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Ascenso Cerro Turega, Coclé

Hace un tiempo, estando por el área de Penonomé arriba y acampando en un hermoso sitio, vimos salir el sol por encima de unas enormes rocas de un cerro imponente.

Tiempo después conocimos sus faldas, en lo que fue un viaje rápido y carnavalero por el sitio, que nos ahuyentó al sentirnos un poco incómodos entre tanta multitud en estado etílico, frente a un chorro de aguas apacibles en medio de la montaña que, años más tarde, conoceríamos de verdad.


Algunos geólogos cuentan que el Turega es uno de los tantos domos o conos del volcán del Valle de Antón, un estrato volcán gigantesco. Aunque los factores erosivos lo han deformado, aún sigue siendo imponente.

Nos topamos con nuestra guía local, Vero, quien creció en las faldas del Cerro Turega y conoce de primera mano todo su entorno. Curiosamente, en su primera visita al cerro fue mordida por una serpiente equis, pero ni eso impide que mantenga su devoción.

La comunidad es muy celosa de su recurso natural. Para subir el cerro es necesario contar con guía local y solicitar permiso al líder del pueblo.

Es importante destacar que el sitio está en vías de convertirse en una reserva hidrológica, por lo que en el futuro estará protegido por leyes. Esto tiene sentido, ya que del cerro se desprenden caídas de agua estacionales visibles en época de lluvias, así como chorros permanentes que se pueden disfrutar todo el año.

El área protegida incluiría Turega y Cucuazal como Reserva Hídrica, debido a la gran cantidad de bosques con fuentes de agua y manantiales que abastecen a la población rural de Pajonal, Churuquita Grande y otros corregimientos.

De cada cerro —Sofre, Sofre Abajo, Aguela, Turega, Churuquita Grande, entre otros— nacen 9 acueductos.

El plan ya se lleva a cabo y esperamos pronto verlo publicado en la Gaceta Oficial de 2017, pues el Ministerio de Ambiente, junto con biólogos y representantes de la comunidad, unen esfuerzos para que sea una realidad y se pueda establecer una ley que proteja la biodiversidad, la cual se ve amenazada por potreros y ganadería.

Alguna vez leí que el cacique Turega era el padre de “Las Mozas”, de donde proviene el nombre del famoso chorro del Valle de Antón, y que su hijo era “Chigoré”, quien estuvo enamorado de “Zaratí”, hija de “Penonomé”.


Para ascender se deben pasar algunas quebradas y en el camino hay varios desvíos que, sin guía, es muy fácil perderse. La cima no sobrepasa los 800 msnm, pero el ascenso es exigente, pues en la última parte es necesario caminar con una inclinación de 45° durante un buen rato. Al llegar a la cima, por la altitud, la temperatura cambia de forma radical y aparecen las briófitas con su particular esplendor.

Tuvimos la dicha de ver los tres picos que lo coronan y estuvimos sobre dos de ellos. En el último pico hay suficiente espacio para descansar. Desde ahí­ se ve el Océano Pacífico, así­ como el parque eólico de Penonomé; además, se pueden divisar otros cerros.

De regreso los chicos aprovecharon para tomar un baño en el chorro de la comunidad y así nos despedimos de este sitio hermoso en medio de la sierra coclesana.

Gracias a todos los que nos acompañaron en esta aventura. A José, Verónica Soto y Mario Urriola por toda la ayuda prestada.

Zaratí

Escrito de Luisita Aguilera P.

Chigoré, el guapo y bizarro hijo de Turega, señor cuyo caserío se levantaba en el cerro cercano a los territorios de Penonomé, se sentía preso de una gran inquietud. Tal día Él y su padre irían hasta la villa de aquel cacique a hacerle una petición de la que dependía su dicha o su desgracia.

El joven estaba enamorado con todas las potencias y sentidos de Zaratí­, la linda hija de Penonomé y deseaba hacerla su esposa.

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Rí­o Turega en el poblado del mismo nombre en la provincia de Coclé.

Una tarde en que, según su costumbre se hallaba en el río que circundaba el caserío del padre de su amada, vio a ésta por primera vez. Venia conversando con otras compañeras de igual edad y condición. Más, entre todas, ella se destacaba por el encanto de su rostro y la gracia y dignidad de sus maneras. Seguir leyendo Zaratí

Comunidad de Turega, Provincia de Coclé

Esta vez fuimos a caminar a Coclé, a un lugar con una biodiversidad enorme, la comunidad de Turega en Pajonal, corregimiento con gran valor histórico porque, a principios del siglo XX, allí­ se atrincheró el caudillo de Penonomé: Victoriano Lorenzo y desde ahí­ dirigía sus tropas.

Todo fue en transporte público y no tuvimos ningún problema. En el mercado de Penonomé hay infinidad de rutas que se dirigen a distintos sitios relativamente cercanos. La idea fue ir preguntando en el camino cómo llegar, aunque en este caso ya teníamos una idea establecida de cómo haríamos cada cosa gracias a unos amigos biólogos que hicieron un estudio científico en este lugar y nos dieron luces.

Bajamos del transporte público e iniciamos la caminata de no más de 45 minutos. Con bolsas pesadas, subimos y bajamos pendientes, que junto al sol retumbante nos daban la bienvenida al lugar.

Un caballo subía las lomas agotado, nos miraba con aire desconsolador, estaba cansado, llevaba mucha carga, nos miraba fijamente como gritando que lo dejaran descansar. Aquel caballo iba cargado de insumos traídos desde Sofre hacia Turega. Vale decir que para esta comunidad hay transporte 4×4 disponible, pero es escaso.

