

Teníamos pensado ver el anochecer desde el Cerro Tute, pero en Santa Fe hay tantas cosas por hacer que se nos hizo de noche sin darnos cuenta. Así que al día siguiente, nos encaminamos hacia el Tute con la orientación de los taxistas, quienes —para su beneficio— nos recomendaron no subirlo a pie desde la carretera asfaltada, ya que tomaría hasta cuatro horas. En su lugar, nos ofrecieron llevarnos hasta la base del cerro.
En el año 1502, el español Cristóbal Colón llegó a las costas del norte de Veraguas, donde fundó el primer poblado en tierra firme del continente americano, al que llamó Santa María de Belén.
Más tarde, en 1557, se presume que Santa Fe fue fundada por el capitán Francisco Vásquez. Los primeros pobladores de la región eran indígenas autóctonos; sin embargo, con la llegada de los españoles y posteriormente de los colombianos, se produjo un proceso de mestizaje. Durante ese periodo, se libraron fuertes batallas antes de la llegada de la época republicana.
Se considera como tierra de grandes batallas importantes para el país. Es aquí donde los rebeldes caciques Quibian y Urracá libraron en sus montañas diversos combates contra los invasores españoles. Estas batallas alimentaron a la Guerra de los Mil Días; hecho que se dio en 1903, en la que el Cholo Victoriano Lorenzo ganó la batalla.
Este cerro es muy conocido por los enfrentamientos que allí ocurrieron, los cuales culminaron con varias muertes. Hoy en día, esas personas son consideradas mártires.
Para llegar al Cerro Tute, debe prestarse atención a la señalización unos kilómetros antes de llegar a Santa Fe, cerca del hotel que lleva el mismo nombre.
Allá, en el año de 1959, y a la usanza del ejemplo cubano se formó el Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR) como reacción al dominio norteamericano. A imitación de los rebeldes de la Sierra Maestra, los miembros de MAR se trasladaron a Cerro Tute, donde pensaban establecer su Cuartel Central. Los cubanos, un grupo de guerrilleros de la capital y campesinos se alzaron contra la autoridad con el fin de derrocar al gobierno.
Tomaron sus armas y se internaron en el Cerro Tute, su Sierra Maestra panameña, inspirados por el deber impostergable de luchar por un cambio revolucionario que permitiera instaurar un gobierno legítimo, capaz de impulsar los cambios sociales que exigía el pueblo, extirpar todo vestigio del poder corrupto de las clases dominantes y la sumisión al imperialismo norteamericano. La generación del Cerro Tute es un ejemplo de coraje y dignidad. Como legítimos herederos de nuestros héroes Urracá, París, Felipillo, Bayano, Rufina Alfaro y Victoriano Lorenzo, prefirieron la muerte antes que aceptar las prebendas de los grupos de poder económico y político que sometían al pueblo trabajador.
El 3 de abril de 1959, un grupo de 20 estudiantes llegó armado al cerro, con la intención de luchar por la “liberación de la República”. Este movimiento es considerado el primero de su tipo en Panamá.
Los jóvenes simpatizaban con la Revolución Cubana de Fidel Castro y deseaban alzar su voz contra la injerencia estadounidense en el país, así como contra las injusticias del gobierno de turno. En su momento, Floyd Britton declaró que lo hicieron “cumpliendo con la patria y desafiando el poder de la oligarquía criolla y del imperialismo norteamericano”.
El grupo estaba conformado por: Óscar Navarro, César Jaramillo, Jaime Padilla Béliz, Eduardo Santos Blanco, Samuel Gutiérrez, Campos Labrador, Márquez Briceño, Luis Chandeck, Rodolfo Murgas, Rodrigo y Polidoro Pinzón, Rubén Urieta, Aurelio Ali Bonilla, César Manfredo y Eliseo Álvarez.
