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La Basílica Menor de Santiago Apóstol de Natá de los Caballeros

Natá se encuentra a 183 km al oeste de la ciudad de Panamá, por la Carretera Interamericana. Aquel día, desayunamos en el camino y al llegar a Natá, nos esperaba nuestro guía de lujo: Fanshi.

Lo primero que le pedimos fue: “¡Llévanos a las iglesias!”. Visitamos la Iglesia Santiago Apóstol de Natá de los Caballeros, ubicada en el corazón de la ciudad más antigua del litoral Pacífico y la segunda fundada en tierra firme, después de Santa María la Antigua del Darién en 1519.

De su estructura destacan la alta torre —a la que subimos para ver Natá, Aguadulce y parte de la Cordillera Central—, el altar mayor y los altares laterales. Aunque no se conoce la fecha exacta de su fundación, se cree que comenzó en 1522, cuando Pedro Arias Dávila colocó una gran cruz en el lugar donde se levantaría esta imponente obra, coincidiendo con la fundación de la ciudad.

La Basílica Santiago Apóstol es una joya colonial construida por los españoles hace más de cinco siglos.

Con un estilo basilical, el templo cuenta con cinco naves y conserva materiales originales de la época, como cal y canto —una mezcla de piedra y mortero similar al cemento—, visible especialmente al subir a su torre. Esta, aunque algo descuidada y estrecha, ofrece una experiencia única con sus altos y mareantes escalones.

La iglesia mide 25 metros de ancho por 50 de largo. Su fachada presenta dos accesos con arcos de medio punto, decorados con pilastras, columnas, mascarones, un remate ondulado, pináculos y una torre campanario que corona el conjunto.

El interior de la basílica cuenta con ocho altares tallados y está dividido en cinco naves que albergan el coro, el baptisterio, dos óleos sobre lienzo y un imponente púlpito colonial, desde el cual los sacerdotes oficiaban la misa cuando el acceso al altar estaba restringido al pueblo y reservado solo para el clero.

Frente a la iglesia, en la plaza, aún se conservan grandes piedras circulares traídas del cerro San Cristóbal, usadas para moler materiales en la construcción del templo. Se dice que la torre sirvió como punto estratégico de observación militar. En su arquitectura se fusionan estilos barroco, plateresco y churrigueresco.

La ciudad de Natá recibe su nombre en honor al cacique Anatá (también conocido como Natá o Natán), quien gobernaba la región donde se estableció el caserío. En sus orígenes, desde el siglo XVI hasta principios del XVII, Natá fue la mayor aldea indígena del Golfo de Parita.

Sorprendentemente, este pequeño pueblo fue en su momento más relevante que la propia ciudad de Panamá. De hecho, tras el saqueo y destrucción de Panamá La Vieja por el pirata inglés Henry Morgan en 1671, Natá y Penonomé compartieron temporalmente las funciones de capital colonial.

Según relatos, los primeros soldados españoles que llegaron a Natá encontraron una abundante provisión de alimentos, suficiente para todo un ejército. En apenas tres meses agotaron las reservas que habrían durado un año. Se casaron con mujeres del asentamiento y, con el tiempo, la mezcla de culturas dio origen a la población mestiza de las provincias centrales de Panamá.

Durante nuestra visita, nuestro guía Fanshi nos mostró varios de los santos venerados en la iglesia: la Virgen del Apocalipsis, Don Bosco, la Virgen del Rosario, el Corazón de Jesús, San José, San Juan Bautista, San Miguel Arcángel y Santiago Apóstol. También nos permitió ingresar a la sala de los sacerdotes y nos reveló la existencia de un antiguo túnel colonial que conecta la iglesia con cerros cercanos.

Hay diversas versiones sobre el uso del túnel: algunos creen que fue una ruta estratégica de guerra, otros que fue una vía de escape en caso de ataques. Incluso se rumorea que aún contiene armas. Según una leyenda local, el túnel tiene cinco salidas: una en la sacristía menor, otra en el campanario, una tercera en la capilla San Juan de Dios (posible huesario), una cuarta en la antigua iglesia de La Soledad y una quinta en el cerro San Cristóbal. La Fundación Natá de los Caballeros Siglo XXI ha confirmado su existencia y busca su restauración.

Debido al temor de que la iglesia estuviera construida sobre espacios huecos, la entrada al túnel desde la sacristía menor fue sellada. Actualmente, el túnel principal está clausurado y protegido por Patrimonio Histórico, ya que la basílica forma parte del conjunto de monumentos históricos del país. Se estima que fue construida entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, aunque no hay una fecha exacta. El túnel, en cambio, podría haber sido excavado a mediados del siglo XVIII, lo que sugiere que ya existía dominio colonial sobre los indígenas en la zona.

Algunos antiguos moradores afirman haber recorrido parte del túnel, aunque lo abandonaban debido a la oscuridad y a la falta de señales claras. Se dice incluso que Victoriano Lorenzo lo utilizó como ruta de escape durante la Guerra de los Mil Días para huir del ejército colombiano.

Se dice que cuando Don Gonzalo de Badajoz llegó a esta región en 1515, después de haber recibido una gran cantidad de oro por parte del Cacique París, su ambición lo llevó a intentar atacar nuevamente al cacique. Sin embargo, sufrió una fuerte derrota que lo obligó a abandonar lo obtenido en la comarca del Cacique Anatá —también llamado Natá o Natán—, quedando impresionado por la fertilidad y riqueza de la zona, bañada por los ríos Grande y Chico.

