Enlodados.com

Senderismo y Turismo Rural en Panama

Escrito de Luisita Aguilera P.

En las tierras feraces y montuosas del Darién, Famosas por sus ricas minas de oro, por su lagunas en donde habían espíritus malignos; por sus bosques inmensos de preciosas maderas, llenos de aves de multicolor plumaje y de animales de todas las especies; por sus selvas y sus ríos correntosos y profundos, poblados por seres fantásticos que se ocultan ya en un ave de exótica apariencia, ya en una flor de brillantes matices, ora en una mariposa de irisados colores, vivía en tiempos así perdidos en la memoria de la gente, un anciano y sabio Nele a quien el dios sol amaba mucho por sus puras costumbres y las buenas obras que diariamente hacía en el ejercicio de su ministerio.

Deseaba el sol hacerle un regalo, pero quería que fuera algo que agradara realmente a quien le rendía un culto tan devoto y reverente.

  • ¿Qué cosa deseas más en esta vida?, díjole una tarde en que, según su costumbre, el Nele hacíale un sacrificio.

Todo cuanto pidas te lo concederé.

Grande es tu poder, ¡Oh Sol!, contentó aquel, mas soy indigno de tus favores.

  • Tu humildad me place. Dime lo que deseas.

De momento el Nele nada supo contestar. – Dame tiempo para reflexionar, imploró.

Asintió e sol, y el Nele se puso a pensar en lo que solicitaría. Si pido algo para mí, se dijo, es perder el presente divino. Muchos inviernos pesan sobre mi cuerpo, y son ya muy pocas las lunas que me restan en la tierra Es mejor que otro tenga lo que mi edad y mis achaques no me permitirían gozar. Más debo escoger bien a la persona para quien debe ser el obsequio. Si se lo otorgo a uno solo, siguió pensando, los demás de la tribu lo envidiarán; el celestial regalo será motivo de riñas y discordias. ¿Cómo he de hacer para que todos queden satisfechos? Tal vez lo mejor sería solicitar algo que hombres y mujeres por igual y al mismo al tiempo puedan complacerse. Pero ¿qué podrá ser aquello?

leye

Pensando y pensando, llegó a su mente una idea que le pareció de maravillas. Preguntaré a la divinidad, musitó, si el regalo que desea ofrecerme puedo solicitarlo para la tribu.

Esperó pues, a que el sol le hiciera un nuevo requerimiento. Estaba impaciente, pero prefería aguardar, antes que por precipitado que fuera a perder la benevolencia del dios.

  • ¿Cualquier cosa que pida me la concederás?
  • Así es, ya te lo he dicho. Haz tu petición.
  • Y si solicitara para otros el favor que te has dignado concederme, ¿aceptarías?
  • Deseaba que fueras tú el agraciado. Tus virtudes te hacen digno de mis dones. Más, quiero complacerte y no me negaré a tu demanda. ¿Qué deseas y para quien lo quieres?
  • Te ruego des a mi tribu un hijo tuyo por cacique.
  • No es cosa pequeña lo que me solicitas, dijo sonriendo el sol. Pero no te aflijas, continuó al ver un gesto de confusión en la cara del Nele, porque no has de quedar defraudado. Pregunta a los tuyos si están acordes con lo que tú has pedido para ellos.
  • Lo haré así.

El Nele planteó la cuestión ante la tribu. Tal como lo esperaba, sus palabras causaron jubiloso asombro. Hombres y mujeres aceptaron como manifiesto placer tan señalada gracia de la divinidad. Tener por jefe a un hijo de su dios era algo que nunca se habían atrevido a soñar.

  • Ve presto, dijeron al nele, dile al sol nuestro sentir, no sea que vaya a arrepentirse.
  • Orad y ayunad por tres días, contestó el anciano. Las ofrendas y las súplicas son gratas a la divinidad.

