Estando en el Valle, decidimos ir a conocer los chorros o cascadas más representativos. Por costumbre, debíamos ir al Chorro de las Mozas, le advertí a mis amigos que el río estaría bastante sucio, a lo que no hicieron caso: la típica necedad de verlo en vivo.
En efecto llegamos y estaba muy sucio a lo que decidimos caminar por su orilla hasta ver los chorros, lastimosamente, muchos de los desechos del Valle de Antón han ido a parar ahí e incluso es utilizado para sacar materiales como arenilla y tierra.
Forma parte de las leyendas del Valle de Antón. Cuentan que aquí tres hermanas se suicidaron al mismo tiempo por el amor que sentían hacia el mismo hombre, amor que era ignorado por él, ya que había sido embrujado por la hechicera más grande del pueblo, y se dice que cada una de las hermanas se convirtió en un chorro, que ahora forman lo que es: El Chorro de las Mozas.
Cómo llegar: Tome la vía que conduce a Cabañas Potosí hasta el final y verás la entrada hacia Las Mozas, en este momento (2015) el lugar ha sido arreglado, limpiado y está bajo la administración de personas encargadas de mantenerlo en buenas condiciones, tiene un costo de admisión de 3$
Al salir no había transporte y decidimos caminar, en eso venía un carro transportador de caballos y se nos ocurrió sacar la mano y el señor conductor paró, subimos y juro que no es nada fácil viajar en ese transporte, los tres nos golpeamos en cada salto hasta llegar a una parada en la que tomamos un bus de ruta que nos dejó en La Piedra Pintada (fue muy divertido)
Subimos el sendero que ya conocíamos, pasamos por el Chorro el Escondido y seguimos el sendero que conduce a la India Dormida, pero al ver el Chorro de los Enamorados, no pudimos contener las ganas de darnos un vigorizante y frío baño.
Chorro “El Escondido”.
Chorro “Los Enamorados” estación seca.
“Los Enamorados” visto desde arriba.
Este sendero es de belleza exuberante. En él se pueden ver más de cuatro pequeños chorros, de los cuales los dos primeros son perfectos para darse un buen baño. Si sigues el camino, puedes subir a La India Dormida o llegar a las comunidades que existen detrás del cerro.
Existe otra cascada, llegando a la Piedra del Sapo, llamada “Cascada del Sapo”. Se le conoce así porque en su parte superior sobresale un petroglifo en forma de sapo o rana. Este petroglifo tiene un área de unos tres metros cuadrados y cubre toda la parte superior de la piedra.
El Chorro de los Enamorados es una caída de agua donde se practica rappel para principiantes. Es un poco profundo, así que hay que tener algo de cuidado. El primero en lanzarse fue Max, como siempre, el más osado. Luego me acerqué; quería sentir el chorro cayendo sobre mi cabeza… ¡masajes naturales nos ofrece la naturaleza!
Salimos del Sendero de la Piedra Pintada y otro señor nos llevó hasta el mercado, donde tomamos un bus El Valle – San Carlos. Ya era tarde y no había buses hacia la ciudad, así que en San Carlos tomamos un taxi “pirata”. Los buses desde El Valle de Antón hacia la ciudad de Panamá salen hasta las 6 de la tarde.
Vivir frente al Volcán Barú, levantarte y verlo todos los días, debe ser una experiencia magnífica. Es el punto más alto de Panamá y el volcán más alto del sur de América Central, con una altitud de 3,475 msnm, ubicado dentro de la Cordillera de Talamanca.
Se trata de un volcán dormido, localizado al sur de la división continental, en el oeste de la provincia de Chiriquí. Está rodeado por una fértil área de tierras altas, alimentada por los ríos Chiriquí y Caldera. Las ciudades de Volcán y Cerro Punta se encuentran en el lado oeste, mientras que Boquete se sitúa al este.
Volcán es un corregimiento del distrito de Bugaba, en la provincia de Chiriquí, República de Panamá. El nombre del corregimiento proviene del valle rodeado de montañas ubicado en las faldas del Volcán Barú.
Históricamente, Volcán fue poblado por las familias Duncan y Lambert, quienes, por su ascendencia suiza, influyeron de manera trascendental en la arquitectura de la región. En Volcán es posible encontrar diversos estilos de viviendas: cabañas, casas de madera, y construcciones de cemento, muchas de ellas con chimenea.
