Su forma es llamativa, diferente. Picos puntiagudos y son varios, ningún cerro en Panamá se asemeja. Soy de las que se pregunta siempre: ¿Cómo se formó esto?
Bien,
En cuanto a edad geológica, en el Jurásico Superior se inician las primeras actividades volcánicas submarinas que dan origen al Istmo de Panamá. Se inician las intrusiones graníticas en lo que serán luego las Serranías de Chiriquí, Macizo de Canajagua, Sierra Llorona de Portobelo, Cordillera de San Blas y Tacarcuna, Montañas de Chimán y Darién.
En el Cretáceo, las rocas más antiguas del Istmo de Panamá las encontramos en las Penínsulas de Las Palmas y Azuero, en el lago Gatún, Cordillera de San Blas, Serranías de Majé y El Sapo.
En el Paleoceno y Eoceno, continúa la formación del Istmo de Panamá, pero en mares poco profundos.
En el Oligoceno, se da una intensa actividad volcánica en la parte Septentrional de América Central. Formaciones como Santiago y Montijo (Veraguas). Cerro Bombacho (Los Santos) Uscar (Bocas del Toro). Bohío, Emperador, Culebra, Cucaracha y Caimito (zona del Canal).
En el Mioceno, grandes cuencas de sedimentación en las actuales tierras bajas de Panamá y Costa Rica. Levantamiento rápido de las Cordilleras de Talamanca y Serranía del Tabasará. El istmo de América Central estaba totalmente revelado. A este período corresponden las rocas sedimentarias más importantes encontradas en Panamá. Formaciones: Mont Hope, Chilibrillo, Gatún (Zona del Canal), Tuira, Chucunaque y Topaliza (Darién). Laguna de Chiriquí, Península de Valiente, Gatún, Uscar (Bocas del Toro). Santiago (Veraguas).
Y aquí es donde llega el Plioceno, para mi, uno de los tiempos geológicos más importantes ya que se termina de cerrar el Istmo de Panamá, separando el Mar Caribe del Océano Pacífico.
Grandes movimientos horizontales lentos que se producen para formar cordilleras y epirogénicos o movimientos verticales que generan solevantamiento (Levantar algo empujando de abajo arriba) y hundimiento de bloques. Las regiones de América Central Ístmica e Insular quedan perfiladas en sus contornos actuales. Los volcanes Barú y El Valle muestran gran actividad. Grandes flujos de lava forman el cerro de Chame y los Picachos de Olá.
Los Picachos de Olá, son domos de lava dacítica, que es la parte más superficial de la columna magmática de un volcán; se genera después de que el magma viscoso sale del conducto volcánico, se acumula y tapa el cráter. La edad de los Picachos varía entre 1,9 a 1,7 Millones de años.
Como escribí anteriormente sobre este sitio, cito:
Producto de estos choques de placas en donde una se metía debajo de otra se dieron fusiones del manto terrestre provocando fisuras por donde se logró colar el magma hacia el exterior originando una cadena de eventos volcánicos que facilitó el emerger de islas volcánicas que lograron interconectarse formando el territorio firme del Istmo de Panamá.
Cerro Picacho por consiguiente se formó como parte de este proceso dado su origen volcánico. Como es una extensión al sur de la Cordillera Central en donde se encuentran las montañas más viejas, se calcula que su edad geológica es más reciente, y su desarrollo tuvo lugar hasta los inicios del Pleistoceno.
El Picacho tuvo una forma cónica al principio como cualquier volcán pero debido a la naturaleza violenta de sus erupciones volcánicas, éste fue destruido dejándolo inactivo y en la forma actual.
Al llegar a la entrada lo distingues por un pequeño banner a orilla de calle, debes pagar 2$ por persona y hay donde aparcar autos.