En 1516, el licenciado Gaspar de Espinosa, alcalde mayor de Castilla de Oro, arribó a la comarca. Fue bien recibido por el Cacique Natá y permaneció allí durante cuatro meses, vigilando el desarrollo de una nueva población que más tarde se convertiría en un importante centro para futuras expediciones de conquista y colonización en otras regiones del continente.

Espinosa informó al gobernador de Castilla de Oro, Pedro Arias Dávila, que había tantos bohíos en la zona que sintió temor al llegar al poblado. También le relató que encontró maíz en abundancia, muchos venados, pescado asado, pavas y una gran variedad de comidas indígenas. Por ello, no fue accidental que eligiera Natá como base para organizar nuevas campañas de conquista, especialmente contra el bravo cacique Urracá en Veraguas.

En ese entonces, la extensión territorial de Natá abarcaba desde lo que hoy conocemos como Chame hasta los límites con Veraguas.

Natá recibió la llegada de 100 “caballeros” españoles enviados por el Rey Carlos V de España, seleccionados entre familias de abolengo. Su misión era mantener el dominio sobre los pueblos indígenas y propagar la fe católica. Para cumplir este propósito, construyeron una capilla: la Capilla de San Juan de Dios, edificada en el último cuarto del siglo XVII, específicamente en 1670. Esta capilla facilitó el proceso misionero en la región indígena y también contribuyó a la construcción de la Iglesia Santiago Apóstol.

Lamentablemente, no pudimos ingresar a esta capilla durante nuestra visita, ya que fue en día de semana y se encontraba cerrada. Está ubicada a tan solo 100 metros de la iglesia principal y su estructura fue restaurada por la Fundación Natá de los Caballeros (FUNAC).

El principal legado de aquella época es la Basílica Menor de Santiago Apóstol, considerada la segunda iglesia más antigua del Hemisferio Occidental. Esta joya arquitectónica fue declarada Monumento Nacional en 1941, y sigue siendo un símbolo único de la historia y espiritualidad del pueblo de Natá.

Los tres siglos que tuvo la localidad bajo el dominio español le dieron gran esplendor e importancia, tal como lo señalan documentos y libros que nos relatan un pasado glorioso de Natá de los Caballeros, y que debe ser motivo de profundo análisis y estudios por las presentes y futuras generaciones de panameños.

Playa La Huerta, Parque Nacional Portobelo

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Tomamos un bus en la Terminal de Albrook, Panamá-Colón Corredor e increíblemente, en menos de 40 minutos estábamos en el Rey de Sabanitas, pero decidimos ir hasta la terminal de la ciudad de Colón para tomar el bus hacia Portobelo desde allí.

Por un momento nos sentimos desorientadas, pero ya dentro del bus todo fue más fácil. Después de mucho reggae, buhoneros cantantes y un buen tiempo en el autobús, llegamos a Portobelo.

Dimos un paseo por las ruinas y la iglesia del Cristo Negro, conocimos un mono cariblanco y caminamos hasta el puerto del Fuerte de Santiago de la Gloria (las ruinas que están en la entrada del pueblo, mirando hacia la bahía), donde tomamos un bote, cuyo precio fue de 25 dólares por las dos, Evelin y yo, ida y vuelta.

Después de 10 minutos en lancha, disfrutando de una preciosa vista del Atlántico, yates, casas de veraneo y botes inflables rápidos, llegamos a nuestro destino: Playa Huertas, tan pequeña que podría decirse “personal”, con aguas de verde claro a turquesa. El bosque que la rodea es tupido, invitante y húmedo; toda el área forma parte del Parque Nacional Portobelo.

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Hay un espacio racional donde se puede acampar y dejar las cosas personales; no hay agua disponible. Playa Huertas es genial para hacer buceo, con mucho cuidado, pues se han visto barracudas y anguilas morenas en varias ocasiones.

El mar es bastante tranquilo y no hay muchas olas, por lo que dificultaría el surf. En los alrededores hay monos aulladores, y en la fauna de la playa se pueden ver pelícanos grandes pescando, cangrejos, peces saltadores, entre otros.

Hablamos con los boteros y se comprometieron a venir a buscarnos a una hora indicada, pues éramos las únicas en la playa y está bastante difícil salir de allí caminando — que digo difícil, es casi imposible. Así que, con algo de miedo, nos quedamos solas, disfrutando de lo rico de las aguas en intimidad total. Es buena idea tomar el número de teléfono del botero o de alguien conocido en el pueblo de Portobelo.

A la hora indicada nos fueron a buscar, sin minutos de retraso. Llegamos a Portobelo y pernoctamos en un restaurante al lado del puerto, donde nos atendieron como reinas, con comida deliciosa, y nos consiguieron que dos señores nos llevaran hasta la Ciudad de Panamá muy amablemente.

Isla Colón, Bocas del Toro

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A las 8:00 p.m. arrancó el bus desde la Terminal de Albrook hacia Bocas del Toro: diez horas de viaje frías y congeladas, acompañada solo por un abrigo y mis propias ideas. Lo que me complacía era pensar que en pocas horas vería a mamá, después de varios meses; ella es profesora en un área de difícil acceso.

Traté de dormir, pero con el frío incesante me fue imposible. Me dediqué a mirar las estrellas y, por momentos, cerraba los ojos. En un instante, el bus empezó a cabecear y a dar frenazos seguidos, lo que hizo que me despertara por completo y prestara atención.