Por esta razón, al corregimiento de Volcán se le conoce en Panamá como “La Pequeña Suiza”, ya que en esa región se establecieron emigrantes provenientes de dicho país, quienes innovaron en la zona con su característico estilo de techos triangulados y construcción en madera, en lugar del tradicional cemento. Además, la similitud del paisaje con el del país europeo refuerza este apodo tan distintivo.
Los primeros pobladores de origen suizo se dedicaron a la ganadería, al cultivo del café y a la instalación de aserraderos. Inicialmente Volcán era un enorme valle conocido como Hato Volcán. Entre las maderas preciosas que despertaron la fiebre por la madera en Volcán podemos mencionar el Cedro, el Quira, Bambito, Guayacán, Baco (Magnolia), Ratón Colorado, Caoba, Mamecillos o Robles (Encinos), entre otras.
En la cima se puede ver el Océano Pacifico y el Océano Atlántico en un día claro y que a veces se forma escarcha, algo lógico pues se han reportado temperaturas de hasta 0 ºC.
En Volcán se puede visitar el Balneario La Fuente, un lugar que fue creado hace más de 20 años para la recreación de los lugareños.
Gran producción agrícola.
En el pueblo hay innumerables hostales a buen precio. Puedes crear un circuito para visitar cualquiera de los magnÃficos sitios de los alrededores.
En alguna de nuestras visitas, inventamos quedarnos afuera de la casa, haciendo una barbacoa y tomándonos algunos refrescos, pero el frío no lo permitió, ya que era verano y la brisa nos obligó a entrar, que dicho de paso, estaba hecha a cabalidad con el clima, con techo de madera, pues de lo contrario la brisa no deja dormir.
Cerca de la casa de nuestro amigo Ruppie, nos fuimos a caminar a una de las fincas cafetaleras: La Florentina, solo a satisfacer nuestras ansias de sentir el clima, nos dispusimos a caminar lo más posible y nos topamos con unos hermosos pinos que parecían sequoias y un puente por donde pasaba el río Chiriquí Viejo con todo su poder. Unos caballos pastaban cerca del río y muy cerca de nosotros pasó un colibrí garganta rubí (Archilochus colubris). Pude disfrutar de ver innumerables veces los gorriones chiricanos a los que les dicen “Tio Chicho”. A nuestro lado, pasaban indígenas de la etnia Ngäbe Buglé.
Roberto( Ruppie) decidió irse a vivir a Volcán y aprovecha lo fértil de la tierra para sembrar gran cantidad de productos de los que se abastecen y venden una buena cantidad. Nosotros pagamos la visita ayudándoles a recoger las fresas! Jaja.
El eje de la economía se basa en la agricultura, ganadería y el turismo. Aunque podemos encontrar fábricas de embutidos que distribuyen sus productos a nivel nacional al igual que fábricas productoras de alimentos para equinos, truchas y aves. En Volcán hay de todo.
Conduce por la Carretera Interamericana hasta la entrada de la comunidad de Las Lajas de Coronado, un poco antes de llegar al Mall de Coronado. Hay un supermercado llamado “Las Lajas” y debes entrar por la carretera que se encuentra al lado del súper. En Waze puedes colocar: Laguna de San Carlos ¡y listo!
Si te aventuras en autobús, pide la parada en Las Lajas; ahí encontrarás los busitos que dicen “Laguna”.
Desde que vienes por la Interamericana, si prestas atención, puedes ver el Picacho. Justo antes de llegar a Coronado, si miras hacia la derecha, se ve una cadena montañosa; de esos cerros, el puntiagudo y más alto es el Picacho.
En el camino hacia la laguna también se puede observar. Su cima imponente tiene una altitud de 1,182.33 msnm y se encuentra exactamente en las coordenadas N8°37.648’ W080°02.839, dentro de la Cordillera Central.