Un año antes de los hechos en las montañas de Santa Fe, este grupo se lanzó a las calles en protesta, siendo brutalmente reprimido por la Guardia Nacional mientras exigían mejores condiciones de estudio, bajo la consigna: “¡Más escuelas y menos cuarteles!”. También se manifestaban por otras reivindicaciones populares. La represión dejó cientos de detenidos y varios muertos, entre ellos el estudiante artesano José Manuel Araúz.
La Revolución del Tute duró apenas unos días y dejó un saldo de cuatro estudiantes muertos: Eduardo Santos Blanco, Rodrigo Pinzón, José Girón y Domingo García.
Los registros indican que los rebeldes llegaron al cerro el 3 de abril, tras obtener armamento y municiones. La Guardia Nacional llegó el 5 de abril. Al día siguiente, el 6, se dio el primer enfrentamiento, en el que hubo dos bajas. El choque provocó que el grupo se dispersara. Tres días después, el 9 de abril, ocurrió el segundo intercambio de disparos. Para ese entonces, el hambre, las malas condiciones y el desgaste físico habían afectado el ánimo de los combatientes. Posteriormente, la Guardia logró capturar a los estudiantes, que se encontraban diseminados en distintos puntos.
Una publicación de La Prensa en 2010 recoge las palabras del combatiente Isaías Chang, quien expresó que el fracaso del movimiento se debió al apresuramiento y la inexperiencia.
El profesor de Historia José Álvaro, en un artículo de opinión publicado por La Estrella de Panamá en 2012, escribió: “El levantamiento insurreccional de Cerro Tute constituyó una prueba para la juventud panameña, que demostró no temerle a la pérdida de la vida, si esta significaba transformar el estado caótico del país”.
Aunque cada año se conmemora la fecha con eventos en las tumbas de los caídos, el sociólogo veragüense Víctor Jordán declaró a La Prensa en 2010 que “se ha hecho muy poco por recordar esta gesta”, destacando que el grupo de jóvenes desempeñó un papel importante en la historia nacional en su búsqueda por la reivindicación de los derechos y libertades ciudadanas.
Se dice que la Guardia Nacional envió al capitán Omar Torrijos para dispersar a los revolucionarios. Solo tres militares resultaron heridos, entre ellos el propio Torrijos, quien en plena retirada fue alcanzado por una bala en los glúteos. Aquella humillación lo persiguió por el resto de su vida.
Por nuestra parte, nos encaminamos hacia el Tute con el señor Américo. Observamos cómo el taxi 4×4 subía por la cordillera hasta dejarnos a una distancia considerable del cerro. Desde allí, divisamos la cima y pensamos que sería fácil, ya que la calle de tierra llega prácticamente hasta lo más alto.
Caminamos a través de ella, confiados y tranquilos, con la vista fija en las enormes e inconfundibles rocas que se veían a lo lejos. Ese cerro que tantas veces había visto en fotos y al que le tenía un amor platónico. La brisa es un factor importante en este lugar; es tan fuerte que, a pesar de mis kilos, en varias ocasiones casi me lleva con ella. Me aferraba al suelo rocoso con miedo de que me levantara. En un momento, muchas piedras pequeñas se elevaron con el viento y me golpearon en los ojos. A pesar de llevar anteojos, no fue impedimento para ellas.
A mitad del corto camino, nos detuvimos a contemplar el paisaje que quedaba atrás. Desde tan alto, se puede ver toda la parte sur y este de Santa Fe. Los cerros van quedando a lo lejos, las calles se pierden, y se distingue cualquier movimiento en las montañas de abajo. Entendimos muy bien por qué la historia cuenta que aquellos “guerrilleros” se aferraron al Tute.
Allá arriba, la vegetación es escasa. La deforestación causada por la colonización es la principal culpable. Este ya no es un cerro en el que se disfrute de la flora o la fauna; apenas algunos insectos juegan entre la hierba. Lamentablemente, es un cerro “pelao”. El sol nos golpeaba la cabeza con fuerza y daba la impresión de que esas rocas, allá arriba, eran un altar de piedras mágicas. Recordé la canción de Caifanes donde dice: “cada piedra es un altar”.