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A las seis, casi en punto, llegué a Almirante. Seguí las indicaciones de mi mamá y tomé un taxi justo donde me dejó el bus, indicándole que me llevara a Bocas Marine: una de las piqueras de taxis-lanchas.

Allí vi que dos de mis acompañantes extranjeros del bus también iban para Isla Colón y se unieron a mí, pensando que yo sabía más que ellos.

El cielo era de un rosado viejo. A lo lejos se veían caseríos, aves marinas; el agua mojaba mis maletas y mi rostro. En la lancha también viajaban personas que iban a trabajar, con saco y corbata, como si fuera cualquier autobús en la ciudad.

Al llegar, me despedí de mis compañeros canadienses y seguí mi camino. Llamé a mi mamá, que estaba a la vuelta. Le di un gran abrazo y, entonces, admiré la belleza del lugar.

Hoteles, hoteles, hoteles. Supermercados pintorescos. Edificios públicos incrustados en el mar. El agua verde esmeralda. Desde el fondo, justo donde me dejó la lancha, se veían estrellas de mar y peces coloridos.

Desayuné en una fonda, de las pocas que aún quedan en la isla, y luego fuimos a la residencia. Mi mamá se fue a trabajar y yo descansé del viaje, esperando a que regresara.

Más tarde salimos a dar una vuelta por el pueblo. Ella me mostró los lugares de interés: la iglesia, restaurantes, bares, pizzerías, heladerías, y el Banco Nacional, más bonito que algunos en la ciudad de Panamá. Fuimos al antiguo muelle, donde vi un ferry por primera vez en mi vida: transportaba basura, cajas de comida, bajaban carros, etc.

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Ciertamente, pude notar la presencia extranjera en el lugar, y podría asegurar que había muchos más forasteros que panameños. Entré a un supermercado y fue entonces cuando recordé la fama que tiene la isla de ser cara. La botellita me salió nada más y nada menos que en 1.50 USD (2008). No quise imaginar a cuánto estaría comer en los restaurantes.

Caminé hasta la piquera de taxis marinos y me senté un rato, comiéndome un helado mientras leía. Mi mamá ya había regresado a la residencia. Algún extranjero se sentó a mi lado y me hizo conversación; en Isla Colón todo el mundo parece ser amigo. Luego llegó un nativo y entabló conversación con el extranjero, y la verdad es que no pude entender nada. Cortésmente le pregunté de dónde nacía su idioma y me contó que el Guari-Guari no tiene estatus de lengua oficial. Solo se habla en Bocas del Toro y es una lengua híbrida entre el inglés y el español, con elementos de la lengua de los indígenas Ngäbe-Buglé.

En Isla Colón puedes ver desde gallinas y perros correteando por calles sin pavimentar, hasta cajeros automáticos y tiendas de artículos para surf, en cada esquina.

Ese día conocí el centro de la isla: un lugar tranquilo. Ya en la noche, fui al bar Wari Wari a tomarme algo, disfrutar del paisaje y observar el pasar de las personas.

Al día siguiente me quedé en casa, caminé por el pueblo. Andaba sola, así que no me atreví a llegar muy lejos. Pero al tercer día no aguanté y tomé un bus para dar un paseo por la playa de Boca del Drago. En el camino, vi las casas de los indígenas: abandonadas en la miseria, llenas de niños con rostros mustios. Del bus se bajaron unos diez indígenas que iban a trabajar en los distintos sitios turísticos de la isla.

Los autobuses se toman en el parque central y demoran alrededor de una hora en llegar a Boca del Drago.

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Después de pasar por una carretera que bordea la isla, llegué a Boca del Drago. Es el punto del archipiélago más cercano a tierra firme, con varias pequeñas playas y senderos arbolados. Cuando Cristóbal Colón arribó a Panamá desde Costa Rica, el primer lugar que visitó fue Bocas del Drago, entrando por lo que hoy se conoce como la Bahía de Almirante, a través del canal que separa Isla Colón de tierra firme.

Este lugar se aprovecha al máximo. Es una de esas playas donde puedes ver el fondo desde lejos, de un color verdoso claro. Los destellos del sol hacen que el océano parezca aún más sereno. Hay arena dorada, arrecifes donde se puede disfrutar del snorkel o el buceo, y un restaurante encantador para degustar platos caribeños.

Llegaron varios tours en lancha, de los cuales bajaban extranjeros que se instalaban en la playa a tomar el sol o leer. Vi a muy pocos bañarse.

El hospedaje en la isla es simple y natural. El énfasis está en la naturaleza y en una vida en armonía con la tierra. La comida es sencilla pero abundante, y la vida nocturna es relajada: generalmente consiste en mirar la puesta del sol, disfrutar de una cena sustancial o tomar algunos tragos en bares de surfers.

Bocas del Toro no es para todo el mundo. A quienes aman los resorts puede que les aburra la vida nocturna tranquila y los hoteles sin lujos ni servicios extra. Aunque, ya hay discotecas donde los excesos son parte del paisaje.

Sin embargo, si estás buscando algo diferente —un lugar con belleza natural, estilo de vida sereno, gente cortés, vida salvaje y deportes acuáticos espectaculares—, Bocas podría ser ese lugar para ti.


Ya de regreso a la ciudad, salimos mamá y yo alrededor de las 3 de la tarde de la isla. A esa hora no hay buses directos a la capital, así que un señor muy amable se ofreció a llevarnos hasta David, Chiriquí. Un viaje de unas cuatro horas, repleto de paisajes hermosos y precipicios, lo que me ayudó a comprender los frenazos del bus de cuatro noches atrás.

