Aniversario #8 de Enlodados

Han pasado 8 años desde que se publicó el primer post en este website, pero para poder escribir en él, ya llevábamos varios caminando. Desde que adquirí la responsabilidad de ser constante con Enlodados, esto se convirtió en un culto. Agradezco a cada persona que lee nuestras entradas, que dejan sus comentarios, que utilizan la página como sitio de referencia para sus giras personales.

Para el aniversario #6 explicamos la razón por la cual no publicamos direcciones de sitios con cierto grado de dificultad y curiosamente, este año 2017, en el que el turismo interno se ha incrementado de manera acelerada, hemos podido ver cómo gran parte de los grupos se reservan también las direcciones y muchas veces hasta el nombre del atractivo.

Señores, amigos, queridos; desgraciadamente esto no es por puro gusto y nos alegra mucho que el sentimiento se haya compartido. Ya muchos sitios se han visto afectados por las visitas masivas de personas que dejan desperdicios no orgánicos además de la cantidad de gente perdida que reportan estamentos como Sinaproc.

Nosotros recomendamos ampliamente utilizar los grupos de senderismo capacitados y con experiencia para visitar sitios de acceso difícil pues es sumamente peligroso que lo hagan en solitario o en grupos pequeños, además de que así se aporta a la economía nacional.

Se han dado casos de personas con fracturas, golpes, accidente por inmersión por el simple hecho de no tomar las medidas de precaución y perder un ser querido es muy lamentable.

Algo que nos llena el corazón de regocijo es ver el interés de la ATP en darle atención al eco turismo y dejar YA de pensar que Panamá es solo compras, el Canal y el skyline de la Cinta Costera. Por Dios! Panamá tiene tanto que ofrecer! Y es sumamente lindo ver cómo el nacional se vuelca hacia parques nacionales, paga su aporte, camina un poco y descubre. También es hermoso ver cómo el nacional se interesa en conocer nuestras islas que antes sólo se conocían por fotos.

Eso sí, no puedo dejar de lado que como panameños, debemos mejorar. Los sitios no son colecciones, amigos queridos:

  • Cuando vaya a un pueblito metido en la sierra, salude.
  • Levante su brazo y diga: “Buenas”. Sea amable.
  • Aporte a la economía del productor. Adquiera esa mandarina. De algo por esa naranja, no se la robe.
  • Pregunte antes si puede subir a ese árbol de guaba.
  • Pida permiso por el terreno al que debe pasar para llegar a esa cascada.
  • Busque un local que lo guíe.
  • Utilice transporte local.
  • Utilice hostales nacionales. Sitios de camping.
  • Páguele a la señora que vive cerca por cocinar.
  • Grupos: evalúen la pobreza del lugar, no es un secreto que mientras más metido vamos buscando una cascada, encontramos más pobreza. Busquemos la manera de ayudarlos.

Han sido 8 años de experiencias caminando ese Panamá que ni los gobernantes caminan, les aseguro que ustedes han visto más que honorables diputados. Y se han bañado en cascadas y ríos, que ni Martinelli ni Varela.

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Cueva La Escondida, Cascada El Peñón y Cascada La Gloria: La más alta de Panamá Oeste.

Supe de La Gloria cuando era niña y, en 2007, caminé casi tres horas hasta llegar. Fue una experiencia hermosa. Alrededor de esta cascada hay muchas más, aunque no visibles a simple vista.

La Gloria es la cascada más alta registrada en Panamá Oeste y pertenece a un afluente del río Cirí Grande, cuenca del Canal de Panamá.


Una familia tranquila y trabajadora custodia esta maravilla, saliendo adelante con la agricultura y ahora con el turismo ecológico, que para ellos es sostenible.

Esta vez visitamos, con nuestro guía local Miguel, la Cascada La Escondida, que nos dejó maravillados. Quise invitar a todos a bañarse; el agua verde aqua, iluminada por un rayo de luz, crea una atmósfera mágica, y salir del baño recarga de energía.

Nuestra amiga cubana tuvo algo de miedo y prefirió quedarse al otro lado de la cueva, pero luego, con la ayuda de Rey, logró atravesarla y quedó sorprendida de lo que casi se pierde.

Al pasar la cascada aparece un túnel habitado por decenas de murciélagos. Esa cueva transmite vitalidad, y fue difícil continuar con el itinerario.

Caminamos hasta la cascada El Peñón, sublime y vertiginosa. Algunos lucharon contra la corriente para llegar; la ida fue difícil, pero la vuelta fácil gracias a la corriente.

Luego tomamos un hermoso sendero junto a una quebrada que desemboca en la calle principal. Noté varios charcos de aguas transparentes, aunque el tiempo no alcanzó para explorarlos.

