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Una visita a Isla Otoque e Isla Boná y Estivá, Golfo de Panamá.

Hace poco visite junto a un grupo de amigas, una isla que venía rondando en mi cabeza hace muchos años, ya que mi abuela paterna vivió su infancia allí­: Otoque.

Salimos temprano rumbo a Punta Chame, donde comenzamos el día con un delicioso desayuno en un restaurante frente al mar. Esta zona siempre me resulta muy curiosa: destaca por sus vibrantes colores en los locales, la variedad de restaurantes y hostales, y, por supuesto, la impresionante vista que ofrece del lado Pacífico y de las montañas del Parque Nacional Altos de Campana.

Mientras saboreábamos el café, Mateo ya estaba preparando la lancha. Todo indicaba que nos esperaba un gran día.

Subimos a la lancha con un mar tranquilo, bordeando la punta para luego dirigirnos a Otoque. El paseo es genial. El mar profundo y azul eléctrico.

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Isla Iguana, Pení­nsula de Azuero

Estuvimos en Lajaminas, un pueblo pintoresco, de esos que caracterizan a Los Santos, una provincia tan típica de nuestro país. Fueron unas cuatro horas y media de viaje —entre paradas— y llegamos de madrugada. El camino era fantasmagórico, rodeado de potreros y sin un solo poste de luz.

Ya instalados en la casa, pude sentir ese calor de hogar santeño.
La casa de Vladimir es preciosa, decorada con esmero por su mamá. Bellos adornos engalanaban el patio, junto a pequeñas flores, y qué decir del interior: mosaicos de arcilla que le daban vistosidad, y hasta un mueble con un techito hecho de tejas (¡qué vidajena soy!).

Después de acomodarnos, nos sentamos a conversar un rato. Mientras hablábamos, escuché el bramar lejano de alguna vaca en la oscuridad.

A la mañana siguiente, desayunamos y salimos a recorrer los alrededores con la señora Oderay, la mamá de Vladimir. Muy amable, nos llevó a conocer su rancho Río Viejo, ubicado en la parte alta de un terreno desde el cual se apreciaba una vista panorámica de Lajaminas. Corría una brisa riquísima… ¡cómo extraño la hamaca!

En el rancho había unos graciosos cerdos y tres vacas que eran como mascotas: Doris, Argentina y Barbie. Fuimos a verlas de cerca. Eran inofensivas, pero Doris era tan grande y gorda que no nos atrevimos a tocarla.

De regreso a la casa fuimos a tumbar naranjas. Recogimos tantas que en cada comida preparábamos refresco natural.
Después de eso, tomamos rumbo a Isla Iguana. ¡Por fin! Qué ansiosa estaba.

Nos llevó Bolocho, un amable señor amigo de la familia, que también trabaja en Isla Iguana con la ANAM. ¡Qué dicha! El costo del viaje fue de 60 dólares, que es más o menos lo usual, a menos que se quiera regatear.

Ya en la lancha, todo fue un suspiro. A solo siete kilómetros de la costa, en unos 20 minutos, ya estábamos del otro lado: Isla Iguana. En un parpadeo, Vladimir se tiró al agua —¡aún no habíamos encallado!—, pero el agua era tan verde turquesa, tan invitante… El fondo se veía clarito, sin dificultad.
En el cielo azul revoloteaban las famosas tijeretas y fragatas que habitan la isla. Son, sin duda, las dueñas del lugar.

Hace un par de años se instaló un centro de visitantes a cargo de la ANAM en El Crial, la playa más grande, que mira hacia la costa. El centro cuenta con un guarda parques y tiene como objetivo controlar el flujo de turistas, buzos y campistas que llegan a disfrutar del área protegida. La entrada cuesta B/.4.00 por persona, y se paga directamente en el centro.

Bolocho me contó que, con algo de suerte, es posible ver ballenas jorobadas, cachalotes, delfines, e incluso tiburón ballena, orcas y yubartas. Estos animales emigran desde las frías aguas del Polo Norte y Sur hacia los cálidos mares tropicales para aparearse, y su espectáculo marino puede apreciarse cada año desde la isla.
Rogué por ver alguno… pero creo que con la emoción me hubiese muerto si lo lograba.

Entre septiembre y diciembre también anidan tortugas, y aunque las iguanas verdes y negras que habitan la isla son bastante tímidas y difíciles de ver, los merachos sí se dejaron ver sin miedo, ¡esos no le temen a nada!

Exageraría si dijera que vimos un millón de cangrejos ermitaños, mangotes, kikirikakiris, el fantasma y los concholí, pero lo cierto es que ¡parecían millones! Había que mirar bien la arena para no pisar alguno. Había de todos los tamaños y colores.

