Todo cambia o se transforma, incluso los caminos hacia los cerros.
Hace unos días, fui con amigos y vecinos a subir el cerro Cabra en Arraiján, con la expectativa de redescubrirlo, ya que hacía años no lo visitaba.
Me habían comentado que el sendero había cambiado, pues ahora existe un trillo accesible para autos 4×4.
Esto ha hecho que el recorrido sea mucho más sencillo, ya que se puede avanzar gran parte del trayecto por este camino hasta llegar al mirador en la cima. En el trayecto se pasa por algunas fincas, hasta llegar a unas grandes formaciones rocosas donde, curiosamente, hay una gran cantidad de materiales de construcción abandonados y en mal estado.
La cima del cerro sigue siendo una belleza indiscutible, especialmente en un día despejado. Desde allí se puede observar claramente el océano Pacífico, las islas Melones, Taboga y Taboguilla, la punta de Bique, el puente de las Américas, la calzada de Amador e incluso el templo Bahá’í.
Aquel día tuvimos un clima excelente: algo nublado, lo que hizo la caminata más cómoda. Aun así, siempre es necesario llevar protección contra el sol y la lluvia, ya que gran parte del recorrido por el cerro carece de sombra.
La paja canalera (Saccharum spontaneum), que antes dominaba el cerro, ha ido disminuyendo. Sin embargo, la actividad minera en la zona se mantiene activa, impulsada por el origen volcánico del terreno.
Llama la atención un mirador ubicado en la cima, cuya construcción no está claramente atribuida a ninguna entidad específica.
Aunque el cerro es un área protegida, actualmente carece de guardaparques y señalización. Sería ideal que en el futuro se implementen estas medidas, dada la importancia hídrica que tiene esta zona para el distrito de Arraiján.
Por su cercanía con la ciudad de Panamá, el cerro se convierte en un excelente destino para la práctica del senderismo.
Si necesitas guía o acompañamiento, puedes contactarnos al 6592-9153.
Se llamaba El Arraijancito, y los recuerdos que me quedan de él prefiero conservarlos intactos, como si fueran cristales delicados. Hoy, los intereses de algunos seres humanos han ido empañando lo que alguna vez fue su pureza, su magia silvestre.
Y hablo de él como si fuera un ser vivo, porque así lo sentí. En El Arraijancito aprendí a amar los cuerpos de agua; en sus corrientes entendí la fuerza silenciosa de la naturaleza, y en cada rincón viví una pequeña chispa de lo que sólo puede llamarse magia.
Era apenas una niñita cuando, desde mi pueblo, salíamos en la parte trasera de los pickups, llenos de risas y emoción, rumbo al Arraijancito para darnos un buen baño. Eso pasaba casi cada fin de semana. Recuerdo cómo mi familia se preparaba con entusiasmo: cargaban una enorme paila, un saco de arroz, y el río… el río ponía las sardinas.
Allí, en aquel paraíso escondido, conocí a los soldados del Army que entrenaban en los alrededores. Aún tengo grabado en la mente aquel puente de concreto rodeado de helechos y musgos, donde solo pasaban los jeeps de los gringos. Si acaso, se veían dos en todo el tiempo que pasábamos allí.
Las aguas eran cristalinas. Mis primos y yo aprendimos a nadar entre risas, gritos y más de una travesura. No faltó el que casi se ahogara por hacer tonterías, esas bromas de niño donde uno grita “¡ahí viene el lobo!” tantas veces, que cuando el peligro de verdad aparece… ya nadie cree.
Una vez, el camión de abastos de mi tío se atascó en una loma lodosa. Esperamos largo rato, sin suerte. Fue entonces que aparecieron, como salidos de un cuento, unos militares puertorriqueños. Estaban cerca, en un búnker oculto por la maleza. Con un jeep embarrado hasta el tope de lodo, lograron jalar el camión y sacarlo. De no ser por ellos, habríamos tenido que volver a pie.
