Habíamos visitado el lugar en época lluviosa y gracias a las fuerzas de la Naturaleza, nos fue bien. Ahora quisimos regresar a ver el lugar en época seca o de verano y valió la pena; el color del agua más clara, todo mucho más visible y un paisaje de película de ficción.
Locales
Lo único negativo fue la cantidad de personas que llegó al sitio después del mediodía, lo que al principio nos desconcertó. Al investigar, supimos que muchos eran locales en vacaciones escolares, y otros habían llegado por una publicación en Facebook. Lo peor: encontramos basura que tuvimos que recoger.
A pesar de eso, el lugar es espectacular. Recomendamos ir río arriba, donde pocos se atreven a llegar. Allí hay una cascada que me hizo sentir en un paraje celestial, sumergido por unos minutos en una libertad profunda. (Actualmente hay una entrada privada por este lado; en 2022 costaba $2 para acceder a las cascadas superiores).
Cerro Gaital
Celebramos el cumpleaños de dos amigos y nos dispusimos a seguir disfrutando la tarde, desde el mirador de Cerro Gaital.
¡Feliz día de la amistad a todos! Sigamos conservando nuestros recursos naturales para que las futuras generaciones puedan disfrutar lo que ahora nosotros disfrutamos. Nada me encantaría más, que mi hijo pueda tener tan dichosa oportunidad en un futuro no muy lejano.
A pocos metros de la carretera, vÃÂa Colón, a unos 18 kilómetros de la ciudad de Panamá, está la Finca Agroforestal Las Conchas, un destino verde y cultural.
Finca Agroforestal Las Conchas tiene mucho que ofrecer, entre ellos su nombre que proviene de la gran cantidad de conchas, más bien fósiles, lo que nos indica que Panamá emergió del mar hace millones de años.
Hace 21 años(al 2020), los agricultores que trabajaban la tierra de forma clandestina en la comunidad de Chilibrillo, corregimiento de Chilibre, decidieron organizarse para sacarle un mejor provecho a la actividad y obtener mejores ingresos económicos.
En mi experiencia, aventurarse en auto no es lo mismo que hacerlo sin él. Depender del transporte público en Panamá no es fácil y puede convertirse en una pesadilla o en una divertida aventura.
Desde la terminal tomamos el autobús hacia Chame sin ningún problema. Después de recorrer poco menos de 20 kilómetros, llegamos a Sorá, un pueblo de gente amable, rodeado de una exuberante belleza montañosa y con un clima casi siempre fresco y delicioso. Muy cerca de esta comunidad está el complejo de casas de campo “Altos del María”, al que solo se puede acceder con permiso si no eres residente.
Cuentan que el lugar lleva ese nombre por el cacique Soró (que significa “viejo”), jefe de la región en la época de descubrimiento y conquista. Sorá es el corregimiento más grande del distrito de Chame y uno de los más bellos, con ríos pintorescos, encantadores saltos de agua y una magnífica vista de la ensenada de Punta Chame y su litoral, todo a más de 600 metros de altura.
Fuera del complejo residencial “Altos del María” se encuentran bellezas increíbles, como Los Saltos de Filipina. Nunca había oído hablar de este sitio, pero las fotos y la belleza escénica de Sorá nos motivaron a buscarlo.
Esperamos más de una hora por transporte, pensando que era por ser domingo, pero luego supimos que solo una familia presta ese servicio. Tomamos el transporte y, tras unos minutos por una calle sin pavimento, llegamos al punto de inicio para caminar un rato.
La vista fue grandiosa. Filipina de Sorá nos recibió con tonos verdes y azules, un lugar tranquilo lleno de aves semilleras, y de fondo, el cerro Chichibalí, que marca el límite entre los distritos de Chame y Capira.
Descubrimos un salto de unos 7 u 8 metros, con buen caudal y poca profundidad, pequeño y casi “personal”. Sus aguas frías y el salto me dieron un masaje natural en la espalda. El agua estaba limpia, sin basura, lo que indica que cuidan muy bien este lugar, al que aún se puede acceder libremente. Más tarde supe que en este salto estuvo John Travolta haciendo rappel para una película filmada en Panamá llamada Basic.