Después nos dirigimos a la casa de los custodios de la cascada, la familia Ovalle, con quienes coordinamos el almuerzo. Para nosotros es un placer visitarlos; son personas luchadoras y de gran corazón, que siempre nos reciben con una sonrisa amable.

Tras el almuerzo, cuando los chicos empezaban a amodorrarse, fue el momento perfecto para ir a conocer la maravillosa Gloria, que dejamos para el postre.

Grupo completo.
Linda Ana, arriba de La Gloria.

Es muy satisfactorio haber visto sus rostros llenos de sorpresa y felicidad, sus expresiones y palabras, y a algunos enmudecidos que se lanzaron a escalar la enorme cascada, que esta vez superó todas las expectativas al estar llena de agua.

Agradecemos de corazón a todos los que formaron parte de esta aventura. Es un placer para nosotros mostrarles Panamá, un país lleno de fuentes de agua viva, montañas azuladas y senderos fascinantes.

“La Cascada” de la carretera Forestal

Sucede que una de las primeras cascadas que visité en mi vida, fue ésta. De verdad que no sé cómo no había escrito sobre ésto antes.

Quizás estaba en primer grado de pre media, cuando fuí con mi madre y nos bañamos en ese maravilloso lugar. Recuerdo claramente que lo hice en “petipán” pues no estaba dentro del plan visitarla. Fue una visita rápida, para sacarnos la calor que teníamos. Los chiquillos se bañaban en calzoncillos y las niñas en petipan. Uno de esos momentos llenos de luz y libertad que nos regala Madre Tierra, sentimientos que florecieron en mi alma con el paso de los años.

A mis 28 años, regresé. Esta vez para hacer una pequeña sesión de fotos de mi embarazo y fue fenomenal! Digo, por favor, ahora no vayan a ir corriendo a hacer todas las sesiones allá.

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Cascada de Vista Alegre de Capira y el Tobogán Natural.

Luego de dejar nuestro coaster, subimos a los 4×4 y nos dirigimos rumbo a la sierra. Cruzamos varios puentes colgantes dignos de película. Los 4×4, con los más intrépidos a bordo, se lanzaron a cruzar el río.

Descubrimos una cascada hermosa y virgen, escondida entre los recovecos de la montaña. Disfrutamos enormemente de esa bañera natural y enorme, donde el agua nos golpeaba con fuerza en las orejas. Fue un trip completamente relajante.

Puente colgante/ Fotografía de Ana Chérigo
Fotografía de Ana Chérigo

Los intrépidos Rey y Félix se animaron a escalar la cascada, que, según nos contó nuestro guía local, podría tener unos 30 metros de altura o más. Justo cuando los chicos venían bajando, también descendía un pichón de garza tigre, como si nos acompañara en la aventura.

Nos contaron que fuimos el primer grupo en visitar esta cascada, un lugar que muy pocos conocen y que la comunidad guarda como su diamante secreto. Agradecemos enormemente a nuestro guía por llevarnos a un sitio tan precioso.

Fotografía de Juan Rangel

Al salir de la cascada, abordamos nuevamente los carros y atravesamos caminos repletos de lodo, donde los todoterreno literalmente “bailaban” y resbalaban con destreza. Siempre le digo en broma a nuestro conductor estrella que algún día me tiene que enseñar a manejar así. Esa habilidad para dominar el terreno no la tiene cualquiera; solo ellos saben cómo hacerlo.

Finalmente, llegamos a un sitio fenomenal: un río con un tobogán natural. Ya presentía que la situación se iba a descontrolar apenas llegáramos. Nuestro guía local fue el primero en lanzarse, y tras él, sin pensarlo mucho, lo hicieron también Félix y Fátima. Era como un parque de diversiones para adultos. Al poco rato, casi todos se habían lanzado y venían río arriba para tirarse otra vez.

Fotografía de Ezequiel de Gracia
Fotografía de Ezequiel de Gracia

El río tenía diferentes formaciones perfectas para deslizarse. Nuestro amigo David, de apenas 9 años, junto con Oswaldo, ya exploraban otro “surra surra” y, como era de esperarse, todos terminamos copiándolos. ¡Pura diversión!

Cuando llegó la hora, nos dirigimos a comer un delicioso sancocho que sació por completo nuestra hambre. Luego, emprendimos el camino de regreso al bus. Nos acompañó un clima espectacular durante todo el día, y estamos profundamente agradecidos con la Madre Naturaleza por ello.

Un abrazo cordial a todos los que participaron en esta gira. Para quienes fue su primera vez, estamos seguros de que será la primera de muchas. Gracias al equipo de Enlodados por su fiel apoyo y entusiasmo constante.

Reserva Nusagandi, Área Silvestre Protegida de Narganá, Guna Yala.