Tuvimos la osadía de ir en transporte público. Una vez en el mini súper de la entrada de Las Lajas, esperamos unos veinte minutos que aprovechamos para conversar con personas que estaban en la parada. Algunos nos dijeron que subir el Picacho sería muy peligroso, que estaba lleno de serpientes, e incluso hubo quien nos comentó que vivía en las faldas del cerro y también se dirigía hacia allá. Nos preguntaron si teníamos experiencia subiendo cerros, pues el Picacho es muy alto y tal vez en su cima podría faltarnos el aire. En total, pensamos: ¡exageraciones de los lugareños!
Llegamos al pueblo de La Laguna, y el busito se adentró en el follaje de los árboles. Sentimos que estábamos cerca. El conductor nos señaló por dónde debíamos subir y fue entonces cuando, frente a nuestros ojos, apareció la laguna: grande, redonda y misteriosa. Una brisa helada recorrió nuestros cuerpos. El viento golpeaba los cerros y luego provocaba pequeñas ondas en el agua del inmenso lago de color verdoso.
Estuvimos media hora tomando fotos, admirando el lugar y organizando el ascenso. En eso, se nos acercó un señor trigueño y de estatura baja. Pensé que iba a cobrarnos alguna cuota, pero, muy por el contrario, nos preguntó cuáles eran nuestros objetivos en el lugar y nos contó varias historias acerca de la laguna.
Nos dijo que el origen de la fuente que mantiene llena la laguna no ha sido determinado, pero se ha demostrado que sus tranquilas aguas albergan tilapia, sargentos, carpa común, entre otras especies de peces.
Una de las historias más significativas y misteriosas fue la de hace unos 30 años:
“Unos extranjeros llegaron a la laguna investigando su profundidad, fauna y flora. Para sorpresa de ellos, al entrar un buzo, se encontró con una cueva de la cual sacó un plato y un vaso de oro. Al salir a la superficie, le mostró a su compañero lo que había encontrado y este, emocionado, le pidió que regresara a buscar más piezas de esa vajilla de oro, pues seguramente habría muchos objetos más ¡de mucho valor!. Discutieron un rato el asunto y el buzo accedió a entrar de nuevo, pero lo que encontró fue la muerte, pues nunca más volvió a aparecer. Se perdió en las profundidades de la laguna… por su avaricia.”
Emprendimos nuestra caminata, y no habían pasado ni 15 minutos de subida cuando ya estábamos algo cansados. Caminamos un poco más y vimos a lo lejos extrañas formaciones de rocas gigantes. Íbamos en camino recto y, de pronto, un niño venía en dirección contraria. Nos dijo que estábamos en el camino equivocado. Nos pareció muy gracioso encontrarnos con él justo antes de habernos perdido.
Muy amable, nos indicó el camino correcto. Era un sendero confuso, pues no había manera de distinguirlo fácilmente; el monte estaba muy crecido. Llegamos a pensar que, nuevamente, estábamos perdidos. Sentimos algo de miedo, pues la hierba era alta, pero unos instantes después vislumbramos un sendero mejor marcado.
Subimos, nos arrastramos; el camino hacia el Picacho es una vereda angosta por donde solo caben los pies. Esa misma vereda puede desmoronarse en cualquier momento, por lo que se requiere mucha precaución.
Nos arrastramos durante 45 minutos hasta llegar a un claro inclinado desde donde pudimos ver el hermoso pico. Seguimos ascendiendo, ahora sobre pequeñas piedras sueltas, y en ese momento vi una serpiente. Advertí a mis compañeros, y Evelin entró en pánico, lo que nos retrasó unos 15 minutos mientras la convencíamos de continuar.
Llegamos a una gran roca desde la cual la laguna se veía pequeña en comparación con su tamaño real. Desde allí también vislumbramos Altos del María, y en el horizonte, Altos de Campana, la India Dormida, y la costa del Pacífico desde Punta Chame hasta Playa Blanca. Don Florentino nos dijo que en un día despejado incluso se puede ver el Lago Gatún.
Nos quedamos allí arriba aproximadamente una hora, merendando y disfrutando del paisaje. Admiramos lo bello de nuestro país desde ese punto, expuestos al aire y al cielo.
Subir toma alrededor de una hora y media, o hasta dos horas a paso medio. Una persona en buena condición física puede descender el cerro en una hora o menos.