Luego subimos una loma suave y llegamos a otra cascada, esta de unos 15 metros de altura, muy hermosa, con un pilón de agua fresca y fría.
Seguimos el camino y encontramos otra cascada, más pequeña pero igual de encantadora. Para nuestra sorpresa, aún faltaban más por recorrer. En una bifurcación tomamos el camino de la derecha, que tiene nada menos que ocho cascadas. Se dice que sumando ambas bifurcaciones, hay un total de veinticinco caídas de agua.
Estuvimos ahí hasta no muy tarde, por el problema del transporte. Al regresar, vimos un pickup que se internaba en la montaña, no hacia Sorá. Decidimos caminar y más adelante nos topamos con cazadores furtivos y varios perros listos para cazar.
Spilotes pullatus
Seguimos descubriendo que nunca dejaremos de explorar Panamá, con sus senderos y rincones llenos de secretos y leyendas. Solo hay que preguntar; los lugareños siempre te señalarán un lugar perfecto para visitar.
Anímense a tomar un bus en su tiempo libre; no es necesario gastar mucho. La felicidad no siempre está en la comodidad. A veces, basta con mirar desde la cima de un cerro o disfrutar la soledad de una cascada para encontrar momentos perfectos.
Buscar maravillas, perderse en el monte, caminar despacio y apreciar la belleza de cada rincón natural de este país.
Aquel día no tenía ni la menor idea de lo que se me venía encima. Nos encontrarnos en la Terminal de Albrook a eso de las 6am y a las 6.30 ya estábamos comprando algo para desayunar y abordar el primer bus de Gamboa.
Antes de eso quisimos ir a buscar algo de comer para llevar, y como no queríamos perder el bus, ya que estos en fin de semana salen cada dos horas (2011), al pasar por una esquina vimos un señor vendiendo empanadas y de eso nos abastecimos, y agua.
Escogimos entrar por Plantación y no por el lado de la carretera Forestal (donde está la verdadera entrada del Camino de Cruces), ya que en este último lugar es muy difícil tomar autobús.
Apenas entramos al Camino de Plantación vimos tres monos aulladores (Alouatta palliata) dándonos los buenos días. La entrada para nosotros fue 1$ por ser estudiantes. Para generales, la entrada es 3$ y extranjeros 5$.
Mono aullador.
El inicio de la caminata fue fresco, vimos muchas aves y algunos ñeques; hay bancas de cemento en el trayecto, al principio del sendero algunos árboles marcados con su nombre. Cuipo (Cavallinesia platanifolia), Barrigón (Pseudobombax septenatum), Nazareno (Peltogyne purpurea), Guayacán (Tabebuia guayacan).
Ave Plain xenops
Entre las aves que se dejaron ver a lo largo del recorrido estuvieron: el cuclillo faisán (Dromococcyx phasianellus) —¡nuevo para mí!—, el trogón colipizarra (Trogon massena), el tucán pico iris (Ramphastos sulfuratus), momótides (Momotus momota), loros coroniamarillos (Amazona ochrocephala), un Plain Xenops (Xenops minutus). Al inicio del sendero vimos un trepatroncos chocolate (Xiphorhynchus susurrans), varios hormigueritos alipunteados (Microrhopias quixensis) y a lo lejos, un saltador gorguianteado (Saltator maximus). También me pareció ver un mielero verde. Y, por supuesto, muchas tángaras, espigueros, semilleros, entre otras aves.
Manakin
Bordeamos una quebrada hasta donde termina el Camino de Plantación, que son aproximadamente 5 km, hasta llegar a un herbazal alto de paja canalera (Saccharum spontaneum), donde el bosque desaparece por un rato e inicia nuevamente en la señalización del Camino de Cruces.
Descansamos un rato en el punto donde se encuentra la intersección que separa ambos caminos. Comimos “algo” y, al poco tiempo, seguimos; no podíamos demorarnos demasiado en las paradas, ya que teníamos exactamente las horas del día para completar el recorrido de ida y vuelta. Observamos un rato el mapa y avanzamos.
Al entrar en el Camino de Cruces, no había un sendero marcado: lo que había era un revoltijo de hojas por todos lados, puestos de cazadores y un par de letreros que confirmaban que íbamos bien.
