Hace algunos días tuve la grandiosa oportunidad de conocer la Iglesia de San Francisco de la Montaña, ubicada en un hermoso valle entre las montañas veragüenses, a tan solo 16 kilómetros de la ciudad de Santiago.
En realidad, me dirigía hacia Santa Fe de Veraguas, pero como el camino pasa obligatoriamente por el poblado de San Francisco, decidí dedicar unas horas de mi tiempo a conocer esta joya histórica, una verdadera reliquia con más de un siglo de existencia.

Era día feriado y no tuve la suerte de encontrarla abierta, así que solo pude admirarla desde afuera. Sin embargo, luego de pasar algunos días en Santa Fe, y al tener que transitar nuevamente por la misma carretera, decidí regresar a la iglesia con optimismo… y efectivamente, esta vez sí estaba abierta.
Este monumento histórico, fundado en 1621, fue declarado “Patrimonio Nacional” en 1937 mediante la Ley 29 del 28 de enero, y actualmente se encuentra en proceso de evaluación para ser incluido como “Patrimonio Cultural de la Humanidad” por la UNESCO.

En cuanto a la manera de llegar, hay variadas: en caso de ir en auto tienes dos opciones para llegar a San Francisco de La Montaña, la primera es entrando por la comunidad del Jaguito en Cocle (10 minutos luego de pasar Aguadulce), pasas por Calobre y te desvías hacia San Francisco de la Montaña.
La otra opción es manejar hasta Santiago y luego tomar la Avenida Polidoro Pinzón que esta a la derecha antes del puente vehicular. De allí hasta San Francisco de la Montaña son aproximadamente 16 kilómetros de carretera.

Como distrito, San Francisco está dividido en seis corregimientos: San Francisco cabecera, Corral Falso, Los Hatillos, Remance, San Juan y San José. Tiene una población de más de 10 mil habitantes, quienes se dedican principalmente a la agricultura, el comercio y la ganadería.
Al entrar, pude sentir inmediatamente esa paz de parroquia, que en este caso más bien sería una capilla. La imaginé mucho más grande, pues la verdad solo la había visto en fotos. Estaba realmente emocionada.
Para el visitante casual, es un modesto poblado de gente dedicada a los trabajos del campo, con hermosos balnearios, una brisa deliciosa que baja de las montañas, y una iglesia antigua en la que reposan más de cinco mil piezas talladas a mano en las maderas más preciosas de la región, alojadas en los altares barrocos más antiguos del continente, algunos pintados exquisitamente, otros forrados en láminas de oro.
La parroquia mide apenas 26 metros de largo por 12 de ancho, y atrae cada año a cientos de turistas y visitantes deseosos de contemplar sus nueve espectaculares altares, su púlpito de madera tallada y conocer, así, un poco de nuestra historia e identidad.

Los documentos históricos nos permiten saber que la primera iglesia de San Francisco de la Montaña comenzó a construirse en el año 1630 por Fray Adrián de Santo Tomás, cuando San Francisco era apenas un conjunto de chozas de paja que contaba con una población de 30 indígenas.
Pero el poblado fue creciendo. En 1691 ya tenía 50 habitantes. En 1736, era un pueblo grande con más de 100 casas y 800 habitantes. Para el año 1756, contaba con 2,277 habitantes, dos curas, un sacristán mayor, siete notables con sus familias, 33 esclavos, 28 pobladores españoles y mestizos, y 208 familias indígenas.
Se presume que fue en el año 1773 cuando se empezaron a construir los altares barrocos y que el periodo de esplendor de la iglesia se dio probablemente entre 1864 y 1865, cuando San Francisco de la Montaña llegó a convertirse en la capital de Veraguas, en virtud de una ley impuesta por el coronel Vicente Olarte Galindo.
A pesar de su limitada población y lejanía de los principales centros urbanos, San Francisco de la Montaña destacaba por la fertilidad de sus tierras y por su cercanía a las ricas minas de oro veragüenses.
La Iglesia Católica mantenía enormes campos de cultivo en esta área, así como varios cientos de cabezas de ganado. Los altares de la iglesia fueron ideados como un libro abierto, con el propósito de impresionar a los nativos y adoctrinarlos en la fe.
Y es que San Francisco de la Montaña no es un sitio cualquiera. Lugar hermoso de noches perfectas, donde la sabana se besa con la cordillera, fue construido sobre una historia fascinante que aún no ha sido escrita.
Los altares de la iglesia, confeccionados en madera fina y cubiertos en partes con oro de 23 quilates, presentan escenas bíblicas, efigies de santos, soportes, dragones y abundante follaje. Estos son: el Altar Mayor, el Altar del Santo Cristo, el Altar de San José, el Altar de la Purísima, el Altar de las Ánimas, el Altar de Santa Bárbara, el Altar de la Virgen del Rosario y el Altar de San Antonio. Cada uno es más bello que el otro.
El sitio donde se ubica la comunidad y su templo pertenece a una región húmeda y selvática, cuyos fenómenos naturales pudieron influir en las lluvias y en el nacimiento de abundantes cursos de agua que, según se cree, dieron origen al nombre de Veraguas.

