Archivo de la etiqueta: ecotourism

Reseña: Selva. Río Guanche. Salto de los Monos, ¡Extreme!

Durante muchos siglos los seres humanos hemos usado nuestro poder e inteligencia para destruir o modificar la naturaleza, para robarle espacio a otras especies y constituirnos en el centro de la evolución. Pero hay un lugar en el que seguimos siendo seres indefensos y vulnerables, y donde nuestro instinto de sobrevivencia más primitivo (ese que traemos desde los primeros días del Homo erectus) puede salvarnos. Un lugar de peligros y leyes inexorables: la selva. – Irving Bennett, Explorador panameño.

Habíamos planeado esto con tiempo. Venimos realizando este viaje desde el año 2011, pero esta vez lo hicimos de forma cuadriculada: todo bajo completo control, justo como debe ser al planear meterse en la selva en un mes como julio.

La selva del Parque Nacional Portobelo conlleva muchos elementos que, si no conoces, es mejor ni atreverse: el río es impetuoso y se divide en variados afluentes; no existe un camino marcado. Tratándose de la Sierra Llorona, la humedad es contundente, y así como los árboles de ceiba (Ceiba pentandra), de hasta 60 metros de alto, desarrollan raíces tabulares, a veces la tierra cede tanto que se caen. Esto pasa a diario. Así como es posible ver reptiles inofensivos, también es posible encontrar reptiles muy venenosos. Es, además, un área de escorpiones y bichos que más adelante detallaré. Sin dejar de lado que es una de las zonas del país con mayor presencia comprobada de felinos.

La lista de implementos era larga, pero funcional y necesaria. Recomendamos no exceder las 15 libras y dormir en hamacas, lo cual puede resultar bastante difícil para quien no está acostumbrado.

El grupo que nos acompañaría sería de 16 personas, bastante grande para nuestro gusto. Partiendo de ahí, sabíamos que el recorrido sería más lento.

Como siempre, revisamos la hoja cartográfica antes de partir. Ya la conocemos de memoria, pues el área es como la palma de nuestra mano; la hemos explorado muy bien. Tiempo atrás, Rey y yo habíamos planteado crear una nueva ruta para que la antigua quedara absorbida por la selva, cosa que ya está ocurriendo. Teníamos en mente modificar la ruta en un punto donde hay un acantilado.

Alrededor de las 10:30 p.m. llegamos a Guanche e inmediatamente, al bajar del autobús, comenzó a chispear. Nos despedimos de nuestro conductor estrella, no sin antes advertirle que, si no salíamos antes del anochecer del domingo, debía estar alerta. Iniciamos la típica caminata por la trocha hasta el lugar donde acamparíamos.

La selva nos permitió montar campamento y dormir. Para algunos era su primera vez en un lugar tan inhóspito. A medianoche, la lluvia arreció y el sonido de los ronquidos —que por momentos parecían jaguar, perro o caballo— se detuvo. Algunos salieron a ajustar las lonas. Luego, la lluvia cedió, y los ronquidos volvieron, incluyendo los de Rey, tranquilo a mi lado.

Cuando empezaba a conciliar el sueño, un estruendo me sacudió: ¡CRASH! Un árbol cayó cerca. No dormí más.

A las 5 a.m. desperté con apenas una hora de sueño. Desde una carpa cercana oí: “¿Quién quiere café?” y reaccioné de inmediato. Mientras preparábamos la bebida, escuchamos gritos: eran Génesis, Félix e Iris, los últimos en llegar.

Guardé mi hamaca, comí algo rápido y llené los bolsillos con raciones. Con café en mano, iniciamos con una oración y una plegaria a la Madre Tierra. Estábamos listos para un día extremo.

Cruzamos el Guanche —para mi alivio, no estaba crecido— y comenzamos la ruta bajo un cielo que prometía más lluvia. En el potrero avanzamos rápido. Algunos se colgaron de lianas bajo el gran árbol que marca el inicio del parque. Alguien preguntó si faltaba mucho… apenas comenzábamos.

Avanzamos a buen ritmo bordeando el río. Al llegar al “arenal”, me sorprendió verlo convertido en un riachuelo; usualmente ahí se ven huellas de mamíferos con claridad.

Tras una breve parada en la quebrada para descansar, continuamos hacia una de las secciones más exigentes, con pendientes y rápidos. Al llegar al acantilado, ¡sorpresa! Había desaparecido por un deslave. Lo que habíamos anticipado, finalmente ocurrió, así que improvisamos una nueva ruta.