Aquí el bosque cambia: se vuelve más denso, en momentos te rodea de manera rotunda, invade la respiración con su olor a materia putrefacta. Más adelante, el bosque se cierra aún más; es una selva que deja de ser sendero para convertirse en paredes altas, con apenas un metro de espacio entre ellas para caminar. El suelo, cubierto de hojas, parecía dispuesto a sorprendernos con una serpiente en cualquier momento. Los monos, molestos y enfurecidos, nos trataban de lanzar sus excrementos y orina.
Anolis
Vimos aulladores, cariblancos (Cebus capucinus) y escuchamos monos tití (Saguinus geoffroyi). Nos topamos en variadas ocasiones con ñeques (Dasyprocta punctata), gato solo (Nasua narica), chachalacas (Ortalis cinereiceps) y hasta me pareció ver una liebre de monte.
Arboles de gran tamaño y con amplias raíces, tuvimos la dicha de ver el enigmático árbol de vela (Parmentiera cereifera), llamado así porque sus frutos asemejan a una vela de cera y el cual es difícil de encontrar.
Fruto del árbol de vela
La cantidad de insectos era infinita y estaban por todos lados, recostarse en el suelo significaba salir con quien sabe cuantos aguijones en el cuerpo, me mantuve en movimiento pues no quiero volver a saber de los tórsalos por un buen tiempo.
Llegó un momento en que me sentí agotada, la humedad estaba jugando con mis sentidos y con mi cuerpo, el sudor no se hizo esperar y estuvo presente en todo momento. Casi no nos detuvimos pues teníamos pensado llegar antes de las 1pm a Venta de Cruces.
La naturaleza se torna iracunda, desbordante de flora y fauna. Creo que en una próxima visita iré con más gente. Ya casi al final, logré ver que algunos árboles estaban marcados con cinta naranja, lo que ayudaba a no perderse.
Recuerdo que, siendo niña, escuché en las noticias que algunas personas se perdían en este sendero. Incluso recuerdo que todo un grupo de estudiantes se extravió junto a un profesor de un colegio privado, y pasaron una noche entera allí.
Había pequeñas quebradas y agua empozada, pero nada como para darse un baño o beber.
Para mi fue asfixiante pasar por ciertas partes en las que las paredes aparecían; recordemos que el Parque Nacional Camino de Cruces fue en la antigüedad un camino de la época de dominación española, Camino Real, que unía los núcleos de población de Panamá y Nombre de Dios, en Colón.
Passiflora vitifolia
Por allá, por el siglo XVI, en el año 1519, los colonizadores españoles terminaron de construir una ruta que unía el mar Caribe con el océano Pacífico. El camino era sumamente estrecho, hecho de piedras de distintos tamaños que aún se encuentran allí, enclavadas en la tierra, con una firmeza que ha desafiado el paso del tiempo.
En aquella época predominaba la esclavitud. Los primeros en ser utilizados como mano de obra fueron los pueblos indígenas nativos. Luego, los españoles introdujeron esclavos africanos, traídos desde distintos lugares del continente, a quienes se les trataba incluso peor que a las mulas. Se les encadenaba durante las largas horas de trabajo en el Camino de Cruces, donde los latigazos eran frecuentes ante cualquier descuido.
El Camino de Cruces era una vía tan común en su tiempo como hoy lo es la carretera Interamericana. Sin embargo, era sumamente estrecho; en aquella época medía aproximadamente metro y medio de ancho, con precipicios en algunos tramos y curvas peligrosas.
Era transitado en ambos sentidos: desde el río Chagres hacia la ciudad de Panamá y viceversa. Desde el pueblo de Chagres, se viajaba río arriba en cayucos, remados por esclavos de gran fortaleza física. No cualquier hombre podía realizar esa labor: quienes lo hacían poseían una contextura imponente. Se cuenta que, en muchas ocasiones, los indígenas eran asesinados por no cumplir con la exigencia física requerida. Los africanos remaban contra la corriente hasta llegar a Venta de Cruces. Desde allí, con la mercancía a cuestas o cargada en mulas, caminaban hasta la ciudad de Panamá, recorriendo una distancia de aproximadamente 60 millas.