La carretera hacia Bocas del Toro estaba llena de derrumbes, tramos a medio construir y tubos inmensos fuera de lugar.

El bosque que bordea el camino es frondoso y majestuoso. Pasamos por grandes elevaciones de cerros, ríos hermosos y, claro, la razón de todo ello: estábamos atravesando la Cordillera Central. También pasamos cerca de la represa Fortuna, donde se puede disfrutar de un paisaje impresionante.

Finalmente llegamos a David, donde tomamos un bus que nos llevaría de vuelta a la ciudad de Panamá.

Esclusas de Miraflores, Canal de Panamá

Aquel día fuimos al mediodía a llevar a mi amigo Alain a ver el tránsito de un buque en las Esclusas de Miraflores.
La entrada costó $3.00 para nacionales y $8.00 para extranjeros, un precio bastante justo.

La edificación es impresionante. Sin embargo, al llegar tuvimos un inconveniente: nos habíamos estacionado en el lugar equivocado. Me tocó decirle al policía: “¡Pongan letreros visibles!”

Pagamos el ticket y subimos. Apenas entramos, tuvimos la suerte de ver cómo un buque se acercaba a las esclusas. Una voz por altoparlante anunció su entrada. Observamos todo el tránsito desde un balcón, mientras una voz femenina narraba cada detalle: las maniobras, los procesos, y el trabajo coordinado del personal del Canal.

Fue una experiencia educativa que refleja el compromiso de la Autoridad del Canal de Panamá con la divulgación y la educación del público sobre esta maravilla de la ingeniería.

Ella contaba muchos datos, en español e inglés.
Entre ellos, mencionó que atravesar el Canal de Panamá le toma a un barco menos de 24 horas, usualmente unas 8 horas. En ese trayecto, de aproximadamente 80 kilómetros, el buque debe pasar por tres juegos de esclusas: Miraflores, Pedro Miguel y Gatún, que funcionan como enormes ascensores de agua para los barcos.

Las esclusas son impresionantes compuertas de 25 metros de altura que permiten elevar a los buques debido a la diferencia de nivel entre los océanos Pacífico y Atlántico.

Después de casi una hora de observar el tránsito, la voz anunció el inicio de la película. Fuimos entonces a lo que funciona como un “cine” dentro del Centro de Visitantes de Miraflores. Allí se presentó la historia del Canal de Panamá: desde la fallida iniciativa francesa, hasta los planes futuros y la ampliación del canal. Fue una película de menos de 30 minutos, pero muy completa e interesante.

Después de ver la película, subimos a un museo interactivo, donde se exhiben maquetas, modelos mecánicos de simulación y objetos relacionados con la historia del Canal. El museo está compuesto por cuatro salas de exhibición, cada una con un enfoque distinto:

Sala de Historia
Presenta referencias históricas, innovaciones tecnológicas y medidas higiénicas clave durante la construcción del Canal. Esta sala rinde homenaje a los miles de hombres y mujeres que hicieron posible esta obra monumental.

El Agua: Fuente de Vida
Resalta la importancia del agua, la preservación del ambiente y la biodiversidad. Se aborda el papel fundamental de la cuenca hidrográfica del Canal y el compromiso de la Autoridad del Canal de Panamá (ACP) con el manejo sostenible de este recurso vital.

El Canal en Acción
Muestra de forma dinámica cómo funciona el Canal. Incluye un simulador y una reproducción de una compuerta de esclusas. A través de una maqueta topográfica, se puede experimentar un tránsito virtual de océano a océano, destacando la innovación, modernización y mantenimiento constante del Canal.

El Canal en el Mundo
Explica la relevancia del Canal para el comercio global. Describe rutas comerciales, principales usuarios, tipos de buques y productos transportados. También presenta estudios sobre su competitividad futura y los beneficios que aporta a la República de Panamá.

Horarios de atención

  • Fachada/Ticket office: de 8:00 a.m. a 5:00 p.m. todos los días
  • Centro en general (incluye miradores, museo, cine IMAX): abierto de 8:00 a.m. a 6:00 p.m. diarios

Precios de entrada (incluye película en cine IMAX)

VisitanteEntrada
Residentes y nacionalesAdultos (≥ 19 años): B/. 3.00<br>Menores (hasta 18 años): gratis<br>Adultos mayores: B/. 1.50 Visit Canal de Panamá
No residentesAdultos: US$ 17.22
Niños (6‑12 años): US$ 7.22
Niños (< 6 años): gratis Visit Canal de PanamáVisit Canal de Panamá

Película IMAX

  • Incluida en el precio del boleto.
  • Dura entre 45 min y media hora, narrada por Morgan Freeman
  • Funciona en varias sesiones por día: 8:45, 9:45, 11:00, 12:15, 13:30, 14:45, 16:00 y 17:15

Duración sugerida

El recorrido completo toma aproximadamente 1 – 1.5 horas, incluyendo miradores, museo y cine


Mejor hora para ver el tránsito

  • Mañana (9–11 a.m.) y tarde (3–4 p.m.) suelen ser horarios con más tránsito de barcos.
  • El horario típico de tránsito en Miraflores:
    • Pacífico → Atlántico: 6:00 a.m. – 3:15 p.m.
    • Atlántico → Pacífico: 3:45 p.m. – 11:00 p.m.