Fue el misionero de la orden dominica Fray Pedro Gaspar Rodríguez y Valderas quien fundó, en 1621, el poblado de San Francisco de la Montaña con aborígenes guaimíes de la zona, convirtiéndolo en uno de los centros poblados más ricos de esta región, gracias a su cercanía con las grandes minas de oro que le dieron fama a la zona como el “Potosí de Tierra Firme”.
Durante el siglo XVIII, los franciscanos establecieron los servicios religiosos para la comunidad guaimí. Siempre con el objetivo de adoctrinar en la fe cristiana, organizaron un calendario de festividades, tanto civiles como religiosas, en las que, hasta la fecha, están presentes las tradiciones folclóricas indígenas. Estas celebraciones incluyen el uso del vestido tradicional, el idioma autóctono, la música interpretada con instrumentos originarios y, en algunas rancherías, la típica vivienda vernácula.
Al ingresar en las naves del templo, se descubre cómo el colorido estilo de vida del pueblo indígena, así como la exuberancia de la vegetación que lo rodea, se transforman en hábiles tallas de vivos colores, realzadas por efectos de luz y sombra debido al lujoso laminado en oro que adorna esculturas cubiertas de ramas y flores.
Así nace el lenguaje del arte mestizo, mediante el cual el nativo —como el más distinguido teólogo— expresa su admirable capacidad de interpretar los conceptos religiosos y estéticos cristianos. Guiado por su maestro, el misionero franciscano, crea retratos de santos e imágenes dentro de un orden simbólico, donde el arte se convierte en el medio a través del cual la divinidad se comunica con sus fieles.
Los nueve altares de San Francisco, el púlpito, los candelabros y el hoy restaurado bautisterio conforman el conjunto más significativo del barroco popular en Panamá. Al sur, en el área del presbiterio, se encuentran: el altar de La Pasión; el majestuoso altar mayor dedicado a San Francisco, con sus 480 piezas exquisitamente talladas, doradas y policromadas; y el altar de La Purísima.
A la entrada por la puerta oeste está situado el altar de San Antonio, seguido por el altar de la Virgen del Carmen, y más adelante el altar de San José. Ingresando por la puerta este, se ubica el altar dedicado a las Ánimas del Purgatorio; le sigue el altar de la Virgen del Rosario, y culmina la secuencia con el altar de Santa Bárbara, el único retablo que posee puertas pintadas en ambos lados, narrando la historia de la santa.
El púlpito, hecho de madera de cedro, se encuentra en la nave central entre los altares de Santa Bárbara y la Virgen del Rosario. Llama especialmente la atención la base o columna que sostiene la tribuna: una cariátide —o indiátide—, esculpida con facciones de chola, envuelta en hojas de acanto y flores.