El Camino de Cruces vivió una época de gran prosperidad al servir como ruta para el traslado de tesoros provenientes de Sudamérica —especialmente del Perú— hacia el Atlántico, donde eran cargados en galeones rumbo a España.
Recuerdo que mi profesora de historia me compartió un texto de un viajero procedente de Massachusetts, quien escribió:
“Exteriorizo el sentimiento unánime de los pasajeros, a quienes he oído expresarse, y es —diciéndolo con temor a Dios y por el amor al hombre, a unos y a todos— que bajo ninguna circunstancia vengan por esta ruta. No tengo que decir nada sobre las otras, pero no vengan por esta”.
Ya se imaginarán cómo debió haber sido el Camino de Cruces en su época de oro: imponente, extenuante y cargado de historia.
Mitad del camino. Finalización del Camino de Plantación.
Y claro, los ladrones no tardaron en enterarse del tránsito de oro, plata y joyas preciosas procedentes de distintos territorios colonizados en América que eran enviados a España. Estos maleantes se dedicaron a atacar a los viajeros que intentaban llegar al lado atlántico.
Sin embargo, con el declive del poderío español, esta vía fue perdiendo su uso y prácticamente desapareció, borrada por el paso del tiempo, el clima y la selva, que todo lo invade.
Desde Las Cruces hasta la ciudad de Panamá, el trayecto tomaba un día de viaje a lomo de mula. Cada mula se alquilaba por $15 diarios, sin incluir el equipaje. Debido a los continuos robos de oro y piedras preciosas cometidos por asaltantes, se formó una especie de milicia privada, dirigida por un antiguo militar llamado Ran Runnels. Este organizó un cuerpo bien entrenado que no dudaba en linchar a cualquier ladrón sin mayores contemplaciones. Fue esta medida extrema la que logró poner fin a la ola de asaltos contra los viajeros.
Imagínense la historia tan grande que tiene este lugar, incluyendo las batallas que seguramente se dieron entre viajeros y malhechores… ¿quién sabe cuántos habrán muerto allí?
Esas paredes, fuertemente construidas, aún permanecen intactas. Ni los bruscos cambios del siglo XVI hasta nuestros días han logrado derribarlas.
Y como todo en la vida, tuvo su final. Con la inauguración del Ferrocarril de Panamá, el 28 de enero de 1855, vino el abandono total del Camino de Cruces. Aun así, su memoria sigue viva por la enorme importancia que tuvo en el desarrollo de Panamá durante más de tres siglos. No olvidemos que incluso el pirata Henry Morgan usó esta ruta para cruzar el istmo y atacar la ciudad de Panamá.
Al llegar al kilómetro diez, me desesperaba. Necesitaba algo dulce que me diera fuerzas, comida, más agua… pero debíamos racionar la poca que teníamos, para poder tomar algo al llegar y al regresar.
Por momentos parecía que iba a llover, y sentíamos que se acercaban los aulladores. La selva nos hablaba. Las aves estaban por todos lados, pero no se dejaban ver, a pesar de que teníamos los sentidos agudizados y preparados para cualquier cosa.
Por otro lado, nos encontramos con varios letreros de la Policía Nacional que marcaban las fases del camino, ya que utilizan esta ruta para entrenamientos. Pudimos leer: “Fase 2: No van muy lejos los de adelante si los de atrás caminan bien”, “Fase 3: No se preocupen, algún día llegan” y finalmente, “Fase 4: Los felicito, llegar es la misión.”
Pensé: “Vaya, parece que estamos haciendo un entrenamiento de la Policía Nacional.”
Finalmente, vimos un letrero que indicaba que solo faltaba kilómetro y medio para llegar a Venta de Cruces, a orillas del río Chagres, y en cuestión de minutos… ¡llegamos!
Me tiré al suelo sin ganas de comer, solo quería agua. Intenté comerme una empanada, pero no me pasó por la boca: estaba fría y mala. Luego de refrescarnos un poco, movimos un tronco que estaba en la orilla, dejamos la mitad dentro del agua y la otra mitad fuera, y sobre él nos trepamos para enfriar nuestros cuerpos cansados. No podíamos quedarnos mucho tiempo; primero, porque en cualquier momento podía aparecer un cocodrilo, y segundo, porque debíamos caminar otras cuatro horas para regresar hasta la carretera de Gamboa.