Me recosté en el suelo, entre la hierba que pica. De pronto, las nubes nos bañaron con rocío, el viento se hizo más fuerte y me aferré a la hierba. Las nubes, densas y frías, iban y venían en una danza espectral. Nos dejaron un manto de rocío imperceptible sobre el cuerpo. Nos tomó una hora llegar a la cima. Supimos que, cuando la carretera no estaba recortada, el ascenso podía tardar hasta ocho horas.
Rey se apresuró hacia la cima, repleta de rocas y precipicios, acompañada por la brisa que nunca cesó. Allí, si sufres de vértigo, no puedes avanzar. Es necesario atravesar un trillo espinoso. Allí termina el cerro: es el mismo filo de la montaña, cuya cima alcanza los 1,453 msnm.
Los guías locales han establecido senderos que conducen al visitante por el cerro Tute. Este fue declarado Sitio Histórico Turístico por el Consejo Municipal de Santa Fe en 1993.
Desde que empecé a tener conciencia del mundo que me rodeaba, nació en mí ese comportamiento inquisitivo natural llamado curiosidad por los bosques, las formaciones rocosas y lo que, en aquel entonces, me parecían grandes montañas. Debía tener cinco o seis años cuando, por primera vez, mi madre me llevó a conocer el Valle de Antón, y quedé prendada —como cualquier niño— de las charcas, y anonadada ante los magníficos colores de aquellos seres increíbles, como aves del paraíso, que habitaban en El Níspero.
De regreso de ese viaje, prácticamente babeaba al ver el paisaje circundante. Recuerdo claramente cómo me dije a mí misma que quería ser grande para poder subir aquellas rocas que, décadas después, entendería que se llamaban peñones en Campana.
Descubrí Santa Fe de Veraguas en un reportaje de alguna revista que mi padre llevaba a la casa, y de inmediato dije: ¡Carajo! Apenas tengo 13 y falta mucho para ser mayor de edad y poder caminar esos senderos… ¡Uff! No saben cuánto me maldije cada vez que mis compañeros de escuela se iban “pa’l interior” y yo no podía, simplemente porque no tenía familia en el interior del país. Soy netamente de Arraiján.
El pecho se me achicaba cuando veía el Trinidad; jamás imaginé siquiera que algún día llegaría a su cima.
Ahora, en mi década de los 20, Santa Fe se ha convertido en mi talón de Aquiles: prácticamente un sitio en el que me gustaría vivir.
Tiene todo: cerros, cascadas inmensas y otras más personales; está a pocos kilómetros de una costa virgen, tiene una gran producción de café, orquídeas, y uno de los parques nacionales que abarca cinco biomas sobre las vertientes del Pacífico y del Atlántico.
Esta vez, tres días en el paraíso sirvieron para conocer demasiado, y en este post les contaré la magnífica experiencia de la cascada El Bermejo.
En Santa Fe hay muchos hostales y hoteles e incluso cabañas que puedes alquilar para pasar tus días a precios módicos en donde el alojamiento es muy bueno, además ofrecen comida y bebidas.
El sendero toma hasta el chorro una media hora a paso normal. Pero lo puedes hacer en 20 minutos si estás acostumbrado a caminar. Para personas mayores pueden hacerlo fácilmente en una hora. Es un sendero limpio, marcado, de dificultad baja pues es en descenso y desde la entrada del trillo es 1km y medio en donde encuentras vistas muy bonitas de los cerros que rodean el sitio, además variados arboles de mandarinas con las cuales te puedes refrescar.
Cuando fuimos nos topamos con muchas aves y apreciamos el vuelo de gavilanes “Cara cara” que rondaban el área. El bajareque nos daba la bienvenida al río, que ya escuchábamos así como los gritos de algunos turistas que iban delante. Cinco especies de mariposas Morpho merodean por el Parque Nacional Santa Fe, y sobrevuelan de manera especial las fuentes de agua. Prestando atención de seguro te encuentras con insectos sacados de alguna película de ficción.
