Rancho Frío, Parque Nacional Darién

Este parque se ubica a 325 kilómetros de la ciudad de Panamá. Es el parque nacional más grande de la República de Panamá, con una extensión de 5,970 km². Fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1981 y Reserva de la Biosfera en 1983. Es considerado el segundo pulmón natural más importante de América, después de la selva del Amazonas.

Puerto de Yaviza

Es importante destacar que Darién es la provincia más grande de la República de Panamá, con una extensión de 11,896 km², un área comparable al tamaño de la isla de Jamaica. Limita al este con Colombia, lo cual debería convertirla en una de las provincias más estratégicas e importantes del país.

Sin embargo, no es un secreto que Darién es también la provincia más olvidada del territorio panameño, a pesar de su rica cultura e incalculable valor biológico. Su ubicación fronteriza la expone a múltiples desafíos: el paso constante de personas desplazadas provenientes de Suramérica, la tala indiscriminada de sus maderas preciosas, la caza de su fauna silvestre, así como la presencia de enfermedades endémicas, epidemias y altos índices de desnutrición en varias de sus comunidades.

La agricultura local también enfrenta dificultades, ya que las condiciones de transporte —en su mayoría fluvial y marítimo— limitan la distribución de los productos y reducen las oportunidades de ingreso, en un contexto donde el desempleo es generalizado. Aun así, no se puede pasar por alto que los programas de vigilancia sanitaria implementados en Darién han sido clave para contener el avance de la fiebre aftosa desde Sudamérica, funcionando como un verdadero muro de contención para evitar la propagación hacia el norte del continente.

El nombre “Darién” proviene de la lengua del pueblo indígena Cueva, una tribu que habitaba la región y fue exterminada por los conquistadores durante el siglo XVI.

Habitan tres grupos indígenas precolombinos: los Gunas, que residen en comunidades tradicionales como Paya y Púcuro, al pie del sagrado cerro Tacarcuna; los Emberá, habitantes ribereños del Chocó; y los Wounaan, cultural y lingüísticamente cercanos a los Emberá.

Los ríos más caudalosos del país, el Tuira y el Chucunaque, atraviesan esta provincia, enmarcada por las imponentes serranías de San Blas, Bagre, Pirre y del Sapo.

Navegando Chucunaque

La emoción me invadía. Hacía meses que venía con la idea de visitar esta provincia. En un principio, el plan era llegar hasta Paya, el último pueblo antes de entrar en territorio colombiano, una zona muy remota y considerada peligrosa debido a la pasada presencia de la guerrilla.

Busqué mucha información y me puse en contacto con personas que ya hubieran visitado el parque: muy pocos. Supuse que el miedo frena el entusiasmo de quienes desean conocerlo pero no se sienten seguros, ya sea por el conflicto o por la inmensidad del área. Revisando el mapa, no pude evitar notar que el parque está ubicado a pocos kilómetros de la frontera con Colombia.

También pasamos por las oficinas de ANAM en busca de información y para notificar que nos dirigíamos al parque. Resultó curioso que el guía con quien ya habíamos coordinado por nuestra cuenta fuera, precisamente, uno de los guías más confiables y reconocidos del Parque Nacional Darién.

Una vez todo estuvo listo, nos organizamos y partimos 11 personas junto con el guía, saliendo desde la Terminal de Albrook a las tres de la madrugada con rumbo al Darién.

Los precios del transporte son accesibles: desde la ciudad de Panamá hasta Metetí cuesta $9; y hasta Yaviza, $14. En nuestro caso —y como debe hacerlo todo aquel que se dirija hacia el Parque Nacional Darién—, era necesario registrarse en la oficina de ANAM en Metetí. Allí efectuamos el pago por el alojamiento y la entrada al parque. Pagamos $1 cada uno por la entrada (por ser estudiantes) y $5 por noche por persona para alojarnos en el refugio de Rancho Frío, el primer refugio de ANAM dentro del parque. Por supuesto, es muy importante que si van en grupo de estudiantes, lleven su carné vigente que los respalde. (año 2011)

SENAFRONT Metetí

Y claro, en el caso de no ser estudiantes y pagar como “nacionales”, el precio por entrar al parque es de $3.00, y por noche en el refugio, $10.00. En caso de acampar, se pagan $2.00 por estudiante y $5.00 por nacional. Los extranjeros pagan $5.00 por la entrada al parque, $15.00 por noche de alojamiento, y $10.00 si desean acampar. (VERIFICAR)

Todo iba de maravilla, aunque tuvimos algunos contratiempos con el transporte, ya que fue necesario hacer trasbordo en Agua Fría. A partir de allí, todo fue espléndido. Esperamos con entusiasmo que ANAM abriera a las 9:00 a.m. en Metetí y nos registramos sin inconvenientes.

Mientras estábamos allí, tuvimos la suerte de presenciar una pequeña muestra de la biodiversidad del lugar: llegó una familia de monos aulladores (Alouatta palliata), vimos algunos loros frentirrojos e incluso descubrimos un nido de colibrí.

Luego, tomamos un autobús hacia Yaviza, con un costo de $5.00 por persona.

Yaviza. Puente sobre Río Chucunaque

En Yaviza termina la carretera Panamericana; es allí donde inicia el famoso Tapón del Darién, que abarca las comarcas indígenas de Guna Yala, Madugandí, Wargandí, Emberá-Wounaan, así como los distritos de Chimán y el este de Chepo, todos en Panamá, y el norte de los departamentos del Chocó y Antioquia, al oeste del Golfo de Urabá en Colombia.

En esta piragua pagamos $5.00 cada uno. El recorrido duró una hora y media en medio de las aguas de los ríos Chucunaque y Tuira, hasta llegar a El Real de Santa María. Estos ríos son de gran importancia, pues constituyen un medio de comunicación clave en la provincia del Darién y la comarca Emberá-Wounaan, ya que sus diversos afluentes conectan las principales localidades ribereñas.

Para algunos del grupo era la primera vez que subían a una piragua, lo que hizo de esta una experiencia completamente nueva. El paisaje dominante era exuberante y desconocido para nosotros. El río Chucunaque, imponente y de aguas color chocolate, nos pasaba en dirección contraria; íbamos río arriba por esa carretera líquida. En el trayecto, vimos pasar familias enteras remando en sus piraguas, principalmente de la etnia Emberá-Wounaan. También vimos a varios policías regresando, quién sabe qué misión.

La mayoría de mis compañeros se durmieron en plena piragua; creo que algunos incluso roncaban, agotados por el viaje. Llevábamos más de 24 horas sin dormir. Personalmente, la sola idea de saber que estaba en esta remota región del país no me permitía cerrar los ojos. Para mí, hubiese sido un pecado estar allí y no observar todo lo que pasaba a mi alrededor.

El río Chucunaque mide 231 km, es muy ancho y constituye el principal afluente del río Tuira, el segundo río más extenso de Panamá. Junto con el río Balsas, el Chucunaque y el Tuira forman una cuenca hidrográfica de 10,664.42 km², la mayor del país.

El Chucunaque nace cerca del Cerro Grande, en la Serranía del Darién, en la frontera entre las comarcas indígenas Guna Yala y Wargandí. Fluye hacia el sureste hasta la localidad de Uala, cabecera de Wargandí, y continúa en esa dirección recibiendo diversos afluentes: el Artigartí, Mortí, Chiatí, Membrillo, Metetí, Ucurgantí, Marragantí, Turquesa y Chico. Al llegar a la localidad de Yaviza, el río cambia su curso hacia el suroeste y finalmente llega a El Real de Santa María, donde se une con el río Tuira.

En la piragua rumbo a el Real
Samuel, Juan y yo, los únicos despiertos.

De pronto, a lo lejos, comenzamos a ver un cerro. El guía me tocó el hombro y me dijo que era el imponente cerro Pirre, uno de los más altos de la región y muy interesante por la gran cantidad de especies endémicas que habitan en él. Los árboles cuipo (Cavanillesia platanifolia), descomunales, se divisaban a lo largo de todo el recorrido. Vimos un caimán tomando el sol a orillas del río; el cielo nos favoreció, aquel día las nubes parecían en tercera dimensión. El panorama era digno de una película jurásica.