Después de descansar, bajamos el cerro con algo de dificultad, incluyendo un par de caídas. Al llegar a la laguna, no pudimos resistir las ganas de darnos un baño, y así fue: nos metimos al agua con ropa y sentimos cómo la laguna nos quitaba todos los males.
No hay palabras suficientes para describir este ascenso más que ¡HERMOSO! ¡Atrévete a hacerlo! Pero siempre con mucho cuidado, y recuerda: no interfieras con la naturaleza. No te lleves más que las fotos, baja tu basura y no molestes a los animales.
La verdad es que desde niña lo conocí por el nombre de “Río de Sorá”. Iba con mi familia unas dos veces al año, ya que un tío de esos postizos pasaba cerca del río al trasladarse a su trabajo en la Finca de Orquídeas Loma Linda.
Para llegar, se debe entrar por la calle que está después de la entrada hacia Altos del María (donde está un restaurante Pío Pío). Detrás de un minisúper están los autobuses, y si vas en carro, solo hay que seguir la calle. Después de pasar un puente de acero, hay que prestar atención hasta ver la entrada hacia “Hacienda Loma Linda”. Luego se cruza un puente sobre el río, el cual no aguanta más de 10 toneladas, ¡y listo! Allí está el río.
Recuerdo que al río llegaban las vacas a tomar agua. También que en algunas partes estaba bastante hondo. Me aprendí de memoria el lugar en el que había una gran piedra y, un poco más allá, una roca alta desde la cual los lugareños hacían sus clavados. Enfrente, un cerro muy frondoso adornaba el paisaje.
Regresé al mismo río nueve años después de la última vez. Aún sigue siendo bello, pero ya no hay tanta corriente. Hay que caminar bastante para encontrar los jacuzzis naturales. Hay más piedras de lo que recordaba, ya no hay vacas, y el cerro que se veía en frente está completamente seco y deforestado.
Aquel día nos fuimos Evelin, Max, Israel y yo hasta la entrada en Chame de lo que es “Altos del María”. Allí desayunamos algo leve y tomamos una chivita detrás de un minisúper. Media hora después ya estábamos en el puente sobre el río.
Yo era la guía, pero no recordaba muy bien el camino, así que andaba con mucha cautela. Pero al avanzar un poco más, recordé todo y preparé mi tienda de campaña. Recorrimos los bordes del río hasta que encontramos un charco perfecto para pasarla tranquilos. Más tarde acompañé a Max a hacer sus típicos clavados: de águila, clavado de ñeque invertido, entre otros 😀
También atrapamos gusarapos (renacuajos) en un recipiente de plástico, los observamos y luego los devolvimos a su hábitat.
Dimos una vuelta tratando de encontrar un lugar donde vendieran algo de comida, pero no hallamos nada, solo una pequeña tienda donde vendían enseres muy básicos.
A lo lejos se veían árboles de guayacán, ¡amarillitos!
De regreso, tuvimos que caminar un poco hasta encontrar una chiva (bus), pero fue una caminata fresca y agradable, disfrutando del paisaje del lugar, repleto de montañas, algunas casas de barro, el humo de los fogones… todo ese ambiente riquísimo.
Un lindo río para pasar una tarde tranquila en familia, ubicado en Buena Vista de Chame.
El Valle de Antón es, sin duda, uno de mis lugares favoritos en todo Panamá. Es un rincón que guarda, en un solo espacio, casi todo lo que alimenta mi espíritu. Aquí las montañas se alzan como guardianas silenciosas, los senderos serpentean entre ríos y quebradas, y las cascadas cantan su eterna melodía.
Es un paraíso rebosante de historia y vida: vestigios arqueológicos, una biodiversidad sorprendente, un orquideario que desborda color y fragancia, y, como si fuera poco, un serpentario que despierta la curiosidad por las criaturas más misteriosas de nuestro bosque.
En El Valle de Antón puedes encontrar una amplia variedad de opciones de alojamiento que se adaptan a todos los gustos y presupuestos. Desde acogedoras posadas familiares hasta espacios para acampar bajo las estrellas. También es posible alquilar bicicletas para recorrer sus senderos o, si prefieres un paseo más tradicional, en algunas esquinas aún se pueden encontrar caballos listos para cortos recorridos entre paisajes de ensueño.