Obedecieron los indios, y por espacio de tres días, preces y más preces se elevaron en todo el poblado para solicitar del sol el cumplimiento de la promesa. En la mañana del último día, cuando toda la tribu dirigía sus plegarias al astro matutino, el cielo de azul purísimo se abrió y torrentes de luz deslumbradora se escaparon a la tierra. Envueltos en esos claros resplandores, los ojos llenos de maravillada sorpresa de los oradores del sol, vieron bajar a un niño hermosísimo de dos años de edad, blanco y rubio. Le acompañaba una niñita algo mayor, pero también preciosa. Al son de una maraca de oro cantaban tan suave y dulcemente, que aun el más rudo guerrero se sentía conmovido hasta el fondo de su alma. La gente arrobada cayó de rodillas y dio gracias al padre sol por su presente.

Fotografía de Robert O. Marsh

Y en tierra, los celestes viajeros fueron conducidos a un bello palacio para ellos destinado, y todos los indios se apresuraron a brindarles cuanto pudiese contribuir a su comodidad y bienestar.

Allí en ese palacio fue creciendo con todo cuidado y regalo la infantil pareja, que, como seres de origen divino, tenían sus particulares distintivos. Jamás comían como los mortales en la forma ordinaria y corriente de masticar y tragar. Les bastaba oler los manjares que les presentaban para dejarlos sin jugo. Y a la hora del aseo, de los bañados y limpios cuerpos salían unos granos y canutillos del oro más fino, iguales a los que se desprendían de la sedosa cabellera cuando se les peinaba.

Fotografía de Robert O. Marsh

Pasaron los años. El pequeño infante se hizo un esbelto y fuerte doncel amado y reverenciado por la tribu, y la niñita, su compañera, una primorosa doncella lindísima y gentil. La pareja se amaba ardientemente. El amor infantil de los primeros tiempos, se había convertido en una pasión arrolladora que no quería saber de esperas. Pronto resonaron por todo el territorio el eco de las flautas y de las ocarinas; de los cantos y de los gritos gozosos que celebraban las alegres nupcias de los hijos del sol. Pero los días se fueron, y en su marcha se llevaron hecho jirones el ardiente amor de un ayer.

Fue el varón el primero que dio muestras de su hastío. Le tentaban los cobrizos rostros, la negra cabellera, los donosos cuerpos de sus vasallas. Ofreciéndose en ocasiones, casó con estas hijas de terrestres.

La esposa desdeñada no sintió el desvío. Cansada quizá de su compañero, también había buscado nuevas emociones. Olvidada de aquel, había encontrado grato refugio en los brazos robustos de un apuesto mozo de la tribu.

La conducta liviana de sus hijos desagradó al sol.

  • Que mi cólera caiga sobre vosotros les dijo indignado. Han renegado de su estirpe uniéndose a los mortales; como ellos quedarán. Los atributos divinos que les di, perderán su eficacia. Quedareis sujetos a las mismas contingencias de los hombres.

En vano los culpables suplicaron y lloraron, y con ellos la tribu entera, el sol permaneció inexorable.

Ambos jóvenes bajaron la cabeza y se sometieron al fallo justiciero. Continuaron la vida que llevaban, y de sus uniones con los mortales resultaron varios hijos. No heredaron éstos, los celestes distintivos, pero fueron el tronco de la raza cuna, superior por tal concepto a todas las demás. De los hijos tenidos cuando estos descendientes del sol aun se amaban vienen los albinos. Con sus ojos azules que no resisten la luz, con su tez alba y su cabello rubio blanco, se distinguen entre todos los cunas como nietos verdaderos del dios sol.

One Comment

  1. Orlando on mayo 14, 2015 3:50 pm

    Muy interesante leyenda, encontré esto en internet que va bastante acorde a la layenda que ustedes han posteado, gracias por publicar costumbres que hemos ido perdiendo, Saludos chicos enlodados:
    LA TRIBU DE LOS INDIOS RUBIOS DEL DARIEN
    Por: Felipe Argote

    Cuando el aventurero norteamericano Richard O. Marsh viajó a la selva del Darién a principio del siglo XX auspiciado por el Smithsonian, el museo de historia natural de la Universidad de Rochester y la Inteligencia militar del US Army nunca pensó que se iba a topar cara a cara en medio de la selva con indios de piel blanca, cabello rubios y ojos claros. Cuando regresó a Nueva York con la insólita noticia que había descubierto una tribu de indios rubios se convirtió en el hazmerreir de los medios de comunicación, en especial de la prensa sensacionalista. Algunos ya aseguraban que se trataba de descendientes de piratas ingleses que habían encallado en las costas del atlántico y que habían sobrevivido por siglos perdidos en la selva defendiéndose de los indígenas y escondiéndose de los españoles que hubieran atentado contra sus vidas. Otros tan solo afirmaban que Marsh había sido víctima de algunas plantas sicotrópicas que le habían hecho ver visiones. Otros, en vista de su personalidad controversial afirmaban que el aventurero había inventado la historia en medio de sus ansias de notoriedad, ya que afirmaba que se trataba de una colonia perdida de vikingos de Groenlandia.