Había estado averiguando la manera de regresar desde hace rato. Tuve un excelente profesor de física de la etnia guna (una verdadera eminencia) en la secundaria, y fue gracias a él que conocí este lugar. Creo que nos llevó como parte de un taller de cuerdas, para fomentar la integración entre compañeros, y funcionó.

Aunque escriba mucho aquí, nunca he sido exactamente extrovertida, pero ese viaje me obligó a socializar más. Era necesario tender la mano, apoyarse en el otro, ofrecer agua, cargar la mochila del que ya no podía más. Eso me marcó para siempre. El senderismo es terapia para el alma y el corazón; te obliga a ver —y dejar salir— la parte más sensible de las personas.

Foto de Ana Chérigo

Fue mi primera caminata en la selva. Tenía 16 años, y me costó. Me costó mucho. Tanto, que en uno de los senderos sufrí un golpe de calor. Esa experiencia me marcó profundamente, al punto que, con los años, decidí dedicarme a interpretar la naturaleza de forma independiente, como guía de turismo ecológico.

Hablé con varias personas que podían llevarnos; para mí era indispensable que el guía fuera Guna. Contacté a uno que cobraba una suma exorbitante, lo cual me hizo sentir impotente. También hablé con un chico que ofrecía el viaje gratis, pero no me dio buena espina. Lo gratis, casi siempre, tiene un precio. Después de algunas llamadas, por fin llegué al indicado: Igua Jiménez. Y fue lo mejor que nos pudo pasar.

Igua —ese es solo su prefijo de nombre— tiene 17 años guiando y conoce Guna Yala como la palma de su mano. Coincidimos en algo importante: él no prioriza la cantidad, sino la calidad. Entre selva y playa, prefiere la selva. Repito: dimos con la persona perfecta.

En el autobús nos compartió algunos datos generales sobre su cultura, aunque creo que no esperaba el aluvión de preguntas que le lanzamos. Aun así, nos respondió con paciencia, y aprovechamos el tiempo para despejar muchas dudas sobre una cultura tan rica como reservada con sus tradiciones.

Foto de Ana Chérigo
Foto de Ana Chérigo
Foto de Ana Chérigo

Pasamos la garita que divide la comarca de la provincia de Panamá, pagamos el impuesto correspondiente y seguimos a lo nuestro. Ya estábamos ansiosos. Sabíamos que nos esperaba un sendero lleno de lodo, pues el día anterior había llovido, y desde que entramos en Chepo no dejó de lloviznar.

Recordaba que el sendero del primer día era bastante difícil, y que el sendero Ibe Igar era más sencillo… pero luego de un rato subiendo y bajando pendientes cubiertas de raíces, en plena selva, la cosa se puso “rica”, y hubo que detenernos a tomar aire. Por suerte, en parte del camino llovió y eso nos refrescó muchísimo.

En cierto punto, la selva se abrió y apareció un claro: la vista era impresionante. Observábamos la niebla que surgía del río —que ya escuchábamos, pero aún no veíamos— como si el paisaje nos fuera revelando su magia por partes.

Nuestro guía había decidido llevarnos a la cascada más alta. Era algo lejana para la hora, y el terreno se ponía más complicado, ya que no existía un camino definido y su ayudante, Dany, debía abrir trocha. Finalmente, decidimos regresar a Ibe Igar, que era la ruta que pensé tomaríamos desde el inicio.

En el trayecto, vimos una fruta redonda y roja conocida comúnmente como mandarina de montaña (Carpotroche). Luego escuché a Juan bromeando con Amilkar sobre un “condón de mono”… y sí, resulta que ese es el nombre común de una planta del género Eschweilera (gracias al botánico Rodolfo Flores por la identificación). También vimos una lagartija Corytophanes cristatus y un anolis Norops frenatus, ambos trepando troncos con agilidad. Y no faltaron las temidas hormigas bala, habitantes de esta selva, cuyo nombre no es gratuito: su picadura es famosa por el dolor que provoca, comparable al de una bala.

Fue entonces cuando comprendimos por qué tantos científicos del Smithsonian se han referido a esta reserva como una de las diez más importantes del mundo en términos de biodiversidad. Y nosotros estábamos ahí, viviéndola en carne propia.

Desde que bajamos aquella pendiente empinadísima, divisamos el río: turbio, como era de esperarse. El día anterior había estado revisando el radar constantemente. Aunque hacia el sur no llovía, en la montaña se veían lluvias dispersas. El río estaba crecido, sí, pero seguía dentro de su cauce. Se mostraba en todo su poder, su esplendor y su magia.

Los primeros en lanzarse al agua fueron nuestros guías, de cuerpos delgados pero fibrosos, tan característicos de su etnia, donde saber nadar no es una habilidad opcional, sino vital. A partir de ahí, todo fue alegría: la escena parecía un parque de diversiones en medio de la selva.