Aprovechamos el río aún tranquilo para avanzar por una quebrada y salimos a la Poza del Jaguar —llamada así por el avistamiento de un felino años atrás. Instalamos una línea de seguridad y nos bañamos. Sentir el agua pura caer sobre mi cabeza sudada fue una delicia indescriptible.

Al salir de la poza, fue necesario maniobrar con el río: primero pasamos las mochilas y luego cruzamos rápidamente. De nuevo en la selva, el sendero se aleja del agua, y como en otras ocasiones, encontramos huellas frescas de tapir.

Casi una hora después, ya cerca de la Cascada Solange, la lluvia se desató. Dos chicos ya la habían cruzado cuando notamos que el caudal crecía rápidamente. Con precaución, decidieron regresar. Decidimos esperar. La lluvia no pararía pronto, y lo que ocurrió después aún resuena en mi mente con la fuerza de la adrenalina que, inevitablemente, vuelve a encenderse.

Aunque estábamos lejos del río, muchos nunca habían presenciado algo así. Los rostros eran pálidos, preocupados. Entonces vimos pasar la cabeza de agua, tanto por el río Dos Bocas como por la cascada. Fue impactante.

Decidimos esperar. Armamos una tolda y nos refugiamos debajo. El grupo se calmó, comimos, contamos historias… y apareció el Jägermeister de Rey. Luego vino el vino, y hasta un Ron Abuelo. El ambiente cambió.

Cuando el caudal bajó un poco, Rey y los chicos armaron la línea de seguridad. Cruzamos con cuidado; incluso me caí de forma bastante graciosa. “¡Quiero vivir!”, gritaban algunos entre risas y nervios.

Del otro lado, retomamos la marcha. José se topó con una pequeña Equis (Bothrops asper), que fue retirada con equipo especializado.

Faltaba poco. En ese tramo, la orientación es clave, y Rey, como siempre, guió con precisión. Tras 15 km en plena selva con mochilas al hombro, llegamos al campamento.

Con alivio armamos nuestras casas para las próximas horas. Algunos se bañaron en la quebrada, otros preparaban comida o simplemente descansaban. Casi todos se acostaron temprano, agotados pero felices.

Nos fuimos a bañar a la deliciosa quebradita y vi a los northfaceianos conversando y comiendo fuera del camping bajo la lluvia como si nada, creo que se habían resignado a ella. Carlos me dijo que nunca en su vida se había mojado tanto.

Como Rey no puede vivir sin fogata, se dispuso a prenderla y después de mucho rato, por la humedad contundente, teníamos fuego para hacer chorizos y bollos. De la mansión de Oswaldo, Keira y Marilyn (chicas con unas condiciones excelentes) nos ofrecieron café. ¡Jo! ¿Qué es mejor que un café en medio del monte? Creo que esa gente tenía un buffet, y ni se diga de Caro y Jesús, cuando pensé que roncaban apareció Jesús con una sarta de chorizos picantes a asar. Yo comí de todos y hasta me guardé un tasajo en el bolsillo, literalmente.

Dormí placenteramente en mi hamaca un poco mojada. La fogata aún tiraba chispas y calentaba mis pies. La temperatura bajó radicalmente y me quejé de no haber guardado mi ropa seca en diez cartuchos juntos o más.

Durante la noche llovió ricamente y, aunque dormí muy bien, mis sentidos nunca descansaron. Hasta acá se escuchaban los rugidos del jaguar que roncaba dentro de una carpa.

A eso de las 6 am, desperté y me quedé viendo al río y hablando con Madre Tierra, pero sabía ya que la lluvia no se amansaría. Eric llegó y me alegré de que hubiese dormido tan bien, hasta soñó. Me ofreció una manzana y, mientras conversamos, un ave de las más preciosas, un Momoto Rufo (Baryphthengus martii) enorme, danzaba su péndulo en el follaje. Natura nos saludaba, con sus bichos del paraíso.

El río se amansó un rato en comparación a como había estado el día anterior. No sería fácil cruzar la quebrada para llegar al Salto de los Monos. Rey decidió que la mejor forma sería sobre un tronco caído, sin necesidad de tocar el río. Accedí a su idea, y a pesar de que todo el grupo por un momento se animó, la lluvia nuevamente se pronunció e hicimos dos grupos: los que irían bajo su propio riesgo y los que se quedarían.

Rey subió con un grupo de diez personas, me aseguré de que todos cruzaran el tronco y me dirigí al otro grupo, que aprovechó para descansar e ir recogiendo el equipo.