    Pero Richard O Marsh no estaba dispuesto a pasar a la historia como un charlatán. Así que luego de reunir suficientes recursos zarpó hacia Panamá y de ahí al Darién en busca de las pruebas de la existencia de la mítica tribu de indios rubios del Darién. El resultado de su viaje fue mejor de lo que esperaba. En 1924 regresó a Nueva York. Esta vez no iba solo, lo acompañaban tres indios de baja estatura con todas las características de los indios del Darién, pero con una gran peculiaridad… eran rubios, de ojos claros y piel blanca. Eran la prueba viviente: los indios rubios del Darién.

    Contrario a lo que creía Marsh, los indios blancos del Darién no son una raza diferente, son parte de los gunas que por una evolución genética especial, nacen albinos en una proporción de 1 por cada 144 nacimientos, siendo con esto la mayor proporción de nacimientos de albinos en el mundo. En Estados Unidos, por ejemplo, nace un albino por cada 17,000 habitantes. Son llamados los hijos de la luna por los propios gunas, quienes según la tradición afirman que nacen rubios porque su madre durante la gestación siente una atracción irrefrenable por ver la luna, y porque mientras durante el día su débiles ojos no le permiten ver con claridad, en la noches de luna son los que poseen una visión más aguda.

    Pero muchísimo antes que Marsh, tan lejos en el tiempo como 1699, el Dr. Lionel Wafer, un pirata y doctor inglés, en su libro “A New Voyage and Description of the Isthmus of America” describió a los indios blancos del Darién y establece la proporción entre los gunas de 1 por cada 200 habitantes.

    Los tres albinos gunas que llevó Marsh a Nueva York fueron motivo de estudio por diversos especialistas, pero fue el genetista Dr. Reginald G. Harris del Cold Spring Harbor Laboratory de investigación genética el que luego de ver a los indios cautivos se motivó a viajar a Guna Yala para profundizar los estudios de esta rara anomalía congénita. Esta fue la descripción desarrollada por el Dr Harris:“Su piel es de ese blanco que tiene la gente rubia entre los europeos, con un tamiz de cutis azuloso o sanguíneo, ni es tampoco su cutis como el de nuestras gentes pálidas, sino más bien un blanco leche. Ellos no son tan altos como los cobrizos. Sus parpados se cierran y se abren en forma oblonga, dirigiéndose hacia abajo en los extremos, formando un arco o figura de media luna con las puntas hacia abajo. De aquí y del hecho de ver de manera tan clara en una noche de luna y llamarlos –ojos de la luna- pues ellos no ven muy bien en pleno sol ya que cierran los ojos como si fueran miopes, sin embargo durante la noche su visión es pura, clara y alerta. No les molesta para nada”

    La swástica en la bandera guna es muy antigua. Representa el
    pulpo que creó el mundo y sus tentáculos que apuntan a a los
    cuatro puntos cardinales.
    El informe Harris despejó las dudas de la supuesta existencia de una tribu de indios blancos desarrollada por el aventurero Richard O Marsh. Este norteamericano salió del área de Guna Yala escoltado por el ejército norteamericano luego de intentar montarse sobre un legítimo movimiento revolucionario kuna. Este levantamiento proclamó la República Tule en 1925 debido a la presión del gobierno panameño de querer obligarlos por ley a convertirse al cristianismo y prohibirles la utilización de sus vestimentas tradicionales, su religión y toda su cultura. Richard Marsh aprovechó el movimiento proponiéndoles que solicitaran ser un protectorado de los Estados Unidos por lo que luego de firmarse el acuerdo de paz entre los gunas y el gobierno panameño el aventurero Marsh salió del área protegido por el ejército norteamericano hacia su país de origen.

Deja tu Comentario