Para mí, ver a esa gente era como mirar a seres de otro mundo. Yo quería ser como ellos: aparecer de la nada, casi invisibles, y cuando te dabas cuenta ya estaban allí, firmes, seguros. Soñaba con andar por el monte vestida de militar, cargando una mochila —y por qué no, quizás también un arma—, siendo parte del bosque como ellos lo eran.
Pero la magia desapareció… y con ella, su hermoso río.
Un mal día, mi abuelo dijo que no iríamos más. Corrían rumores en el pueblo de Arraiján: varias personas habían pisado minas antipersonales en los alrededores del río, y muchas terminaron perdiendo piernas o brazos.
Y era cierto que no resultaba extraño escuchar explosiones a lo lejos. Retumbaban como tormentas secas, dejando tras de sí temblores leves pero inquietantes. Al principio nos asustaban, luego simplemente nos acostumbramos… como hacen los animales ante el peligro constante.
Pasaron muchos años. Yo, en el transporte público rumbo a la escuela, me quedaba mirando hacia esa zona. Desde el bus era común ver ñeques, venados… y sentir una punzada de nostalgia. Sin duda, quien haya nacido aquí desde hace 90 años hacia atrás, creció comiendo carne “de monte”. Pero poco a poco, por la caza indiscriminada y la indiferencia, los animales fueron desapareciendo, igual que los sueños.
Antes de 1999, las áreas de acceso al río Arraijancito eran propiedad de los Estados Unidos de América. Luego de la reversión del Canal de Panamá, pasaron al Estado panameño. Mientras pertenecían a EUA, podíamos entrar sin problema. Casi toda mi familia trabajaba para ellos: el abuelo era jefe de finca —sembraba, podaba, cuidaba los charcos y los árboles—; mi tío Miguel manejaba la draga, mi tío “Boca” el remolcador, y mi padre era pasabarcos. Crecimos con el alma mitad panameña, mitad zonian.
Pero eso cambió cuando las tierras fueron transferidas al ARI (Unidad Administrativa de Bienes Revertidos).
Y la verdad, fue para peor. Las aceras de la carretera comenzaron a llenarse de paja canalera (Saccharum spontaneum), esa hierba invasora que coloniza todo espacio sin sombra. Una plaga verde, sofocante, que oculta los caminos y empuja al olvido.
Mi madre aún cuenta cómo, antes de existir la carretera Interamericana, se viajaba a Ciudad de Panamá a caballo, cruzando largos senderos y caseríos indígenas. Al llegar al canal, amarraban los caballos y tomaban el ferry para cruzar. Era otro tiempo, otro mundo.
El bosque primario que rodeaba la cuenca de nuestro canal, protegido en teoría, ha desaparecido. Miles de árboles centenarios, colosos del tiempo, fueron talados. Su madera vendida, explotada, prostituida. Y nadie sabe con certeza para qué. Hoy, decenas de camiones volquetes cruzan la noche transportando troncos como si fueran cadáveres de gigantes. ¿A dónde se ha ido mi bosque?
Todo Arraiján sufrió la muerte de su espesura. Algunos lloramos, literalmente, al ver desde la carretera cómo los hombres tumbaban templos del bosque, tan monumentales que ni las sierras podían con ellos. Usaron maquinaria pesada para empujar lo que ni la historia se atrevió a tocar.
Sí, entendemos que el progreso llegó. Que durante años el tráfico ha sido un suplicio. Pero quizás había maneras menos crueles de construir caminos. Si tan solo se hubiese hecho un manejo real de rescate de fauna, no tendríamos que lamentar la muerte de tantos animales, entre ellos felinos sanos que habitaban el Bosque Protector de Arraiján… el único hogar que conocían.