Subieron “a balazo” (muy rápido), pues no pasó más de dos horas cuando los vi cruzando el río de regreso. Sus caras eran de tristeza, todos habían decidido decirme que no habían llegado. Por un segundo sentí un bajón de rabia y luego me confirmaron que habían llegado. Sentí envidia al ver ese brillo maravilloso en sus ojos, y más cuando Rey nos dijo que nunca la había visto así, tan grande, tan llena de agua y tan vibrante e inmaculada. “Algo fuera de este mundo”, surreal y maravilloso. Todos pedimos ver fotos. Me sentí otra vez completa cuando todos los chicos mencionaron estar conmocionados por lo descubierto. Los entendí tanto, y evoqué la primera vez que vi el salto, por allá en el 2010, aquella vez que lloré al ver tanta magnificencia; solo que ahora ellos la habían visto como nunca nadie: la probable cascada escalonada más alta del país, la que su inmensidad es imposible ver desde abajo, la que los mapas cartográficos indican que su elevación es alucinante.

Powerpuffffff!

Tocó la hora de recoger e irnos. Cuando estaba en eso sentí de golpe un dolor intenso en el muslo derecho que me recorrió el cuerpo entero y, sin pensarlo dos veces, me bajé el pantalón. Repito, el dolor era intenso. Por un momento pensé que había sido un alacrán, víbora, etc. Cuando Rey revisó, sacó una folofa, una hormiga bala (Paraponera clavata). Lo primero que pasó por mi mente fue medicarme para sobrellevar el dolor; lo segundo fue que, por suerte, me había picado a mí y no a otra persona de la excursión. Creo que llevaba años sabiendo que eso podía suceder en cualquier momento. El área donde me picó se puso muy caliente, tomé 2 cetirizinas, un diclofenaco, me puse ungüento Rigar y Neobol. Aun así, se me hinchó. Creo que casi nadie se dio cuenta de mi dolor. Fue horrible. Al rato, Iris me revisó y ya tenía un hoyo. El resto del camino la pasé con el dolor y varios días después aún seguía con el dolor y medicamentos para controlarlo.

De regreso, al pasar por la cascada Solange, tomamos un breve baño. La primera en entrar fue Heredia; sus aguas calmadas daban un espectáculo. Es una joya enclavada en la selva. En el dosel rugían los monos aulladores, territoriales como de costumbre.

Nos guiamos por pura orientación. Semanas antes había perdido el cobertor de mi mochila, y aunque llevaba un capote, no era suficiente. El peso era cada vez más intenso. Ahora he prometido andar ultralight. Cuando tomé la senda detrás de Rey, caí precipitadamente en plena trocha, y aunque estaba sin anteojos, pude ver muy de cerca una patoca pequeña y de color muy oscuro (Porthidium nasutum), que descansaba justo en medio. Me levanté de súbito, como si alguien me jalara por detrás, pero lo que me jaló fue el susto. Que quedé en pie es cuestión de milisegundos. Otra vez agradecí a Madre Tierra haber sido yo la de la experiencia. Seguimos la trocha y la patoca quedó haciendo sus cosas de reptiles.

Porthidium nasutum

Al momento de pasar por el río, el único tramo que es implícitamente necesario, ya que el camino no existe y es una pared de roca, utilizamos el mismo mecanismo de venida. Primero las mochilas, luego nosotros. Claro, la seguridad por delante y el anclaje de las sogas, así como la ayuda de los varones del grupo. Lo hicimos lo más rápido posible.

Tomamos la trocha y el grupo se iba rezagando, el cansancio era evidente. Paramos en algunas quebradas y en una de esas, Génesis, que también descansaba, le dijo a Félix: “eso parece una culebra”. José llegó y vio a lo lejos el brazo izquierdo del río Dos Bocas en creciente, yo no veía nada sin anteojos y cuando me los puse advertí lo que nos esperaba.

En eso nos dimos cuenta que era una hermosa “Pajarera” (Pseustes poecilonotus) y Rey la correteó hasta alcanzarla y la trajo en sus manos. Medía aproximadamente metro y medio, un bello ejemplar de serpiente no venenosa.