Cabe destacar que Darién posee montañas de considerable altura, entre las que sobresalen:


  • Cerro Tacarcuna (1,875 m s. n. m.)


  • Cerro Piña (1,581 m s. n. m.)


  • Cerro Pirre (1,569 m s. n. m.)


  • Cerro Nique (1,550 m s. n. m.)


  • Cerro Chucantí (1,430 m s. n. m.)


  • Cerro Tanela (1,415 m s. n. m.)


  • Altos del Quía (1,361 m s. n. m.)

(Otras montañas como Pavarandó, Armila y Sapo no tenían sus alturas especificadas en la fuente original).

En un momento, al tomar una curva, entramos en el terreno del río Tuira. Más adelante, el cauce se redujo: estábamos en uno de sus afluentes, el río Pirre. De pronto apareció el poblado de El Real de Santa María, un corregimiento ubicado dentro del distrito de Pinogana.

Una vez en El Real, sabíamos que nos esperaba una caminata de aproximadamente cinco horas hasta llegar a Rancho Frío. Pero, gracias al ingenio de nuestro guía, consiguió contactar un camión que nos llevaría hasta Pirre 1.

Aprovechamos para tomar un almuerzo que nos cayó de maravilla, pues fue nuestra primera comida “real” del día. Dejamos algunas donaciones traídas desde la ciudad y abordamos el camión. Pasamos sobre un río, luego por varios poblados y por el aeropuerto de El Real. Al llegar a una bifurcación, tomamos la vía de la derecha. El guía nos comentó que por la otra calle se puede llegar a Colombia con bastante facilidad.

Luego de eso llegamos a Pirre 1, donde nos encontramos con el señor Alberto Pizarro, guardaparques de ANAM, quien nos esperaba con un four-wheel y se encargó de llevar nuestras maletas. De inmediato emprendimos la caminata hacia Rancho Frío. Definitivamente, nuestro guía Isaac Pizarro fue una maravilla. De no haber sido por él, hubiéramos tenido que caminar desde El Real hasta el refugio de Rancho Frío con el cansancio acumulado, cargando mochilas pesadas durante más de cinco horas.

El cerro Pirre se veía cada vez más cerca, gigantesco y ¡azul! debido a la densidad de su vegetación. Solo un espacio sin árboles rompía su verdor, se trataba de un derrumbe de tierra.

Iniciamos la caminata, y a cada canto de ave, nuestro guía nos decía qué especie era. ¡Demasiado emocionante! Nos detuvimos en una casa, la última que veríamos en el camino. El guía saludó a los moradores y aprovechamos para tomar unas deliciosas pipas y comprar algunos plátanos que nos vendió la señora de la casa.

Llegando al Real de Santa María

Al fondo, cerro Pirre

En el camino hacia Rancho Frío distinguimos árboles gigantescos, pero hubo uno que casi me saca lágrimas, un Ceiba pentandra, sus raíces tabulares eran increíbles, y su dosel se perdía en el infinito, definitivamente un centenario que ha sobrevivido al tiempo y ha sido respetado.

Pasamos por muchas quebradas, vimos monos aulladores, y de pronto la lluvia comenzó a caer, lo que nos animó aún más. La lluvia siempre es bienvenida, pues refresca el alma, y qué mejor lugar que la selva para quitarnos el fogaje. El camino era enredado y se perdía entre diferentes senderos.

Aceleramos el paso bajo la lluvia torrencial y llegamos al refugio de ANAM exactamente en dos horas. Ordenamos las maletas dentro del refugio y nos dirigimos hacia “La Cascada”… sí, aún no tiene nombre esa cascada. En media hora, luego de atravesar un sendero, estábamos caminando sobre el río y llegamos. Era hermosa, de aguas claras y con un chorro diagonal que caía con fuerza en la poza.

"La Cascada" foto del website de ANAM
La Cascada

Pensé en tirarme por el surra surra al día siguiente, cuando volviéramos más temprano a la cascada con las cámaras. Tenía algo de miedo, pues últimamente me han estado dando calambres en el agua, y no quise arriesgarme. Sin embargo, al día siguiente me arrepentí de no haberlo hecho.

El refugio era exactamente como lo imaginé: de madera, amplio por dentro, con dos espacios separados disponibles, un baño, un retrete, una llave de agua y una cocina con estufa. A nuestra disposición teníamos colchones; podíamos usar los camarotes o poner los colchones en el piso. Elegimos esta última opción, revisamos que no hubiera ningún animalillo en el suelo, y nos acomodamos.

En la cocina, ANAM pone a disposición ollas, platos, vasos y hasta cubiertos, en caso de no llevarlos. A un lado del refugio corre un río calmado.

Obviamente es necesario llevar comida, preferiblemente enlatada, ya que luego de pasar El Real de Santa María no hay lugares donde adquirir enseres. También es muy importante llevar suficiente agua potable, ya que, aunque en la estación de Rancho Frío hay agua, no es potable.

A la mañana siguiente, luego de haber dormido largo y tendido, nos levantamos un poco tarde para subir hacia el mirador. Mientras desayunábamos, pudimos escuchar guacamayas que pasaban despavoridas, graznando y avisando su llegada. Salí corriendo a ver si podía fotografiar alguna, pero ya se habían alejado. Nos dijeron que son guacamayas rojas, que generalmente andan por la zona del refugio.

Para mí, fue un momento muy emocionante, pues las guacamayas son aves casi extintas. La Unión Mundial para la Naturaleza (UICN) otorgó a Panamá el segundo lugar en la región mesoamericana en su “lista roja” de especies de guacamayas amenazadas.

Además, esta especie ha sido declarada en riesgo por la Convención Internacional de Especies Salvajes de Flora y Fauna en Peligro de Extinción (CITES, por sus siglas en inglés), que prohíbe su comercialización como forma de protegerla de la destrucción de su hábitat, lo que ha provocado la eliminación de sus lugares de anidación. Aquí en Panamá, estas especies se encuentran, en muy pocas cantidades, en el área de Cerro Hoya, en la provincia de Los Santos, así como en Veraguas y Darién.

Guacamayas
Mi foto de las guacamayas.

La misión del segundo día sería subir al mirador llamado Rancho Plástico. Iniciamos la caminata y, al poco tiempo, vimos una curiosa rana: Rhinella alata, endémica de Panamá, Colombia y Venezuela. Luego de superar algunas lomas, entramos en la selva húmeda tropical, un sendero poco marcado rodeado de vegetación tupida. Nos topamos con una bandada de monos araña (Ateles fusciceps) que, enfurecidos, nos arrojaban palos desde lo alto del bosque.

Vimos distintos árboles, entre los que destacaban el árbol de Jagua (Genipa americana), cuipos (Cavanillesia platanifolia), guayacán (Tabebuia guayacan), ceiba (Ceiba pentandra), cedro amargo (Cedrela odorata), espinoso (Parkinsonia aculeata), almendro (Dipteryx oleífera), guarumo (Cecropia obtusifolia), algarrobo (Hymenaea courbaril) y olimos el bálsamo (Myroxylum balsamum), una madera muy apreciada actualmente. También notamos muchos higuerón (Ficus citrifolia), espavé (Anacardium excelsum) y nazareno (Peltogyne purpurea). Además, vimos cícadas, estas últimas “sumamente” amenazadas y en peligro de extinción debido a su lento crecimiento. Tanto así que hay coleccionistas que las compran a precios muy altos en el mercado negro.

La lluvia volvió y nos refrescó. Al llegar al primer mirador de Rancho Plástico, pudimos ver muy poco, ya que las nubes cubrían el contorno de los árboles que se divisaban a lo lejos. Supimos que allí estaba El Real y que, con buen tiempo, es posible distinguir algunas casas, el río Tuira, así como la zona de El Hormigón, y, por supuesto, el dosel del bosque desde lo alto.