Recomendaciones útiles

  • Llega temprano, idealmente a las 8:00 a.m., para asegurar buen lugar y boleto para la película.
  • Precios en balboas y dólares: los B/. 3.00 equivalen a unos US$ 3—muy económicos para residentes. Asegúrate de llevar identificación panameña para el precio de local.
  • Visitas grupales guiadas o tours combinados (con transporte o visitas a Gatún) suelen incluir entrada y pueden costar desde US$ 65 hasta más de US$ 100

Puerto Armuelles, Punta Burica y la Petroterminal, Chiriquí

Recogimos nuestras cosas y nos dirigimos rumbo a Puerto Armuelles, cabecera del distrito del Barú, también conocida como la ciudad de las arenas, debido a que la mayor parte del área urbana donde se edificó la ciudad y las barriadas de la United Fruit Company está compuesta de suelo totalmente arenoso. Es uno de los lugares más alejados de la capital panameña, con una distancia aproximada de poco más de 550 km.

Llegamos a lo que se conoce como La Frontera y giramos a la izquierda, finalmente a Puerto Armuelles, y nos encontramos con un muelle antiguo, el Muelle Fiscal, ubicado en el centro de la ciudad y a orillas del Golfo de Chiriquí. Fue uno de los principales sitios de exportación de bananos durante varias décadas, hasta finales de los noventa. Poco a poco ha caído en desuso y abandono. Puerto Armuelles es también una zona rica en cultivos de banano y ahora se siembran palmas de corozos.

Un pueblo con casas de madera coloridas. Dicen que el poblado antes llevaba el nombre de “Rabo de Puerco”, ya que sus primeros pobladores se dedicaron a la cría de cerdos, pero el 27 de febrero de 1924 se le cambió el nombre por Puerto Armuelles.

El nombre Puerto Armuelles proviene del apellido del Coronel Tomás Armuelles, veterano de la Guerra de Coto, que murió el día 18 de marzo de 1921 en un accidente ferroviario en el Puerto de Pedregal, en David. En su honor se cambió el nombre de “Rabo de Puerco” por el de Puerto Armuelles.

Empezamos la búsqueda de la entrada hacia la Petroterminal de Panamá, terminal de Charco Azul, industria del aceite de palmito, que está conformada por terminales para el manejo de hidrocarburos en las costas del Pacífico y el Atlántico de la República de Panamá, un oleoducto que se extiende 131 kilómetros a través del Istmo de Panamá, plantas de generación de energía y un muelle de carga general en la costa del Atlántico.

Al llegar, después de pasar por una carretera bastante deteriorada, nos encontramos en una garita en la cual nos pidieron identificaciones y nos preguntaron qué íbamos a hacer, a lo cual respondimos que nos dirigíamos a la playa. Ésa fue la clave.

Había grandes tubos de acero a lo largo de la carretera, también tubos gigantes incrustados en el mar, algunos de los cuales pasaban por arriba del carro como un puente.

Llegamos a la playa, que sentimos peligrosa; solo adentramos nuestros pies e inventamos algún juego de fuerza, y corrimos lejos con un perro desconocido y cariñoso detrás, entretenidos con la belleza del mar.

Vi una punta de tierra entrante al mar y me di cuenta entonces de que estaba en el punto final de mi país: lo que se llama Punta Burica.

Dicen que la gente llega a esperar que baje la marea para cruzar, pues la frontera con Costa Rica está un poco más allá y se puede cruzar tranquilamente: no hay policías de frontera.

Punta Burica está ahí, en medio del mar, con olas viniendo con furia desde el hemisferio sur, que normalmente se forman en tormentas frente a las costas de Chile o Nueva Zelanda. Allí hay una rompiente muy buena, con largas olas fuertes. Se habla de olas increíbles en las áreas montañosas del lado tico 🙂

Se dice que Punta Burica ha sido utilizada como “ruta de la droga” por los traficantes; al parecer, lo apartado del lugar lo hace vulnerable a la actividad del narcotráfico.

Descansamos antes de tomar un largo viaje de varias horas en el último punto del territorio nacional. Ya cuando regresamos por el mismo punto de la garita, tratábamos de tomar algunas fotos y fuimos advertidos por el policía de no hacerlo, pues estaba prohibido tomar fotografías, pero era demasiado tarde, pues ya teníamos varias.

Se dice que en este lugar se va a hacer una refinería de petróleo. Pocos días antes de que el gobierno definiera la zona petrolera en Burica, la multinacional estadounidense Occidental Petroleum Corporation había expresado formalmente su interés por instalar en Panamá una refinería de petróleo de 400,000 barriles diarios cerca del oleoducto que comienza en Petroterminal. La inversión sería, dicen, de 6 mil millones de dólares.

Personalmente, pienso que lo de la refinería es algo meramente político, para que el pueblo se tranquilice, ya que no hay trabajo en la zona y los tienen creyendo en este proyecto. Recuerden que el petróleo no es eterno. La refinería sería excelente siempre y cuando el problema de cualquier desarrollo —ser ecológicamente sostenible— se trate con seriedad.

Cuidado y quedamos sin costas, y con instalaciones brujas abandonadas sin nada que refinar.

Los Pozos Termales de Silla Pando.

A 12 km de Volcán se encuentra la entrada a los Pozos Termales de Silla Pando. Para llegar, es necesario ir en una camioneta 4×4, y aun así hay que maniobrar con cuidado.

Durante el trayecto se puede disfrutar de un cielo hermoso, un entorno montañoso, verdes pastizales y una gran cantidad de ganado de pura raza, tanto lechero como de carne de primera calidad.

