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Los Chorros de Olá.

Después de una visita a Natá de los Caballeros, nuestro guía Fanshi nos reveló que iríamos a los Chorros de Olá, ubicados dentro de la comunidad de Nuestro Amo.

Desde hace casi un año, la carretera está pavimentada, a diferencia de lo que muestran algunas de estas fotos tomadas en 2009, cuando el camino era de tierra y había que cruzar varias quebradas.

A lo lejos, más allá de los campos de cultivo, vislumbramos el chorro como un hilo de agua cayendo entre las montañas. Los trabajadores del arado nos saludaron con un “¡Ejueee!” y levantaron los brazos en señal de alegría.

Hace algunos años, el distrito de Olá era uno de los más pobres de la provincia de Coclé, pero las cosas han ido mejorando. Es una región con paisajes espectaculares, naturaleza abundante y gente muy hospitalaria. Además, es uno de los distritos con menor población, y al estar en una zona montañosa, goza de un clima muy agradable.

Avanzábamos alegres y despreocupados por un paisaje de verdes fulgores, cuando de pronto, a nuestro lado, vimos un toro echado cuidando a sus señoras vacas. Al observar con más atención, notamos que el toro estaba suelto y nos miraba con calma. Aprovechamos el momento para tomarle algunas fotos, asegurándonos de que siguiera cómodamente sentado.

Poco después, Fanshi nos avisó que era momento de bajar y continuar a pie. Seguimos por una calle llena de piedras, bajo un sol estrepitoso. Ya sentíamos el chorro cerca, casi encima. Caminamos unos 15 minutos a paso lento hasta encontrarnos con un poblador, quien nos comentó que esas tierras estaban siendo vendidas y que quizás pronto llegaría inversión extranjera.

Los chorros son producto de una depresión geográfica en donde se fraccionó la tierra creando así­ el curso del río de El Caño, en el cual caen tres hermosas cascadas.

Llegamos al espectáculo natural: uno de los chorros más altos registrados en Panamá (año 2009), con agua todo el año, ubicado a unos 250 metros sobre el nivel del mar y con una caída de aproximadamente 50 metros. Más arriba hay otras caídas. Notamos una especie de túnel formado entre las rocas; se dice que detrás de la cascada hay una cueva, a unos 20 metros de la base, desde donde se puede contemplar el paisaje a través del velo de agua.

El entorno era impresionante, con múltiples tonalidades de verde desplegándose ante nosotros. El chorro era tan imponente que nos dio algo de temor entrar al agua, ya que estaba turbia y no se veía el fondo. Aun así, Fanshi se animó, nadó un poco, descansó sobre una gran piedra —inalcanzable para nosotros—, subió a otra y se alejó.

Max, como siempre, fue “el loco” del grupo. Lo veíamos ir de un lado a otro, saltando entre piedras, inquieto, hasta que de repente apareció en la misma roca desde donde saltaba Fanshi… y se lanzó también.

Pasamos un rato más disfrutando del lugar y luego partimos hacia Natá a comer algo, con la idea muy clara de que pronto volveremos.