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La Toza, Natá

Guayavital, parte de Rí­o Chico

Los senderos de Panamá son hermosos. El sol que nos ilumina es distinto; dan ganas de salir siempre y sentir el olor característico del campo, lleno de personas que sí saben tratar bien. Cada vez que me siento a escribir, veo antes las fotografías que tomé y me digo: ¡Wow! Yo estuve ahí. Mi país es divino, ¡no tengo que ir a ningún lado más! Aquí hay de todo lo que uno puede disfrutar realmente: aguas deliciosas con temperaturas perfectas, caídas de agua hermosas, playas con colores tornasolados, montañas de formas increíbles, cielo y tierra combinados en un solo paisaje. Hasta los lugares más áridos son bellos y tienen algo que aportar a nuestros ojos.

La semana pasada estuvimos en La Toza, una comunidad del distrito de Natá de los Caballeros, en Coclé. Nuestro propósito aquel día era llegar hasta el Chorro de los Duendes, al cual solo se puede acceder en un vehículo 4×4, y eso era justo lo que nos faltaba, así que decidimos quedarnos en La Toza.

Fanshi, nuestro amigo de Natá, nos llevó a conocer a su familia, que nos recibió con gran alegría y nos ofreció varias opciones de lugares para visitar cerca de allí. Escogimos un sitio bastante cercano a la casa de la abuela, un lugar tan poco conocido que le llaman “el río de la abuela”… que es, en realidad, una parte del río Chico, uno de los principales afluentes de Natá.

Entramos por la calle que conduce a las Huacas del Quije y nos desviamos en la entrada de La Toza. A partir de ahí, el asfalto terminó y comenzó una vía empedrada. Disfrutamos de hermosas vistas; al frente se alzaban los Picachos de Olá, que resguardan maravillosos senderos. La Toza es limítrofe entre Coclé y Veraguas, y es una zona bastante árida, donde en verano el sol golpea con fuerza. A nuestro lado pasaban bueyes tirando carretas en las que viajaban niños muy cómodamente sentados. Los Picachos de Olá se veían cada vez más cerca, con sus picos perfectos y su verde uniforme.

Al llegar a la casa de la abuela, nos emocionamos: cocinaban un chicheme que se veía delicioso, y mis amigos terminaron descansando en hamacas. Fanshi se adelantó a casa de un tío y lo seguimos. Tras pasar un cañaveral, llegamos a un bajo donde tenían un trapiche. Un niño ayudaba a su abuelo, quien le enseñaba cómo introducir la caña en la máquina. Fanshi nos regaló raspadura recién hecha.

Desde la casa nos encaminamos al río, a unos 20 minutos bajo un sol ardiente. Cruzamos alambres de púas varias veces hasta que por fin lo vimos. Había pequeñas caídas de agua, y una olla profunda que nos transmitió cierto respeto. Fanshi nos propuso quedarnos o seguir hasta una poza ideal para nadar.

Avanzamos un poco más y encontramos un lugar impresionante, como sacado de la película The Beach, pero en versión río. Una pared de piedra caliza enmarcaba una poza de aguas oscuras y profundas, con zonas aptas para nadar.

Mantis religiosa

Instalamos todo: estufa, música y buen ánimo. El agua fría estaba llena de vida: sardinas que incluso mordían, camarones, libélulas, lagartijas y aves cantando. De pronto, ¡PUM!, Fanshi se lanzó al agua y salió riendo. Luego fue Max, que tras dudar, también se tiró. Salió sonriente, aunque con un golpe en la pierna que lo dejó quieto un buen rato.

Instalamos la estufa en un punto privilegiado: el río pasaba a ambos lados y nosotros justo en medio. ¡Un verdadero placer! Nos turnamos para cocinar: milanesas con tortillas, chicken tenders y el infaltable ceviche de Leo, que fue el deleite del almuerzo.

Mientras comíamos, Fanshi nos contaba leyendas del lugar. La tarde fue cayendo, el sol se despidió lentamente y el ambiente se llenó de calma.

Nos retiramos con los sentidos llenos y regresamos a casa de la abuela, donde nos esperaba un delicioso chicheme hecho en fogón. De camino, no resistimos tomar más fotos de los imponentes Picachos de Olá, que nos siguen llamando. ¡Prometemos visitarlos pronto!

Chorro Tavidá

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Desde Penonomé hasta el Cerro La Vieja toma aproximadamente una hora. Debes estar atento al camino hasta ver un letrero que indica la Entrada a la cascada. También puedes llegar fácilmente usando Waze.