Al final, todos estábamos dentro del agua. Llevamos una soga que usamos para arrastrarnos hasta una roca en medio de la poza. Reímos, flotamos, nos lanzamos, nos dejamos llevar por la corriente. Fuimos felices, profundamente felices.

Existen momentos en la vida que uno nunca olvida, y ese… ese fue uno de ellos. Ese río, ese instante, ese improvisado parque de diversiones quedó tatuado en el alma.

Desde que bajamos aquella pendiente empinadísima, divisamos el río: turbio, como era de esperarse. El día anterior había estado revisando el radar constantemente. Aunque hacia el sur no llovía, en la montaña se veían lluvias dispersas. El río estaba crecido, sí, pero seguía dentro de su cauce. Se mostraba en todo su poder, su esplendor y su magia.

Los primeros en lanzarse al agua fueron nuestros guías, de cuerpos delgados pero fibrosos, tan característicos de su etnia, donde saber nadar no es una habilidad opcional, sino vital. Luego siguieron Rey, Fátima y Félix. A partir de ahí, todo fue alegría: la escena parecía un parque de diversiones en medio de la selva.

Al final, todos estábamos dentro del agua. Rey había llevado una soga que usamos para arrastrarnos hasta una roca en medio de la poza. Reímos, flotamos, nos lanzamos, nos dejamos llevar por la corriente. Fuimos felices, profundamente felices.

Existen momentos en la vida que uno nunca olvida, y ese… ese fue uno de ellos. Ese río, ese instante, ese improvisado parque de diversiones quedó tatuado en el alma.

Gracias a todos los chicos del grupo que se animaron a conocer esta área tan poco explorada y explotada. Esperamos que siga así, y que la comarca continúe con ese entusiasmo firme por proteger sus recursos. Para nosotros, es verdaderamente inspirador conocer personas que son celosas guardianas de lo que tienen, con un profundo ánimo de preservación.

Galería

Reseña: Selva. Río Guanche. Salto de los Monos, ¡Extreme!

Durante muchos siglos los seres humanos hemos usado nuestro poder e inteligencia para destruir o modificar la naturaleza, para robarle espacio a otras especies y constituirnos en el centro de la evolución. Pero hay un lugar en el que seguimos siendo seres indefensos y vulnerables, y donde nuestro instinto de sobrevivencia más primitivo (ese que traemos desde los primeros días del Homo erectus) puede salvarnos. Un lugar de peligros y leyes inexorables: la selva. – Irving Bennett, Explorador panameño.

Habíamos planeado esto con tiempo. Venimos realizando este viaje desde el año 2011, pero esta vez lo hicimos de forma cuadriculada: todo bajo completo control, justo como debe ser al planear meterse en la selva en un mes como julio.

La selva del Parque Nacional Portobelo conlleva muchos elementos que, si no conoces, es mejor ni atreverse: el río es impetuoso y se divide en variados afluentes; no existe un camino marcado. Tratándose de la Sierra Llorona, la humedad es contundente, y así como los árboles de ceiba (Ceiba pentandra), de hasta 60 metros de alto, desarrollan raíces tabulares, a veces la tierra cede tanto que se caen. Esto pasa a diario. Así como es posible ver reptiles inofensivos, también es posible encontrar reptiles muy venenosos. Es, además, un área de escorpiones y bichos que más adelante detallaré. Sin dejar de lado que es una de las zonas del país con mayor presencia comprobada de felinos.

La lista de implementos era larga, pero funcional y necesaria. Recomendamos no exceder las 15 libras y dormir en hamacas, lo cual puede resultar bastante difícil para quien no está acostumbrado.

El grupo que nos acompañaría sería de 16 personas, bastante grande para nuestro gusto. Partiendo de ahí, sabíamos que el recorrido sería más lento.

Como siempre, revisamos la hoja cartográfica antes de partir. Ya la conocemos de memoria, pues el área es como la palma de nuestra mano; la hemos explorado muy bien. Tiempo atrás, Rey y yo habíamos planteado crear una nueva ruta para que la antigua quedara absorbida por la selva, cosa que ya está ocurriendo. Teníamos en mente modificar la ruta en un punto donde hay un acantilado.

Alrededor de las 10:30 p.m. llegamos a Guanche e inmediatamente, al bajar del autobús, comenzó a chispear. Nos despedimos de nuestro conductor estrella, no sin antes advertirle que, si no salíamos antes del anochecer del domingo, debía estar alerta. Iniciamos la típica caminata por la trocha hasta el lugar donde acamparíamos.

La selva nos permitió montar campamento y dormir. Para algunos era su primera vez en un lugar tan inhóspito. A medianoche, la lluvia arreció y el sonido de los ronquidos —que por momentos parecían jaguar, perro o caballo— se detuvo. Algunos salieron a ajustar las lonas. Luego, la lluvia cedió, y los ronquidos volvieron, incluyendo los de Rey, tranquilo a mi lado.