Decidimos seguir hacia el siguiente mirador. Para llegar, debíamos avanzar media hora más, además de las dos horas que ya llevábamos caminando. En el sendero nos encontramos con varias ranas Dendrobates auratus, caracoles de tierra entre la hojarasca y pegados a los árboles. En un momento, un alacrán casi pica a una compañera; además, vimos muchas hormigas sompopo y algunos ciempiés.

Nos desviamos del sendero para observar un ave Saltarín Cabecidorado o Manakin (Pipra erythrocephala) que habitaba en esa zona. Solo fue necesario prestar un poco de atención y allí estaba el pequeñín descansando en una rama. Más adelante, vimos un tucán picoiris (Ramphastos sulfuratus) y un jacamar (Galbula ruficauda).

Es importante destacar que en esta área se pueden encontrar una gran cantidad de aves, especialmente algunas especies endémicas del Cerro Pirre y dentro del parque, como el subepalo bello (Margarornis bellulus), la tangara nuquiverde (Tangara fucosa), el águila arpía, el halcón peregrino, la guacamaya azul (Ara ararauna), la guacamaya verde (Ara ambigua), y el loro moña amarilla (Amazona ochrocephala). También habitan allí el autillo serranero, el colibrí copetivioleta, el colibrí pirreño, el solitario variado, la reinita de Pirre, la clorofonia cuellidorada, la tangara azulidorada, la tangara de monte de Pirre y el pinzón carilucio, entre muchos otros. Se han censado hasta 450 especies de aves dentro de este parque nacional.

Saltarín o Manakin (Pipra erythrocephala)

Aunque no vimos muchos mamíferos, es importante destacar que en el parque coexisten siete mamíferos endémicos, como el arador darienita (Orthogeomys dariensis) y la zorra de cuatro ojos (Marmosops invictus). Más de 56 especies amenazadas o en peligro de extinción en el resto del continente mantienen poblaciones viables en Darién. Entre ellas se encuentran el águila arpía (Harpia harpyja), que alberga su población más importante a nivel mundial, el tapir (Tapirus bairdii), y las cinco especies de felinos: el jaguar (Panthera onca), el puma (Puma concolor), el manigordo (Leopardus pardalis), el tigrillo (Leopardus wiedii) y el tigrillo congo (Leopardus yagouaroundi).

Entre insectos por doquier y mucha lluvia, seguimos el camino hasta llegar al segundo mirador de Rancho Plástico, desde donde pudimos ver el cerro Pirre en todo su esplendor. Ese cerro, de 1,569 m.s.n.m., es uno de los puntos dominantes en biodiversidad de la zona, cubierto de neblina por la lluvia que acababa de caer.

II Mirador de Rancho Plástico

El frío nos entumeció, y no sabíamos cómo provocar calor. La vista era increíble, sublime. Me sentía anonadada de estar frente al famoso cerro Pirre, de origen volcánico, grande entre los grandes del Darién. Al principio, cuando planeábamos visitar el Parque Nacional Darién, teníamos pensado subir este cerro, pero nunca imaginamos que para llegar al filo se necesitan tres días caminando en la selva, lo que sería toda una verdadera aventura que, sin duda, haremos cuando tengamos más tiempo.

I mirador desde donde se ve El Real

Dendrobates auratus

No deseábamos que la lluvia parara, y así fue; nos acompañó en todo momento. Estábamos en el área más lluviosa del país, una de las regiones más lluviosas del planeta, ya que forma parte del Chocó Biogeográfico —la zona más húmeda del mundo— con precipitaciones que pueden superar los 8,000 mm anuales y donde prácticamente no existe estación seca. La temperatura varía según la altitud, entre 17 °C y 35 °C.

Al bajar y pasar nuevamente por el primer mirador, la neblina ya había desaparecido y, aunque estaba nublado, el paisaje se veía místico y cubierto de nubes. Desde esa altura, pudimos apreciar gran parte del panorama de El Real de Santa María.

Continuamos nuestro camino rumbo al refugio y nos encontramos con una lagartija crestada (Corytophanes cristatus) que intentaba mimetizarse entre la hojarasca, pero por suerte logramos verla.

Corytophanes cristatus

Entre caídas y resbalones llegamos un poco tarde al refugio; nos bañamos en el río que pasa al lado de la estación. Debido a tanta lluvia, el río se creció y fue imposible ir a “La Cascada”, así que nos quedamos sin fotos y yo sin haberme tirado por ella.

La comida ya estaba lista: un arroz con coco que nos había preparado el señor Alberto, ¡estuvo delicioso! Entrada la noche, disfrutamos un postre improvisado: un bizcocho con leche condensada que se peleó entre todos. Luego nos fuimos a descansar, aunque lo que quedó fue una partida de dominó acompañada de cuentos de miedo sobre la “Madre Agua”, el espíritu que te llama al río y desapareces para siempre. Nuestro guía logró que Lurys, Kari y yo nos pusiéramos las pijamas al revés.

A las 5 de la madrugada estábamos listos para partir. Solo tomamos un té de hierba de limón, nos colocamos las mochilas y caminamos durante dos rápidas horas de regreso a Pirre 1, donde nos esperaba un camión que nos llevaría hasta El Real.

Partimos directo al muelle de Mercadeo y emprendimos nuevamente el viaje en piragua rumbo a Yaviza. Durante el trayecto vimos gran cantidad de animales, sobre todo aves, monos y algunos perezosos en lo alto de los árboles. La mañana estaba en su esplendor, el sol arreciaba y los animales, calmados, lo aprovechaban.

Al llegar a Yaviza, un bus nos esperaba; antes de las 3 de la tarde ya estábamos de regreso en la ciudad de Panamá, con una experiencia hermosa guardada en el corazón.

Tres días en la selva del Darién no fueron suficientes. El peligro del que tanto nos hablaron nunca lo sentimos estando en el parque, y de haberlo sentido, hubiéramos tomado el riesgo. A pesar de todos los retenes que tuvimos que pasar, no hubo ningún problema; por el contrario, fuimos tratados de muy buena manera por los oficiales de SENAFRONT. De alguna manera, el miedo de los ciudadanos a la guerrilla y las adversidades de la selva han contribuido a que este lugar conserve un endemismo tan grande, lejos de las manos humanas.

La satisfacción reflejada en los rostros de mis compañeros de expedición era inmensa. Estoy segura de que todos tienen un gran deseo de regresar al Darién, cueste lo que cueste.

Quedamos en regresar pronto y ponerle nombre a “La Cascada”; la próxima vez que vaya, espero poder quedarme por más tiempo. Confiamos en que a ustedes, lectores, se les transmitan las ganas de visitar este patrimonio natural.

Personalmente, no pude sentir más paz. Juro que uno de los momentos más felices fue cuando el espíritu de la tierra me llamó a entrar al río junto a la estación. Al recostarme en el agua y sentir las gotas caer sobre mi rostro, lo único que pude decirle a Lurys fue: “este es uno de los momentos más felices de mi vida”.

Información y recomendaciones para visitar el Parque Nacional Darién

  • Estaciones científicas:
    Dentro del parque existen tres estaciones científicas importantes:


    • Cana



    • Cerro Pirre o Rancho Frío (visitada en este viaje), ubicada a 14 km de El Real.



    • Estación de Cruce de Mono, en las faldas del Cerro de Pirre, accesible únicamente con piragua (2 o 3 horas) hasta Boca de Cupe, y luego una caminata de 5 horas hasta la estación.



  • Acceso al parque:
    Si vas en auto, debes manejar hasta Metetí, registrarte en ANAM, pagar las tarifas correspondientes y continuar hacia Yaviza, donde contactarás al guía autorizado.
    ANAM no permite la entrada al parque sin un guía autorizado por ellos. Escríbeme para la información de nuestro guía.



  • Provisiones:
    Lleva suficiente comida y agua, pues aunque en Darién es fácil conseguir verduras, es mejor llevar todo lo demás.
    En Metetí están los últimos bancos y cajeros automáticos; es crucial llevar dinero en efectivo.


