
Decidimos irnos en búsqueda de los “Algarrobos”, un charco del cual todo el pueblo de Chicá se enorgullece.
Chicá se encuentra en la provincia de Panamá, distrito de Chame, cerca del Parque Nacional Altos de Campana, por el cual entramos. Nos fuimos directo al mirador de Los Mandarinos, en el poblado, el cual queda después de pasar la escuela pública del lugar.
A eso de las 7 a.m. ya estábamos allí, y nos recibieron dos hermosos tucanes que jugaban volando sobre los árboles, haciendo paradas sobre algunas ramas. Una ardilla blanca nos confundió al hacernos pensar que era un mono; unas eufonías coroniamarillas buscaban entre unas ramas pedazos para hacer su nido; una reinita amarilla se burlaba de nosotros desde el árbol de mandarinas. De repente, una elenia penachuda se posó justo sobre nuestras cabezas esperando ser fotografiada, mientras un gavilán de ojos rojos descansó en una rama del árbol de enfrente por bastante tiempo.

Parecía como si el tiempo se hubiese detenido en ese instante, y los animales desearan saludarnos sin miedo. Le alquilamos los binoculares al señor de Los Mandarinos y vimos el Cerro Negro, el Cerro Picacho, Buena Vista de Chame, Bejuco, Altos del María, la Finca de Orquídeas Loma Linda, y también una curiosa casita que parecía tener una hortaliza al frente.

Vimos un puente rural y un señor nos dijo que era por ahí, y agregó que solo eran 15 minutos caminando hasta Los Algarrobos. Iniciamos la caminata sin nada de equipo, pues no estaba en nuestros planes enlodarnos.
Y caminamos más de 15 minutos a buen paso. Vimos algún caballo, alguna ardilla, y seguimos caminando hasta llegar a un punto donde el camino se dividía. Karla y Max caminarían por la derecha, Leo y yo por la izquierda, y si veíamos el río, gritábamos para avisar. ¡Vaya modo!
Al entrar por nuestro camino, Leo y yo vimos de cerca la casa que ya habíamos observado llena de hortalizas desde el mirador. De repente, pasó un señor con dos caballos y nos dijo que estábamos a punto de llegar a Buena Vista—habíamos caminado mucho. También nos informó que Los Algarrobos estaba en el otro camino. Así que caminamos de vuelta, y justo venía Max a buscarnos, pues había encontrado el río… que en realidad era un charquito poco profundo, en el que nos dimos un baño pensando que eran Los Algarrobos.
Un rato después, pasó otro señor en su caballo y nos dijo que Los Algarrobos estaba cerca de allí, que nos daríamos cuenta al verlo. Entonces, decidimos caminar un poco más.

Íbamos todos mojados sobre las piedras y, de repente, una serpiente pequeña me pasó entre las piernas. Nos asustamos, y más yo—lo admito—pues la serpiente prácticamente me rozó.
Con algo de miedo seguimos caminando, y empezamos a oír agua cayendo. De pronto, el camino se terminó y apareció una hermosa caída de agua: una charca visiblemente profunda que invitaba al esparcimiento. Sin pensarlo mucho, mandamos a Karla adelante a probar la profundidad… ¡y estaba honda, oh sí! El agua era fresca, verdosa… pero hicimos tanta revoltura que la dejamos color chocolate. El chorro era de unos tres metros, y hasta allá fuimos a darnos unos buenos masajes naturales.


Más tarde llegaron unos lugareños e hicieron tremendos clavados en el charco. Unos niños aprendían a nadar y nos contaron sus aventuras; debe ser muy divertido vivir en un lugar como Chicá.
De regreso vimos un centenar de sapitos negros saltando de un lado a otro, huyendo de nosotros. Parecían haber pasado recién una etapa de su metamorfosis. También nos topamos con chinches rojos y un “meracho” (Basiliscus basiliscus).


Este es solo uno más de esos lugares que ni siquiera imaginamos que existen, especialmente para los capitalinos. Es hermoso ver cómo los lugareños de Chicá se preocupan por sus ríos y quebradas, sin miedo a invitarnos a ellos, confiando en nuestro sentido de responsabilidad con el medio ambiente. Tantas especies en un solo día es mágico verlas en su estado silvestre, pero ellas mismas saben cuándo no recibirán ningún daño y salen a mostrarnos sus virtudes.