Uno de los lugares más emblemáticos del pueblo es el Mercado de Artesanías. Allí, los sentidos se despiertan con los colores y aromas: puestos repletos de productos locales, frutas jugosas, vegetales recién cosechados, plantas verdes y flores en plena floración. Pero lo que realmente cautiva son las artesanías. Estatuillas talladas en piedra de jabón, tejidos que parecen haber atrapado el sol en sus hilos, hamacas que invitan a descansar, pulseras tejidas a mano, mesas rústicas de madera y todo tipo de creaciones en bambú.
La cerámica, con sus vivos colores, enciende la imaginación. Los animalitos de barro parecen cobrar vida entre los estantes, mientras los tradicionales sombreros “pintados”, estatuas y balcones tallados tientan nuestras manos como los dulces lo hacen con los niños.
Puedes incluso conocer a grandes artistas de la pintura, como Soto y Santana, que con una técnica muy avanzada, logran reproducir características particulares de cada animal que pintan, sobre todo las aves, a las que estudian antes de dibujarlas.
La Piedra Pintada, es enorme. Una gran roca que se desprende de un cerro.
Nuestro guía, de unos 10 años y de nombre Víctor, tomó una rama y con ella empezó a explicar el significado de este petroglifo, que nos hizo dar un paseo imaginario por el mapa de la región. Las leyendas locales dicen que los indígenas dormían alrededor de la Gran Piedra para celebrar ritos y que esconde un tesoro vigilado por un ente quien es su guardián. El niño se sabía perfectamente bien la historia y no dudamos de su procedencia. De La Piedra Pintada se puede seguir el sendero homologado y conocer los chorros.
Otro de nuestros temas favoritos, como ustedes, queridos lectores saben, son las montañas o “cerros”, como los conocemos en Panamá. El Valle de Antón al ser un “valle” o cráter gigante de un volcán extinto, naturalmente encontramos una cantidad de cerros de singular orografía que invitan a caminar por sus trochas. El cerro India Dormida, El Cerro Gaital, El Cerro Pajita, Cerro Caracoral, Cerro Cariguana.
Miradores: El mirador antes de bajar hacia el Valle de Antón y El mirador de la Cruz, antes de llegar a Alto de la Estancia.
En el Chorro el Macho tienen el Canopy, se trata de un paseo sostenido por cables deslizándose por la copa de los Árboles logrando una vista del gran bosque, tienen varios circuitos, uno por encima del Chorro El Macho. También posee una piscina temática, a la que llaman La Represa, donde te puedes quedar todo el día si quieres disfrutando de un baño de aguas frías provenientes de la Quebrada Amarilla.
Uno de los sitios más populares del Valle de Antón son Los Pozos Termales. La última vez que los visitamos, la entrada costaba solo $2 e incluía la experiencia de un facial de barro, ideal para relajarse y conectar con la tierra. Es importante llevar vestido de baño para poder disfrutar plenamente de sus aguas minerales. (Actualmente, este sitio se encuentra cerrado, pero vale la pena estar atentos a su reapertura).
Y aún hay más por descubrir. Justo detrás de la iglesia del pueblo se encuentra un pequeño museo con valiosa información sobre la historia geológica y arqueológica del Valle. Este lugar es un tesoro escondido que complementa la experiencia natural con conocimiento y contexto cultural.
Además, ahora el Valle cuenta con un moderno Centro de Visitantes, cuya propuesta recuerda al Biomuseo de la ciudad de Panamá. Allí se narra con detalle la historia geológica de esta región única, y los visitantes pueden disfrutar de un cortodocumental proyectado en una pequeña sala de cine. Es un espacio educativo e inspirador que enriquece aún más la visita a este mágico lugar.
Mis primeras veces en Campana, fueron en solitario. Me tomaba el tiempo de irme hasta la piquera de Capira y esperar la “chiva” de Menchaca. Alguna de esas veces me tocó regresar en la parte trasera de un camión lleno de estiércol ya que en ese tiempo (2007-2008) después de las 6 de la tarde era difícil conseguir transporte.
Desde cuando uno viene por la carretera de Chorrera, hasta Capira puedes ir viendo el Parque Nacional Altos de Campana y sus cerros, con simplemente prestar un poco de atención puedes ver Cerro Campana (1,007 m.s.n.m), y Cerro Trinidad (969 m.s.n.m).