El Bermejo es una impresionante caída de agua que se desplaza por bloques rocosos heterométricos, cuyas dimensiones impactan incluso al más displicente de los espectadores. El río Bermejo alcanza unos 10 kilómetros de longitud, desde su nacimiento en la Cordillera Central —a unos 1400 metros sobre el nivel del mar— hasta su desembocadura en el río Mulaba, a 400 m s. n. m. Su avance es tan rápido y vertiginoso, sobre un terreno abrupto y discordante, que a su paso origina un sistema de espectaculares cascadas.
Es realmente impresionante, mucho más alta de lo que mostraban las fotos. Básicamente, solo se puede tocar el último chorro, pero pudimos divisar que arriba hay al menos dos chorros más, de mayor tamaño. Para subir hasta ellos se necesitan cuerdas y equipo de rápel. Definitivamente, un espectáculo precioso de fuerza natural etérea, conformado por masas de agua: un prodigio de la naturaleza.
Luego de disfrutar por horas enteras de sus aguas, decidimos regresar, pues comenzó a llover y la cascada se volvió bravía, mucho más fuerte de lo que vimos al llegar.
Si subiste el camino en taxi, recomiendo bajar hasta el río Mulaba a pie. Así podrás disfrutar de las vistas, de la etnografía del lugar, de la amabilidad de su gente… y quién quita, tal vez puedas bajar hasta el río, conocerlo y terminar de pasar el día allí.
Santa Fe es más que una aventura: se convierte en algo que te sale por los poros, un sitio del que, definitivamente, no te quieres ir.
Recomendaciones:
La verdad es que en estas fiestas patrias buscaba tranquilidad, algún lugar de esos donde nadie te conoce, donde solo la brisa te acompaña y el cantar de las aves te despierta: Santa Fe de Veraguas.
Como siempre, es mejor tomar nota antes de llegar al sitio. Averigüé sobre los lugares de alojamiento que tiene este poblado y encontré varios para escoger, a precios muy módicos. Nos decidimos por uno en el centro, perfecto para desplazarse: el Hotel Santa Fe. El trato fue bueno, las habitaciones muy limpias, al igual que los baños. No tenía televisión, pero no fue necesario, y el aire acondicionado tampoco hizo falta, ya que el clima aquí es perfecto.
En cuanto a la forma de llegar, hay varias opciones. Si vas en auto, tienes dos rutas: la primera es entrando por la comunidad de El Jagüito en Coclé (a 10 minutos de pasar Aguadulce), pasando por Calobre y desviándote hacia San Francisco de la Montaña. Desde allí, hay una sola carretera que conduce hasta Santa Fe.
La otra opción es manejar hasta Santiago y luego tomar la Avenida Polidoro Pinzón, que está a la derecha antes del puente vehicular. Desde allí hasta Santa Fe son aproximadamente 57 kilómetros de carretera, que también pasa por San Francisco de la Montaña. En cualquiera de las dos rutas, las vistas durante el trayecto son verdaderamente espectaculares.
En caso de hacer el viaje en autobús, la manera más fácil es tomar un autobús Santiago–Panamá en la terminal de Albrook y llegar hasta la terminal de buses de Santiago. Allí puedes tomar otro autobús o una “chiva” que te llevará hasta Santa Fe. En este caso, las chivas son muy cómodas. El horario de autobuses en Santa Fe es de 5:00 a. m. a 7:00 p. m.
El inconveniente de llegar sin auto es que una vez en el poblado, resulta difícil desplazarse de un lugar a otro, a menos que utilices taxis, ya que las distancias entre sitios son algo largas. Santa Fe tiene muchísimos rincones por recorrer, pero eso no debe desanimarte. Una vez allí, puedes tomar algún transporte local que te lleve a diferentes sitios de interés. Además, cuentan con una terminal de autobuses propia, muy bonita y adecuada, con asientos para esperar.