Una señora en el bus, viendo la escena desde su ventana, murmuró con rabia contenida: “¡Jo! Cómo le cayera encima…”
Y a aquel río de mi infancia, a ese Arraijancito que me enseñó a sentir la tierra y a leer las aguas… a ese, nunca más pude regresar.
Cerro Cabra llama la atención de cualquier montañista panameño. Es ese que se ve cuando uno va saliendo del puente de las Américas hacia el Oeste.
No es muy alto, solo posee 512 msnm, pero se encuentra muy cerca del mar y se sube casi desde “la pata”.
A pesar de ser un cerro poco técnico, tiene una parte de ascenso considerable y cansona. La paja canalera (Saccharum spontaneum) crea túneles que parecen interminables, y cuando la calor apremia, sientes picazón y más dolor en las heridas que provoca, pues corta.
El ascenso fue hermoso, sobre todo por la gran vista que hay desde la cima, en la que es posible ver gran parte de la ciudad de Panamá e islas del Pacífico del Golfo de Panamá.
En el cerro habitan una gran cantidad de especies de insectos, sobre todo arañas y grillos de diversas formas y colores; también es posible ver las ranas Dendrobates auratus, lo cual aún sorprende y es sinónimo de un buen estado de cierta parte del cerro que no ha sido colonizada por la paja canalera o su otra amenaza: la minería.
Todos llegaron a la cima más alta del cerro, que es conocida como “Infiernillo” y luego la roca que se conoce como “La Cara del Diablo”, donde descansaron, almorzaron y disfrutaron del paisaje, rememorando que Cerro Cabra es un volcán. El cerro fue declarado reserva en el año 2015, por su importancia hídrica ya que ahí nacen quebradas y el importante Río Bique.
Es un volcán extinto y constituye el último de los volcanes de esta alineación, que se encuentra localizado próximo a la margen derecha de la entrada del Canal de Panamá, en el Océano Pacífico.
Luego del descenso, los chicos disfrutaron de un delicioso sancocho hecho en leña.
Las llanuras, la costa y el mar son las zonas más bajas de la Tierra y por lo general allàel clima es más caliente. Todos nos hemos dadoàque mientras más cerca estemos de un fuego, recibimos más calor. Por eso podrÃÂamos pensar que cuanto más cerca se está del Sol, más calor se debe sentir.
La AlcaldÃÂa de Arraiján tiene el placer en invitarles este domingo 8 de enero del
presente cuando estaremos realizando la Gran Caminata Ecológica a la cima de Cerro
Cabra, máximo sÃÂmbolo de distinción arraijaneña y gravemente amenazado por proyectos
mineros y de canteras.
GRAN CAMINATA ECOLÃâGICA
Salvando ââ¬ÅCerro Cabraââ¬Â
DOMINGO 8 ENERO 2012, 7:00AM
(Inicia en la sede de la AlcaldÃÂa)
REQUISITOS PARA LOS PARTICIPANTES:
1. Buena salud
2. Amantes de la Naturaleza
3. Ropa apropiada para exploración
4. Llevar mochila con comida y agua
5. Cámara fotográfica o de video (opcional)
6. Edad mÃÂnima: 12 años
7. Invitación a todo público (familiares y amistades) que reúnan estas condiciones
8. Nos acompañarán: PolicÃÂa Nacional, Cuerpo de Bomberos y Sinaproc.
ORGANIZA GESTION AMBIENTAL
ALCALDIA DE ARRAIJAN
Información: 259-9044
Felicidades en Navidad y un Millón de Bendiciones para el 2012..!
Fue un dÃa de esos que se amanece con ganas de llegar a una cima, que los muchachos y yo decidimos ir en busca de un camino que nos llevara quien sabe donde porque ninguno tenÃa idea de por donde tomar, asà que lo inventamos.
Nos metimos por una cantera, parecÃa que caminábamos sobre la luna, serpenteamos una carretera al peligro de los volquetes que amenazaban con tirarnos carretera abajo.