  • Equipo recomendado:


    • Zapatillas o botas altas y cómodas, ya que el camino es largo y con quebradas, especialmente en invierno.



    • Repelente para mosquitos, ya que hay gran cantidad de insectos.



    • Linterna, ya que no hay luz eléctrica en el refugio.



    • Sábana o frazada, porque ANAM provee colchones pero no sábanas.



    • Artículos personales.



    • Botiquín con antiinflamatorios, pastillas para fiebre, vendas, curitas, gasas, alcohol, agua oxigenada, pastillas para deshidratación, confites frutales para bajones de azúcar, termómetro, etc.



    • Filtradores o pastillas purificadoras de agua (puritabs).



    • Algo para encender fuego (encendedor), y guarda todo en bolsas plásticas para protegerlo de la lluvia.



    • Cámara con protección.


  • Otros consejos importantes:


    • Aunque ANAM dispone de un vehículo fourwheel para algunos casos, puede ser incómodo para personas de la tercera edad y niños, ya que se deben hacer tramos largos caminando.



    • Lleva un salvavidas personal, pues normalmente no se usan en las piraguas disponibles.



    • Las piraguas no pueden tomarse después de las 5 de la tarde, según las normas de SENAFRONT, por seguridad. En ese caso, se puede quedar en algún hostal en Yaviza y salir al día siguiente.



    • Es recomendable visitar el parque en grupos de más de 8 personas para reducir costos. Ir pocas personas resulta caro, ya que hay que pagar al guía, ANAM, transporte, piragua (alquiler $10 a $15 por día), gasolina (8 galones mínimo) y conductor.



    • Cuidado con la basura: ANAM puede imponer multas.



    • ¡Lleva muchas ganas de pasarla excelente!


Grupo Completo ( fotografía de Raiza Segundo)

Agradezco profundamente a todos los asistentes por su apoyo, quórum y entusiasmo durante esta aventura. Un especial reconocimiento a nuestros guías Isaac Pizarro y Edilberto González por toda la valiosa información compartida, así como al representante de Yaviza, Enrique Lloren, por su ayuda con el itinerario.

El Parque Nacional Darién es, sin duda, una joya invaluable de nuestro país y del mundo. Es un paraíso exótico y exuberante que debemos proteger con compromiso y responsabilidad. Nos sentimos privilegiados de contar con una reserva de esta magnitud en nuestro territorio.

Es tiempo de decir basta a la deforestación de nuestros bosques; reforestar y conservar es la palabra clave. Aún tenemos la oportunidad de vivir en armonía con la naturaleza, preservando este legado para las generaciones futuras.

El aire puro del Darién purifica el alma y renueva el espíritu.

Manantiales de Sajalices, P.N. Campana/ Charco Azul, Charco Verde

OLYMPUS DIGITAL CAMERA Foto de Rey Aguilar

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El Charco Azul se encuentra cerrado ya que presenta un problema de contaminación de las áreas verdes y no está permitido pasar. Fue una buena decisión de la Alcaldía de Chame ya que en el mismo se encuentra la toma de agua de Sajalices y ya la comunidad se veí­a afectada, a pesar de que para llegar es necesario caminar hasta 2 horas y media, visitantes rompían las tuberí­as y se bañaban en la toma de agua.
Estamos en espera que Ministerio de Ambiente establezca un sendero por Campana para acceder, mientras tanto, no se puede pasar ya que es cuidada su entrada por guardaparques y policía ecológica so pena de multa de hasta 600$

Camping en el I Observatorio Astronómico de Panamá.

El fin de semana pasado estuvimos en la provincia de Coclé, específicamente en el distrito de Penonomé, en la sede de la Universidad Tecnológica de Panamá, donde se inauguró el primer observatorio astronómico de Panamá.

La inauguración fue acompañada de un campamento del 29 de abril al 1 de mayo, donde tuvimos la oportunidad de conocer el centro y observar las estrellas junto a miembros de la Asociación Panameña de Aficionados a la Astronomía (APAA).

Con más de 12 telescopios disponibles para los campistas, pudimos observar constelaciones, nebulosas e incluso disfrutar de una impresionante vista del planeta Saturno.

Agradecemos a APAVE por la invitación, y a los miembros de APAA por sus valiosas explicaciones y por hacer de esta actividad una experiencia amena e interactiva.

Caminando el Parque Nacional Soberanía: Sendero de Plantación hasta Venta de Cruces (ida y vuelta a pie)

Aquel día no tenía ni la menor idea de lo que se me venía encima. Nos encontrarnos en la Terminal de Albrook a eso de las 6am y a las 6.30 ya estábamos comprando algo para desayunar y abordar el primer bus de Gamboa.

Antes de eso quisimos ir a buscar algo de comer para llevar, y como no queríamos perder el bus, ya que estos en fin de semana salen cada dos horas (2011), al pasar por una esquina vimos un señor vendiendo empanadas y de eso nos abastecimos, y agua.

Llegamos al Camino de Plantación a eso de las 8:30 am.

Escogimos entrar por Plantación y no por el lado de la carretera Forestal (donde está la verdadera entrada del Camino de Cruces), ya que en este último lugar es muy difícil tomar autobús.

Apenas entramos al Camino de Plantación vimos tres monos aulladores (Alouatta palliata) dándonos los buenos días. La entrada para nosotros fue 1$ por ser estudiantes. Para generales, la entrada es 3$ y extranjeros 5$.

Mono aullador.

El inicio de la caminata fue fresco, vimos muchas aves y algunos ñeques; hay bancas de cemento en el trayecto, al principio del sendero algunos árboles marcados con su nombre. Cuipo (Cavallinesia platanifolia), Barrigón (Pseudobombax septenatum), Nazareno (Peltogyne purpurea), Guayacán (Tabebuia guayacan).

Ave Plain xenops

Entre las aves que se dejaron ver a lo largo del recorrido estuvieron: el cuclillo faisán (Dromococcyx phasianellus) —¡nuevo para mí!—, el trogón colipizarra (Trogon massena), el tucán pico iris (Ramphastos sulfuratus), momótides (Momotus momota), loros coroniamarillos (Amazona ochrocephala), un Plain Xenops (Xenops minutus). Al inicio del sendero vimos un trepatroncos chocolate (Xiphorhynchus susurrans), varios hormigueritos alipunteados (Microrhopias quixensis) y a lo lejos, un saltador gorguianteado (Saltator maximus). También me pareció ver un mielero verde. Y, por supuesto, muchas tángaras, espigueros, semilleros, entre otras aves.

Manakin

Bordeamos una quebrada hasta donde termina el Camino de Plantación, que son aproximadamente 5 km, hasta llegar a un herbazal alto de paja canalera (Saccharum spontaneum), donde el bosque desaparece por un rato e inicia nuevamente en la señalización del Camino de Cruces.

Descansamos un rato en el punto donde se encuentra la intersección que separa ambos caminos. Comimos “algo” y, al poco tiempo, seguimos; no podíamos demorarnos demasiado en las paradas, ya que teníamos exactamente las horas del día para completar el recorrido de ida y vuelta. Observamos un rato el mapa y avanzamos.

Al entrar en el Camino de Cruces, no había un sendero marcado: lo que había era un revoltijo de hojas por todos lados, puestos de cazadores y un par de letreros que confirmaban que íbamos bien.

Aquí el bosque cambia: se vuelve más denso, en momentos te rodea de manera rotunda, invade la respiración con su olor a materia putrefacta. Más adelante, el bosque se cierra aún más; es una selva que deja de ser sendero para convertirse en paredes altas, con apenas un metro de espacio entre ellas para caminar. El suelo, cubierto de hojas, parecía dispuesto a sorprendernos con una serpiente en cualquier momento. Los monos, molestos y enfurecidos, nos trataban de lanzar sus excrementos y orina.