Cuando vas encaminado en la carretera hacia Altos de Campana, puedes ver a lo lejos el paisaje sacado de algún capitulo de “Heidi”, las formaciones rocosas, la Bahía de Chame, con sus impresionantes manglares que cubren la boca del río del mismo nombre y que crean una forma que para mi es como una pata de gallina.
Cómo llegar:
Antes de iniciar tu caminata debes…
Es necesario pasar por la caseta de Mi Ambiente, Antiguo ANAM, registrarte y dar por hecho que vas a estar en los senderos. El costo por entrada al parque para persona nacional es de 3$ y extranjeros 5$. Para acampar debes pagar 5$ por camping (actualmente deshabilitado 2022)Â y hay varios sitios donde puedes hacerlo. No te salgas de los senderos pues te puedes perder.
Geomorfología
Se trata de una extensión de la formación Ígnea del volcán del Valle de Antón. Su pasada acción volcánica queda claramente reflejada en su quebrado relieve en el que se observan espectaculares acantilados, campos de lava, capas volcánicas y otras numerosas manifestaciones que hablan de un pasado geológico súper intenso.
Cerro La Cruz: entre neblina, barro y biodiversidad
Desde el Cerro La Cruz se observa la cuenca del Canal de Panamá, donde nacen ríos como el Trinidad, Cirí, Chame, Perequeté y Caimito. Las temperaturas oscilan entre 20 °C y 24 °C, con precipitaciones que superan los 2,500 mm al año. Es un entorno natural privilegiado.
El acceso al sendero está justo donde se ubica una finca con un curioso nombre: “NO ESTOY”, visible desde la carretera. Allí se dejan los autos y comienza la caminata.
La primera vez que fui, en 2007, llovía y había neblina. Caminamos sin una ruta clara, solo siguiendo la intuición y el entusiasmo de la aventura. El bosque olía a corteza húmeda y tierra viva.
Tras un breve descanso en unas bancas, continuamos el ascenso. Subimos, bajamos, volvimos a subir. Nos rodeaba una biodiversidad impresionante: 26 especies de plantas endémicas, 200 tipos de árboles, 342 arbustos, 267 aves (48 migratorias), 62 anfibios y 86 reptiles. Solo vimos insectos, probablemente por el ruido que hacíamos, pero la sensación de estar en medio de tanta vida fue inolvidable.
Perdidos en el camino correcto: la Cruz en la cima
Más adelante nos topamos con un letrero pequeño, borroso e indescifrable. Estaba justo entre dos caminos. Yo sugerí tomar el de la izquierda, que ascendía aún más. A medida que subíamos, el clima se volvió más templado y húmedo, y la luz se fue apagando bajo el dosel de los árboles. El lodo era ya un fango profundo, hasta que nos dimos cuenta: no había más camino. Nos habíamos equivocado. Sin embargo, no cundió el pánico. Aparentemente, íbamos rumbo al Cerro Campana, uno de los más altos de la región.
De regreso, Evelin resbaló y cayó. Soltamos carcajadas. Un minuto después, y por burlón, fui yo quien cayó en el mismo sitio. Max se mantuvo firme, como si el lodo no lo afectara.
Volvimos al letrero y esta vez tomamos el sendero de la derecha. A poco andar, vislumbramos unas barandas verdes oxidadas que descendían. Nadie parecía haberlas usado en mucho tiempo, pero ya estábamos lo suficientemente sucios como para tomarlo como un juego. Prácticamente nos deslizamos por ellas hasta llegar a un claro.
Era febrero, pero allá arriba el rocío lo empapa todo. Seguimos subiendo, ya con la meta cerca. Trepamos sobre piedras húmedas, y entonces la vimos: la Cruz. En lo alto, sobre un peñón final.
Ya había dos jóvenes allí. Subimos con cuidado, no sin advertir: no intentes ese ascenso si no tienes experiencia en escalada, y mucho menos si vas solo.
Casi llegando a la Cruz.