Llevábamos 15 minutos de camino y aún no veíamos los pozos ni escuchábamos el río. “Qué raro”, pensamos. Pero más adelante nos encontramos con un grupo de trabajadores limpiando la hierba a machete, y les preguntamos si estábamos bien encaminados. Nos dijeron que aún faltaban unos 10 minutos más.

Nos dimos cuenta de que habíamos llegado al ver un pequeño letrero que indicaba: “Cuida los árboles”.

Divisamos de inmediato el primer pozo y nos dispusimos a encontrar los demás, ya que teníamos entendido que eran tres pozos. Sin embargo, caminamos bastante por las veredas del río y no encontramos nada más.

El río estaba devastado; se notaba que recientemente hubo una crecida de sus aguas. Había muchas ramas esparcidas por todas partes.

Decidimos probar la temperatura del río con los pies y ¡WOW! No lo soportamos. El agua estaba increíblemente fría.

Regresamos al pozo termal y decidimos tomar un baño en las aguas del río que pasan a un lado. Fue el agua más fría en la que me he bañado en toda mi vida. Temblábamos, y si nos movíamos dentro del agua, sentíamos cómo ésta penetraba en nuestra piel, como si tuviéramos calambres por todo el cuerpo. ¡Era algo increíble! Pero luego nos aclimatamos, y fue muy delicioso.

Nos metimos uno a uno al pozo termal. Estaba bastante caliente, tanto que yo no me atrevía a entrar. Evelin, Max y Alain se metieron primero y comenzaron a tratar de convencerme, pero para mí era demasiado caliente. Al final me convencieron y entré con cuidado. Al principio sentía que se me quemaba la piel, pero después de un minuto ya me había acostumbrado.

Ya en la tarde nos fuimos muy alegres y relajados. Tiempo después supe que los otros pozos están mucho más lejos, en un área indígena, y que están contaminados. Además, el área en general está bastante deforestada, sobre todo a causa de la ganadería. Cerca de ahí también había una hermosa cascada, que fue desviada para la construcción de una hidroeléctrica.

“El mundo no va a sobrevivir mucho más tiempo como cautivo de la humanidad.”
—Daniel Quinn

Rí­o Sereno, Chiriquí

Al atardecer de aquel día se nos ocurrió dar un paseo por la carretera que conduce hacia Río Sereno; yo no pensé que fuese a ser nada espectacular, pero a medida que avanzábamos se iban viendo espectaculares cerros, fincas, montañas, hermosa vegetación, clima templado y fresco, y partes cubiertas por neblina.

De repente, el cielo se tornó rosado, así que bajamos en la entrada de los pozos termales para disfrutar del paisaje, tomarnos fotos, y luego regresamos a Volcán esperando la mañana para completar el viaje a Río Sereno.

Río Sereno queda a 45 km de la comunidad de Volcán, dentro del distrito de Renacimiento. En el camino se disfrutan hermosas vistas: cerros repletos de vacas, la neblina increíble que cubre la calle y los alrededores. Alain tuvo que manejar con mucho cuidado, pues la carretera tiene muchas curvas. Todos en silencio disfrutamos de la belleza de este lugar.

En el trayecto vimos un pequeño chorro; bajamos un rato y luego seguimos, no sin antes tomar algunas fotos de unas vacas que parecían estar posando para nosotros.

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2014

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Más adelante vimos algunas fincas cafetaleras repletas de actividad y muchos Ngäbe-Buglé trabajando arduamente. Algunas de estas fincas son: Finca Hartmann, Finca Eleta y Café Durán.

Al llegar al pueblo de Río Sereno, fue bastante curioso sentir cómo el clima cambiaba radicalmente: de lo templado que habíamos sentido durante todo el camino, pasamos a un calor casi insoportable.

Lo primero que vimos al llegar fue un lago, una reserva de agua construida con fines agropecuarios que, según dicen, tiene una superficie de 70,000 m², y es un afluente del río Sereno.

Río Sereno es un pueblo tranquilo. Hay una pequeña calle de piedras sueltas por la que, caminando, puedes llegar a Costa Rica; de hecho, nosotros visitamos una cantina costarricense.

Allí los carros ya tienen placas de Costa Rica, e incluso pudimos percatarnos de que los lugareños utilizan más los comercios del lado costarricense que los de Panamá.

Ya de regreso, nos fuimos a los pozos termales de Silla Pando… pero eso ya es otro artículo.

Sitio Barriles, vestigios del pasado…

Después de un rico paseo por las tierras de Cerro Punta, nos dirigimos emocionados a la comunidad de Caizán, en Volcán, en busca del Sitio Arqueológico Barriles, donde durante los últimos 100 años se han descubierto piezas arqueológicas que intentan develar el misterio de las antiguas civilizaciones que poblaron las faldas del Volcán Barú.

Un lugar con una historia impresionante y muestras fehacientes de la existencia de una cultura ancestral que habitó la región entre los años 300 y 600 d.C.

Teníamos apenas una idea de lo que íbamos a encontrar. Barriles es un museo al aire libre, un jardín temático donde se pueden ver distintos petroglifos con numerosos dibujos inexplicables y misteriosos. Observamos una gran variedad de figuras esculpidas en piedra. El grabado en las rocas fue una de las primeras formas de comunicar: convertir ideas en símbolos, expresar palabras a través de dibujos.