Cuando empezaba a conciliar el sueño, un estruendo me sacudió: ¡CRASH! Un árbol cayó cerca. No dormí más.

A las 5 a.m. desperté con apenas una hora de sueño. Desde una carpa cercana oí: “¿Quién quiere café?” y reaccioné de inmediato. Mientras preparábamos la bebida, escuchamos gritos: eran Génesis, Félix e Iris, los últimos en llegar.

Guardé mi hamaca, comí algo rápido y llené los bolsillos con raciones. Con café en mano, iniciamos con una oración y una plegaria a la Madre Tierra. Estábamos listos para un día extremo.

Cruzamos el Guanche —para mi alivio, no estaba crecido— y comenzamos la ruta bajo un cielo que prometía más lluvia. En el potrero avanzamos rápido. Algunos se colgaron de lianas bajo el gran árbol que marca el inicio del parque. Alguien preguntó si faltaba mucho… apenas comenzábamos.

Avanzamos a buen ritmo bordeando el río. Al llegar al “arenal”, me sorprendió verlo convertido en un riachuelo; usualmente ahí se ven huellas de mamíferos con claridad.

Tras una breve parada en la quebrada para descansar, continuamos hacia una de las secciones más exigentes, con pendientes y rápidos. Al llegar al acantilado, ¡sorpresa! Había desaparecido por un deslave. Lo que habíamos anticipado, finalmente ocurrió, así que improvisamos una nueva ruta.

Aprovechamos el río aún tranquilo para avanzar por una quebrada y salimos a la Poza del Jaguar —llamada así por el avistamiento de un felino años atrás. Instalamos una línea de seguridad y nos bañamos. Sentir el agua pura caer sobre mi cabeza sudada fue una delicia indescriptible.

Al salir de la poza, fue necesario maniobrar con el río: primero pasamos las mochilas y luego cruzamos rápidamente. De nuevo en la selva, el sendero se aleja del agua, y como en otras ocasiones, encontramos huellas frescas de tapir.

Casi una hora después, ya cerca de la Cascada Solange, la lluvia se desató. Dos chicos ya la habían cruzado cuando notamos que el caudal crecía rápidamente. Con precaución, decidieron regresar. Decidimos esperar. La lluvia no pararía pronto, y lo que ocurrió después aún resuena en mi mente con la fuerza de la adrenalina que, inevitablemente, vuelve a encenderse.

Aunque estábamos lejos del río, muchos nunca habían presenciado algo así. Los rostros eran pálidos, preocupados. Entonces vimos pasar la cabeza de agua, tanto por el río Dos Bocas como por la cascada. Fue impactante.

Decidimos esperar. Armamos una tolda y nos refugiamos debajo. El grupo se calmó, comimos, contamos historias… y apareció el Jägermeister de Rey. Luego vino el vino, y hasta un Ron Abuelo. El ambiente cambió.

Cuando el caudal bajó un poco, Rey y los chicos armaron la línea de seguridad. Cruzamos con cuidado; incluso me caí de forma bastante graciosa. “¡Quiero vivir!”, gritaban algunos entre risas y nervios.

Del otro lado, retomamos la marcha. José se topó con una pequeña Equis (Bothrops asper), que fue retirada con equipo especializado.

Faltaba poco. En ese tramo, la orientación es clave, y Rey, como siempre, guió con precisión. Tras 15 km en plena selva con mochilas al hombro, llegamos al campamento.

Con alivio armamos nuestras casas para las próximas horas. Algunos se bañaron en la quebrada, otros preparaban comida o simplemente descansaban. Casi todos se acostaron temprano, agotados pero felices.

Nos fuimos a bañar a la deliciosa quebradita y vi a los northfaceianos conversando y comiendo fuera del camping bajo la lluvia como si nada, creo que se habían resignado a ella. Carlos me dijo que nunca en su vida se había mojado tanto.

Como Rey no puede vivir sin fogata, se dispuso a prenderla y después de mucho rato, por la humedad contundente, teníamos fuego para hacer chorizos y bollos. De la mansión de Oswaldo, Keira y Marilyn (chicas con unas condiciones excelentes) nos ofrecieron café. ¡Jo! ¿Qué es mejor que un café en medio del monte? Creo que esa gente tenía un buffet, y ni se diga de Caro y Jesús, cuando pensé que roncaban apareció Jesús con una sarta de chorizos picantes a asar. Yo comí de todos y hasta me guardé un tasajo en el bolsillo, literalmente.

Dormí placenteramente en mi hamaca un poco mojada. La fogata aún tiraba chispas y calentaba mis pies. La temperatura bajó radicalmente y me quejé de no haber guardado mi ropa seca en diez cartuchos juntos o más.