Anolis

Vimos aulladores, cariblancos (Cebus capucinus) y escuchamos monos tití (Saguinus geoffroyi). Nos topamos en variadas ocasiones con ñeques (Dasyprocta punctata), gato solo (Nasua narica), chachalacas (Ortalis cinereiceps) y hasta me pareció ver una liebre de monte.

Arboles de gran tamaño y con amplias raíces, tuvimos la dicha de ver el enigmático árbol de vela (Parmentiera cereifera), llamado así­ porque sus frutos asemejan a una vela de cera y el cual es difícil de encontrar.

Fruto del árbol de vela

La cantidad de insectos era infinita y estaban por todos lados, recostarse en el suelo significaba salir con quien sabe cuantos aguijones en el cuerpo, me mantuve en movimiento pues no quiero volver a saber de los tórsalos por un buen tiempo.

Llegó un momento en que me sentí agotada, la humedad estaba jugando con mis sentidos y con mi cuerpo, el sudor no se hizo esperar y estuvo presente en todo momento. Casi no nos detuvimos pues teníamos pensado llegar antes de las 1pm a Venta de Cruces.

La naturaleza se torna iracunda, desbordante de flora y fauna. Creo que en una próxima visita iré con más gente. Ya casi al final, logré ver que algunos árboles estaban marcados con cinta naranja, lo que ayudaba a no perderse.

Recuerdo que, siendo niña, escuché en las noticias que algunas personas se perdían en este sendero. Incluso recuerdo que todo un grupo de estudiantes se extravió junto a un profesor de un colegio privado, y pasaron una noche entera allí.

Había pequeñas quebradas y agua empozada, pero nada como para darse un baño o beber.

Para mi fue asfixiante pasar por ciertas partes en las que las paredes aparecían; recordemos que el Parque Nacional Camino de Cruces fue en la antigüedad un camino de la época de dominación española, Camino Real, que unía los núcleos de población de Panamá y Nombre de Dios, en Colón.

Passiflora vitifolia

Por allá, por el siglo XVI, en el año 1519, los colonizadores españoles terminaron de construir una ruta que unía el mar Caribe con el océano Pacífico. El camino era sumamente estrecho, hecho de piedras de distintos tamaños que aún se encuentran allí, enclavadas en la tierra, con una firmeza que ha desafiado el paso del tiempo.

En aquella época predominaba la esclavitud. Los primeros en ser utilizados como mano de obra fueron los pueblos indígenas nativos. Luego, los españoles introdujeron esclavos africanos, traídos desde distintos lugares del continente, a quienes se les trataba incluso peor que a las mulas. Se les encadenaba durante las largas horas de trabajo en el Camino de Cruces, donde los latigazos eran frecuentes ante cualquier descuido.

El Camino de Cruces era una vía tan común en su tiempo como hoy lo es la carretera Interamericana. Sin embargo, era sumamente estrecho; en aquella época medía aproximadamente metro y medio de ancho, con precipicios en algunos tramos y curvas peligrosas.

Era transitado en ambos sentidos: desde el río Chagres hacia la ciudad de Panamá y viceversa. Desde el pueblo de Chagres, se viajaba río arriba en cayucos, remados por esclavos de gran fortaleza física. No cualquier hombre podía realizar esa labor: quienes lo hacían poseían una contextura imponente. Se cuenta que, en muchas ocasiones, los indígenas eran asesinados por no cumplir con la exigencia física requerida. Los africanos remaban contra la corriente hasta llegar a Venta de Cruces. Desde allí, con la mercancía a cuestas o cargada en mulas, caminaban hasta la ciudad de Panamá, recorriendo una distancia de aproximadamente 60 millas.

El Camino de Cruces vivió una época de gran prosperidad al servir como ruta para el traslado de tesoros provenientes de Sudamérica —especialmente del Perú— hacia el Atlántico, donde eran cargados en galeones rumbo a España.

Recuerdo que mi profesora de historia me compartió un texto de un viajero procedente de Massachusetts, quien escribió:

“Exteriorizo el sentimiento unánime de los pasajeros, a quienes he oído expresarse, y es —diciéndolo con temor a Dios y por el amor al hombre, a unos y a todos— que bajo ninguna circunstancia vengan por esta ruta. No tengo que decir nada sobre las otras, pero no vengan por esta”.

Ya se imaginarán cómo debió haber sido el Camino de Cruces en su época de oro: imponente, extenuante y cargado de historia.

Mitad del camino. Finalización del Camino de Plantación.

Y claro, los ladrones no tardaron en enterarse del tránsito de oro, plata y joyas preciosas procedentes de distintos territorios colonizados en América que eran enviados a España. Estos maleantes se dedicaron a atacar a los viajeros que intentaban llegar al lado atlántico.

Sin embargo, con el declive del poderío español, esta vía fue perdiendo su uso y prácticamente desapareció, borrada por el paso del tiempo, el clima y la selva, que todo lo invade.

Desde Las Cruces hasta la ciudad de Panamá, el trayecto tomaba un día de viaje a lomo de mula. Cada mula se alquilaba por $15 diarios, sin incluir el equipaje. Debido a los continuos robos de oro y piedras preciosas cometidos por asaltantes, se formó una especie de milicia privada, dirigida por un antiguo militar llamado Ran Runnels. Este organizó un cuerpo bien entrenado que no dudaba en linchar a cualquier ladrón sin mayores contemplaciones. Fue esta medida extrema la que logró poner fin a la ola de asaltos contra los viajeros.

Imagínense la historia tan grande que tiene este lugar, incluyendo las batallas que seguramente se dieron entre viajeros y malhechores… ¿quién sabe cuántos habrán muerto allí?

Esas paredes, fuertemente construidas, aún permanecen intactas. Ni los bruscos cambios del siglo XVI hasta nuestros días han logrado derribarlas.

Y como todo en la vida, tuvo su final. Con la inauguración del Ferrocarril de Panamá, el 28 de enero de 1855, vino el abandono total del Camino de Cruces. Aun así, su memoria sigue viva por la enorme importancia que tuvo en el desarrollo de Panamá durante más de tres siglos. No olvidemos que incluso el pirata Henry Morgan usó esta ruta para cruzar el istmo y atacar la ciudad de Panamá.

Al llegar al kilómetro diez, me desesperaba. Necesitaba algo dulce que me diera fuerzas, comida, más agua… pero debíamos racionar la poca que teníamos, para poder tomar algo al llegar y al regresar.

Por momentos parecía que iba a llover, y sentíamos que se acercaban los aulladores. La selva nos hablaba. Las aves estaban por todos lados, pero no se dejaban ver, a pesar de que teníamos los sentidos agudizados y preparados para cualquier cosa.

Por otro lado, nos encontramos con varios letreros de la Policía Nacional que marcaban las fases del camino, ya que utilizan esta ruta para entrenamientos. Pudimos leer:
“Fase 2: No van muy lejos los de adelante si los de atrás caminan bien”,
“Fase 3: No se preocupen, algún día llegan”
y finalmente,
“Fase 4: Los felicito, llegar es la misión.”

Pensé: “Vaya, parece que estamos haciendo un entrenamiento de la Policía Nacional.”

Finalmente, vimos un letrero que indicaba que solo faltaba kilómetro y medio para llegar a Venta de Cruces, a orillas del río Chagres, y en cuestión de minutos… ¡llegamos!

Me tiré al suelo sin ganas de comer, solo quería agua. Intenté comerme una empanada, pero no me pasó por la boca: estaba fría y mala. Luego de refrescarnos un poco, movimos un tronco que estaba en la orilla, dejamos la mitad dentro del agua y la otra mitad fuera, y sobre él nos trepamos para enfriar nuestros cuerpos cansados. No podíamos quedarnos mucho tiempo; primero, porque en cualquier momento podía aparecer un cocodrilo, y segundo, porque debíamos caminar otras cuatro horas para regresar hasta la carretera de Gamboa.

Al frente veíamos el inmenso río Chagres, que parecía un mar bravío, y a lo lejos, el Hotel Gamboa Rainforest Resort.