Entre las piezas encontradas había metates, estatuas de caciques llevados en andas por sus súbditos, cerámicas de alto y bajo relieve, y petroglifos o grabados en piedra, entre los que destaca un mapa que representa el cráter del Volcán Barú y que se extiende hasta Punta Burica, así como líneas que identifican los antiguos asentamientos humanos en ambas vertientes de la cordillera.

Bajamos por una escalera en forma de caracol y, a medida que descendíamos, íbamos viendo cerámicas incrustadas en las paredes de tierra. Al pie de la escalera, estábamos rodeados por tres paredes de tierra en las que se asomaban piezas de cerámica: algunas rotas, otras enteras; algunas pintadas, otras sin pintar.

Nos contaron que, cuando estaban excavando en este lugar y comenzaron a aparecer muchas piezas, decidieron suspender los trabajos y mantener el sitio tal como está hoy, para proteger las vasijas y todos los artefactos de su posible destrucción por el contacto con el aire. Aún hay muchas piezas por descubrir.

Caminamos un poco por el lugar y encontramos algunas cosas curiosas: vimos guineos rojos, heliconias gigantes, bambúes que crecen hasta 3 pulgadas al día y la Palma del Viajero, cuyas falanges de inmensas hojas siempre crecen de norte a sur.

También vimos una roca magnética que hace que una brújula se vuelva loca, y otra que, al mojarse, revela todos sus diseños escondidos.

Visitamos un museo pequeño e interesante con artefactos que demuestran que el sitio estuvo habitado por diferentes culturas, incluyendo la maya, que llegó en plan de guerra, destruyendo todo lo que había antes. Este es el único lugar en Panamá donde existen vestigios y evidencia de la presencia de la cultura maya.

Se dice que los primeros hallazgos se dieron en 1947, cuando Pedro Corella, junto a su esposa Elisa Serracín de Corella, encontraron rocas talladas en forma cilíndrica, parecidas a un barril, por lo que a esta cultura se le llamó “Barriles”. Además, se descubrieron algunas estatuas de piedra.

Otra versión del origen de estos hallazgos sugiere que este pudo haber sido un sitio ceremonial de una cultura originaria de Asia y África.

Cabe destacar que el Sitio Barriles forma parte de 60 hectáreas de la finca propiedad de los esposos Edna Houx y José Luis Landau, quienes, tras un convenio con el INAC, se convirtieron en custodios de los objetos encontrados, los cuales en varias ocasiones han estado amenazados por personas ajenas que han intentado robar las piezas.

El señor Landau nos llevó al museo y nos explicó uno a uno los objetos arqueológicos. También nos mostró el lugar donde se realizaron las últimas excavaciones en 2001, por estudiantes de la Universidad Libre de Berlín y la Universidad Humboldt. Nos comentó que esa investigación sirvió para señalar la posible causa de la desaparición de la cultura de Barriles: una crisis provocada por movimientos sísmicos que los obligó a emigrar.

Recorrimos parte de la finca y pudimos saludar y tocar a las vacas y terneros; fue una hermosa experiencia.

Pero, según la familia Landau, aunque el INAC y la Autoridad de Turismo de Panamá les han brindado apoyo logístico a través de seminarios sobre cómo atender a los turistas que visitan el lugar, la realidad con el INAC ha sido otra. Nos comentaron que nunca han recibido apoyo económico de esta institución, y que el trabajo ha sido un esfuerzo propio.

Visitar el Sitio Barriles fue una experiencia mágica y misteriosa que nos hizo retroceder en el tiempo y tratar de comprender aquellas antiguas culturas llenas de sabiduría que nos dejaron este legado, para tener una idea mínima de cómo era el mundo para ellos.

¡Los Chorros del Valle de Antón!

Estando en el Valle, decidimos ir a conocer los chorros o cascadas más representativos. Por costumbre, debíamos ir al Chorro de las Mozas, le advertí­ a mis amigos que el río estaría bastante sucio, a lo que no hicieron caso: la típica necedad de verlo en vivo.

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En efecto llegamos y estaba muy sucio a lo que decidimos caminar por su orilla hasta ver los chorros, lastimosamente, muchos de los desechos del Valle de Antón han ido a parar ahí­ e incluso es utilizado para sacar materiales como arenilla y tierra.

Forma parte de las leyendas del Valle de Antón. Cuentan que aquí­ tres hermanas se suicidaron al mismo tiempo por el amor que sentían hacia el mismo hombre, amor que era ignorado por él, ya que había sido embrujado por la hechicera más grande del pueblo, y se dice que cada una de las hermanas se convirtió en un chorro, que ahora forman lo que es: El Chorro de las Mozas.

Cómo llegar: Tome la vía que conduce a Cabañas Potosí­ hasta el final y verás la entrada hacia Las Mozas, en este momento (2015) el lugar ha sido arreglado, limpiado y está bajo la administración de personas encargadas de mantenerlo en buenas condiciones, tiene un costo de admisión de 3$


Al salir no había transporte y decidimos caminar, en eso venía un carro transportador de caballos y se nos ocurrió sacar la mano y el señor conductor paró, subimos y juro que no es nada fácil viajar en ese transporte, los tres nos golpeamos en cada salto hasta llegar a una parada en la que tomamos un bus de ruta que nos dejó en La Piedra Pintada (fue muy divertido)

Subimos el sendero que ya conocíamos, pasamos por el Chorro el Escondido y seguimos el sendero que conduce a la India Dormida, pero al ver el Chorro de los Enamorados, no pudimos contener las ganas de darnos un vigorizante y frío baño.