Durante la noche llovió ricamente y, aunque dormí muy bien, mis sentidos nunca descansaron. Hasta acá se escuchaban los rugidos del jaguar que roncaba dentro de una carpa.

A eso de las 6 am, desperté y me quedé viendo al río y hablando con Madre Tierra, pero sabía ya que la lluvia no se amansaría. Eric llegó y me alegré de que hubiese dormido tan bien, hasta soñó. Me ofreció una manzana y, mientras conversamos, un ave de las más preciosas, un Momoto Rufo (Baryphthengus martii) enorme, danzaba su péndulo en el follaje. Natura nos saludaba, con sus bichos del paraíso.

El río se amansó un rato en comparación a como había estado el día anterior. No sería fácil cruzar la quebrada para llegar al Salto de los Monos. Rey decidió que la mejor forma sería sobre un tronco caído, sin necesidad de tocar el río. Accedí a su idea, y a pesar de que todo el grupo por un momento se animó, la lluvia nuevamente se pronunció e hicimos dos grupos: los que irían bajo su propio riesgo y los que se quedarían.

Rey subió con un grupo de diez personas, me aseguré de que todos cruzaran el tronco y me dirigí al otro grupo, que aprovechó para descansar e ir recogiendo el equipo.

Subieron “a balazo” (muy rápido), pues no pasó más de dos horas cuando los vi cruzando el río de regreso. Sus caras eran de tristeza, todos habían decidido decirme que no habían llegado. Por un segundo sentí un bajón de rabia y luego me confirmaron que habían llegado. Sentí envidia al ver ese brillo maravilloso en sus ojos, y más cuando Rey nos dijo que nunca la había visto así, tan grande, tan llena de agua y tan vibrante e inmaculada. “Algo fuera de este mundo”, surreal y maravilloso. Todos pedimos ver fotos. Me sentí otra vez completa cuando todos los chicos mencionaron estar conmocionados por lo descubierto. Los entendí tanto, y evoqué la primera vez que vi el salto, por allá en el 2010, aquella vez que lloré al ver tanta magnificencia; solo que ahora ellos la habían visto como nunca nadie: la probable cascada escalonada más alta del país, la que su inmensidad es imposible ver desde abajo, la que los mapas cartográficos indican que su elevación es alucinante.

Powerpuffffff!

Tocó la hora de recoger e irnos. Cuando estaba en eso sentí de golpe un dolor intenso en el muslo derecho que me recorrió el cuerpo entero y, sin pensarlo dos veces, me bajé el pantalón. Repito, el dolor era intenso. Por un momento pensé que había sido un alacrán, víbora, etc. Cuando Rey revisó, sacó una folofa, una hormiga bala (Paraponera clavata). Lo primero que pasó por mi mente fue medicarme para sobrellevar el dolor; lo segundo fue que, por suerte, me había picado a mí y no a otra persona de la excursión. Creo que llevaba años sabiendo que eso podía suceder en cualquier momento. El área donde me picó se puso muy caliente, tomé 2 cetirizinas, un diclofenaco, me puse ungüento Rigar y Neobol. Aun así, se me hinchó. Creo que casi nadie se dio cuenta de mi dolor. Fue horrible. Al rato, Iris me revisó y ya tenía un hoyo. El resto del camino la pasé con el dolor y varios días después aún seguía con el dolor y medicamentos para controlarlo.

De regreso, al pasar por la cascada Solange, tomamos un breve baño. La primera en entrar fue Heredia; sus aguas calmadas daban un espectáculo. Es una joya enclavada en la selva. En el dosel rugían los monos aulladores, territoriales como de costumbre.

Nos guiamos por pura orientación. Semanas antes había perdido el cobertor de mi mochila, y aunque llevaba un capote, no era suficiente. El peso era cada vez más intenso. Ahora he prometido andar ultralight. Cuando tomé la senda detrás de Rey, caí precipitadamente en plena trocha, y aunque estaba sin anteojos, pude ver muy de cerca una patoca pequeña y de color muy oscuro (Porthidium nasutum), que descansaba justo en medio. Me levanté de súbito, como si alguien me jalara por detrás, pero lo que me jaló fue el susto. Que quedé en pie es cuestión de milisegundos. Otra vez agradecí a Madre Tierra haber sido yo la de la experiencia. Seguimos la trocha y la patoca quedó haciendo sus cosas de reptiles.

Porthidium nasutum

Al momento de pasar por el río, el único tramo que es implícitamente necesario, ya que el camino no existe y es una pared de roca, utilizamos el mismo mecanismo de venida. Primero las mochilas, luego nosotros. Claro, la seguridad por delante y el anclaje de las sogas, así como la ayuda de los varones del grupo. Lo hicimos lo más rápido posible.