Calle en buenas condiciones
El ascenso inicia bordeando algunas casas y casi de inmediato inicia un abrupto ascenso sobre roca suelta y paja a los lados, que en cierta época, al existir la paja da la sensación de ir entre matorrales pero en otra época del año cuando no hay, puede ser muy peligroso, al punto que en el cerro han habido accidentes de grandes caídas y muerte.
Recomiendo ampliamente hacer el ascenso en la mañana o en la tarde, nunca en horas donde el sol pegue de forma completamente directa ya que aquí no hay donde resguardarse y el calor puede ser letal.
En términos de tiempo, es corto. Se puede subir en menos de 1 hora. La vista desde la cima es impresionante. Los atardeceres y amaneceres en este lugar valen demasiado la pena. En la cima hay un pequeño espacio plano para descansar.
Al bajar, hazlo con paciencia, cero apuros. Un mal paso y puede ser fatal. Si tienes trekking poles, no dudes en llevarlos, si no, consigue un palo largo o pídelo en la entrada.
Recomendaciones: – Agua – Bloqueador solar – Lunch – Siempre lleva algo dulce – Gorra – Zapatillas con buenas suelas. – Ropa holgada.
Disfruta la vista y ojalá leas esto antes de visitar el sitio para que puedas imaginar todos esos movimientos orogénicos del pleistoceno.
A 28 km que se resumen en casi 45 minutos de la carretera Interamericana se encuentra Cascada Las Mesitas en la comunidad Hijo de Dios, corregimiento de El Copé de Olá.
El sitio es accesible, su costo por entrada es de 1$ por persona y 2$ por cuidarte el auto.
Agua cristalina.
Sendero sencillo y marcado, fácil, entre la sombra de los árboles. Si subes por el río, hay que tener cuidado con el cruce de rocas, aunque nada que no se pueda hacer con paciencia. En época lluviosa, se sigue el curso del sendero hasta llegar al río.
Me cuentan que la cascada debe su nombre a que, hace un tiempo, residía un hombre que se dedicaba a elaborar mesitas.
El pueblo de Olá, aunque es pequeño, es muy vistoso, su iglesia y los Picachos lo hacen mágico.
La mejor época para visitar este chorro es entre los meses de diciembre a febrero ya que mantiene buen caudal y el color del agua es espectacularmente turquesa.
IncreÃble color del aguaEl camino al final es pedregoso.
En la parte de arriba de la cascada hay una con mayor altura pero sin una poza para nadar por lo cual los bañistas prefieren la de abajo.
Nosotros, buscando comodidad, primero fuimos a la cascada, de regreso subimos el cerro Picachos y para finalizar fuimos a los Chorros de Olá; pero para poder hacer algo así debes tener conocimiento del área, manejar bien el tiempo y salir temprano de donde vengas para que el día te alcance.
Cerca de Las Mesitas también hay un balneario llamado San Antonio en San Roque, muy bonito y cómodo para ir en familia.
Recomendaciones:
Lleva agua y comida ya que no hay restaurantes cerca.
Los recuerdos de momentos especiales se graban en la memoria como postales vivas. En mi caso, no solo recuerdo paisajes: también los olores, sabores e incluso los estados de ánimo que me acompañaban. Siempre llevo canciones en la cabeza, como si fueran parte del equipaje; una de ellas es Wicked Game de Chris Isaak, que me sigue como una melodía de fondo en mis caminatas.
Este cerro está ubicado en la provincia de Coclé, en el encantador Valle de Antón, un lugar donde la oferta turística parece no tener fin. Aquí, la naturaleza y la aventura se entrelazan en cada rincón, regalando experiencias únicas para quienes buscan reconectar con lo esencial.
El ascenso al cerro Cariguana es una experiencia que se adapta a tus posibilidades. Si cuentas con un buen 4×4 y un conductor experimentado, puedes llegar hasta la caseta donde inician los pinos. Si no, puedes dejar el auto al inicio del camino de piedras y empezar la caminata desde ahí; los taxis también te pueden dejar en ese punto.