Si vas en sedán, es recomendable dejar el auto en la entrada y continuar a pie. En cambio, si llevas un 4×4, puedes subir hasta una entrada cercada con malla ciclón.

En verano
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Época lluviosa

Nosotros íbamos en sedán, así que caminamos unos 15 minutos hasta la entrada. Allí nos recibió un colaborador del Hostal del Cerro La Vieja, quien, de manera muy amable, nos explicó las reglas: no se permite el ingreso con cooler (especialmente si contiene bebidas alcohólicas), no dejar basura, tener precaución si no se sabe nadar y que no se admiten grandes grupos o paseos. La entrada cuesta $5 (precio de 2015).

Nos llamó la atención el letrero principal que decía: “Reserva Tavidá, Reserva Natural PRIVADA, PROTÉGELA”. El colaborador nos explicó que el hostal ecológico había adquirido 40 hectáreas en Chiguirí Arriba, incluyendo el chorro Tavidá.

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Rey y Karlita

Pagamos la entrada y continuamos por un sendero del hostal, unos 15 minutos más. Pasamos junto a unas cabañas elevadas y, al frente, el dosel selvático se abría para revelar una piscina natural iluminada por la paz del entorno. Nos quedamos en silencio, asombrados ante tanta belleza.

Era el lugar perfecto para recargar energías: fresco, sombreado, con un viento suave y un silencio casi irreal. Desde el mirador, el chorro dejaba caer gotas grandes que nos alcanzaban. Frente a nosotros, una piscina verde rodeada de vegetación y una caída de agua de unos 30 metros. No lo dudamos: corrimos a bañarnos bajo sus rugientes aguas.

Nadamos, jugamos y subimos a la piedra bajo el chorro. Nos sentamos a sentir los fuertes golpes del agua, que caía como latigazos o como si pequeñas hormigas nos picaran la espalda. Gritaba de emoción, combinada con ese dolorcito del agua golpeando mi rostro y espinazo.

Karla intentó varias veces subir hasta que lo logró, y luego nos deslizamos por las piedras para caer al agua y nadar hasta el centro de la poza. ¡Fue espléndido!

Chiguirí Arriba también cuenta con lugares históricos, como las trincheras de Victoriano Lorenzo, ubicadas en las faldas del cerro. Además, río abajo, después de la cascada del Tavidá, se encuentran petroglifos con huellas humanas de hace más de 2000 años. También hay un sendero de plantación para explorar.

Tips:

  1. La cascada Tavidá, cuyo nombre en lenguaje indígena significa “que da vida”.
  2. No lleves cooler.
  3. En época lluviosa, si el chorro está crecido, no te dejarán acceder por motivos de seguridad.

Los Chorros de Olá.

Después de una visita a Natá de los Caballeros, nuestro guía Fanshi nos reveló que iríamos a los Chorros de Olá, ubicados dentro de la comunidad de Nuestro Amo.

Desde hace casi un año, la carretera está pavimentada, a diferencia de lo que muestran algunas de estas fotos tomadas en 2009, cuando el camino era de tierra y había que cruzar varias quebradas.

A lo lejos, más allá de los campos de cultivo, vislumbramos el chorro como un hilo de agua cayendo entre las montañas. Los trabajadores del arado nos saludaron con un “¡Ejueee!” y levantaron los brazos en señal de alegría.

Hace algunos años, el distrito de Olá era uno de los más pobres de la provincia de Coclé, pero las cosas han ido mejorando. Es una región con paisajes espectaculares, naturaleza abundante y gente muy hospitalaria. Además, es uno de los distritos con menor población, y al estar en una zona montañosa, goza de un clima muy agradable.

Avanzábamos alegres y despreocupados por un paisaje de verdes fulgores, cuando de pronto, a nuestro lado, vimos un toro echado cuidando a sus señoras vacas. Al observar con más atención, notamos que el toro estaba suelto y nos miraba con calma. Aprovechamos el momento para tomarle algunas fotos, asegurándonos de que siguiera cómodamente sentado.

Poco después, Fanshi nos avisó que era momento de bajar y continuar a pie. Seguimos por una calle llena de piedras, bajo un sol estrepitoso. Ya sentíamos el chorro cerca, casi encima. Caminamos unos 15 minutos a paso lento hasta encontrarnos con un poblador, quien nos comentó que esas tierras estaban siendo vendidas y que quizás pronto llegaría inversión extranjera.

Los chorros son producto de una depresión geográfica en donde se fraccionó la tierra creando así­ el curso del río de El Caño, en el cual caen tres hermosas cascadas.