Marilyn, fuerte Marilyn!
Pseustes poecilonotus
Rey, Heredia y Caro con la Pseustes poecilonotus

Apretamos camino pues el tiempo corría y le dije a Rey que me esperara en el arenal, él iba con el grupo en avanzada, yo con el grupo rezagado. En el arenal nos encontramos. Las energías caducaban y fue ahí cuando recordé las hojas de coca que había traído Jesús. Me metí un bocado de hojas, inicié la marcha y en cuestión de minutos me potencié. La Hija ya estaba un poco asustada al no vernos, pero nos comunicamos con los silbatos y al llegar al arenal descansamos un buen rato y aprovechamos para comer. Ya faltaba poco para salir de la selva.

Avanzamos en candela y salimos al potrero, a buen recaudo. Lo que faltaba ya era muy poco. Al ver lo dejado siempre me emociona ver la Sierra Llorona a lo lejos y comprobar lo caminado, no obstante sabía que hasta ahí llegaríamos, solo era cuestión de minutos llegar a un río imposible de cruzar.

Y cuando llegué, ya Feliz había cruzado, cosa que no íbamos a permitir que hiciera más nadie. Él tiene entrenamiento militar. Al cabo de un rato y al ver la situación, decidimos emprender la marcha a crear trocha para salir por el lado noroeste del río, una opción que habíamos visto desde hace años pero que por falta de tiempo no habíamos podido completar.

Rey abría la imposible trocha en una selva tupida en bejucos y ya se hacía de noche. Decidimos que era mejor esperar a que el río bajara, daba lo mismo abrir la trocha o esperar.

Pero teníamos un comodín. Al regresar al punto del río aparecieron dos niños en caballos que se ofrecieron a llevarnos las mochilas y así se llevaron dos, pero ellos cruzaban el río siempre, nosotros no. Además, los caballos no llevaban silla, así que ni pensarlo. Ya José y Rey habían colocado una línea para cuando el río bajara. En eso, de la trocha que habíamos estudiado hacer, aparecieron dos señores en nuestra búsqueda. Nuestro comodín había funcionado: el conductor del autobús los había enviado para guiarnos por la trocha perdida y vieja. Lo más impresionante fue que uno de los señores dijo: “Por aquí han venido los muchachos de Enlodados”. Un alivio me recorrió el cuerpo y sé que a todos pues nos habíamos resignado a esperar. Un río crecido jamás se debe cruzar, así sea que llegues tres días después a tu casa, no lo intentes. Solo son necesarios segundos para que te arrastre y mucho menos si sobrepasa tus rodillas. No lo hagas.

Nos tomó hora y media salir de la trocha.

Cuando escuchamos perros ladrar, recordé aquella frase que adjudican a Don Quijote: “Los perros ladran, Sancho, señal de que avanzamos”. Vimos los faroles de la calle, el puente sobre el Guanche. Habíamos salido.

Prácticamente corrimos hacia el restaurante, llenos de júbilo y emoción. Con la piel caliente y exacerbada de lo que acabamos de vivir: una experiencia sin igual en medio de la selva, esa que nos permitió continuar en todo momento, bajo sus condiciones, bajo sus reglas.

Pero aquí no termina el cuento. Cuando nos dispusimos a comer y asear, los señores me comentan que los niños habían dejado las dos mochilas del otro lado del río. Ahora me río. En ese momento pensé que la aventura nunca terminaría. Los señores se ofrecieron a buscar las mochilas mientras comíamos y al cabo de un rato venían de regreso no solo con las mochilas, sino con la cuerda que los chicos habían puesto y que ya dábamos por perdida. Por supuesto que estos dos valientes señores se llevaron su recompensa.

A una semana de la expedición, sigo en la selva. El lunes pasado aún mis sentidos estaban alertas. Las picaduras me recuerdan lo vivido.

Sé que para cada uno la experiencia fue insólita y que recordarán aquellos días cada vez que vean un río y contarán lo vivido a familiares, amigos, hijos y nietos. Algunos repetirán en verano y estoy segura de que lo están esperando. Agradecemos a cada persona que participó de esta aventura y queremos que sepan que ustedes son un gran grupo. Gente con agallas, pues estamos seguros de que cualquier otra persona quizás se hubiese sentado en media selva a llorar.

A todos, gracias por su fortaleza.


Finca Agroforestal Las Conchas, Chilibrillo.

1

A pocos metros de la carretera, vía Colón, a unos 18 kilómetros de la ciudad de Panamá, está la Finca Agroforestal Las Conchas, un destino verde y cultural.

Finca Agroforestal Las Conchas tiene mucho que ofrecer, entre ellos su nombre que proviene de la gran cantidad de conchas, más bien fósiles, lo que nos indica que Panamá emergió del mar hace millones de años.

