Se llamaba “El Arraijancito”, y los recuerdos que quedan prefiero mantenerlos intactos, pues los intereses de algunos seres humanos ha ido empañando lo que quedaba de él.
Y hablo como si fuese un ente, porque en él aprendàa amar los cuerpos de agua, en él entendà el poder de la Naturaleza y vivàla magia en cada esquina.
Era una niñita cuando de mi pueblo salÃÂamos en la parte trasera de los pickups a darnos un baño al Arraijancito, eso pasaba cada fin de semana. Algunas de las veces mi familia iba tan emocionada que cargaban una enorme paila, llevaban un saco de arroz y el rÃÂo proveÃa las sardinas.
En aquel rÃÂo conocÃÂ a los militares del ARMY que practicaban en los alrededores. Mas no puedo olvidar aquel puente rodeado por helechos y musgos, por el cual solo pasaban los jeep de los gringos. Si acaso unos 2 en todo el rato que nos pasamos en el rÃo.
De aguas claras, mis primos y yo aprendimos a nadar. No faltó quien casi se ahogara por pendejadas de chiquillo, esas donde se acerca el lobo en broma hasta que cuando llega nadie hace caso.
Un dÃa, el camión de abastos de mi tÃo se trabó en la loma, estuvimos largo rato esperando a ver si lograba sacarlo, pero fue imposible; y si no fuese por unos militares puertoriqueños que andaban cerca de ahàen un bunker, que halaron el camión con un jeep harto en lodo, hubiésemos tenido que regresar a pie.
Para mi ver a esa gente era cosa de otro mundo, yo querÃa ser como ellos, que aparecÃÂan y los veÃamos cuando ya estaban cerquita; y andar en el monte vestida militar cargando armas…

Pero la magia desapareció y con ella, su hermoso rÃÂo.
Un mal dÃÂa mi abuelo dijo que no irÃamos más; en el pueblo de Arraiján habÃan rumores de que ya varias personas les habÃa explotado minas antipersonales en los alrededores del rÃo, costando piernas y brazos.
Y lo cierto es que no era raro sentir bombas a lo lejos explotar, asà como pequeños temblores que venÃan luego de un sonido de explosión tremenda. Era algo que realmente asustaba pero que con el tiempo nos acostumbramos.
Y asàpasaron largos años, que yendo hacia la escuela en el transporte público me quedaba viendo hacia esa área, y era común ver, desde el bus, ñeques y venados.
Sin duda alguna, quien haya nacido aquàde hace 90 años hacia acá, creció comiendo carne “de monte”. Pero poco a poco y gracias también a la caza indiscriminada, los animales fueron desapareciendo.
Antes de 1999 las áreas de acceso al RÃo Arraijancito eran propiedad de los Estados Unidos de América y luego de la reversión del Canal de Panamá, las Ãreas pasaron a ser propiedad del estado panameño. Mientras pertenecÃan a EUA pudimos acceder pues casi toda la familia trabajaba para ellos. El abuelo era jefe de finca, se encargaba de sembrar, podar, limpiar las áreas verdes y los charcos. Mi tÃÂo Miguel manejaba la draga, mi tÃo “Boca” manejaba el remolcador, mi padre era pasa barcos, etc; nosotros crecimos casi siendo zonian, podÃÂamos acceder a las áreas sin problema, pero esto cambió con la reversión de la áreas al ARI (Unidad administrativa de bienes revertidos).
Y la verdad, con eso fue peor. Las aceras de la carretera se empezaron a llenar de paja canalera, (Saccharum spontaneum) que ha ido colonizando cada espacio de tierra que no tenga sombra, una verdadera plaga.
Cuenta mi madre de los caminos que debÃan tomar antes de que existiera la carretera Interamericana, para ir a la ciudad de Panamá lo hacÃan muy poco y por medio de caballo, atravesando largos caminos y caserÃos indÃgenas; al llegar al canal, amarraban los caballos y tomaban el ferry para cruzar.
Un bosque primario protegido por ser cuenca de nuestro preciado canal, ha desaparecido. Miles de árboles de gran tamaño desaparecieron. Su madera fue vendida, explotada, prostituida y nadie sabe con qué fin. Decenas de camiones volquetes trabajan en este momento transportando madera, van y vienen sin detenerse durante toda la noche. ¿A donde se ha ido mi bosque?
Todo Arraiján sufrió la muerte de su hermosa espesura y algunos lloramos cuando desde la carretera vimos en nuestra cara cómo los hombres tumbaron enormes templos del bosque, que ni con sierra podÃan, de lo monumentales que eran y utilizaron maquinaria pesada para empujar.
Entendemos que el progreso está aquÃÂ, que han sido años de tráfico pesado en las horas pico pero quizás habÃan maneras menos dañinas. Si tan solo se hiciera un real manejo de rescate de fauna no hubiésemos tenido que lamentarnos por la muerte de animales, entre esos felinos saludables que habitaban el Bosque Protector de Arraiján, único ecosistema que conocÃan.
Una señora en el bus veÃa la escena y decÃa: “Jo! cómo le cayera encima”
Y a aquel RÃo de mi vida, más nunca pude regresar.