El área de Venta de Cruces es apta para acampar —con mucho cuidado, eso sí— ya que, por su cercanía al río, seguramente es una zona de tránsito frecuente de animales. Vimos puestos de cazadores, lo que me indignó profundamente, pues esto demuestra que no se protege adecuadamente este sendero tan importante para la biodiversidad del parque nacional, que cuenta con más de 4,590 hectáreas paralelas a las riberas del Canal de Panamá.

Algo que notamos —por nuestra hambre— es que en todo el camino hay muy pocos árboles frutales. Incluso dijimos que volveríamos para sembrar algunos, ya que creemos firmemente que los árboles frutales en senderos transitados son de gran valor para los visitantes.

El valor de este parque es inmenso: histórico, geográfico, ambiental. Sin embargo, paradójicamente, es uno de los parques de los que menos estudios y conocimientos existen, a pesar de haber sido declarado zona protegida en 1980, mediante el Decreto Ejecutivo N.º 13 del 27 de mayo… hace ya mucho tiempo.

Cabe destacar que la dificultad del sendero es baja: no hay muchas pendientes ni grandes lomas. Sin embargo, es clave tener buena resistencia, ya que la distancia, el calor y la humedad te hacen perder muchos líquidos. Por ello es fundamental llevar reservas de agua suficientes y usar botas adecuadas para senderismo.

Parte del sendero hacia Venta de Cruces

Al caminar de vuelta me sentía más relajada. Ya sabía lo que me esperaba: la distancia, el clima, los peligros. Sinceramente, conocer todo eso me hacía sentir más segura. Decidimos acelerar el paso y tratar de regresar en tres horas y media, pero fue imposible. Me hacía falta comida y agua. Para que se hagan una idea: llegué a tomar agua recogida de las hojas, de la lluvia que había caído poco antes en algunas partes del sendero.

Íbamos en una maratón contra todo, desafiando al tiempo, tratando de llegar antes de las 6:00 p.m. a la carretera de Gamboa para poder volver a nuestras casas. Pero en ciertos tramos tuvimos que detenernos a descansar y comernos las empanadas malas. Aunque no estaban buenas, al final seguían siendo comida.

Al pasar por las quebradas, me detuve a lavarme la cara y los brazos, que estaban llenos de picaduras de bichos. Los monos cariblancos volvieron a aparecer, esta vez más enfurecidos que antes. Hacían sonidos extraños, como el gruñido de un perro cuando está peleando.

Cuando llegamos a la intersección del Camino de Cruces con el Sendero de Plantación, nos alegramos mucho: ahora solo faltaban cinco kilómetros más. Ya habíamos recorrido cinco anteriormente, lo que daba un total de casi 25 kilómetros caminados ese día por la selva tropical húmeda del Parque Nacional Soberanía.

El recorrido por el Camino de Plantación hasta la carretera de Gamboa, para mí, fue efímero. Mi única meta era llegar antes de que anocheciera, y así fue. Salimos del sendero a las 5:30 p.m., cansados pero felices por semejante hazaña.

De todos los parques nacionales de Panamá que he recorrido, este fue en el que más animales he visto.

La diversidad de plantas es fenomenal: un verdadero paraíso para cualquier botánico o amante de las plantas. También lo es para quienes se interesan en conocer, de cerca, aquello que han leído en los libros de historia de la República, sobre esa época de colonización tan importante para nuestra cultura.

Soberania-National-Park-Map

Les recomiendo enormemente formar parte alguna vez de una excursión a través del Camino de Cruces, que incluya un bote de vuelta a Gamboa luego de llegar a Venta de Cruces de modo tal que puedan disfrutar del sendero en su totalidad, prestando atención a cada cosa que en la selva se pueden encontrar.

Ascenso al punto más alto de Panamá: Volcán Barú, Chiriquí

¿Qué es la Paz?
Para mí la paz es silencio, exactamente ese silencio que se siente en la cima de las montañas.

Desde hace muchísimo tiempo deseaba hacer este ascenso, pero las circunstancias no lo habían permitido; incluso me atrevo a decir que fue casi imposible.

Al principio éramos quince personas interesadas en llegar a la cima, y al final solo fuimos tres. Inicié con el entrenamiento desde enero e intentaba recargar baterías y practicar cada vez que podía. Me asustaron mucho respecto a las condiciones físicas, así que me informé leyendo blogs y todo lo que encontrara sobre el Volcán Barú. Hablé con todos los que lo habían subido y estaban entre mis contactos. Mi propósito era, precisamente, no pasarla mal por falta de preparación.

Entre más artículos leía, más me asustaba. En cada uno decía que era un ascenso casi imposible, que mucha gente no llegaba a la cima, que algunos sufrían de mal de altura, que otros no aguantaban y se desmayaban en el camino, que el frío, que las condiciones…

Corrí mucho, caminé cada vez que el tiempo me lo permitía, me metí a un gimnasio e hice mucho cardio, dejé de tomar alcohol y empecé a comer frutas. Todo esto como parte de un arduo entrenamiento, y aun así me sentía nerviosa de no poder lograr subir el Volcán.

Justo un par de horas antes de salir de casa, me llamó un joven de la universidad que se nos unía, pues a él también sus amigos le habían quedado mal. Siendo él de Boquete, conocía muy bien el camino.

El guía fue otro dilema: algunos nos cobraban cifras exorbitantes, otros no estaban disponibles o no subían en esa época.

Hicimos reservaciones en el Hostal Las Heliconias (507-7715643), en el centro del pueblo de Volcán.

Aquel día era viernes. Llegamos muy temprano a Volcán, buscamos el hotel, desayunamos, hicimos las compras de insumos para llevar en el ascenso, luego descansamos y salimos un rato más para “aclimatarnos”.

Todo iba de maravilla. Conversamos por buen rato con Nariño Aizpurúa, quien ha subido el Volcán Barú 338 veces y nos dio los mejores tips. Nos habló de apariciones en el camino, del mal de altura, de lo importante del equipaje, el agua, entre otras cosas. Llegó la mañana y Nariño nos llevó hasta las faldas del volcán en Paso Ancho. Iniciamos el ascenso a eso de las 6:30 a.m. Pensábamos hacerlo a las 5:30 a.m., pero nos retrasamos un poco.

En la entrada del parque pagamos a ANAM 5 dólares cada uno, y más tarde nos dimos cuenta de que habíamos sido estafados, pues el precio real de la entrada era de 3 dólares para panameños y 5 dólares para extranjeros. Ni siquiera tenemos el rostro ni la piel de extranjeros.

Cabe destacar que llevamos lo necesario. Mi maleta no pasaba de las 15 libras. Llevé mi sleeping bag (bolsa para dormir), una muda de ropa entre la que tenía 1 abrigo de algodón y uno térmico, un pantalón de algodón para dormir, 1 par de guantes, 2 pares de calcetines y las botas de hiking. Algunas personas prefieren no llevar ropa por el peso, pero recomiendo llevar una muda extra, pues es difícil deducir el estado del clima en este lugar y es posible que de un momento a otro llueva, te mojes y quedes sin ropa para dormir.

Nos habíamos puesto de acuerdo para llevar solo una tienda de campaña en la que dormiríamos los dos, ahora seríamos 3 en una tienda de campaña de dos personas, pues Edén se nos unía. Creo que dormir en la cima no requiere de mucha comodidad, basta con llevar algo donde meterse; menos peso, mejor. Más gente, más calor en el frío de la cima.

Entre lo que llevamos para comer: barras de chocolate, 3 litros de agua cada uno, jugo de uva y naranja, pan de pasas, queso amarillo, galletas de chocolate, café, sopa china de vaso, tasajo, jamón del diablo, manzanas. Llevamos también algunas cosas que, aunque serían un poco innecesarias por el peso, nos sirvieron de mucho, como una lata de melocotón y también algo fuerte para el frío, me refiero a ron.

Lo más importante es el agua. Es necesario tomarla aun si no se siente la necesidad, aun si no tienes sed. Se pierde mucha energía y el cuerpo tiende a deshidratarse.