Tomamos la trocha y el grupo se iba rezagando, el cansancio era evidente. Paramos en algunas quebradas y en una de esas, Génesis, que también descansaba, le dijo a Félix: “eso parece una culebra”. José llegó y vio a lo lejos el brazo izquierdo del río Dos Bocas en creciente, yo no veía nada sin anteojos y cuando me los puse advertí lo que nos esperaba.

En eso nos dimos cuenta que era una hermosa “Pajarera” (Pseustes poecilonotus) y Rey la correteó hasta alcanzarla y la trajo en sus manos. Medía aproximadamente metro y medio, un bello ejemplar de serpiente no venenosa.

Marilyn, fuerte Marilyn!
Pseustes poecilonotus
Rey, Heredia y Caro con la Pseustes poecilonotus

Apretamos camino pues el tiempo corría y le dije a Rey que me esperara en el arenal, él iba con el grupo en avanzada, yo con el grupo rezagado. En el arenal nos encontramos. Las energías caducaban y fue ahí cuando recordé las hojas de coca que había traído Jesús. Me metí un bocado de hojas, inicié la marcha y en cuestión de minutos me potencié. La Hija ya estaba un poco asustada al no vernos, pero nos comunicamos con los silbatos y al llegar al arenal descansamos un buen rato y aprovechamos para comer. Ya faltaba poco para salir de la selva.

Avanzamos en candela y salimos al potrero, a buen recaudo. Lo que faltaba ya era muy poco. Al ver lo dejado siempre me emociona ver la Sierra Llorona a lo lejos y comprobar lo caminado, no obstante sabía que hasta ahí llegaríamos, solo era cuestión de minutos llegar a un río imposible de cruzar.

Y cuando llegué, ya Feliz había cruzado, cosa que no íbamos a permitir que hiciera más nadie. Él tiene entrenamiento militar. Al cabo de un rato y al ver la situación, decidimos emprender la marcha a crear trocha para salir por el lado noroeste del río, una opción que habíamos visto desde hace años pero que por falta de tiempo no habíamos podido completar.

Rey abría la imposible trocha en una selva tupida en bejucos y ya se hacía de noche. Decidimos que era mejor esperar a que el río bajara, daba lo mismo abrir la trocha o esperar.

Pero teníamos un comodín. Al regresar al punto del río aparecieron dos niños en caballos que se ofrecieron a llevarnos las mochilas y así se llevaron dos, pero ellos cruzaban el río siempre, nosotros no. Además, los caballos no llevaban silla, así que ni pensarlo. Ya José y Rey habían colocado una línea para cuando el río bajara. En eso, de la trocha que habíamos estudiado hacer, aparecieron dos señores en nuestra búsqueda. Nuestro comodín había funcionado: el conductor del autobús los había enviado para guiarnos por la trocha perdida y vieja. Lo más impresionante fue que uno de los señores dijo: “Por aquí han venido los muchachos de Enlodados”. Un alivio me recorrió el cuerpo y sé que a todos pues nos habíamos resignado a esperar. Un río crecido jamás se debe cruzar, así sea que llegues tres días después a tu casa, no lo intentes. Solo son necesarios segundos para que te arrastre y mucho menos si sobrepasa tus rodillas. No lo hagas.

Nos tomó hora y media salir de la trocha.

Cuando escuchamos perros ladrar, recordé aquella frase que adjudican a Don Quijote: “Los perros ladran, Sancho, señal de que avanzamos”. Vimos los faroles de la calle, el puente sobre el Guanche. Habíamos salido.

Prácticamente corrimos hacia el restaurante, llenos de júbilo y emoción. Con la piel caliente y exacerbada de lo que acabamos de vivir: una experiencia sin igual en medio de la selva, esa que nos permitió continuar en todo momento, bajo sus condiciones, bajo sus reglas.

Pero aquí no termina el cuento. Cuando nos dispusimos a comer y asear, los señores me comentan que los niños habían dejado las dos mochilas del otro lado del río. Ahora me río. En ese momento pensé que la aventura nunca terminaría. Los señores se ofrecieron a buscar las mochilas mientras comíamos y al cabo de un rato venían de regreso no solo con las mochilas, sino con la cuerda que los chicos habían puesto y que ya dábamos por perdida. Por supuesto que estos dos valientes señores se llevaron su recompensa.

A una semana de la expedición, sigo en la selva. El lunes pasado aún mis sentidos estaban alertas. Las picaduras me recuerdan lo vivido.

Sé que para cada uno la experiencia fue insólita y que recordarán aquellos días cada vez que vean un río y contarán lo vivido a familiares, amigos, hijos y nietos. Algunos repetirán en verano y estoy segura de que lo están esperando. Agradecemos a cada persona que participó de esta aventura y queremos que sepan que ustedes son un gran grupo. Gente con agallas, pues estamos seguros de que cualquier otra persona quizás se hubiese sentado en media selva a llorar.