Desde la entrada del camino de piedras, la caminata toma aproximadamente una hora y media, aunque, como siempre, depende de la condición física de cada persona. Si subes en 4×4 hasta la caseta, desde allí solo te tomará unos 30 minutos llegar a la cima.
Todo el sendero es de ascenso, pero agradable: rodeado de árboles que ofrecen sombra y un ambiente fresco. Al final, se abre una llanura rocosa que te conduce a un impresionante precipicio, por lo que es recomendable llevar protección solar.
La vista desde la cima es simplemente espectacular, una de las mejores del Valle de Antón, solo comparable con la del Cerro India Dormida. Desde aquí se observa el río Antón y se distinguen claramente las imponentes Tres Marías: el Cerro Pajita, el Cerro Gaital y el Cerro Caracoral.
En la espesura del bosque nuboso coclesano, en la vertiente Caribe y dentro del Parque Nacional General de División Omar Torrijos Herrera baja con fuerza El Tife, un nombre importante para el excursionista panameño.
Acceder a este sitio requiere de una logística perfecta combinada con excelentes condiciones físicas. Para llegar debes ir hasta El Copé de La Pintada. Una vez ahí debes buscar la forma de subir al Parque Nacional General de División Omar Torrijos Herrera; los autos 4×4 regulares te pueden dejar en cerro El Calvario, donde hay una cruz.
De ahí en adelante tienes dos opciones:
Caminar desde El Calvario hasta la escuela del caserío de Caño Sucio (8km)
Contratar el único todo terreno que llega a El Limón: Pablito (llega más allá de Caño Sucio y La Rica). Verificando disponibilidad y costos días antes. (Previo 6592-9153)
Dependiendo lo que escoges, lo recomendable es alojarse en la casa azul cabaña donde también puedes contratar el servicio de alimentación y caballo para la carga (sólo de camino para regresar al Calvario, no para el sendero) . La comida es deliciosa, orgánica y a excelente precio. Además, te aseguro que luego de caminar más de 20 km por día, no vas a querer cocinar.
Bajo Tife
Nos tomó dos horas y media llegar al Alto Tife. Mis impresiones: hermoso… y exigente; aún más si ya vienes caminando desde El Copé.
El sendero inicia atravesando un potrero, bordeando algunas casas humildes. Luego se pasa bajo un puente colgante en desuso, cubierto por el óxido del tiempo. A medida que se avanza, aparecen cabañas rústicas con techos de penca y palmas de chunga, propias de la comunidad de La Rica, hasta llegar a un aposento elevado sobre pilotes en medio del bosque. Allí se paga una tarifa simbólica de $2 por persona.
El ascenso comienza entonces en serio. Durante varias horas se sube entre raíces y piedras, internándose en un bosque rocoso que parece salido de un cuento antiguo. La flora es fascinante. Uno avanza entretenido, jadeando, cuando de pronto una bromelia atigrada con flores rojo pasión te arranca el aliento —no por el cansancio, sino por su belleza inesperada. El paisaje se torna más dramático: paredes de roca se alzan a los costados y se asoman cuevas misteriosas, como si el bosque guardara secretos que no quiere revelar fácilmente.
El terreno aquí se vuelve peligroso. Un mal paso y podrías resbalar entre las grietas. Pero cuando alcanzas este punto, sabes que estás cerca. Muy cerca.
De repente, se oyen gritos. No de susto, sino de euforia. Hemos salido de las subidas. Y entonces, el rugido de la cascada nos alcanza. Se mete por los oídos, por la piel, por las venas. Se me eriza todo el cuerpo. Disculpen lo explícito, pero qué placer tan intenso es ver esta cascada.
No es solo su altura ni su belleza. Es su fuerza brutal, su caída salvaje. Su potencia es tal que te hace sentir pequeño, vivo, vulnerable. Un paso en falso, y podría matarte. Pero también, podría enamorarte para siempre del Alto Tife.