Llegamos al espectáculo natural: uno de los chorros más altos registrados en Panamá (año 2009), con agua todo el año, ubicado a unos 250 metros sobre el nivel del mar y con una caída de aproximadamente 50 metros. Más arriba hay otras caídas. Notamos una especie de túnel formado entre las rocas; se dice que detrás de la cascada hay una cueva, a unos 20 metros de la base, desde donde se puede contemplar el paisaje a través del velo de agua.

El entorno era impresionante, con múltiples tonalidades de verde desplegándose ante nosotros. El chorro era tan imponente que nos dio algo de temor entrar al agua, ya que estaba turbia y no se veía el fondo. Aun así, Fanshi se animó, nadó un poco, descansó sobre una gran piedra —inalcanzable para nosotros—, subió a otra y se alejó.

Max, como siempre, fue “el loco” del grupo. Lo veíamos ir de un lado a otro, saltando entre piedras, inquieto, hasta que de repente apareció en la misma roca desde donde saltaba Fanshi… y se lanzó también.

Pasamos un rato más disfrutando del lugar y luego partimos hacia Natá a comer algo, con la idea muy clara de que pronto volveremos.

La Basílica Menor de Santiago Apóstol de Natá de los Caballeros

Natá se encuentra a 183 km al oeste de la ciudad de Panamá, por la Carretera Interamericana. Aquel día, desayunamos en el camino y al llegar a Natá, nos esperaba nuestro guía de lujo: Fanshi.

Lo primero que le pedimos fue: “¡Llévanos a las iglesias!”. Visitamos la Iglesia Santiago Apóstol de Natá de los Caballeros, ubicada en el corazón de la ciudad más antigua del litoral Pacífico y la segunda fundada en tierra firme, después de Santa María la Antigua del Darién en 1519.

De su estructura destacan la alta torre —a la que subimos para ver Natá, Aguadulce y parte de la Cordillera Central—, el altar mayor y los altares laterales. Aunque no se conoce la fecha exacta de su fundación, se cree que comenzó en 1522, cuando Pedro Arias Dávila colocó una gran cruz en el lugar donde se levantaría esta imponente obra, coincidiendo con la fundación de la ciudad.

La Basílica Santiago Apóstol es una joya colonial construida por los españoles hace más de cinco siglos.

Con un estilo basilical, el templo cuenta con cinco naves y conserva materiales originales de la época, como cal y canto —una mezcla de piedra y mortero similar al cemento—, visible especialmente al subir a su torre. Esta, aunque algo descuidada y estrecha, ofrece una experiencia única con sus altos y mareantes escalones.

La iglesia mide 25 metros de ancho por 50 de largo. Su fachada presenta dos accesos con arcos de medio punto, decorados con pilastras, columnas, mascarones, un remate ondulado, pináculos y una torre campanario que corona el conjunto.

El interior de la basílica cuenta con ocho altares tallados y está dividido en cinco naves que albergan el coro, el baptisterio, dos óleos sobre lienzo y un imponente púlpito colonial, desde el cual los sacerdotes oficiaban la misa cuando el acceso al altar estaba restringido al pueblo y reservado solo para el clero.

Frente a la iglesia, en la plaza, aún se conservan grandes piedras circulares traídas del cerro San Cristóbal, usadas para moler materiales en la construcción del templo. Se dice que la torre sirvió como punto estratégico de observación militar. En su arquitectura se fusionan estilos barroco, plateresco y churrigueresco.

La ciudad de Natá recibe su nombre en honor al cacique Anatá (también conocido como Natá o Natán), quien gobernaba la región donde se estableció el caserío. En sus orígenes, desde el siglo XVI hasta principios del XVII, Natá fue la mayor aldea indígena del Golfo de Parita.

Sorprendentemente, este pequeño pueblo fue en su momento más relevante que la propia ciudad de Panamá. De hecho, tras el saqueo y destrucción de Panamá La Vieja por el pirata inglés Henry Morgan en 1671, Natá y Penonomé compartieron temporalmente las funciones de capital colonial.

Según relatos, los primeros soldados españoles que llegaron a Natá encontraron una abundante provisión de alimentos, suficiente para todo un ejército. En apenas tres meses agotaron las reservas que habrían durado un año. Se casaron con mujeres del asentamiento y, con el tiempo, la mezcla de culturas dio origen a la población mestiza de las provincias centrales de Panamá.