El Volcán Barú está situado sobre la Cordillera de Talamanca y posee una extensión territorial de 14,322 hectáreas. El punto más alto del parque es el Volcán Barú con una altura de 3,475 msnm. Además, es el punto máximo de la República de Panamá.

En el área protegida se localizan bosques muy húmedos montanos y húmedos montanos bajos que no se encuentran en ningún otro lugar de Panamá. También hay bosques pluviales montanos bajos, pluviales montanos, muy húmedos montanos bajos y pluviales premontanos. Las temperaturas medias anuales fluctúan desde los 20 grados centígrados en su parte más baja, hasta menos de 10 grados en la cumbre.

La caminata se inicia en donde termina la carretera de asfalto en las faldas del volcán a 1,925 msnm, en un bosque húmedo montano bajo del Parque Nacional Volcán Barú. Luego de caminar 15 minutos por las faldas, entramos al bosque a eso de las 7 a.m., pasamos algunas lomas hasta llegar a un claro que estaba lleno de basura, y como aún no estábamos cansados, decidimos seguir en la marcha. Nos acompañaba el canto del enigmático jilguero solitario carinegro (Myadestes melanops), un violín creciente que nos seguía el paso.

Subimos una empinada loma llena de polvo y tierra hasta llegar a una pared de roca por la que, si no fuera por Edén, no nos habríamos dado cuenta de que era el camino. Subimos por las rocas “escalando” y descansamos en un claro desde donde vimos parte del pueblo de Volcán y algunas montañas, un paisaje hermoso que nos daba la bienvenida a lo que sería un ascenso de bellezas para admirar. Edén me confirmó que ya habíamos pasado “La 45”, aquella loma de tierra, empinada, por la que acabamos de subir y que logra sacarle el aire a muchas personas. Me lo escondió, pues yo, de tanto leer, ya sabía que esa loma sería difícil. Eran las 9:00 a.m.

Allí comimos manzana y granola. Observamos que la vegetación empezaba a cambiar: helechos, hongos, líquenes y musgos por todos lados. Durante el recorrido se puede encontrar una gran variedad de especies de animales y plantas, así como rocas y algunos árboles de diferentes formas, jamás vistas en otro lugar.

Decidimos seguir caminando por una de las pocas bajadas que recuerdo, hasta llegar al “Ojo de Agua” o “El Posito”, única fuente de agua del camino. Eran las 9:30 a.m.

Allí recogimos toda el agua que pudimos. Edén nos confirmó que el agua no requería de filtro y decidimos tomarla así mismo como la ofrece la montaña, en su estado virgen (aún no me ha pasado nada por haberla tomado). Estaba deliciosa, juraría que fue el agua más fresca que he probado en mi vida. Nos metimos en la cuevita a tomarnos fotos. Dicen que en las noches el área del Ojo de Agua es terreno de algunos búhos.

Nos topamos con un grupo de hombres que venía bajando del volcán y también iban a abastecerse de agua. Fueron las únicas personas que vimos en todo el camino.

Avanzamos por el Bosque Encantado, llamado así pues es donde mayormente las personas pierden el curso y se extravían. También es allí donde supuestamente se desarrollan gran cantidad de apariciones sobrenaturales; se dice que “los duendes” suelen perder a las personas.

Un poco más adelante nos detuvimos pues nos dio hambre, así que aprovechamos para “almorzar”: jugo de uva, pan de pasitas con queso, chocolate, entre otras cosas… ¡Avanzada!

Nos encontramos con un camino repleto de piedras grandes que parecían estar sueltas, pero que estaban muy firmes: El Derrumbe. De allí en adelante, el camino de rocas comenzó a transformarse en uno de arenilla, en una sola subida. El bosque desapareció, ya no había árboles; el clima cambió, la temperatura bajó y, a pesar de estar bajo el sol, no sentía calor. Es por ello que ahora estoy insolada. Por lo tanto, es buena idea llevar bloqueador solar.

Esta es la parte más difícil del ascenso al Volcán, es allí en donde generalmente algunas personas empiezan a tener dolores de cabeza, mareos y algunos desisten al ver lo que les espera. Por eso es bueno tener una buena marcha antes de llegar a esta área, para que quede el resto del día para subir.

En este punto ya uno se encuentra a 2,500 metros sobre el nivel del mar y es posible tener mal de altura, pero es mejor sacar eso de la mente y no hacerlo una condición psicológica, pues puede afectar. Algo que nos enseña este ascenso es a trabajar en cuerpo y mente de una manera conjunta y unificada. A cualquiera le puede dar mal de altura, incluso a personas en increíbles condiciones físicas, pero obviamente lo mejor es ir con una mentalidad positiva.

Mientras subía me detuve a ver lo que dejaba atrás. El paisaje es sublime, eminente, se puede ver la misma cordillera de Talamanca y todo lo recorrido. La vegetación se compone por líquenes y flores de altura.

Me adelanté un poco y empecé a escuchar un sonido parecido a un leve rugido. Le grité a los muchachos que cerca había algún animal y solté carcajadas al darme cuenta de que no era otra cosa que el fuerte aleteo de un colibrí Estrella Centellante (Selasphorus scintilla) que volaba como loco alrededor de mi cabeza.

Más de 250 especies de aves han sido censadas en el parque, entre ellas el bellísimo quetzal (Pharomachrus mocinno), el espectacular aguilillo blanco y negro (Spizastur melanoleucus), que sobrevuela las paredes acantiladas del área protegida, y los colibríes vertrinegro (Eupherusa nigriventris) y el orejivioláceo pardo (Collibri delphinae). También están presentes especies endémicas de la Cordillera de Talamanca como la reinita carinegra (Basileuterus melanogenys), el zeledonia (Zeledonia coronata), el pinzón musliamarillo (Pselliophorus tibialis) y la pava negra (Chamaepetes unicolor).

Las cinco especies de felinos que viven en Panamá están aquí también presentes, siendo el puma o león venado (Puma concolor) el más abundante entre ellos. Otros mamíferos que poseen poblaciones estables en el Parque Nacional Volcán Barú son el amenazado ratón de agua (Rheomys underwoodi), el gato de espinas o puercoespín (Sphiggurus mexicanus) y una gran cantidad de murciélagos con especies como Artibeus aztecus y Lasiurus borealis.

Luego de caminar un poco más, el aire era ralo y cada 30 pasos debía parar un minuto para luego seguir. Ya tenía cansado al guía preguntándole cuánto nos faltaba para llegar, incluso llegué a darme cuenta de que me estaba engañando con sus respuestas. En este tramo hicimos varias paradas de urgencia para ir al “baño”, también nos comimos los melocotones, y aproveché para tomar innumerables fotos del paisaje. Una roca tenía una inscripción que me alentaba: estábamos a 3,090 msnm, verifiqué en mi reloj y era cierto. Cada 30 metros que avanzábamos tomaba fotos del paisaje y allí mismo descansaba. El panorama era increíble y la neblina nos perseguía; en algún momento llegué a pensar que llovería, pero no fueron más que amenazas.

Y de pronto, ¡el cable! ¡El famoso cable! Ahora lo veía en vivo y en directo y me produjo una sensación espeluznante: son de 20 a 25 metros de cable sobre un terreno de arenilla, y si ese cable no está bien puesto, ¡moriste! Nosotros preferimos tomar el lado izquierdo por donde hay un caminito y seguir marcha arriba con más seguridad.

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Ya veíamos la entrada del Cráter, aceleramos el paso con ganas de llegar rápido, eran las 2 de la tarde y Edén nada más me decía: “Ya lo lograste” hasta que finalmente vimos la enorme roca llamada la “Cueva del duende” y a su paso, el Cráter. Lo más emocionante era que la cima estaba a la vista, vimos las antenas y escuchamos el motor de los four wheel que estaban allá arriba.