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Chorro “El Escondido”.
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Chorro “Los Enamorados” estación seca.
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“Los Enamorados” visto desde arriba.
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Este sendero es de belleza exuberante. En él se pueden ver más de cuatro pequeños chorros, de los cuales los dos primeros son perfectos para darse un buen baño. Si sigues el camino, puedes subir a La India Dormida o llegar a las comunidades que existen detrás del cerro.

Existe otra cascada, llegando a la Piedra del Sapo, llamada “Cascada del Sapo”. Se le conoce así porque en su parte superior sobresale un petroglifo en forma de sapo o rana. Este petroglifo tiene un área de unos tres metros cuadrados y cubre toda la parte superior de la piedra.

El Chorro de los Enamorados es una caída de agua donde se practica rappel para principiantes. Es un poco profundo, así que hay que tener algo de cuidado. El primero en lanzarse fue Max, como siempre, el más osado. Luego me acerqué; quería sentir el chorro cayendo sobre mi cabeza… ¡masajes naturales nos ofrece la naturaleza!

Salimos del Sendero de la Piedra Pintada y otro señor nos llevó hasta el mercado, donde tomamos un bus El Valle – San Carlos. Ya era tarde y no había buses hacia la ciudad, así que en San Carlos tomamos un taxi “pirata”. Los buses desde El Valle de Antón hacia la ciudad de Panamá salen hasta las 6 de la tarde.

¡Visiten los chorros, les encantarán!

Un paseo por Volcán, Bugaba, Chiriquí

Vivir frente al Volcán Barú, levantarte y verlo todos los días, debe ser una experiencia magnífica. Es el punto más alto de Panamá y el volcán más alto del sur de América Central, con una altitud de 3,475 msnm, ubicado dentro de la Cordillera de Talamanca.

Se trata de un volcán dormido, localizado al sur de la división continental, en el oeste de la provincia de Chiriquí. Está rodeado por una fértil área de tierras altas, alimentada por los ríos Chiriquí y Caldera. Las ciudades de Volcán y Cerro Punta se encuentran en el lado oeste, mientras que Boquete se sitúa al este.

Volcán es un corregimiento del distrito de Bugaba, en la provincia de Chiriquí, República de Panamá. El nombre del corregimiento proviene del valle rodeado de montañas ubicado en las faldas del Volcán Barú.

Históricamente, Volcán fue poblado por las familias Duncan y Lambert, quienes, por su ascendencia suiza, influyeron de manera trascendental en la arquitectura de la región. En Volcán es posible encontrar diversos estilos de viviendas: cabañas, casas de madera, y construcciones de cemento, muchas de ellas con chimenea.

Por esta razón, al corregimiento de Volcán se le conoce en Panamá como “La Pequeña Suiza”, ya que en esa región se establecieron emigrantes provenientes de dicho país, quienes innovaron en la zona con su característico estilo de techos triangulados y construcción en madera, en lugar del tradicional cemento. Además, la similitud del paisaje con el del país europeo refuerza este apodo tan distintivo.

Los primeros pobladores de origen suizo se dedicaron a la ganadería, al cultivo del café y a la instalación de aserraderos. Inicialmente Volcán era un enorme valle conocido como Hato Volcán. Entre las maderas preciosas que despertaron la fiebre por la madera en Volcán podemos mencionar el Cedro, el Quira, Bambito, Guayacán, Baco (Magnolia), Ratón Colorado, Caoba, Mamecillos o Robles (Encinos), entre otras.

En la cima se puede ver el Océano Pacifico y el Océano Atlántico en un día claro y que a veces se forma escarcha, algo lógico pues se han reportado temperaturas de hasta 0 ºC.

En Volcán se puede visitar el Balneario La Fuente, un lugar que fue creado hace más de 20 años para la recreación de los lugareños.

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Gran producción agrícola.

En el pueblo hay innumerables hostales a buen precio. Puedes crear un circuito para visitar cualquiera de los magníficos sitios de los alrededores.

En alguna de nuestras visitas, inventamos quedarnos afuera de la casa, haciendo una barbacoa y tomándonos algunos refrescos, pero el frío no lo permitió, ya que era verano y la brisa nos obligó a entrar, que dicho de paso, estaba hecha a cabalidad con el clima, con techo de madera, pues de lo contrario la brisa no deja dormir.

Cerca de la casa de nuestro amigo Ruppie, nos fuimos a caminar a una de las fincas cafetaleras: La Florentina, solo a satisfacer nuestras ansias de sentir el clima, nos dispusimos a caminar lo más posible y nos topamos con unos hermosos pinos que parecían sequoias y un puente por donde pasaba el río Chiriquí­ Viejo con todo su poder. Unos caballos pastaban cerca del río y muy cerca de nosotros pasó un colibrí garganta rubí­ (Archilochus colubris). Pude disfrutar de ver innumerables veces los gorriones chiricanos a los que les dicen “Tio Chicho”. A nuestro lado, pasaban indígenas de la etnia Ngäbe Buglé.

Roberto( Ruppie) decidió irse a vivir a Volcán y aprovecha lo fértil de la tierra para sembrar gran cantidad de productos de los que se abastecen y venden una buena cantidad. Nosotros pagamos la visita ayudándoles a recoger las fresas! Jaja.

El eje de la economía se basa en la agricultura, ganadería y el turismo. Aunque podemos encontrar fábricas de embutidos que distribuyen sus productos a nivel nacional al igual que fábricas productoras de alimentos para equinos, truchas y aves. En Volcán hay de todo.

Volcán Barú visto desde Paso Ancho.