Durante nuestra visita, nuestro guía Fanshi nos mostró varios de los santos venerados en la iglesia: la Virgen del Apocalipsis, Don Bosco, la Virgen del Rosario, el Corazón de Jesús, San José, San Juan Bautista, San Miguel Arcángel y Santiago Apóstol. También nos permitió ingresar a la sala de los sacerdotes y nos reveló la existencia de un antiguo túnel colonial que conecta la iglesia con cerros cercanos.

Hay diversas versiones sobre el uso del túnel: algunos creen que fue una ruta estratégica de guerra, otros que fue una vía de escape en caso de ataques. Incluso se rumorea que aún contiene armas. Según una leyenda local, el túnel tiene cinco salidas: una en la sacristía menor, otra en el campanario, una tercera en la capilla San Juan de Dios (posible huesario), una cuarta en la antigua iglesia de La Soledad y una quinta en el cerro San Cristóbal. La Fundación Natá de los Caballeros Siglo XXI ha confirmado su existencia y busca su restauración.

Debido al temor de que la iglesia estuviera construida sobre espacios huecos, la entrada al túnel desde la sacristía menor fue sellada. Actualmente, el túnel principal está clausurado y protegido por Patrimonio Histórico, ya que la basílica forma parte del conjunto de monumentos históricos del país. Se estima que fue construida entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, aunque no hay una fecha exacta. El túnel, en cambio, podría haber sido excavado a mediados del siglo XVIII, lo que sugiere que ya existía dominio colonial sobre los indígenas en la zona.

Algunos antiguos moradores afirman haber recorrido parte del túnel, aunque lo abandonaban debido a la oscuridad y a la falta de señales claras. Se dice incluso que Victoriano Lorenzo lo utilizó como ruta de escape durante la Guerra de los Mil Días para huir del ejército colombiano.

Se dice que cuando Don Gonzalo de Badajoz llegó a esta región en 1515, después de haber recibido una gran cantidad de oro por parte del Cacique París, su ambición lo llevó a intentar atacar nuevamente al cacique. Sin embargo, sufrió una fuerte derrota que lo obligó a abandonar lo obtenido en la comarca del Cacique Anatá —también llamado Natá o Natán—, quedando impresionado por la fertilidad y riqueza de la zona, bañada por los ríos Grande y Chico.

En 1516, el licenciado Gaspar de Espinosa, alcalde mayor de Castilla de Oro, arribó a la comarca. Fue bien recibido por el Cacique Natá y permaneció allí durante cuatro meses, vigilando el desarrollo de una nueva población que más tarde se convertiría en un importante centro para futuras expediciones de conquista y colonización en otras regiones del continente.

Espinosa informó al gobernador de Castilla de Oro, Pedro Arias Dávila, que había tantos bohíos en la zona que sintió temor al llegar al poblado. También le relató que encontró maíz en abundancia, muchos venados, pescado asado, pavas y una gran variedad de comidas indígenas. Por ello, no fue accidental que eligiera Natá como base para organizar nuevas campañas de conquista, especialmente contra el bravo cacique Urracá en Veraguas.

En ese entonces, la extensión territorial de Natá abarcaba desde lo que hoy conocemos como Chame hasta los límites con Veraguas.

Natá recibió la llegada de 100 “caballeros” españoles enviados por el Rey Carlos V de España, seleccionados entre familias de abolengo. Su misión era mantener el dominio sobre los pueblos indígenas y propagar la fe católica. Para cumplir este propósito, construyeron una capilla: la Capilla de San Juan de Dios, edificada en el último cuarto del siglo XVII, específicamente en 1670. Esta capilla facilitó el proceso misionero en la región indígena y también contribuyó a la construcción de la Iglesia Santiago Apóstol.

Lamentablemente, no pudimos ingresar a esta capilla durante nuestra visita, ya que fue en día de semana y se encontraba cerrada. Está ubicada a tan solo 100 metros de la iglesia principal y su estructura fue restaurada por la Fundación Natá de los Caballeros (FUNAC).

El principal legado de aquella época es la Basílica Menor de Santiago Apóstol, considerada la segunda iglesia más antigua del Hemisferio Occidental. Esta joya arquitectónica fue declarada Monumento Nacional en 1941, y sigue siendo un símbolo único de la historia y espiritualidad del pueblo de Natá.

Los tres siglos que tuvo la localidad bajo el dominio español le dieron gran esplendor e importancia, tal como lo señalan documentos y libros que nos relatan un pasado glorioso de Natá de los Caballeros, y que debe ser motivo de profundo análisis y estudios por las presentes y futuras generaciones de panameños.