Vista desde La Cruz
La vista desde el cielo
Desde La Cruz (N 8º 41.169′ W 79º 55.173′), a 900 metros sobre el nivel del mar, se contemplan no solo vistas imponentes de la cuenca del Canal, sino también un panorama majestuoso de la Bahía de Chame, enmarcada por la Punta Chame.
Al mirar alrededor, un escalofrío recorre el cuerpo: te sientes en la cima del mundo. Desde esa roca coronada por la cruz, lo visible es tan vasto que uno cree haber llegado al cielo.
El viento golpeaba fuerte. Nos quedamos largos minutos en silencio, simplemente contemplando. La belleza del lugar nos dejó sin palabras. Luego de dos horas allí, iniciamos el descenso, tan ligeros de espíritu que ni sentimos el cansancio.
Han pasado los años, y por lo menos tres veces al año volvemos a subirlo. Ya es una tradición, un relajo… pero jamás deja de silenciarnos el alma esa vista desde la gran roca de la cruz.
En el Parque Nacional Campana no solo está el Sendero La Cruz, hay 4 senderos más que también son muy interesantes: Sendero La Rana Dorada, Sendero Panamá, Sendero Podocarpus, Sendero Zamora.
Mapa interactivo del área.
Camping
En el sendero Podocarpus, la vista para acampar es simplemente hermosa. Personalmente, me gusta caminar hasta encontrar el sitio perfecto, y por eso acampamos en la parte baja del Cerro La Cruz. Fue una experiencia magnífica: el frío de la tarde, la noche y la madrugada es algo que me encanta profundamente.
Durante la noche, escuchamos una gran variedad de animales merodeando, entre ellos búhos y pequeños felinos. Esa cercanía con la naturaleza, tan cruda y real, te recuerda que estás siendo testigo de un mundo intacto.
En este lado del parque es esencial llevar suficiente agua y todo lo necesario para una buena fogata. También es importante llevar una lona o cubierta para el camping, por si llueve, y optar por comida ligera. Si tienes la posibilidad de llevar una estufa de camping, mucho mejor, ya que encender una fogata en un terreno tan húmedo no es tarea sencilla.
Salimos cerca de las 9 a.m., más tarde de lo planeado, rumbo a Nusagandi. Tomamos un bus en ruta entre Chepo y La Mesa, que en hora y media nos dejó en la entrada de El Llano–Cartí. Desde ahí, aún nos esperaban 19 km de carretera sin pavimentar (en 2005). En el trayecto, hicimos una parada obligatoria donde el Congreso General Guna cobra $6 por persona para entrar a la comarca.
Nusagandi está justo a mitad del camino entre El Llano y Cartí, en plena reserva de vida silvestre de Narganá, protegida por el grupo Pemansky. No hay poblaciones fijas, solo selva pura y biodiversidad. Nos hospedamos en el lodge de madera de dos pisos, rústico, con vista a la selva. Baños y comedor estaban a varios metros, y todo era básico pero suficiente.
Nos recibieron guías gunas amables y conocedores. Visitamos primero el sendero Ina Igar, especializado en plantas medicinales: una caminata corta y educativa entre especies endémicas, muchas marcadas con carteles. Más tarde, sin haberlo planeado, recorrimos el sendero Yannu Igar, más exigente, lleno de barro, cuestas y barrancos que cruzamos ayudándonos en grupo.
Nusagandi es un lugar que se siente intacto, con un valor natural impresionante, donde la selva y la sabiduría ancestral te envuelven por completo. Ideal para quienes buscan naturaleza auténtica, sin lujos.
Nusagandi: entre barro, monos y cascadas
Durante el recorrido por el sendero Yannu Igar, los resbalones nos unieron más que cualquier charla. Incluso antiguos “enemigos” olvidaron rencores para ayudarse entre risas y caídas. Vimos una gran serpiente que el guía nos prohibió tocar —todo dentro de la reserva es intocable— y más adelante, unos monos nos arrojaban coquitos desde los árboles. Inolvidable.
Llegamos a un río helado y seguimos sobre las piedras hasta una cascada escondida. Nos bañamos, tomamos fotos y nos relajamos… hasta que llegaron los calambres: primero una compañera, luego yo. Con ayuda del guía, regresamos al lodge, nos bañamos con agua de lluvia reciclada y, ya de noche, conversamos bajo el cielo estrellado al ritmo salvaje de la selva.