Hace 21 años(al 2020), los agricultores que trabajaban la tierra de forma clandestina en la comunidad de Chilibrillo, corregimiento de Chilibre, decidieron organizarse para sacarle un mejor provecho a la actividad y obtener mejores ingresos económicos.

Seguir leyendo Finca Agroforestal Las Conchas, Chilibrillo.

Los Saltos de Filipina, Sorá de Chame

En mi experiencia, aventurarse en auto no es lo mismo que hacerlo sin él. Depender del transporte público en Panamá no es fácil y puede convertirse en una pesadilla o en una divertida aventura.

Desde la terminal tomamos el autobús hacia Chame sin ningún problema. Después de recorrer poco menos de 20 kilómetros, llegamos a Sorá, un pueblo de gente amable, rodeado de una exuberante belleza montañosa y con un clima casi siempre fresco y delicioso. Muy cerca de esta comunidad está el complejo de casas de campo “Altos del María”, al que solo se puede acceder con permiso si no eres residente.

IMG-20151019-WA0047

Cuentan que el lugar lleva ese nombre por el cacique Soró (que significa “viejo”), jefe de la región en la época de descubrimiento y conquista. Sorá es el corregimiento más grande del distrito de Chame y uno de los más bellos, con ríos pintorescos, encantadores saltos de agua y una magnífica vista de la ensenada de Punta Chame y su litoral, todo a más de 600 metros de altura.

Fuera del complejo residencial “Altos del María” se encuentran bellezas increíbles, como Los Saltos de Filipina. Nunca había oído hablar de este sitio, pero las fotos y la belleza escénica de Sorá nos motivaron a buscarlo.

Esperamos más de una hora por transporte, pensando que era por ser domingo, pero luego supimos que solo una familia presta ese servicio. Tomamos el transporte y, tras unos minutos por una calle sin pavimento, llegamos al punto de inicio para caminar un rato.

La vista fue grandiosa. Filipina de Sorá nos recibió con tonos verdes y azules, un lugar tranquilo lleno de aves semilleras, y de fondo, el cerro Chichibalí, que marca el límite entre los distritos de Chame y Capira.

ros6

Descubrimos un salto de unos 7 u 8 metros, con buen caudal y poca profundidad, pequeño y casi “personal”. Sus aguas frías y el salto me dieron un masaje natural en la espalda. El agua estaba limpia, sin basura, lo que indica que cuidan muy bien este lugar, al que aún se puede acceder libremente. Más tarde supe que en este salto estuvo John Travolta haciendo rappel para una película filmada en Panamá llamada Basic.

Luego subimos una loma suave y llegamos a otra cascada, esta de unos 15 metros de altura, muy hermosa, con un pilón de agua fresca y fría.

IMG-20151019-WA0031a

Seguimos el camino y encontramos otra cascada, más pequeña pero igual de encantadora. Para nuestra sorpresa, aún faltaban más por recorrer. En una bifurcación tomamos el camino de la derecha, que tiene nada menos que ocho cascadas. Se dice que sumando ambas bifurcaciones, hay un total de veinticinco caídas de agua.

Estuvimos ahí hasta no muy tarde, por el problema del transporte. Al regresar, vimos un pickup que se internaba en la montaña, no hacia Sorá. Decidimos caminar y más adelante nos topamos con cazadores furtivos y varios perros listos para cazar.

P1040331a

P1040470a

Spilotes pullatus

Seguimos descubriendo que nunca dejaremos de explorar Panamá, con sus senderos y rincones llenos de secretos y leyendas. Solo hay que preguntar; los lugareños siempre te señalarán un lugar perfecto para visitar.

Anímense a tomar un bus en su tiempo libre; no es necesario gastar mucho. La felicidad no siempre está en la comodidad. A veces, basta con mirar desde la cima de un cerro o disfrutar la soledad de una cascada para encontrar momentos perfectos.

Buscar maravillas, perderse en el monte, caminar despacio y apreciar la belleza de cada rincón natural de este país.

Museo del Valle de Antón

Ubicado detrás de la Iglesia de San José. La admisión es de $1 por persona.

El arquitecto Julio Jiménez de Alba, amante de esta comunidad, elaboró el plano; el ingeniero Ramón Arias C. dirigió su ejecución; y el constructor Leonidas Rodríguez, junto a un grupo de jóvenes valleros, trabajó con amor y entusiasmo hasta su feliz culminación.