Luego de aproximadamente una hora y media de carretera adornada por paisajes hermosos, y después de cruzar los antiguos puentes sobre el río Gatú y el célebre río Santa María, es increíble encontrar un lugar tan completo como este. Hay restaurantes —destacando los de la cooperativa “La Esperanza de los Campesinos”— así como algunos minisúper pertenecientes a la misma cooperativa, entre muchas otras opciones.
Hay un mercado donde se pueden adquirir frutas de temporada, artesanías a muy buen precio, así como sombreros pintados o típicos a precios realmente módicos —los más baratos que he visto, para ser sincera. Tienen una gran variedad de canastas de paja, bolsas de henequén, vestidos tradicionales ngäbe-buglé y un sinfín de artículos interesantes.
Lo único con lo que tuvimos algo de dificultad fue encontrar hielo, ya que a veces el agua del lugar no es muy limpia y algunas tiendas prefieren no venderlo. El lugar que más lo distribuye es un mini súper de dueños asiáticos llamado Mini Súper Santa Fe, ubicado a la entrada del pueblo.
Santa Fe fue uno de los primeros pueblos fundados en el istmo de Panamá. Su historia comienza cuando el capitán Francisco Vázquez estableció varias ciudades en la provincia de Veraguas en el año 1558, incluyendo a Santa Fe.
Este distrito está conformado por ocho corregimientos: Santa Fe, Calovébora, El Alto, El Cuay, El Pantano, Gatuncito, Río Luis y Rubén Cantú. El clima del distrito de Santa Fe es de tipo subtropical.
Entre los puntos más altos del distrito se destacan el Cerro Negro, con una altitud de 1,518 metros sobre el nivel del mar, y el Cerro Chicu, que alcanza los 1,764 metros. El distrito cuenta con una superficie total de 1,921 km².
La popularidad de Santa Fe, tanto a nivel nacional como internacional, se debe en gran parte al trabajo organizativo de los campesinos liderado por el sacerdote Jesús Héctor Gallego, quien desapareció en el año 1971, víctima de una operación del Organismo de Seguridad de Inteligencia Militar de los Estados Unidos, con la complicidad de militares panameños y algunos lugareños de Santa Fe. ¿Su “delito”? Organizar a los campesinos para que fueran protagonistas de su propio desarrollo y lucharan contra las injusticias sociales.
El padre Héctor Gallego inició su labor organizando a las comunidades campesinas para que tomaran conciencia de su poder colectivo, reclamaran mejores pagos por su trabajo y obtuvieran un precio justo por sus productos. Trabajó hombro a hombro con ellos en el campo, durmió en sus chozas, compartió sus preocupaciones y se convirtió en uno más entre ellos.
Esta labor le costó la vida. El 9 de junio de 1971, durante el gobierno de Omar Torrijos Herrera, tres hombres en un jeep se presentaron en la casa donde Gallego dormía. Lo sacaron por la fuerza, lo golpearon y lo secuestraron. Desde ese día, nunca más se supo de él.
A pesar de su desaparición, dejó como legado la Cooperativa Padre Héctor Gallego, que él mismo bautizó como “La Esperanza de los Campesinos”. Hasta el día de hoy, esta cooperativa sigue funcionando y su Tienda Cooperativa es una de las más surtidas del lugar, dirigida por campesinos e indígenas.
Los guías locales han establecido senderos que llevan al visitante hasta el Cerro Tute, y se ha construido una calle que llega casi hasta la cima. En 1993, fue instituido como Sitio Histórico Turístico por el Consejo Municipal de Santa Fe.
Durante nuestra visita a Santa Fe, fue algo difícil acceder a ciertos lugares debido a que fuimos en plena época lluviosa. Aun así, pudimos tomar nota de cómo llegar a los sitios y descubrir nuevos puntos de interés para el ecoturismo.