Al frente veíamos el inmenso río Chagres, que parecía un mar bravío, y a lo lejos, el Hotel Gamboa Rainforest Resort.
El área de Venta de Cruces es apta para acampar —con mucho cuidado, eso sí— ya que, por su cercanía al río, seguramente es una zona de tránsito frecuente de animales. Vimos puestos de cazadores, lo que me indignó profundamente, pues esto demuestra que no se protege adecuadamente este sendero tan importante para la biodiversidad del parque nacional, que cuenta con más de 4,590 hectáreas paralelas a las riberas del Canal de Panamá.
Algo que notamos —por nuestra hambre— es que en todo el camino hay muy pocos árboles frutales. Incluso dijimos que volveríamos para sembrar algunos, ya que creemos firmemente que los árboles frutales en senderos transitados son de gran valor para los visitantes.
El valor de este parque es inmenso: histórico, geográfico, ambiental. Sin embargo, paradójicamente, es uno de los parques de los que menos estudios y conocimientos existen, a pesar de haber sido declarado zona protegida en 1980, mediante el Decreto Ejecutivo N.º 13 del 27 de mayo… hace ya mucho tiempo.
Cabe destacar que la dificultad del sendero es baja: no hay muchas pendientes ni grandes lomas. Sin embargo, es clave tener buena resistencia, ya que la distancia, el calor y la humedad te hacen perder muchos líquidos. Por ello es fundamental llevar reservas de agua suficientes y usar botas adecuadas para senderismo.
Parte del sendero hacia Venta de Cruces
Al caminar de vuelta me sentía más relajada. Ya sabía lo que me esperaba: la distancia, el clima, los peligros. Sinceramente, conocer todo eso me hacía sentir más segura. Decidimos acelerar el paso y tratar de regresar en tres horas y media, pero fue imposible. Me hacía falta comida y agua. Para que se hagan una idea: llegué a tomar agua recogida de las hojas, de la lluvia que había caído poco antes en algunas partes del sendero.
Íbamos en una maratón contra todo, desafiando al tiempo, tratando de llegar antes de las 6:00 p.m. a la carretera de Gamboa para poder volver a nuestras casas. Pero en ciertos tramos tuvimos que detenernos a descansar y comernos las empanadas malas. Aunque no estaban buenas, al final seguían siendo comida.
Al pasar por las quebradas, me detuve a lavarme la cara y los brazos, que estaban llenos de picaduras de bichos. Los monos cariblancos volvieron a aparecer, esta vez más enfurecidos que antes. Hacían sonidos extraños, como el gruñido de un perro cuando está peleando.
Cuando llegamos a la intersección del Camino de Cruces con el Sendero de Plantación, nos alegramos mucho: ahora solo faltaban cinco kilómetros más. Ya habíamos recorrido cinco anteriormente, lo que daba un total de casi 25 kilómetros caminados ese día por la selva tropical húmeda del Parque Nacional Soberanía.
El recorrido por el Camino de Plantación hasta la carretera de Gamboa, para mí, fue efímero. Mi única meta era llegar antes de que anocheciera, y así fue. Salimos del sendero a las 5:30 p.m., cansados pero felices por semejante hazaña.
De todos los parques nacionales de Panamá que he recorrido, este fue en el que más animales he visto.
La diversidad de plantas es fenomenal: un verdadero paraíso para cualquier botánico o amante de las plantas. También lo es para quienes se interesan en conocer, de cerca, aquello que han leído en los libros de historia de la República, sobre esa época de colonización tan importante para nuestra cultura.
Les recomiendo enormemente formar parte alguna vez de una excursión a través del Camino de Cruces, que incluya un bote de vuelta a Gamboa luego de llegar a Venta de Cruces de modo tal que puedan disfrutar del sendero en su totalidad, prestando atención a cada cosa que en la selva se pueden encontrar.
Una guía de turismo ecológico en Panamá, dedicada a descubrir ríos, montañas, senderos y aventuras en la naturaleza. Ideal para los amantes del aire libre y la exploración rural.