La isla está completamente deshabitada, y es un área protegida. Allí se encuentra el arrecife de coral más grande del Golfo de Panamá, con unas 16 hectáreas. Hay multas por pisar los corales o intentar llevártelos. Tampoco está permitido alimentar a los animales, y se debe tener especial cuidado con no dejar basura: hay que llevarla de vuelta a tierra firme.
Incluso los yates tienen reglas específicas: no pueden encallar cerca de la playa ni mucho menos sobre los corales.

Había leído que el mar en verano se pone bravo, pero tuvimos suerte: Playa El Crial estaba serena. En la orilla vimos pasar cuatro peces grandes y grises, tan cerca que parecía que nos vigilaban. Isla Iguana alberga 11 especies de coral con unos 4,800 años y más de 500 especies de peces.

Leo infló una cama inflable para una sesión de fotos con Becerro, mientras Livia y Vlad se ofrecieron a guiarnos por los senderos. Nos lavamos los pies en una vieja llave de agua y empezamos la caminata hacia el Faro.

Por el camino, vimos merachos y escuchamos con atención a ver si aparecía algo más, pero quien dominaba eran los cangrejos: cientos salían a nuestro paso con sus crujidos inesperados. Los árboles tenían raíces extrañas, como restos de un antiguo manglar. Pasamos también por un cráter, herencia de los bombardeos de práctica de los años 40, cuando los estadounidenses usaron la isla como campo de tiro. Un contraste inquietante en medio de tanta belleza natural.

En Isla Iguana aún quedan cráteres visibles de bombas lanzadas por militares estadounidenses en los años 40. Algunas nunca explotaron, y hace pocos años detonaron dos de las más grandes de forma controlada. En el centro de visitantes de ANAM hay un mapa interactivo que muestra claramente estos vestigios.

La Playa del Faro nos sorprendió: más hermosa e imponente que Playa Crial. Estrecha, con un mar bravo, rocas negras, cactus misteriosos y aves sobrevolando el cielo. Nos sentamos en una piedra cubierta de babosas marinas, curiosas y lentas, que parecían saludarnos con sus antenas.

En el camino de regreso vimos árboles de naranjilla, guácimo, marañón curazao, ciruela, guayaba, coco y más. En la zona costera de Isla Iguana hay más de 400 hectáreas de manglar, dominadas por mangle rojo, blanco, negro y salado.

Desde el centro de visitantes disfrutamos una vista increíble y conversamos con un guarda parque, quien nos contó que recientemente vieron un cachalote y una iguana negra. Isla Iguana fue declarada Refugio de Vida Silvestre en 1980 gracias a la comunidad de Pedasí y la organización CIPA-Panamá, que evitaron su privatización. Hoy forma parte del Refugio Pablo Arturo Barrios, donde se permite la pesca artesanal, pero se prohíbe la pesca de arrastre.

Al salir del centro de visitantes tomamos el Sendero de Anidación, rodeado de palmeras. En un punto el olor a excremento era fuerte: las fragatas anidaban allí. Hacían un sonido gutural y los machos, con su globo rojo inflado bajo el pico, mostraban señales de apareamiento. Fue increíble verlas tan de cerca.

Ya en alta mar, Bolocho dio la orden de lanzar las cañas. A los pocos minutos, Vlad casi pesca un atún, pero se escapó. Más adelante, Leo atrapó uno de unas 4 libras y lo celebramos como un gol. Luego, sentí un tirón fuerte en el nylon que casi me corta los dedos: ¡otro atún! Leo lo sacó también. Pescamos dos y nos sentíamos campeones. Bolocho solo se reía de nuestra emoción.

El sol se despedía con sus últimos destellos, redondo y anaranjado. Regresamos felices, con pescado fresco y una experiencia que sin duda quiero repetir. Isla Iguana es un paraíso accesible que muchos panameños aún no conocen. ¡Anímate a ir!


Información útil:

  • Puedes ir y volver el mismo día, pero si decides quedarte, hay un refugio junto al centro de visitantes o puedes acampar en la arena.
  • Se permiten fogatas, solo con leña de playa. No cortes ramas ni árboles, aunque estén secos.
  • Hay un pozo detrás de la casa del guardaparque, pero el agua no es potable. Lleva tu propia agua y comida. En Pedasí puedes conseguir todo, incluso repelente.

¿Cómo llegar?

  • En avión: Desde Ciudad de Panamá a Chitré (35 min).
  • En auto: 4 horas por la Panamericana hasta Chitré, luego 1 hora más a Pedasí pasando por Las Tablas.
  • Desde Pedasí, ve a Playa El Arenal y toma una lancha (20 min) hasta Isla Iguana.

Pedasí es el punto más cercano con hospedajes, restaurantes y alquiler de botes. También puedes quedarte en Las Tablas y moverte desde allí.