Chorro las Yayas en El Copé de La Pintada.

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Salimos a las 6 de la mañana desde la Terminal de Albrook rumbo a El Copé, en busca del Chorro Las Yayas.

Al llegar a El Copé, esperamos una chiva local que nos llevara hasta Barrigón, ubicado en la zona baja del Parque Nacional Omar Torrijos Herrera. Desde allí hasta Las Yayas hay una distancia de aproximadamente tres kilómetros.

Puente sobre río Colorado

La carretera fue recién inaugurada en Noviembre de 2014; recuerdo que antes de eso era difícil llegar al sitio por lo pedregoso y las calles solo eran transitadas por autos 4×4 y los transportes públicos del lugar, ahora es muy fácil acceder en auto sedán.

La visita a Las Yayas se complementa con maravillosas vistas del extenso bosque tropical característico del área, con múltiples tonalidades de verde y el llamativo Río Colorado, cuyas aguas rojizas parecen teñidas por minerales del suelo o por compuestos vegetales de árboles de la región.

Un puente rojo permite apreciar esta peculiaridad y sirve como punto de partida para explorar la selva tropical. Más adelante, el río se vuelve claro al unirse con el Río Blanco, donde los pigmentos desaparecen.

La comunidad local cuenta con una pequeña tienda que ofrece dulces, frituras y bebidas, y también es posible alquilar una cabaña: B/. 2.00 para extranjeros y B/. 1.00 para nacionales.

Descendimos por unas escaleras rojas que nos llevaron a distintas zonas del río. La primera parada fue un chorro que cae entre rocas cóncavas, bajo la sombra de grandes piedras.

Más adelante, subimos hasta un mirador desde el cual se pueden observar las tres caídas de agua que conforman el Chorro Las Yayas, de aguas cristalinas y frescas, rodeado de mitos y leyendas.

Según una antigua historia local, el nombre “Las Yayas” proviene de tres mujeres que, según los relatos, solían aparecer bañándose en estas aguas. Aunque no todos podían verlas, sus apariciones fueron comentadas por generaciones, y así el lugar fue nombrado en honor a aquellas “yayas”, como se les llamaba a las muchachas en esa época.

Las Yayas parecen ser otra leyenda heredada de nuestros antepasados españoles, muy similar a la de las Xanas en España, quienes se aparecen en los ríos durante la noche de San Juan. Es un misterio recurrente: en ciertas caídas de agua se manifiestan figuras femeninas —mujeres, ninfas o hadas— como en Las Yayas, el Chorro de las Mozas en El Valle de Antón, o el Salto del Pilón en Los Santos, donde se dice que aparece una niña peinándose el cabello.

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Las Yayas, en su caída más alta, alcanza unos 15 metros de altura. Es posible disfrutar de sus refrescantes aguas en una pequeña “totuma”, como llaman los lugareños al balneario natural formado por la quebrada que alimenta las cascadas.

El lugar destaca por su belleza escénica, paisajes naturales y gran biodiversidad de flora y fauna.

El Copé se encuentra a solo 40 minutos de la ciudad de Penonomé, en la provincia de Coclé, y cuenta con dos accesos principales: uno por la carretera hacia Piedras Gordas y otro a la altura de la comunidad de Río Grande.

Ascenso al Cerro India Dormida

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El cerro La India Dormida tiene una altitud aproximada de 860 a 900 m s. n. m.

Iniciamos el ascenso por el sendero de la Piedra Pintada, donde varios niños del área se ofrecieron como guías o para cuidar el auto. Decidimos ir con Dorindo, un niño de unos 10 años que cargaba sacos de mangos. Intentamos ayudarlo, pero el peso (unas 25 libras) nos agotó rápidamente. Nos turnamos hasta que se encontró con un familiar y le entregó la carga.

El camino atraviesa un bosque y pasa junto a chorros como Los Escondidos, Los Enamorados y el Salto del Sapo. Dorindo avanzaba ágil, saltando piedras y trepando árboles, mientras nosotros lo seguíamos con cuidado, ya que algunos tramos eran resbalosos.

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Vista desde la cima del cerro India Dormida.

Llegamos a la Piedra del Sapo, donde una señora bajaba con los zapatos en la mano, vestida para trabajar. En lugar de seguir recto, Dorindo tomó un sendero a la izquierda y nos dijo que apenas íbamos a mitad de camino. Al disculparnos por no poder seguir su ritmo, nos contó que vive detrás del cerro y camina ese sendero todos los días para ir y volver del colegio, al igual que la señora que vimos, quien hace ese recorrido diario para llegar al pueblo a trabajar.

