HabÃÂa estado averiguando la manera de regresar hace rato. Tuve un excelente profesor de fÃÂsica de la etnia guna (una eminencia) en la escuela secundaria y fue con quien conocàeste lugar; creo que nos llevó como modo de taller de cuerdas para que la gente se llevara mejor y funcionó.
Aunque escriba mucho acá, nunca he sido exactamente extrovertida, pero ese viaje me obligó a socializar más con mis compañeros, era una obligación tender la mano, apoyarte sobre el otro, ofrecer agua, cargar la mochila del cansado. Eso me marcó de por vida. El senderismo es terapia para el alma y el corazón y te obliga a conocer la parte más sensible de la gente.

Fue mi primera caminata en la selva, tenÃÂa 16 años y me costó. Me costó mucho. A tal punto que en uno de los senderos me dió un golpe de calor. Todo esto me marcó a un nivel que al cabo de los años decidàdedicarme a interpretar la naturaleza de manera independiente, como guÃÂa de turismo ecológico.
Hablé con varias personas que nos podÃÂa llevar; era necesario que el guÃÂa fuese Guna. Conversé con uno que cobraba una suma exorbitante, me sentàimpotente. También hablé con un chico que nos llevaba de gratis, pero no me dio buena espina, lo gratis nunca es bueno. Hasta que luego de algunas llamadas llegué al indicado: Igua Jiménez y fue lo mejor que nos pudo pasar.
Igua – nombre que solo es el prefijo- tiene 17 años guiando y conoce Guna Yala mejor que nadie. Coincidimos mucho, pues él no es el que prefiere cantidad a calidad. Entre selva y playa, prefiere selva. Repito, dimos con el indicado.