emprender la marcha a crear trocha para salir por el lado noroeste del río, una opción que habíamos visto desde hace años pero que por falta de tiempo no habí­amos podido completar.

Rey abría la imposible trocha en una selva tupida en bejucos y ya se hacía de noche. Decidimos que era mejor esperar a que el río bajara, daba lo mismo abrir la trocha o esperar.

Pero teníamos un comodín. Al regresar al punto del río aparecieron dos niños en caballos que se ofrecieron a llevarnos las mochilas y así se llevaron dos, pero ellos cruzaban el río siempre, nosotros no. Además los caballos no llevaban silla, así que ni pensarlo. Ya José y Rey habían colocado una línea para cuando el río bajara. En eso, de la trocha que habíamos estudiado hacer, aparecieron dos señores en nuestra búsqueda. Nuestro comodín había funcionado: el conductor del autobús los había enviado para guiarnos por la trocha perdida y vieja. Lo más impresionante fue que uno de los señores dijo: «Por aquí han venido los muchachos de Enlodados». Un alivio me recorrió el cuerpo y sé que a todos pues nos habíamos resignado a esperar. Un río crecido Jamás se debe cruzar, así sea que llegues tres días después a tu casa, no lo intentes. Solo son necesarios segundos para que te arrastre y mucho menos si sobrepasa tus rodillas, No lo hagas.

Nos tomó hora y media salir de la trocha. Agradezco enormemente a Eric que me ayudó con mi carga, ya que los niños se habían llevado su mochila. Y aunque en su momento le dijimos a la «La hija» que se callara por el revuelo en media selva, hija, te agradezco enormemente tu ánimo en todo momento, tus risas contagiosas siempre son alimento para un alma cansada y asustada.

Cuando escuchamos perros ladrar, recordé aquella frase que adjudican a Don Quijote: «Los perros ladran, Sancho, señal de que avanzamos». Vimos los faroles de la calle, el puente sobre el Guanche. Habí­amos salido.

Prácticamente corrimos hacia el Restaurante, llenos de júbilo y emoción. Con la piel caliente y exacerbada de lo que acabamos de vivir: una experiencia sin igual en medio de la selva, esa que nos permitió continuar en todo momento, bajo sus condiciones, bajo sus reglas.

Pero aquí no termina el cuento. Cuando nos dispusimos a comer y asear, los señores me comentan que los niños habían dejado las dos mochilas del otro lado del río. Ahora me río. En ese momento pensé que la aventura nunca terminaría. Los señores se ofrecieron a buscar las mochilas mientras comíamos y al cabo de un rato venían de regreso no solo con las mochilas, si no con la cuerda que los chicos habían puesto y que ya dábamos por perdida. Por supuesto que estos dos valientes señores se llevaron su recompensa.

A una semana de la expedición, sigo en la selva. El lunes pasado aún mis sentidos estaban alertas en casa. Las picadas me recuerdan lo vivido.

Sé que para cada uno la experiencia fue insólita y que recordarán aquellos días cada vez que vean un río y contarán lo vivido a familiares, amigos, hijos y nietos. Algunos repetirán en verano y estoy segura de que lo están esperando. Agradecemos a cada persona que participó de esta aventura y queremos que sepan que ustedes son un gran grupo. Gente con agallas pues estamos seguros de que cualquier otra persona quizás se hubiese sentado en media selva a llorar.

A todos, gracias por su fortaleza.

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6 Comments

  1. Felix on julio 17, 2017 6:43 pm

    Inolvidable me recordó mi niñez así de salvaje, libre y natural que felicidad. Gracias por todo estaba muy feliz Panamá es bellísima

  2. Irving Bennett on julio 18, 2017 4:16 pm

    ¡Excelente Mariel! Uno de estos días me gustaría hacer ese viaje. Yo he estado en la cabecera del Guanche, arriba de Cerro Bruja. También hay un chorro inmenso apenas uno baja a la paila que forma Cerro Bruja en el nacimiento de ese río.

  3. JOSÉ Jiménez on julio 18, 2017 5:30 pm

    Me reviviste cada parada, cascada y trocha q realizamos hace muchísimos años cuando explorabamos cada palmo de ese salvaje pedacito de selva hasta q descubrimos muchas cascadas y finalmente el Salto de los Monos.

  4. Enlodados.com on julio 18, 2017 6:23 pm

    Pues gracias a usted, conozco ese sitio. Y a Moisés por supuesto. Un abrazo enorme y muchas gracias por su comentario.

  5. Enlodados.com on julio 18, 2017 6:24 pm

    Excelente dato, hemos visto en el mapa que hay mucho más en el sitio y sobrevolando el área hemos visto como 4 cascadas. Ojalá se anime a conocer Salto de los Monos. Nosotros nos animaremos a hacer Cerro Bruja. Muchísimas gracias por leerme y por su comentario.

  6. Enlodados.com on julio 18, 2017 6:25 pm

    Gracias a ti por todo Felix, me alegra mucho tu comentario. Aún nos queda mucho por descubrir y disfrutar!

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