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Subimos una loma empinada y, tras cinco minutos más, llegamos entre piedras sueltas al cráter del volcán extinto del Valle de Antón. La vista era hermosa y gratificante. Dorindo nos advirtió que al atardecer aparecían duendes y no debíamos demorarnos mucho.

Nos contó una de las versiones de la leyenda de la India Dormida: Piria, hija del cacique y esposa del Sol, protegía el astro y la llama de la vida. El guerrero Montevil se enamoró de ella, pero fue rechazado porque su alma y cuerpo pertenecían al Sol. Obsesionado, dejó de comer y dormir, hasta que logró convertirse en cacique para acercarse a Piria. Aun así, ella lo rechazó. Enfurecido, Montevil mandó matar al padre de Piria y luego intentó violarla.

Ella, desesperada, huyó hasta caer rendida al borde de un acantilado. En ese momento, los rayos del Sol iluminaron su cuerpo y la convirtieron en piedra, formando las montañas. Montevil, al ver esto, se desmayó, y el Sol transformó su lamento en el sonido del agua fluyendo, condenándolo a sufrir eternamente por el amor que no pudo tener.

Existen otras versiones e incluso una novela, ya que esta montaña ha sido la inspiración de poetas y escritores.

Otra versión cuenta que Flor del Aire, hija del cacique Urracá, se enamoró de un soldado español. Yaraví, un fuerte guerrero indígena que la amaba, al ver que ella no le correspondía, se suicidó frente a ella y su pueblo. Arrepentida y dolida, Flor del Aire decide renunciar al español para no traicionar a los suyos. Vagó por las montañas llorando su destino, hasta que murió mirando al cielo. Su silueta quedó inmortalizada en la montaña como símbolo de su verdadero amor.


En otra ocasión decidimos subir la India Dormida por los pies —es decir, por el final— y bajar por la cabellera, pasando por los chorros y la Piedra Pintada.

Comenzamos la caminata desde La Cruz, cerca de Altos de la Estancia. A simple vista, el sendero parecía no estar marcado y era bastante empinado, con alta dificultad debido a los precipicios que encontramos casi de inmediato. Sin embargo, al avanzar y aligerar el paso, notamos que el camino se volvía más uniforme, lo que nos permitió continuar sin mayores problemas.

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Nos encontramos en las pantorrillas del cerro y ya estuvimos disfrutando de magnificas vistas del cráter del Valle de Antón. Bajo un sol trepidante seguimos el camino y luego de casi una hora, nos encontramos en la cintura u ombligo de la India Flor de Aire.

Evelin se nos unió esta vez, casi acabadita de llegar del Norte y para ella fue un toque difícil regresar al hiking, pero la emoción, combinados con los lazos fuertes de amistad y el regalo tan grande que la Naturaleza nos entregaba, la hizo llegar sin problemas al final de la jornada.

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Evelin y Rey subiendo por las piernas de La India.

En el camino nos encontramos con unos chicos que habían subido por el sector de la comunidad de El Hato, es decir, por la “cintura” de la India Dormida.

Nos desviamos ligeramente del sendero y pasamos muy cerca de una cruz de madera ubicada en lo alto del cerro, en una zona que colinda con las comunidades situadas detrás de la India. Luego enfrentamos una bajada muy empinada, que descendimos con precaución, evaluando la mejor forma de hacerlo. Optamos por el lado derecho, avanzando con mucho cuidado, hasta escalar nuevamente y llegar a la garganta de la India.

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Cerca de la Cruz de la comunidad trasera al cerro.
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Mariel por las pantorrillas de La India Dormida.
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Cráter casi completo del Valle de Antón.
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Cascada Los Enamorados.

Divisamos la cabeza y en pocos minutos llegamos. El recorrido desde Altos de la Estancia hasta el Chorro Los Enamorados, en la Piedra Pintada, nos tomó unas tres horas. Finalizamos con un refrescante baño bajo los rayos del sol, como un regalo mágico de la Madre Naturaleza.

El Cerro La India Dormida es uno de esos lugares donde se disfruta tanto el destino como el camino. Su trayecto, lleno de mitos y leyendas, invita a imaginar duendes, elfos o incluso al indio guardián del tesoro de la Piedra Pintada. A lo largo del sendero, sus chorros aparecen estratégicamente, y puedes elegir entre tres rutas según el tiempo y las vistas que prefieras disfrutar.