Ya habíamos escuchado que Santa Fe es hogar de un excelente café orgánico de altura, conocido por su aroma y sabor únicos. Sin embargo, probarlo fue una experiencia completamente distinta. Estando en el encantador poblado de Alto de Piedra, bajo la frescura de su clima, en una cantina que por las mañanas funciona como fonda, pedimos un Café Tute. Y juro, en voz alta, que es el mejor café que he probado en mi vida. No sé si fue el momento mágico, acompañado por una décima sonando de fondo, lo que me hizo pedir uno tras otro, pero no puedo negar que su sabor era sencillamente perfecto.
Café Tute es una pequeña fábrica administrada también por la cooperativa local de agricultores. Esta cooperativa ofrece excursiones a la granja orgánica, seguidas de una visita guiada por la planta de procesamiento. El Café El Tute es 100% arábico, y visitarlo sin probarlo sería un pecado. Además, vale la pena llevarse algunos paquetes, ya que en la ciudad de Panamá es muy difícil de encontrar, a pesar de que actualmente se exporta a países de Europa y Estados Unidos.
La Cooperativa de Servicios Múltiples La Esperanza de los Campesinos también exporta su café a Alemania y busca expandirse a Italia, Francia y Japón. Es increíble cómo lo que comenzó con la visión del desaparecido sacerdote Héctor Gallego, hoy haya llegado tan lejos. En sus inicios, solo contaba con 25 pequeños productores como socios.
Es importante destacar que en Santa Fe existe una gran producción de orquídeas. Tanto es así que, desde hace varios años, durante el mes de agosto se celebra una Exposición y Competencia de Orquídeas, a la que asisten expositores, concursantes, vendedores y visitantes de todo el país.
En esta región montañosa se han identificado más de 300 familias y variedades diferentes de orquídeas, aunque aún quedan muchas por descubrir. Esto se debe a que la zona conserva bosques vírgenes, donde estas especies han prosperado intactas.
En Panamá se han registrado unas 1,500 variedades de orquídeas, y Santa Fe alberga alrededor del 30% de esta diversidad. Este distrito tiene la mayor población del país de orquídeas de la variedad Pleurothallis, cuyas flores se asemejan a insectos. También abundan las Miltoniopsis, conocidas por sus pétalos en forma de mariposa.
Además, en la región se ha redescubierto una especie que se creía extinta, la Hepidendrum escaligarii, y se han encontrado especies aún no registradas por la ciencia.
En Santa Fe existen 22 orquidearios, instalados en patios de viviendas, donde los cultores les dedican tiempo y devoción para que las especies puedan florecer. Tuvimos la oportunidad de visitar uno de estos orquidearios, ubicado detrás de la casa de la señora Berta de Castrellón, directora de organización de la feria, amante de las aves y las orquídeas, con quien me sentí muy identificada.
Su esposo nos invitó muy amablemente a pasar y ver las diferentes orquídeas que tienen. En este caso, eran pocas, pero nos extendieron una cordial invitación a la feria de agosto de 2011, donde ellos exponen con mayor variedad. Este orquideario está situado en la carretera que conduce al puente sobre el río Bulabá, y hay un letrero que indica su entrada. Curiosamente no nos cobraron la entrada, aunque suponemos que cuando hay más producción de orquídeas quizás soliciten una colaboración. Para más información, también pueden llamar al 954-0910.
Entre otros de los lugares que visitamos estuvieron Alto de Piedra y el corregimiento de El Pantano. Luego de cruzar el puente sobre el río Bulabá, a unos cinco minutos de carretera, vimos una entrada hacia un camino de increíble lodo, con un letrero que indicaba:
“Sendero El Chilagre, vía a Narices, bosque de Chilagres, ríos y petroglifos”.