Se colocó la primera piedra el 3 de febrero de 1992 y fue inaugurado el 3 de julio de 1993, con la bendición del Arzobispo de Panamá en ese momento, Monseñor Marcos Gregorio McGrath, siendo madrina la vallera Abrahana Rivera de Valdés.

El museo está distribuido en seis secciones, donde se destacan las exhibiciones de Arte Precolombino, Arte Religioso, Etnografía de los siglos XIX y XX, Artesanía, Arte Pictórico y Geología.

Algunas de las piezas fueron donadas por familias descendientes de los primeros habitantes de El Valle. Según un manual sobre la historia del museo, la cerámica de Panamá está a la par de las mejores del continente americano.

Quien llega a El Valle de Antón y observa su mapa, se da cuenta de que está dentro de un volcán. El museo, fiel a su vocación cultural, busca dar a conocer más sobre el origen de este volcán, conforme a lo que hasta ahora revela la ciencia geológica.

A través de cinco murales, el visitante recorre los capítulos de esta evolución: la Deriva de los Continentes, la Creación del Istmo, la Formación del Volcán El Valle, la Formación y Drenaje del Lago, y finalmente, Fotos Aéreas de El Valle.

Este volcán es hoy un hogar. Desde hace once mil años, personas han vivido, luchado y prosperado aquí. Es un lugar de clima agradable y seguro, ya que no ha tenido erupciones volcánicas en miles de años.

Está abierto al público los domingos, en horario de 10:00 a.m. a 2:00 p.m. Si llega y está cerrado, el Sr. David Rankins, administrador del lugar, quien vive en la casa de enfrente, se acercará para abrirle.

Si va en bus, el pasaje cuesta alrededor de 5 dólares hasta el museo. Debe tomar un autobús de la ruta Panamá–El Valle desde la Terminal de Albrook.

El museo lo podrá ver entre la biblioteca pública y la iglesia de ese mismo lugar, en la vía central. A unos 500 metros después del mercado público.

Orquideario del Valle de Antón.

Hace unas semanas visitamos el Valle de Antón y descubrimos varios lugares poco conocidos, entre ellos el orquideario APROVACA (Asociación de Productores de Orquídeas de El Valle y Cabuya). Esta asociación sin fines de lucro, fundada el 15 de marzo de 2001, se dedica a conservar especies nativas y proteger orquídeas endémicas en peligro de extinción, contribuyendo así a la conservación de la biodiversidad de la región y de Panamá.

valle de anton 394 copia

Panamá alberga al menos 1,500 especies de orquídeas, siendo uno de los países con mayor diversidad en el mundo. Sin embargo, la destrucción de bosques tropicales, acelerada por el crecimiento económico, está amenazando su hábitat. En el Valle, algunos habitantes arrancan ilegalmente orquídeas en peligro para venderlas debido a su situación económica, poniendo en riesgo estas especies locales.

aprovaca orquídea, aniversario

Variadas Phalaenopsis

La asociación se sostiene gracias a donaciones de personas y embajadas interesadas en el proyecto.

Al llegar, nos atendieron muy bien y nos mostraron los animales que dañan las orquídeas, maquetas con insectos y muchas mariposas hermosas. Recorrimos las diferentes áreas, que aunque pequeñas, cumplen con lo necesario para satisfacer la curiosidad.

Cuentan con un espacio dedicado a la flor símbolo nacional de Panamá: la flor del Espíritu Santo. Fue la primera vez que la vimos de cerca, una orquídea exótica de color blanco hueso, con una figura parecida a una palomita lista para volar. Fue muy emocionante poder verla e incluso tocarla, ya que, aunque es un símbolo nacional, es raro tenerla tan cerca.

valle de anton 417 copia
Flor del espí­ritu santo o Peristeria elata

Es importante destacar que las orquídeas son plantas epífitas, es decir, crecen sobre árboles o ramas usándolos como soporte, pero sin parasitarlos. Aunque crecen de forma independiente, a veces pueden desarrollarse tan apretadamente que dañan la planta anfitriona.

La orquídea es una de las flores más exquisitas y fascinantes del mundo, y muchos países la han adoptado como símbolo nacional, incluyendo Panamá. Se dice que en 1856 fue la primera vez que se cultivó una orquídea.

En APROVACA venden algunas orquídeas horticulturales para la propagación y diseminación al público por precios accesibles. El local está abierto de 9:00 AM a 5:00 PM todos los días incluso los fines de semana y los días festivos. También ofrecen servicio de hostal.