A todos, gracias por su fortaleza.


Reseña: Ascenso al Cerro Cabra de Arraiján.

Cerro Cabra llama la atención de cualquier montañista panameño. Es ese que se ve cuando uno va saliendo del puente de las Américas hacia el Oeste.

No es muy alto, solo posee 512 msnm, pero se encuentra muy cerca del mar y se sube casi desde “la pata”.

A pesar de ser un cerro poco técnico, tiene una parte de ascenso considerable y cansona. La paja canalera (Saccharum spontaneum) crea túneles que parecen interminables, y cuando la calor apremia, sientes picazón y más dolor en las heridas que provoca, pues corta.

El ascenso fue hermoso, sobre todo por la gran vista que hay desde la cima, en la que es posible ver gran parte de la ciudad de Panamá e islas del Pacífico del Golfo de Panamá.

En el cerro habitan una gran cantidad de especies de insectos, sobre todo arañas y grillos de diversas formas y colores; también es posible ver las ranas Dendrobates auratus, lo cual aún sorprende y es sinónimo de un buen estado de cierta parte del cerro que no ha sido colonizada por la paja canalera o su otra amenaza: la minería.

Todos llegaron a la cima más alta del cerro, que es conocida como “Infiernillo” y luego la roca que se conoce como “La Cara del Diablo”, donde descansaron, almorzaron y disfrutaron del paisaje, rememorando que Cerro Cabra es un volcán. El cerro fue declarado reserva en el año 2015, por su importancia hídrica ya que ahí­ nacen quebradas y el importante Río Bique.

Es un volcán extinto y constituye el último de los volcanes de esta alineación, que se encuentra localizado próximo a la margen derecha de la entrada del Canal de Panamá, en el Océano Pacífico.

Luego del descenso, los chicos disfrutaron de un delicioso sancocho hecho en leña.

DAYTRIP SELVA: Cascada Iber Igar, Sendero Iber Igar, NUSAGANDI, Reserva Privada Narganá, Guna Yala.

Incluye:

  • Transporte Ida y Vuelta desde Terminal de Albrook a Límite de la Comarca Guna Yala
  • Impuestos comarcales
  • Guía local
  • 2 botellas de agua por participante
  • Snacks
  • Visita a la cascada Iber Igar, Río San Juan.
  • Botiquín de P.A.

Qué traer:
1 muda de ropa
Lunch
Zapatillas o botas de trekking
Cámara con su debida protección
Medicamentos personales
Vestido de baño
Impermeable
Repelente
Bastón (opcional)
Disposición para caminar, conocer, disfrutar.

Importante:
– Favor indicar antes de abonar a verificar si aún hay cupos y enviar foto de slip de depósito al mismo teléfono
# De cuenta Banco Nacional de Panamá: Ahorro: 40004873560 a nombre de Mariel Ulloa, solo hay 14 cupos.
– Se guardará el puesto solo a quienes abonen.
– Este trip no es apto para niños menores de 18 años.
– Debe saber nadar.

Nusagandi está dentro de los límites de una reserva de vida silvestre, conocida como el Área Silvestre de Narganá, creada por Pemansky, un grupo conservacionista de Guna Yala.

Los científicos del Smithsonian se han referido muchas veces a esta reserva como una de las diez más importantes del mundo en términos de variedad de flora y fauna y nos consta.

Visitaremos el sendero Iber Igar con una longitud de 2.6km, dificultad baja, hasta llegar a la cascada más alta de la reserva.

Responsabilidad del viajero:
La selección de un viaje adecuado a sus intereses y habilidades, salud y condiciones físicas.
Traer siempre su cédula (ID), carné de seguro social.
Portar ropa y equipos adecuados.
Velar por la seguridad de las pertenencias personales que llevará en el viaje.
Ser responsable de sus propias acciones y no poner en riesgo la seguridad de los demás.
Cancelaciones y devoluciones:
La cancelación de inscripciones a viajes de pago debe ser realizada por la persona inscrita mediante whatsapp dirigido a Mariel Ulloa (6592-9153)
Las tasas de devolución son las siguientes:
• Cancelaciones 15 días naturales previos al viaje se reembolsará el 100% del importe de inscripción, excepto los gastos de gestión que pudiera ocasionar.
• Cancelaciones entre 15 y 7 días naturales previos al viaje se reembolsará el 50% del importe de inscripción, excepto los gastos de gestión que pudiera ocasionar.
• Cancelaciones con menos de 3 días naturales de anticipación no dará derecho a devolución alguna.
Las devoluciones se realizarán dentro de los 10 días laborales posteriores al viaje, por depósito a nombre de quien la realizó.

Una guía de turismo ecológico en Panamá, dedicada a descubrir ríos, montañas, senderos y aventuras en la naturaleza. Ideal para los amantes del aire libre y la exploración rural.