Alto Tife
Grandes rocas resbalosas te dan la bienvenida a este coloso. Es un paraje jurásico, enigmático que en lo personal me trae sentimientos encontrados. Miedo, amor. Dicha, gozo.
Un río potente que cae en la vertiente del Caribe. Increíble porque habíamos entrado caminando por el Pacífico.
Por increíble que parezca, mis compañeros hicieron clavados; en estos lugares pasa algo, la adrenalina te corre por el cuerpo, uno se desboca, la cascada te llama y aclama. Por momentos pensé que iba a ser imposible entrar al agua, pero ahí estuvimos dentro, disfrutando de sus aguas repletas de minerales.
Éramos solo tres: Rey, Juventino y yo, acompañados por nuestro guía Pablo, e Ilka y Magdiel, los locales que conocían cada piedra del camino.
Emprendimos el regreso, internándonos por un nuevo tramo del sendero que, tras una hora y media de caminata, nos llevó a Bajo Tife. Desde lo alto del sendero, se divisaba un mar entre montañas. Parecía una inmensa laguna turquesa, casi irreal. La poza de esta cascada es descomunal, y el chorro en sí… colosal. No impresiona tanto por su altura —aunque la distancia entre la orilla y la caída engaña a la vista— sino por su volumen brutal, una masa de agua profunda que nadie se atreve a medir. Allí, el silencio se rompe solo por el estruendo del agua golpeando las rocas, y el eco parece suspirar historias de quienes se han atrevido a nadar allí.
Pablito, nuestro guía, cargó todo el trayecto un bote inflable. Fue allí, junto a la poza, donde se marcaron las diferencias entre los locos y los aventureros comunes. Inflaron el bote con la emoción de niños armando una nave espacial. Y cuando me di cuenta, ya estaban haciendo intentos por alcanzar la base misma del chorro. Todos lo intentaron. El que más lejos llegó, luego de un par de cálculos y mucho coraje, fue Juven. Parecía que el agua lo empujaba y lo desafiaba al mismo tiempo, como si el chorro eligiera a quién dejar acercarse.
De regreso, se suponía que el camino sería más rápido… pero como siempre, la montaña tiene sus propios planes. En plena senda nos topamos con una serpiente hermosa y serena que, como guardiana del bosque, nos saludó con su quietud y colores. Continuamos entre sombras y claros hasta alcanzar el mismo derrumbe de árboles que habíamos cruzado por la mañana.
Me adelanté unos pasos, algo en el ambiente me puso en alerta. Un presentimiento extraño se me instaló en el pecho. Y entonces, ocurrió: el rugido de un árbol al quebrarse rasgó el silencio. Una rama cayó directamente sobre mi hombro derecho. Fue un instante impresionante, brutal. De todo lo que puede pasar en la montaña, ese ha sido siempre mi mayor temor. Pero, por suerte, no pasó a más. Solo quedó el sacudón, el susto… y el recuerdo.
Al final del camino, justo cuando el día se rendía, salimos nuevamente a la casa de pilotes. La noche ya caía cuando cruzamos el río bajo el puente colgante. Agotados, llegamos a la casa azul, deshechos, pero vivos. Allí nos esperaba el más sencillo de los lujos: un baño reconfortante, el alivio de quitarme las botas, sentir ropa seca sobre la piel, beber agua viva… y un plato de espagueti con salsa roja y gallina dura. No había banquete más perfecto para cerrar la jornada.
Me siento profundamente agradecida con mis compañeros de sendero, con quienes compartí pasos, silencios… e incluso oscuridad. A Rey, por dejar a un lado su propio cansancio para darme ánimos y ofrecerme agua en los momentos más duros. A Juven, por su estoica respuesta cada vez que le preguntábamos cómo se sentía, simplemente diciendo “creo que estoy bien”, aunque al llegar de regreso se dejara caer, hecho trizas, en una silla de taburete.