A todo esto, el señor que iba a un lado del caballo nos dijo que si tomábamos por el camino principal, nos íbamos a demorar mucho más, siendo nuestro destino el Chorro de Turega. Tomamos un atajo.

Se escuchaban aves revolotear y al fijarnos, se trataba de Cuco Ardilla, que andaban en parvada.

Avanzamos y pasamos al lado de un río, que embalsado, formaba una piscina natural preciosa y sobre ella, un puente improvisado hecho de un tronco y cables. Las ganas de quedarnos allí mismo fueron inmensas, pero decidimos seguir en la búsqueda del Chorro Turega.

Pasamos bajo puentes colgantes y algunos que denotaban ser nuevos, a lo que luego nos enteramos fueron hechos por la ONG “Manos Amigas”. En Turega las condiciones de acceso son bastante precarias, por lo irregular del terreno y los deficientes caminos, sobre todo en los largos meses de lluvias que, además, provocan la subida del caudal del río Sofre (que puede alcanzar varios metros de profundidad), impidiendo su paso a pie (factible en la época seca) y, por lo tanto, la posibilidad que tienen los habitantes de esta región para acceder a la escuela, los centros de mercado, el centro de salud, etc., distantes entre una hora y media o dos de camino.

Finalmente vimos casas rurales, cada una con su respectivo fogón a un lado como cocina. Un hermoso caballo comía apacible su hojarasca. Los árboles estaban repletos de naranjas, pero no nos atrevimos a tomar de ellas pues se encontraban dentro de fincas.

Entre las actividades económicas de esta comunidad se encuentran la agricultura de subsistencia, así como la producción de horticultura y tubérculos; una gran producción de ellos se vende en el mercado público de Penonomé. También en estas regiones hay producción de cítricos.

A cada paso veíamos el cerro Turega más cerca. El mismo tiene aproximadamente 820 msnm y desde abajo sobresalen unas formaciones rocosas a su derecha; según nos cuentan, fue catalogado como Reserva Hídrica en el año 2005 y por él pasan el río Sofrón, el Sofrito y algunas quebradas. Posee un bosque nuboso donde se encuentran especies endémicas y gran cantidad de briófitas, orquídeas, helechos y bromelias.

Llegamos a una capilla color blanco en una pequeña colina, con el cerro Turega en su parte trasera; al lado de un auto 4×4 parqueaban los hombres del pueblo, que contentos nos dieron la mano y bienvenida a su poblado. Preguntamos en dónde estaba el chorro para tomarle un par de fotos y pudimos notar que estaba repleto de gente que celebraban los carnavales, demasiado “felices” como para quedarnos ahí, pues buscábamos tranquilidad, así que prácticamente tomamos las fotografías y nos fuimos de regreso en busca de un sitio donde acampar.

Ya teníamos en mente donde nos íbamos a quedar, ese lado del río de imagen impresionista, con el puente colgante y la hierba baja, en donde la claridad del agua era tanta que hacía que desde lo alto se vieran las sardinas.

Y fue así como el Sr. Matías, propietario de ese lote, quien fuese el que tuvo la iniciativa de hacer aquel puente para ayudar a la comunidad, nos recibió con los brazos abiertos en su espacio en esta tierra. No habíamos llegado aún cuando ya el señor traía un saco con guineos y mandarinas para refrescarnos el día. De inmediato nos habló de la necesidad del puente para la comunidad y contó cómo, junto con algunos ayudantes, habían traído ese tronco pesado y lo habían puesto sobre el río.

Adoptamos una parte del patio en donde alzamos la casa de camping y nos preparamos para meternos al río. Teníamos la quebrada del puente y otra del lado trasero de nuestra carpa. Realmente estábamos sobre un lote redondo al que el río le daba la vuelta, creando una especie de isla, sobre la cual está la casa del Sr. Matías, con una cancha enorme y un patio repleto de flores, en especial orquídeas ubicadas estratégicamente sobre los árboles.

Disfrutamos de la tarde mientras bajaba el sol y, al salir del río, nos pusimos a cocinar. En menos de 5 minutos estaba la fogata para hacer la clásica pasta que sería la cena de la noche. Ya íbamos a empezar a comer cuando nos tocaron la puerta imaginaria de la carpa. Eran el Sr. Matías y su nieta, muy amable; nos traían un plato de comida con arroz, lentejas, torrejitas de maíz y pollo, además de tajadas; todo un buffet que disfrutamos bajo una noche estrellada y limpia de contaminación, repleta del canto de las ranas que rodeaban nuestra carpa.

A la mañana siguiente planeábamos salir temprano, pero una buena conversación con Matías nos retuvo hasta el mediodía.

Nos habló de sitios casi secretos que vale la pena visitar y compartió muchas historias. El canto de las chachalacas llenó la mañana mientras buscaban caimito. Disfrutamos un delicioso sancocho, y Matías me ayudó a identificar aves del libro que llevé.

Partimos contentos, agradecidos de haber conocido un lugar tan especial y gente tan amable.

Lugares como este hay incontables en Panamá, lo único que hace falta es caminar, entusiasmarse. Tener siempre presente el sentido del respeto, razonemos que cada espacio puede ser nuestro jardín, por lo tanto como tal, lo debemos cuidar, considerando que la tierra es nuestro hogar.