Una cascada improvisada y sucia salÃa de entre la cantera llenando el lugar de un misterio triste y repugnante.
Luego de caminar en medio de “paja canalera” (Saccharum spontaneum) altÃsima, nos encontramos con una quebrada “Quebrada Ancha” y hasta allà llegaba el camino. Luego de discutir un rato por donde subirÃamos decidimos hacerlo por la misma quebrada.
Descansamos unos minutos para almorzar y seguir; luego de subir con cuerdas por una caÃda un poco empinada, algo saltó de entre mis pies y al ver Lurys lo que era, nos encontramos con una vÃbora que dormÃa entre las rocas por las que pasamos.
Nos topamos con el ojo de agua o naciente por donde la quebrada iniciaba y brotaba entre las rocas, por lo tanto la quebrada desapareció y nos encontramos en un herbazal de paja canalera altÃsima, imposible de pasar.
Bordeamos hasta llegar a un alto resbaladizo con algunos arboles de tamaño considerable en los que mis amigos se subieron y lograron ver algo del panorama, asàcomo una gran roca, que al ver con los binoculares, tenÃa la forma y rostro de una calavera, y sobre ella gran cantidad de gallotes. Estábamos a 400 msnm, de forma que no en la cima y por supuesto, en un camino inventado y erróneo, en uno de las quebradas que alimentan el RÃo Bique.
Habló de la transformación del cerro, de haber sido muy productivo por sus tierras, a ser invadido casi en su totalidad por la peligrosa paja canalera, maleza que aprovecha cualquier espacio deforestado para crecer.
A pesar de haber bajado el cerro con la aventura flotante sin haber alcanzado la cima, nos fuimos felices de haber conocido un nuevo destino, que de seguro muy poca gente conoce, pero obviamente trazamos una nueva fecha para llegar a la cima correcta.
Para llegar al cerro Cabra es necesario entrar por Arraiján Cabecera e irse recto hasta llegar a la comunidad de Alto Bonito, tomar una calle de piedra y continuar por el sendero que sube por la paja canalera.
De pronto apareció un letrero alarmante que indicaba âpeligro de muerteâ, lo pasamos y no encontramos peligro alguno, solo agricultores y un perrito que nos ladraba entusiasmado.
Al ver lo dejado atrás, pude notar que la altura empezaba a dar muestras de algunas vistas de Arraiján, Puente Centenario y parte de la Calzada de Amador. El sol fue perfecto para observarlo todo. Al seguir subiendo vimos gran cantidad de precaristas del lado de “Altos de Howard” y otras comunidades de Arraiján.
Me sentÃa agitada y no Ãbamos ni por la mitad. Con paciencia trepamos el área más empinada, una loma larga con un camino marcado rodeado del herbazal. Las arañas y borrigueros dominan el área. Y de pronto, ¡los hangares de Howard! e incluso el mar PacÃfico estaban visibles.
Subimos bordeando “La Finca del Gringo” en donde habitan unas reses que de seguro son custodiadas por alguien; envidia de la buena sentàpor esas vacas al notar la vista panorámica que tienen de la ciudad de Panamá.
Hasta ahàllegaba yo, me sentÃÂa satisfecha de haber logrado la cima, hasta que mi compañero insistió en seguir un poco más para llegar a la gran roca, en la que según mi abuela, que ha vivido en Arraiján toda su vida, era donde los indÃgenas primitivos realizaban rituales a los dioses.
Dentro del cerro se encuentran varias tomas de agua que mediante una partida del Fondo de Emergencia Social (FES) y el esfuerzo en conjunto de los residentes se logró desarrollar cuatro acueductos rurales que por gravedad suministra agua potable a más de mil familias de áreas circundantes al cerro.
Una guía de turismo ecológico en Panamá, dedicada a descubrir ríos, montañas, senderos y aventuras en la naturaleza. Ideal para los amantes del aire libre y la exploración rural.