Sin duda, Tife no es un sendero cualquiera. Es uno de los más exigentes de Coclé, y me atrevería a decir, de todo Panamá. Una travesía que deja marca, que se convierte en un hito para quienes se atreven a recorrerlo. Ida y vuelta, son aproximadamente 45 kilómetros… pero lo que se gana en alma y espíritu no se puede medir en distancias.
Estas líneas, como siempre, las comparto con cariño y el corazón lleno de monte. —Mariel Ulloa
Puntuales, arrancamos rumbo a la provincia de Coclé. Esta vez estaríamos bien al norte, justo en el límite entre La Pintada y Olá, divididos por el majestuoso Río Grande.
Visitamos Chorro Alto, ubicado en Bajo Grande, donde un puente colgante cruza el río y marca la división natural entre Olá y La Pintada.
Chorro Alto impresiona —y no en vano lleva ese nombre—: es una cascada imponente, de gran altura y fuerza. Su acceso es relativamente fácil si se toma con calma; vehículos 4×4 llegan sin inconvenientes. La caminata es breve, sobre todo si la comparamos con otros destinos similares.
Para ingresar, es necesario pasar por una propiedad familiar. Allí pedimos permiso para atravesar su terreno y realizamos una colaboración económica, ya que son ellos quienes mantienen el lugar limpio y libre de desechos.
Con la boca abierta, admirábamos el lugar. Inspeccionamos el área, montamos la hamaca y liberamos una Leptodeira annulata —una serpiente que merecía una vida mejor— en una zona apartada del chorro. Luego, nos sumergimos en sus frías y profundas aguas.
El día estuvo soleado; aquel domingo nos regaló un clima perfecto. El agua, helada como pocas veces, nos estremecía mientras nadábamos hacia la base de la cascada. Eso sí, si te ubicas justo bajo la caída del chorro, podrías llevarte un buen golpe.
Más tarde, emprendimos una pequeña caminata hacia el Chorro Grande de Ojo de Agua, en el río Zapillo, perteneciente al distrito de La Pintada, provincia de Coclé. El camino es de nivel fácil, aunque a una persona sin experiencia podría tomarle más tiempo recorrerlo.
Ojo de Agua es imponente. Sus aguas caen con tal fuerza que el río puede arrastrarte sin previo aviso. En verano, es común ver a los locales realizar clavados espectaculares, pero durante la época lluviosa, cuando el río está cargado de agua, lo más sensato es admirar el chorro desde la orilla. Especialmente porque, con el agua turbia, no se ven las rocas ocultas en el fondo, y un salto mal calculado podría terminar muy mal.
El chorro es un verdadero espectáculo de la naturaleza, de esos que te dejan sin palabras. Estar allí se siente como ser parte de una película de misterio mezclada con aventura; el lugar guarda una magia singular, casi secreta.
Nosotros lo disfrutamos desde la orilla. El río Zapillo es bellísimo, y en verano regala pozas de agua cristalina, ideales para bucear y nadar con total deleite.
Terminamos nuestro recorrido felices, con la emoción intacta… y con el estómago rugiendo por comida de verdad. Ya en el bus, de regreso, fuimos sorprendidos por una enorme tarántula cruzando la carretera —una de las especies de arácnidos más grandes del mundo—. Imposible no admirarla. Nos detuvimos para observarla mejor, fascinados por su presencia imponente.
Repuestos y con las panzas llenas, tomamos la ruta de La Pintada, atravesando la comunidad de Piedras Gordas. Allí hicimos una parada en la Hacienda La Esmeralda, propiedad de la familia Quiroz. El aroma cítrico nos envolvió apenas llegamos, y no tardamos en saborear unas deliciosas naranjas valencianas.
Algunos de los chicos se transformaron en verdaderos depredadores frutales: comían y llevaban como si se tratara de un tesoro. Fue, sin duda, un éxtasis frutal digno de recordar.
Y así concluimos otra aventura más. Agradecemos a quienes confían en nosotros para compartir un día ameno, de la mano de la naturaleza y en comunión con nuestro entorno.
