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Emberá Drúa, una experiencia enriquecedora, en media selva panameña. P. N. Chagres

A pocos kilómetros de la ciudad de Panamá, se oculta una joya viva de nuestra etnografía cultural: las comunidades Emberá del Río Chagres.

Esta vez visitamos Emberá Drúa, la más alejada de todas. La escogimos por la belleza profunda del Alto Chagres. Para nosotros, mientras más remoto, más auténtico. Cada encuentro con estas comunidades es un abrazo a nuestras raíces y a la sabiduría ancestral que aún late con fuerza en la selva panameña.

La rutina inicia abordando una piragua o cayuco, cada quien con sus respectivos salvavidas, indispensable en este tipo de viajes. Para casi todos nuestros viajeros, sería su primera vez en este tipo de transporte acuático, tan común para la etnia Emberá ya que su vida se desenvuelve en torno a los ríos, utilizan la piragua, canoa que construyen con madera de espavé, cedro, cedro espino, y pino amarillo.

Los Emberá del Chagres llevan años dedicándose al turismo sostenible, consolidándose como un tesoro cultural vivo en el corazón de Panamá.

La travesía comienza al abordar la piragua, guiada por dos expertos: un motorista y un guía Emberá que, desde la proa, mide la profundidad y marca el rumbo. Desde ese momento, se desata una aventura llena de dicha y asombro.

En el puerto, los Emberá nos reciben con su vestimenta tradicional: algunos con faldas de chaquiras, otros con taparrabos, preservando con orgullo la herencia de sus ancestros.

Durante el recorrido, no hay viajero que no admire la destreza con que maniobran la embarcación. Cuerpos firmes, curtidos por el río y el sol, encarnan generaciones de conocimiento que fluyen con el agua y el viento.

Cascada Quebrada Bonita

Al poco tiempo, llegamos a la orilla del río y, tras cruzar un bosque primario de galería, alcanzamos la hermosa cascada escalonada conocida como Quebrada Bonita, un rincón perfecto para refrescarse en medio de la selva.

De regreso en la piragua, divisamos la playa que se forma a orillas del majestuoso río Chagres, llamado “el río de los Lagartos” por Cristóbal Colón en 1502, debido a los cocodrilos que encontró en sus aguas.

Al ver estos paisajes, lo único que deseo es sumergirme, dejarme llevar por el río… pero toca guiar y compartir la magia con quienes descubren este lugar por primera vez.

Subimos rumbo a la comunidad Emberá Drúa, donde nos reciben con cantos, sonrisas y manos cálidas que celebran nuestra llegada con auténtico orgullo ancestral.

Cuando se creó el Parque Nacional Chagres en 1985, los Emberá ya llevaban una década asentados en el área conocida como “2:60” en los antiguos mapas del Canal. La nueva normativa ambiental los obligó a transformar su estilo de vida: se restringió el uso agrícola para comercio, permitiendo solo cultivos de subsistencia.

Así nació una transformación profunda: dejaron atrás la agricultura comercial y abrazaron la artesanía como medio de vida. Hoy, sus delicadas creaciones son el alma de la comunidad. El visitante que llega siempre lamenta no haber traído más efectivo para llevarse un pedazo de esta cultura viva.

¿Cómo se adapta una cultura ancestral a nuevas reglas sin perder su esencia? La respuesta fue el turismo comunitario.

Desde 1996, con apoyo de autoridades locales, nació el proyecto “Tranchichi”, palabra que en español significa “arriero”. En este modelo colectivo, todos ganan: desde el niño que toca un instrumento al recibir al visitante, hasta las mujeres que cocinan con amor ese pescado fresco con patacones. Un ejemplo vivo de resistencia, adaptación y orgullo cultural.

Cuando le preguntas a Mateo sobre el impacto del turismo, responde con orgullo:
“El turismo ha sido una buena idea para nosotros. Tiene un impacto mínimo en el ambiente y ofrece sostenibilidad a largo plazo. Pero lo más importante es que ha traído nueva vida a nuestra cultura y a nuestras artes tradicionales. Estamos orgullosos de quiénes somos, y felices de compartirlo con ustedes, nuestros visitantes. Son ustedes quienes nos ayudan a vivir de forma sostenible esta vida tan especial.”

Luego de una amena charla, bailes llenos de alegría y una comida deliciosa, nos refrescamos en las aguas cristalinas del río, teñidas de un verde aqua hipnótico. Algunas personas se vistieron con parumas y chaquiras, coronas de flores… y yo, aproveché para tatuarme con jagua, como parte del ritual simbólico de conexión con esta cultura ancestral.

Durante esta visita, avistamos aves que parecían salidas de un libro sagrado: el cormorán neotropical (Phalacrocorax brasilianus), la garza tricolor (Egretta tricolor), un majestuoso osprey (Pandion haliaetus) sobrevolando el río, el caracara de cabeza amarilla (Milvago chimachima), la jacana común (Jacana jacana), y martines pescadores (Megaceryle torquata y Chloroceryle amazona) que nos acompañaron casi todo el trayecto.

Disfrutamos cada instante, bajo la sombra de los árboles del bosque primario. Un recordatorio vivo de que la responsabilidad de proteger esta belleza no es solo de ellos, sino también nuestra.

Alto Chagres siempre deja un buen sabor de boca y unas ganas inmensas de regresar y vivir una experiencia aún más profunda, quizás, chamánica.

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