La Capilla Bautismal se ubica en la esquina entre la puerta central y la puerta este. En su interior se encuentra una espectacular pila bautismal tallada en piedra, que lleva esculpida la fecha de 1727. En un nicho dentro de esta capilla se aprecia una escultura de madera de San Juan bautizando a Jesús, con los pies dentro de un río.
Hace un par de siglos, San Francisco de la Montaña fue capital del antiguo Ducado de Veraguas. Fundado formalmente en 1621 por el sacerdote Gaspar Rodríguez y Valderas, su verdadero origen se ha perdido en la memoria del tiempo. Esta región, rica en el oro codiciado por los españoles, fue visitada por primera vez en 1501. Durante más de cien años, los conquistadores fueron derrotados una y otra vez en batallas que jamás serán contadas, y de las que solo sobreviven nombres legendarios transmitidos de generación en generación, como el del invencible cacique Urracá.
Resultado del encuentro entre América y Europa, y ubicada en una provincia donde nacieron algunas de las tradiciones que hoy nos definen como nación, San Francisco de la Montaña conserva un valioso legado indígena y español: altares churriguerescos en su iglesia, desde donde nos observan infinidad de rostros indígenas tallados hace más de trescientos años; sofisticados quesos y tradicionales postres en los que se mezclan los frutos más autóctonos con especias exóticas; amplios ríos cuyas aguas aún arrastran el oro de las montañas donde nacen; y una historia que puede escucharse, si se presta suficiente atención, en las formaciones rocosas de sus balnearios, en las esquinas dormidas del pueblo colonial y en el murmullo del viento, que deja una huella imborrable.
Durante muchos años se ha especulado sobre las razones que llevaron a los colonizadores españoles a construir un templo tan elaborado en un poblado tan remoto.
En su momento, la doctora Reina Torres de Araúz describió esta iglesia como “un prodigio de manifestación estética y fe cristiana”, y se preguntaba “cómo era posible que se hubiera producido en este apartado rincón de la geografía istmeña”.
Algunos aseguran que no se trata de una iglesia, sino de una capilla privada erigida en los terrenos de un acaudalado hacendado. Sin embargo, numerosos testimonios escritos explican con claridad la razón de ser de esta magnífica iglesia.

Aunque en el año 1937 la iglesia fue declarada “Monumento Nacional” y se realizaron algunos esfuerzos por conservarla, reconstruyendo algunas de sus ya ruinosas paredes, las obras no fueron bien ejecutadas. Como consecuencia, en la madrugada del 2 al 3 de noviembre de 1944, la torre del campanario se derrumbó. El resto del templo habría corrido la misma suerte, de no haber sido por la intervención de la doctora Reina Torres de Araúz, quien luchó incansablemente por su restauración.
Parte de esta historia nos la compartió amablemente una joven que hace las veces de guía, explicando una a una las obras talladas y pintadas en la capilla. Cada imagen que llamaba nuestra atención era detalladamente descrita por ella, quien también nos comentó que la iglesia aún se utiliza ocasionalmente para celebrar misas, algo que considera peligroso e inadecuado, ya que acelera el desgaste de este valioso patrimonio.
Nos habló también sobre una pintura que fue robada hace más de 30 años y que aún no ha sido recuperada. Sin embargo, el espacio donde estaba ubicada se mantiene intacto, con la esperanza de que algún día vuelva a su lugar original.
Al contemplar este maravilloso ejemplo de arte barroco popular americano —conformado por los altares, retablos y el púlpito de esta pequeña iglesia del siglo XVIII— es inevitable preguntarse cómo fue posible que en un rincón tan apartado de la geografía istmeña surgiera semejante prodigio de expresión estética y fe cristiana. Hoy, con los altares recuperados como parte de nuestro patrimonio histórico, nos queda el testimonio de un estilo de vida que, en tierras americanas, adquirió matices propios del indigenismo y el criollismo.
Así, este templo se convierte en un verdadero relicario por las joyas que alberga. En él, la sensibilidad indígena quedó plasmada con fuerza sobre los moldes del barroco español, como resultado de un auténtico mestizaje artístico.
No esperes más para conocer los patrimonios y monumentos de tu país.
Es injusto que, al entrar a un lugar histórico, uno se tope con más extranjeros que con nativos.
Tómate tu tiempo, haz el espacio para viajar un poco más allá y dar fe de que todo esto existe, de que la historia aún está grabada en las paredes de un lugar tan mágico como la Iglesia de San Francisco de la Montaña.

Horarios para visitar este monumento: 10:00 A.m. a 6:00 P.m. Martes a Domingo
Casa Cural: Tel. 954.21.41