Nuestro plan era visitar la cascada Tavida en Chiguirí Arriba, pero un derrumbe en el sendero nos obligó a cambiar de planes. Así que optamos por el hermoso Pozo Azul y sus aguas cristalinas.
Este lugar, cuando no está lleno de gente, ofrece una experiencia magnífica. Recuerdo con cariño la primera vez que lo descubrimos, hace casi 3 años, cuando era un secreto bien guardado.
Pozo Azul está en terreno privado, por lo que cobran una entrada (2$ en 2022), pero el sitio se mantiene impecable. Con gusto pagamos, porque vale la pena y no siempre los visitantes cuidan el lugar como deberían.
Sus pozas son profundas, de un turquesa transparente impresionante. Mientras más osado seas, más alto puedes escalar y descubrir nuevas joyas escondidas.
Luego de explorar todas las pozas con el grupo, nuestro 4×4 nos recogió para llevarnos a Chiguirí Arriba, cerca del Cerro La Vieja. Esta vez, sí lo subimos.
El Cholo Guerrillero, Victoriano Lorenzo, durante la Guerra de los Mil Días, solía dejar a sus hombres para visitar a “La Vieja”, sobrenombre de su querida que vivía en los montes coclesanos. Según cuentan los lugareños, de ahí proviene el nombre del Cerro La Vieja.
Y nos sorprendió. Nuestro guía local nos dijo que tomaría media hora subirlo, pero a nosotros nos tomó justo una hora. El ascenso, aunque corto, es constante y con una inclinación cercana a los 45°. Hay tramos escabrosos, resbalosos y con suelo inestable, cubierto de raíces.
Desde la cima, la vista es espectacular: se aprecia el Cerro Congal (992 msnm), el Escaliche (866 msnm) y el Cerro U (652 msnm). El Cerro La Vieja, más modesto, apenas alcanza los 500 msnm. El descenso nos tomó solo media hora.
Luego caminamos al Hostal Don Mene, un sitio que ya conocíamos para descansar y acampar. También ofrecen habitaciones. La señora Chela, su propietaria, lo decora con amor y flores por doquier. Cenamos delicioso, acompañado de un refresco de naranja inolvidable. La atención, como siempre, impecable.
Han pasado cinco días desde nuestra visita a Olá. La emoción de estar en este lugar siempre es intensa, y esta vez aún más, porque incluía el ascenso a uno de los cerros más bonitos de la región: Los Picachos.
Comenzamos el recorrido conociendo a nuestro guía local. De inmediato nos atrapó la vista de esa caprichosa montaña, con su silueta ondulada y una apariencia singular que recuerda a una ola.
A medida que nos acercábamos al poblado, el imponente Cerro Picacho se hacía más notorio. Esta formación es una extensión de la vertiente sur de la Cordillera Central y forma parte del escudo del Distrito de Olá. Casi todas las referencias a este cerro tienen un enfoque turístico, exaltando su impresionante belleza paisajística.
Fuimos a conocer una de las zonas más altas del distrito. Al llegar, una lluvia caprichosa nos sorprendió, pero se disipó en pocos minutos. Subimos entonces a un mirador, ubicado a más de 1000 msnm, desde donde se divisa gran parte del sur de Coclé, incluyendo montañas antiguas como el Cerro Guacamaya y el Orarí.
De regreso del mirador, nos dirigimos a Los Picachos de Olá. Tras ingresar por un terreno privado —con permiso, por supuesto— llegamos a la base del cerro. Desde allí, el ascenso fue empinado, con una inclinación de unos 45 grados, terreno pedregoso y señales claras de que había sido quemado recientemente. La recompensa: vistas simplemente impresionantes.
