Necesito recordar con detalles. ¿Cuántas veces he escrito sobre este sitio? Cada vez es diferente.
Días antes me traumé con una canción de Carla Morrison que se llama “Disfruto” y lo único que me venía a la cabeza era el Salto de los Monos. Tenemos tanto que conservar…
Caminando noté que a veces pasamos desapercibido los grandes árboles, pero dos franceses me hicieron prestar más atención a los colosos del bosque, los Ceiba pentandra que hay por el camino, algunas veces con sus raíces tubulares más altas que nosotros.



Acampamos en el llano, cerca de un bonito árbol y al cuidado de las vacas.
Temprano, avanzamos. Los monos aulladores advertían de nuestra presencia. Pasamos el río y los rostros felices vieron el árbol más grande del potrero, un Ceiba de quizá 500 años con unas lianas que permiten al excursionista divertirse.
El amanecer nos dio los buenos días con suaves rayos de luz deslizándose sobre el río, como un saludo cálido de la selva. Avanzamos por la senda hacia la Poza del Jaguar, bien provistos de electrolitos, sabiendo que la selva —ese vibrante y húmedo ecosistema— exige respeto, preparación y escucha atenta.
La Poza del Jaguar, como siempre, fue un oasis en medio del calor: aguas frescas y cristalinas abrazadas por la espesura verde. Retomamos el camino, cruzando trochas apenas visibles, árboles caídos y huellas de animales que nos recordaban que estábamos en su hogar.
Finalmente, llegamos a la cascada Solange, un rincón encantado que lleva el nombre de una extranjera que, siendo la mayor del grupo en una antigua expedición, lideró la marcha con paso firme. Al llegar al agua, entonó una melodía en francés, y su canto se mezcló con el rumor del agua, creando un momento tan místico que quienes lo presenciaron decidieron nombrar la cascada en su honor. Desde entonces, Solange no es solo un nombre, sino una historia cantada por la brisa y el agua.

Dicho sea de paso, antes de llegar a Solange, en el Guanche se forma un “surra surra”, un tobogán natural cuya cascada no tenía nombre. El señor Domingo me preguntó cómo se llamaba y, al confirmar que no tenía nombre conocido, propuso que la llamáramos “Cascada Domingo”. Así que ya lo saben.
Me parece un gesto acertado, ya que el señor Domingo es colonense, trabaja en la ACP con afluentes y cuencas hidrográficas, y representa ese vínculo profundo entre la gente del lugar y su entorno. Además, es un verdadero guerrero: en un sendero que agota hasta al excursionista más experimentado, él llegó hasta El Salto… y regresó. Vale destacar que no todos logran alcanzar ese punto.

Aquí hay una infinidad de plantas. Para alguien que las ama, como yo, cada rincón es un festín visual. En esta ocasión vi peperomias, las comunes monsteras, los curiosos “pene de chombo”, heliconias exóticas, episcias pecioladas y violetas tan oscuras que rozaban el negro, además de diversas calatheas.
No tuvimos suerte con la fauna esta vez, aunque encontramos huellas de tapir y nutria, además de excrementos de pequeños felinos. Vimos también un par de borrigueros (Ameiva festiva) y las adoradas Ranas dardo (Dendrobates auratus) en su morfo verde.
Al llegar al campamento, limpiamos el área, reubicamos con respeto a un alacrán, y armamos el refugio. Decidimos bajar solo al Verde Esmeralda, cuyo caudal estaba muy fuerte e imposible de nadar. Aunque el río estaba claro y en su cauce, la corriente era peligrosa. Subir al salto estaba fuera de discusión, y varios exploradores lo agradecieron: el cansancio ya pesaba.
Pasamos una tarde amena entre chorizos, bollos y café; algunos prepararon pasta y sopa.
Aprovechamos para explicar la importancia de una fogata en la selva y cómo hacerla en condiciones extremas: lluvia, humedad persistente y un entorno tan denso como la Sierra Llorona de Portobelo.
La fogata es más que calor. Es alma. Nos conecta con nuestros orígenes, nos reconforta, nos da confianza. Las antiguas reuniones en torno al fuego fueron, quizás, el primer escenario de la evolución social.
Además de permitir cocinar o espantar depredadores, el fuego es ese núcleo que da paso a la conversación, al descanso, al aprendizaje… cuando el día se apaga.



Cayó la noche y el campamento enmudeció. Asomé la cabeza varias veces durante la madrugada; la luna, en su cuarto creciente, se mostraba majestuosa, acariciando el dosel de la selva con su luz plateada. Una llovizna leve nos visitó al amanecer, y supe entonces que el río estaría en su punto perfecto.
Desayunamos con energía y emprendimos el corto pero exigente ascenso al Salto de los Monos, la cascada más alta de Colón y una de las más imponentes del país. Siempre es emocionante llegar allí. Hay algo casi místico en ver al excursionista rendirse al momento: nadar, escalar, gritar… lo único que importa es estar presente. Disfrutar como te sea más cómodo, porque quizás regreses… o quizás no.
De regreso, decidimos visitar nuevamente el Verde Esmeralda. Esta vez nos recibió en calma, con su profundidad envolvente y agua clara como cristal.
Recogimos todo con esmero, dejando el sitio tal como lo encontramos: intacto, como si nadie hubiese estado allí. Aprovechamos el tiempo con precisión y nos dimos un último chapuzón antes de iniciar el retorno.
Al llegar al Dos Bocas, notamos que una crecida venía del otro lado. Sin dudarlo, activamos el Plan B: avanzar rápido en las bajadas, cruzar los planos hasta alcanzar los llanos y evitar cualquier cruce riesgoso. El cansancio comenzaba a notarse. Hubo intercambio de mochilas, gestos de caballerosidad, incluso cambio de calzado entre compañeros.
Lo que no todos sabían, era que afuera nos esperaban los caballos, listos para aliviarnos la última hora de caminata… sin peso en la espalda.
Conversamos con los locales; confirmaron que el río, aunque turbio, se mantenía en su cauce. Así lo cruzamos, con calma y confianza.
Y al salir… una cena deliciosa nos aguardaba, junto a esas cervezas que, aunque no lo admitamos, siempre nos hacen caminar un poco más rápido solo de pensar en ellas.








Agradecemos de corazón a cada excursionista que nos acompañó a caminar la Sierra Llorona de Portobelo. No olvidamos a nadie que ha recorrido esta senda, valoramos su preparación, inversión y determinación en cada paso.
Confiamos en que el buen juicio de quienes emprenden la difícil marcha hasta el Salto de los Monos refleje su amor por los bosques vírgenes y la comprensión de su vital importancia en el ecosistema, un espacio donde solo debe estar la admiración por su belleza.
Las fotografías son propiedad de Enlodados.com, Daniel Molinar, Domingo Molinar, Sorhay Bambu y Rey Aguilar.