Se llamaba “El Arraijancito”, y los recuerdos que quedan prefiero mantenerlos intactos, pues los intereses de algunos seres humanos ha ido empañando lo que quedaba de él.
Y hablo como si fuese un ente, porque en él aprendàa amar los cuerpos de agua, en él entendà el poder de la Naturaleza y vivàla magia en cada esquina.
Era una niñita cuando de mi pueblo salÃÂamos en la parte trasera de los pickups a darnos un baño al Arraijancito, eso pasaba cada fin de semana. Algunas de las veces mi familia iba tan emocionada que cargaban una enorme paila, llevaban un saco de arroz y el rÃÂo proveÃa las sardinas.
En aquel rÃÂo conocÃÂ a los militares del ARMY que practicaban en los alrededores. Mas no puedo olvidar aquel puente rodeado por helechos y musgos, por el cual solo pasaban los jeep de los gringos. Si acaso unos 2 en todo el rato que nos pasamos en el rÃo.
De aguas claras, mis primos y yo aprendimos a nadar. No faltó quien casi se ahogara por pendejadas de chiquillo, esas donde se acerca el lobo en broma hasta que cuando llega nadie hace caso.
Un dÃa, el camión de abastos de mi tÃo se trabó en la loma, estuvimos largo rato esperando a ver si lograba sacarlo, pero fue imposible; y si no fuese por unos militares puertoriqueños que andaban cerca de ahàen un bunker, que halaron el camión con un jeep harto en lodo, hubiésemos tenido que regresar a pie.
Para mi ver a esa gente era cosa de otro mundo, yo querÃa ser como ellos, que aparecÃÂan y los veÃamos cuando ya estaban cerquita; y andar en el monte vestida militar cargando armas…