La parte final del pico se volvía peligrosa para subir con el grupo. Era necesario escalar con las manos, y un mal paso podría significar un “hasta nunca”. El sendero era de menos de un metro de ancho, con precipicios profundos a ambos lados. Por seguridad, decidimos llegar solo hasta la zona más adecuada para todos y allí aprovechamos para descansar. El sol era inclemente, y a lo lejos veíamos cómo la lluvia caía sobre distintas áreas de Coclé. Hacia el sur, se destacaba el Parque Eólico. Las montañas azuladas de la provincia mostraban su esplendor, y la forma cónica del Picacho despertaba muchas preguntas sobre su origen. Su orografía es verdaderamente fascinante.
El origen de este monumento natural se remonta al surgimiento del Istmo de Panamá, hace aproximadamente 20 millones de años. Antes de eso, un canal marino separaba América del Norte de América del Sur. Las placas tectónicas trasladaron tanto lecho marino como tierra continental. La placa sudamericana colisionó con la del Caribe en una zona específica conocida como el Arco de Panamá, dando lugar al primer levantamiento del istmo. Este proceso fue continuo, y se estima que hace unos 15 millones de años ya solo una estrecha franja de mar separaba a Panamá de Sudamérica.
Producto de los choques de placas tectónicas, en los que una se introducía debajo de la otra, se produjeron fusiones en el manto terrestre que provocaron fisuras por donde el magma logró ascender hasta la superficie. Esto originó una serie de eventos volcánicos que facilitaron el surgimiento de islas volcánicas, las cuales con el tiempo se interconectaron hasta formar el territorio firme del Istmo de Panamá.
El Cerro Picacho se formó como parte de este proceso, dado su origen volcánico. Al ser una extensión hacia el sur de la Cordillera Central —donde se encuentran algunas de las montañas más antiguas del país— se estima que su edad geológica es más reciente, con un desarrollo que tuvo lugar a inicios del Pleistoceno.
Originalmente, el Picacho tenía una forma cónica, como la mayoría de los volcanes. Sin embargo, debido a la violencia de sus erupciones, su estructura fue destruida, quedando inactivo y con la forma que hoy conocemos.
Al noroeste del Picacho, a unos 20 km, se encuentra un conglomerado de montañas volcánicas conocido como el Complejo Volcánico de La Yeguada, compuesto por formaciones de distintas edades geológicas. Entre ellas destacan: El Picacho (de La Yeguada), con 4.8 millones de años; el Cerro Castillo, con 8.7 millones de años; el Estrato Piroclástico, con 11 millones de años; y el volcán Media Luna, el más joven, con apenas unos 32,000 años. Estas formaciones nos ofrecen una idea de la intensa actividad volcánica que tuvo lugar en el pasado y cuyas huellas persisten hoy en forma de aguas termales, estratificaciones de lava, material piroclástico y lagos formados en antiguos cráteres.
En los Picachos también se vivió una gesta histórica muy importante, aunque poco conocida. Probablemente al escuchar el nombre Manuel Antonio Noriega pienses en el dictador panameño, pero aquí en Olá hubo otro personaje con el mismo nombre. Junto a Domingo Díaz, Belisario Porras y Victoriano Lorenzo, participó en un fuerte combate en 1901, como parte de la Guerra de los Mil Días.
Tras bajar del cerro, fuimos en busca de un buen sancocho de gallina de patio en casa de Luis, quien nos recibió con los brazos abiertos. Entregamos donaciones de útiles escolares que habían llegado algo tarde, y algunos aprovecharon para disfrutar de la carambola que colgaba en abundancia de un árbol cercano.
De allí, nos dirigimos a uno de los tantos chorros (cascadas) que hay en Olá, un distrito que aunque pequeño, rebosa belleza natural. Esta vez encontramos el agua algo turbia, producto de las primeras lluvias en la zona. Aun así, nos refrescamos y no faltó quien se animara a escalar la pared de roca vertical que enmarca el chorro.