Instintivamente, entramos por aquel camino lodoso y caminamos más de un kilómetro entre lomas. La tierra nos llegaba hasta las rodillas. Fue entonces cuando, por ir muy rápido, tropecé con una piedra, vi estrellitas… y hasta hoy llevo la cicatriz de esa caída. Fue un buen susto: me salió bastante sangre y caminar de regreso fue un suplicio. De pronto, surgió entre el camino de fango y piedras el transporte más indicado y soñado: una “gallinera”, como le llaman algunos.
Son esos medios de transporte comunitarios que operan donde los autobuses normales no llegan. Una camioneta doble cabina, modificada con asientos para los pobladores y una tracción de otro mundo.
Subimos al transporte y nos agarramos con fuerza para mantenernos en el mismo lugar donde nos habíamos sentado. Entre lomas, montañas azuladas, un cielo opaco, naranjas regadas por los suelos de las casas del camino y miradas sorprendidas dentro del volquete, finalmente llegamos a El Pantano, donde se bajó la mayoría de las personas.
Cuando íbamos saliendo, nos quedamos sorprendidos al ver un río de aguas verdes cristalinas corriendo bajo un puente rural. Era un espectáculo fuera de lugar, pues en época de invierno es muy raro ver los ríos así de limpios.
Me fui a limpiar la herida al hotel y salimos nuevamente, pero esta vez fue a otra parte del Pantano. Justo luego de pasar el puente Bulaba entramos por una carretera empinada hacia la izquierda y encontramos la entrada hacia el famoso Salto Bermejo que visitaremos sin falta en verano. Fuimos hasta donde termina la carretera asfaltada, donde también hay una vista espectacular de la montaña y donde pudimos observar muchas aves.
Igualmente se encuentran muchos lugares que sirven como balneario:
Los más osados pueden subir mil 375 metros hasta llegar al cerro Mariposa, en donde se pueden observar tucanes, pavas negras, entre otros animales del lugar.
Hay caminatas cortas de dos horas y media en las que se llega a las tres cascadas de Alto de Piedra. La antigua mina de oro de Cocuyo es otro punto propicio para visitar, aunque dicen que este recorrido podría tomar hasta una semana.
No cabe duda de que Santa Fe es un lugar repleto de chorros, cascadas, saltos y balnearios donde el visitante puede divertirse y disfrutar plenamente de la naturaleza, cuidando sus beneficios y respetándola, más aún cuando es en este lugar en donde se tiene uno de los parque nacionales más importantes del país.
Y es que el Parque Nacional Santa Fe fue establecido mediante el Decreto Ejecutivo N.º 147 del 11 de diciembre de 2001, publicado en la Gaceta Oficial N.º 24,460 del 28 de diciembre de 2001, y ocupa una superficie de 72,269.75 hectáreas. Aproximadamente un 28.48% de esta superficie pertenece a la vertiente del Pacífico, y el restante 71.52% a la vertiente del Caribe.
Esta área protegida se encuentra ubicada en las tierras altas de la cordillera central de Panamá, dentro de los distritos de Santa Fe y Calobre, en la provincia de Veraguas.
La elevación máxima del parque se encuentra en un cerro sin nombre, que alcanza los 1,964 metros sobre el nivel del mar. El bosque siempre verde es el más extenso del Parque Nacional Santa Fe, y ocupa más del 95 % de la superficie. Este bosque posee un dosel compuesto por especies de árboles que, sorprendentemente, permanecen con hojas durante todo el año, aunque también se mezclan con especies de hoja caduca.
Algunas de las especies vegetales presentes en el área incluyen:
En cuanto a las flores, destacan las de la familia de las orquídeas, que tienen una gran importancia para la conservación de la biodiversidad.