Tiempo:

  • Por La Piedra Pintada, en buenas condiciones fí­sicas, puede tomarte una hora y media hacer el ascenso, casi lo mismo de bajada.
  • Por La Cruz de Alto de La Estancia, toma de tres horas a tres horas y media dependiendo de tus condiciones físicas; deberás tener especial cuidado en los precipicios, importante llevar zapatillas adecuadas, nada de “converse” ni “crocs”.

Una excelente actitud, llevar gorra y tener muchísimo cuidado si empieza a llover, en ese caso, No suba por favor.

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¡Los Chorros del Valle de Antón!

Estando en el Valle, decidimos ir a conocer los chorros o cascadas más representativos. Por costumbre, debíamos ir al Chorro de las Mozas, le advertí­ a mis amigos que el río estaría bastante sucio, a lo que no hicieron caso: la típica necedad de verlo en vivo.

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En efecto llegamos y estaba muy sucio a lo que decidimos caminar por su orilla hasta ver los chorros, lastimosamente, muchos de los desechos del Valle de Antón han ido a parar ahí­ e incluso es utilizado para sacar materiales como arenilla y tierra.

Forma parte de las leyendas del Valle de Antón. Cuentan que aquí­ tres hermanas se suicidaron al mismo tiempo por el amor que sentían hacia el mismo hombre, amor que era ignorado por él, ya que había sido embrujado por la hechicera más grande del pueblo, y se dice que cada una de las hermanas se convirtió en un chorro, que ahora forman lo que es: El Chorro de las Mozas.

Cómo llegar: Tome la vía que conduce a Cabañas Potosí­ hasta el final y verás la entrada hacia Las Mozas, en este momento (2015) el lugar ha sido arreglado, limpiado y está bajo la administración de personas encargadas de mantenerlo en buenas condiciones, tiene un costo de admisión de 3$


Al salir no había transporte y decidimos caminar, en eso venía un carro transportador de caballos y se nos ocurrió sacar la mano y el señor conductor paró, subimos y juro que no es nada fácil viajar en ese transporte, los tres nos golpeamos en cada salto hasta llegar a una parada en la que tomamos un bus de ruta que nos dejó en La Piedra Pintada (fue muy divertido)

Subimos el sendero que ya conocíamos, pasamos por el Chorro el Escondido y seguimos el sendero que conduce a la India Dormida, pero al ver el Chorro de los Enamorados, no pudimos contener las ganas de darnos un vigorizante y frío baño.

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Chorro “El Escondido”.
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Chorro “Los Enamorados” estación seca.
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“Los Enamorados” visto desde arriba.
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Este sendero es de belleza exuberante. En él se pueden ver más de cuatro pequeños chorros, de los cuales los dos primeros son perfectos para darse un buen baño. Si sigues el camino, puedes subir a La India Dormida o llegar a las comunidades que existen detrás del cerro.

Existe otra cascada, llegando a la Piedra del Sapo, llamada “Cascada del Sapo”. Se le conoce así porque en su parte superior sobresale un petroglifo en forma de sapo o rana. Este petroglifo tiene un área de unos tres metros cuadrados y cubre toda la parte superior de la piedra.

El Chorro de los Enamorados es una caída de agua donde se practica rappel para principiantes. Es un poco profundo, así que hay que tener algo de cuidado. El primero en lanzarse fue Max, como siempre, el más osado. Luego me acerqué; quería sentir el chorro cayendo sobre mi cabeza… ¡masajes naturales nos ofrece la naturaleza!

Salimos del Sendero de la Piedra Pintada y otro señor nos llevó hasta el mercado, donde tomamos un bus El Valle – San Carlos. Ya era tarde y no había buses hacia la ciudad, así que en San Carlos tomamos un taxi “pirata”. Los buses desde El Valle de Antón hacia la ciudad de Panamá salen hasta las 6 de la tarde.

¡Visiten los chorros, les encantarán!

El Cráter de un Volcán Habitado

El Valle de Antón es, sin duda, uno de mis lugares favoritos en todo Panamá. Es un rincón que guarda, en un solo espacio, casi todo lo que alimenta mi espíritu. Aquí las montañas se alzan como guardianas silenciosas, los senderos serpentean entre ríos y quebradas, y las cascadas cantan su eterna melodía.

Es un paraíso rebosante de historia y vida: vestigios arqueológicos, una biodiversidad sorprendente, un orquideario que desborda color y fragancia, y, como si fuera poco, un serpentario que despierta la curiosidad por las criaturas más misteriosas de nuestro bosque.