La cereza del pastel fue visitar los Chorros de Nuestro Amo, un lugar que la mayoría desconocía. Este sitio siempre sorprende por su impresionante espectáculo visual: el chorro principal puede alcanzar hasta 60 metros de altura, y encima hay otro chorro aún más alto que cae desde una meseta. Sin embargo, es un lugar que definitivamente necesita atención, ya que lo encontramos sin medidas de seguridad y lamentablemente lleno de basura. Parece que aún a mucha gente le cuesta llevarse vacío lo que llevó lleno, lo cual es una verdadera lástima.
Cayó el atardecer en los Chorros de Olá. Nos despedimos de las vacas que se creen cabras, subiendo por los cerros más empinados, y nos quedamos con esa sensación de ansiedad por seguir explorando, junto a la esperanza que oprime el corazón y clama a gritos por una Panamá protegida, libre de basura. Que no sean necesarios los letreros para que la gente se lleve su basura, porque al final, esos carteles terminan siendo el basurero.
El impacto del hombre sobre la Tierra es comparable a una colisión con un gran meteorito. Ante estas condiciones, debemos declarar al planeta en estado de emergencia.
El ser humano busca aprovechar los recursos que la naturaleza le ofrece, y no está mal intervenir en cierto grado el ciclo natural, pero siempre es imprescindible respetar el equilibrio fundamental entre la vida y el medio ambiente.
Tengo miedo escribir. Me da miedo que gente sin escrúpulos vaya corriendo a buscar estos lugares para dejar su basura, escribir en las rocas y enterrar latas.
Hace ocho años, la intención de este sitio web era motivar a las personas a explorar Panamá por su cuenta y disfrutar lo que tienen cerca. Hoy, eso genera frustración. Muchos visitan estos lugares solo por redes sociales, dañan los caminos, no respetan a los locales ni al entorno. Si al menos dejaran los sitios como estaban, sería distinto.
Llevo dos semanas buscando información oficial sobre un lugar de aguas rojizas. Los lugareños dicen que el color viene de las raíces de una palma de escoba en la cordillera; otros creen que se debe a minerales. No hay datos confiables, solo leyendas y rumores.
Pudimos comprobar que el sabor y el olor del agua en este río son distintos a los de otros que hemos visitado, probablemente por su contenido mineral.
Los lugareños cuentan que hay días en que el río amanece más rojo de lo habitual y tiñe el Río Blanco, aunque en otras ocasiones este último mantiene su color transparente. El fenómeno ocurre sobre todo en época de lluvias, cuando el color rojo se intensifica.
El sendero bordea el río, pero tiene varias bifurcaciones que pueden confundir si no se conoce la ruta. En un punto alto del camino se obtiene una vista espectacular de la cordillera coclesana. Además del Salto Tulí, el Río Colorado ofrece otros rincones hermosos y refrescantes, ideales para pasar el día.
El Salto Tulí es, sin duda, el más alto y llamativo. Su caudal permite clavados desde los bordes, aunque la profundidad y el color oscuro del agua —que puede parecer marrón o negro según la luz— puede impresionar a algunos.
Ese día vimos muchos gusarapos y una rana Lithobates warszewitschii entre las rocas. Fue una experiencia mágica, llena de preguntas sin respuesta. Disfrutaba el momento, pero también deseaba encontrar información confiable, sin éxito alguno.
Tras regresar por el sendero hasta la carretera, pasamos por casa de nuestro amigo Choy y nos bañamos de nuevo en el río antes de cambiarnos. Más tarde, nos esperaba un sancocho casero en una acogedora vivienda de Barrigón, preparado con cariño por mujeres del lugar. La calidez de la gente de estos pueblos, rodeados de verdes montañas y ríos, es notable. Tal vez sea la paz en la que viven… una paz que tanto nos falta a quienes estamos rodeados de cemento.
Muchas gracias a nuestro guía local Richard por todas sus atenciones.
Actualmente se paga la entrada 1$ y hay una tirolesa o canopy por 5$
Una guía de turismo ecológico en Panamá, dedicada a descubrir ríos, montañas, senderos y aventuras en la naturaleza. Ideal para los amantes del aire libre y la exploración rural.