Al día siguiente, hicimos el sendero Ibe Igar, más largo pero más llevadero. Pasamos quebradas, barro y una selva espectacular hasta llegar a una gran cascada de 8 a 10 metros. Nos bañamos, saltamos, nos deslizamos con cuerdas y disfrutamos al máximo el entorno natural.
De regreso al lodge nos esperaba el bus de vuelta. Me llevé barro en los zapatos, pero también un renovado amor por la naturaleza y sus senderos.
Salimos a las 2:30 p.m. desde la terminal de Albrook rumbo a Colón. Al llegar al Súper Rey en Sabanitas, no pasaban buses hacia La Guaira, así que preguntamos a un taxista. Don Chilo, muy amable, nos llevó hasta La Guaira por solo $15, cervezas incluidas.
En La Guaira, un señor nos recomendó el hotel Don Ñato. Tomamos una lancha a las 7 p.m. y en 5 minutos estábamos en Isla Grande. La habitación para tres costó $45, bastante bien para una noche frente al mar.
Isla Grande, en el Caribe panameño, es pequeña pero rica en cultura, gastronomía y naturaleza. Se dice que fue mencionada por Colón y Bastidas en sus crónicas. No se permite el ingreso de autos; todo se recorre a pie.
Esa noche fuimos a cenar (sin mucha suerte con el restaurante), luego a Playa La Punta a bañarnos bajo un cielo estrellado, vino en mano y el sonido del mar. Más tarde, terminamos bailando con lugareños y visitantes en plena izada de bandera de carnavales. Ambiente alegre y lleno de vida.
Dormimos a las 3 a.m. y a las 8 a.m. ya estábamos en pie para subir al faro. Desayunamos en un pequeño restaurante colorido y caminamos hacia el este de la isla, cerca del antiguo hotel Sister Moon. El ascenso toma entre 10 y 15 minutos.
El faro de Isla Grande, construido en 1894, fue diseñado por Alexandre Gustave Eiffel (sí, el de la Torre Eiffel). Es el más antiguo de Latinoamérica y un monumento histórico. Subirlo no es para claustrofóbicos ni temerosos de las alturas: escaleras de caracol, estructura oxidada, y una vista increíble.
Desde la cima se ve Isla Tambor, La Guaira, Juan Gallego, Isla Linton e Isla Cabra. El viento lo mueve un poco, y por un momento sentimos que volar era posible.
Una experiencia inolvidable, entre historia, naturaleza y buena gente.
La sortija, la islita y el mar bravo
Frente al faro nos llamó la atención una pequeña isla de piedra. El mar se estrellaba con fuerza en su base. Joel, callado en ese momento, más tarde confesó su idea: quería lanzar su sortija de compromiso hacia esa dirección, desde la parte trasera de Isla Grande. Aunque le dijimos que no parecía seguro por el lodo y la vegetación, se adelantó solo y tuvimos que seguirlo —en faldas y zapatillas poco prácticas.
Atravesamos ramas, espinas y lodo hasta las rodillas, pero llegamos. Joel lanzó la sortija al mar furioso. Fue una escena poderosa, con olas golpeando con fuerza, como queriendo arrastrarnos. Joel hasta se cayó, pero se levantó como todo un valiente.
Regresamos al pueblo, tomamos agua de pipa y buscamos una playa tranquila donde pudiéramos disfrutar sin pagar descorche, ya que llevábamos nuestro propio licor. Playa La Punta estaba llena, así que encontramos una esquinita más reservada. Lo pasamos increíble.
A las 4 p.m. tomamos la lancha de vuelta. Don Chilo, siempre puntual, ya nos esperaba en La Guaira. Nos llevó a una cantina a tomar una cerveza y hasta nos invitó a su casa para una próxima visita… con iguana incluida. Incluso se puso a bailar heavy metal mientras conducía.
De regreso, tomamos el bus Colón–Corredor y en una hora estábamos en Albrook. Cada quien a su casa, con Isla Grande grabada en la memoria como una experiencia única.
Una guía de turismo ecológico en Panamá, dedicada a descubrir ríos, montañas, senderos y aventuras en la naturaleza. Ideal para los amantes del aire libre y la exploración rural.