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En El Valle de Antón puedes encontrar una amplia variedad de opciones de alojamiento que se adaptan a todos los gustos y presupuestos. Desde acogedoras posadas familiares hasta espacios para acampar bajo las estrellas. También es posible alquilar bicicletas para recorrer sus senderos o, si prefieres un paseo más tradicional, en algunas esquinas aún se pueden encontrar caballos listos para cortos recorridos entre paisajes de ensueño.

Uno de los lugares más emblemáticos del pueblo es el Mercado de Artesanías. Allí, los sentidos se despiertan con los colores y aromas: puestos repletos de productos locales, frutas jugosas, vegetales recién cosechados, plantas verdes y flores en plena floración. Pero lo que realmente cautiva son las artesanías. Estatuillas talladas en piedra de jabón, tejidos que parecen haber atrapado el sol en sus hilos, hamacas que invitan a descansar, pulseras tejidas a mano, mesas rústicas de madera y todo tipo de creaciones en bambú.

La cerámica, con sus vivos colores, enciende la imaginación. Los animalitos de barro parecen cobrar vida entre los estantes, mientras los tradicionales sombreros “pintados”, estatuas y balcones tallados tientan nuestras manos como los dulces lo hacen con los niños.

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Puedes incluso conocer a grandes artistas de la pintura, como Soto y Santana, que con una técnica muy avanzada, logran reproducir características particulares de cada animal que pintan, sobre todo las aves, a las que estudian antes de dibujarlas.

En El Valle los chorros o cascadas más fáciles de conocer son: El Chorro de las Mozas, El Macho; dentro de la Piedra Pintada, encontramos El Escondido, El Chorro Los Enamorados, Salto del Sapo.

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La Piedra Pintada, es enorme. Una gran roca que se desprende de un cerro.

Nuestro guía, de unos 10 años y de nombre Víctor, tomó una rama y con ella empezó a explicar el significado de este petroglifo, que nos hizo dar un paseo imaginario por el mapa de la región. Las leyendas locales dicen que los indígenas dormían alrededor de la Gran Piedra para celebrar ritos y que esconde un tesoro vigilado por un ente quien es su guardián. El niño se sabía perfectamente bien la historia y no dudamos de su procedencia. De La Piedra Pintada se puede seguir el sendero homologado y conocer los chorros.

El zoológico Níspero, el Orquideario de APROVACA, el Mariposario y mi favorito: El Serpentario Maravillas Tropicales, en donde el herpetólogo Mario Urriola y su equipo de trabajo rescatan y protegen estos interesantes animales.

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Otro de nuestros temas favoritos, como ustedes, queridos lectores saben, son las montañas o “cerros”, como los conocemos en Panamá. El Valle de Antón al ser un “valle” o cráter gigante de un volcán extinto, naturalmente encontramos una cantidad de cerros de singular orografía que invitan a caminar por sus trochas. El cerro India Dormida, El Cerro Gaital, El Cerro Pajita, Cerro Caracoral, Cerro Cariguana.

Miradores: El mirador antes de bajar hacia el Valle de Antón y El mirador de la Cruz, antes de llegar a Alto de la Estancia.

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En el Chorro el Macho tienen el Canopy, se trata de un paseo sostenido por cables deslizándose por la copa de los Árboles logrando una vista del gran bosque, tienen varios circuitos, uno por encima del Chorro El Macho. También posee una piscina temática, a la que llaman La Represa, donde te puedes quedar todo el día si quieres disfrutando de un baño de aguas frías provenientes de la Quebrada Amarilla.

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Uno de los sitios más populares del Valle de Antón son Los Pozos Termales. La última vez que los visitamos, la entrada costaba solo $2 e incluía la experiencia de un facial de barro, ideal para relajarse y conectar con la tierra. Es importante llevar vestido de baño para poder disfrutar plenamente de sus aguas minerales. (Actualmente, este sitio se encuentra cerrado, pero vale la pena estar atentos a su reapertura).

Y aún hay más por descubrir. Justo detrás de la iglesia del pueblo se encuentra un pequeño museo con valiosa información sobre la historia geológica y arqueológica del Valle. Este lugar es un tesoro escondido que complementa la experiencia natural con conocimiento y contexto cultural.

Además, ahora el Valle cuenta con un moderno Centro de Visitantes, cuya propuesta recuerda al Biomuseo de la ciudad de Panamá. Allí se narra con detalle la historia geológica de esta región única, y los visitantes pueden disfrutar de un cortodocumental proyectado en una pequeña sala de cine. Es un espacio educativo e inspirador que enriquece aún más la visita a este mágico lugar.

Cómo llegar