El parque se caracteriza por un clima fresco, vastas zonas de bosques vírgenes, y una altísima biodiversidad: en él se reproduce el 51.3% de los mamíferos del país, algunos de ellos en peligro de extinción como:
También habitan en el parque:
el mono cariblanco (Cebus capucinus)
el puma (Puma concolor)
la nutria (Lontra longicaudis)
el murciélago (Hylonycteris underwoodi)
Existe un gran número de especies de aves —cerca de 300— que potencialmente habitan el área, ya que son características de la cordillera central. Entre las especies migratorias altitudinales registradas destacan el ave-sombrilla cuellinuda (Cephalopterus glabricollis) y el campanero tricarunculado (Procnias tricarunculatus), ambos muy sensibles a la alteración de su hábitat.
Además, esta región es uno de los pocos sitios donde se han registrado ejemplares de la estrella garganta ardiente (Selasphorus ardens), un colibrí endémico de Panamá, localizado exclusivamente en las tierras altas del occidente del país. Esta ave, por su rango tan limitado, es extremadamente vulnerable a la deforestación. La presencia de esta especie fue una de las razones por las que el Cerro Tute fue declarado área clave para la conservación de aves.
También se pueden observar otras especies como el trogón colirrayado, el carpintero olividorado, el picochato gorgiblanco y aves más comunes como la tángara de monte gorgiamarilla, el mosquerito cejirrufo, la tángara de monte común, la parula tropical, el gavilán barreteado y varios colibríes como el colicerda verde, gorra nivosa y pico de hoz puntiblanco.
Las noches en Alto de Piedra son particularmente amenas, acompañadas por el canto del búho blanquinegro y el misterioso nictibio común.
Es importante resaltar la presencia de 12 especies migratorias norteñas, una migratoria sureña y ocho especies migratorias altitudinales.
Por otro lado, sitios como Alto de Piedra y el Cerro San Antonio presentan una biodiversidad comparable a la encontrada en las tierras altas de Chiriquí.
En cuanto a los reptiles y anfibios, se han observado especies regionales endémicas como:
Esta área protegida incluye la parte alta de la cuenca del río Santa María y toda la zona montañosa del norte de Veraguas, abarcando desde el límite con la Comarca Ngäbe-Buglé hasta las fronteras con las provincias de Colón y Coclé, y conectando con el Parque Nacional Omar Torrijos Herrera.
Existen seis cuencas hidrográficas importantes. Entre los ríos que desembocan en el océano Pacífico están:
Y entre los que desembocan en el Atlántico se encuentran:
Veraguas
Caté
Belén
Calovébora
Concepción
Caloveborita
Luis
Grande
Además de todo lo mencionado, en el pueblo de Santa Fe se respira un aire de paz profunda, fraternidad y una fuerte devoción católica, representada por una hermosa iglesia ubicada en pleno centro del pueblo. Justo en frente, hay una cancha donde los jóvenes pasan las tardes practicando deportes. También hay varios parques donde las personas conversan tranquilamente, disfrutando del clima perfecto. Incluso, encontramos un pequeño parque dedicado a la “heroica gesta del Cerro Tute”.
En el centro del pueblo, admiramos la estatua del Padre Héctor Gallego, quien se convirtió en un líder entre los campesinos de Santa Fe.
Hay múltiples opciones de hospedaje con precios accesibles —por debajo de los 25 dólares por noche— entre ellos:
En cuanto a restaurantes, destacan varios administrados por la Cooperativa La Esperanza de los Campesinos, donde se ofrece comida criolla deliciosa a precios realmente módicos (por debajo de los $2.00). También se puede comer en el Hotel Tierra Libre, que ofrece emparedados y picadas; en Rostizados Pollos Kimberly; y en la pizzería ubicada detrás de la terminal.
Nos despedimos de este fantástico lugar con un poco de tristeza, pero con la esperanza de volver. Deseamos regresar para visitar las fascinantes cascadas, chorros y cerros que guardan tantos secretos y leyendas… para poder contarlos y lograr que más personas se enamoren del verde de Panamá. Que se sientan, como nosotros, inspirados a cuidar de sus montañas, sus bosques y su magia natural.