El Cráter es grande, unas 3 canchas de baloncesto. Allí es donde uno recuerda que realmente está en un volcán y que es potencialmente activo. El volcán ha tenido cuatro episodios eruptivos en los últimos 1600 años, en particular la más reciente erupción unos 400-500 años atrás. Diversas otras erupciones se ocasionaron en los anteriores 10,000 años. Varios enjambres sísmicos se dieron en el siglo XX y un enjambre reciente ocurrió en el año 2006 que puede servir como recordatorio de un inquieto terreno tectónico.

Sentí el frío de lleno, intenté ponerme los guantes pero sentía que mis dedos no se movían, estaban entumecidos así que me puse dos pares de guantes y un abrigo.

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Aún faltaba por recorrer unos supuestos 20 minutos según Edén que, si bien es cierto, a su paso lo lograba en 15 minutos; para mí fue una hora más de camino.

Finalmente llegamos a la cima a las 4:10 pm. Dejamos las maletas cerca de un nicho de la Virgen de Guadalupe y fuimos rumbo a la cruz. La neblina y el viento eran increíbles, casi no se veía nada alrededor, prácticamente el paisaje era solo neblina. Edén me dijo que me pegara a las rocas pues debíamos escalar un poquito y con una ráfaga de viento fuerte podría ocurrir un accidente. Me dio un poco de vértigo y sentí miedo; si él se apartaba mucho, me daba más miedo, no veía nada debajo, solo la sensación de haber un precipicio profundo que quién sabe dónde terminaría.

La cruz ya estaba ahí, sentí la gloria combinada con el miedo. El viento era cada vez más fuerte; de un solo tiro, mi compañero se montó en la punta de la cruz. A mí me daba vértigo solo verlo, y el viento más fuerte aún. Él estaba por encima del punto más alto de la República de Panamá, a 3475 msnm. Edén recomendó esperar que bajara un poco la neblina para bajar a las antenas.

Habían pasado 8 horas desde que iniciamos el ascenso, ninguno de los tres se sentía cansado, más bien felices. No sé si fue el frío o la emoción de haber llegado.

El frío era tremendo y el viento más fuerte. Buscamos al policía que vive en la cima y, gracias a Nariño, el policía nos dio alojamiento por esa noche en la cima. Dormimos en un cuarto repleto de switchs de las antenas, y tenía muchísimo frío aún con toda la ropa que tenía puesta.

Cenamos sopa china de vaso, tan fortificante que me cayó al estómago mejor que el caviar más caro del mundo. Me tomé toda el agua, hicimos café, comimos galletas con atún y, ya más entrada la noche, bebimos un poco de vino. Los muchachos disfrutaron de la TV del policía viendo lucha libre y fútbol, y yo salí un rato a ver las luces y la luna que, como regalo del cielo, era la luna más brillante y más grande del año en todo el país. El frío me ganó y entré ahora para dormir, pero nos quedamos hablando hasta que el sueño nos venció.

A la mañana siguiente, luego de un desayuno compuesto de pan, tasajo y café, nos fuimos de nuevo a la cruz a tomar más fotos y a ver si el clima nos dejaba ver un poco más el paisaje. Antes pude ver un Mirlo Negruzco (Turdus nigrescens), ave que suele habitar la cima.

Debido a lo angosto del Istmo de Panamá, es posible ver el Océano Pacífico y el Mar Caribe desde la cima del volcán en un día claro, aunque nosotros no tuvimos la suerte. Se ha reportado en la cima una caída ocasional de nieve granulada, donde la temperatura mínima es inferior a 0 °C; la formación de escarcha es muy frecuente.

Desde allí pude ver el pueblo de Volcán, parte de Bugaba, Río Sereno, el Río Chiriquí Viejo, las Lagunas de Volcán, etc. Lo demás queda para una próxima visita que espero sea muy pronto.

El descenso fue relativamente menos complicado y rápido. Cuando íbamos por el área del derrumbe nos deslizamos por la arenilla y me apresuré pues estaba sedienta, hasta que llegamos al Ojo de Agua y ¡vi la luz! Descansé mis pies ya que me dolían los dedos de tanto contacto entre el pie y el haz de la zapatilla. Mientras estuvimos allí vimos llegar una Candelita Collareja (Myioborus torquatus) tomando un baño en el Ojo de Agua. Más adelante nos topamos con unas codornices entre el follaje.

A la cima se puede llegar también por el poblado de Boquete, incluso es posible hacerlo en auto 4×4 o four wheel; se dice que la vista desde el camino de Volcán es más gratificante. De igual forma, algún día deseo hacerlo por Boquete para probar.

Nos encontramos con una pareja que venía subiendo en la que el míster le gritaba a la esposa fuertemente que se apresurara y que era muy lenta, me dio coraje, ella estaba muy rezagada de él. Con gente así no recomiendo a nadie subir, asegúrate de hacerlo con amigos que te apoyen en todo momento.

Al llegar a las faldas nos esperaba Nariño y nos fuimos a bañar pues estábamos muy sucios y casi nos quedamos sin bus en Volcán. Llegamos a la ciudad de Panamá a las 4 de la madrugada.

Hasta ahora, en mi vida este ascenso ha sido el más emocionante y espero poder hacerlo muchísimas veces más si sigo con vida. Es algo que todo panameño que puede y que su cuerpo se lo permite, debe hacer. No solamente por la gratitud de llegar a la cima, sino por el placer de disfrutar la montaña, de ver el paisaje, de escuchar, ver, oler, poner todos los sentidos en contacto con la naturaleza.

Recomiendo enormemente entrenar aunque sea 1 mes y medio antes del ascenso y va a ser un éxito. De no hacerlo, puedes pasarla mal.

¡Ah! Una última cosa, ¡baja la basura! Si cuando estás subiendo sientes que te pesa la basura, al menos déjala en bolsas que puedas identificar en el camino, ponla en un lugar estratégico y cuando bajas te la llevas, es muy fácil y estarías contribuyendo a mantener limpio uno de los parques nacionales más importantes del país creado mediante el Decreto N° 40 del 24 de junio de 1976.

Queda darles las gracias a los que me acompañaron y a quien considero un padre de montaña, Nariño Aizpurúa, por habernos dado su incondicional apoyo y consejos.

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Caminando por Aguacate Arriba, Capira

A veces las ganas de ver verde me invaden tanto que tengo por necesidad buscarlo. Aunque viva en un lugar donde hay muchos árboles, para mí la necesidad de recorrer Panamá se escapa de mi cuerpo, va más allá de mi corazón y se aferra a mi alma. Si no lo hago, puedo deprimirme, lo he comprobado.

Hace poco nos atrevimos a buscar el trillo que conduce a la cima del cerro Trinidad de Capira, uno de los más altos del área y que forma parte del Parque Nacional Altos de Campana. Era carnavales, y para dicha nuestra no tuvimos problemas con el transporte. Nos fuimos en bus colectivo sin ningún problema.

Tomamos un bus Panamá-Capira (Lídice). Preguntamos al conductor dónde tomar las “chivas” (buses) de Trinidad y él amablemente nos dijo que en un Mini Súper desde el cual salen todas las chivas que van hacia esos pueblos.

Al llegar a la parada nos encontramos con un sinfín de muchachos que también esperaban chivas para dirigirse a distintos puntos a pasar sus carnavales como retiro espiritual con sus iglesias.

Luego de esperar algún tiempo llegó una chiva de “El Chileno”, un pueblo que queda más allá de nuestro destino y por ende pasaba por Trinidad. Nos subimos en la chiva, que en realidad viene siendo un antiguo auto de la Cruz Roja y que ahora cumple con la función de transporte.

Íbamos apretados y contentos, algunos hasta se colgaban atrás de la chiva. Tras pasar por varias lomas con un lindo paisaje, llegamos a nuestro destino: un teléfono público.

El conductor nos dijo que el señor de la casa al lado conocía el trillo del cerro. Fuimos a preguntarle, pero nos dio indicaciones confusas sobre varias entradas y no entendimos bien. En otra casa, un hombre que limpiaba herraduras nos indicó un camino poco marcado por donde la gente se metía.

Desorientados, entramos por ese camino lleno de monte, plataneras, helechos y lajas gigantescas. El sendero desapareció y tuvimos que improvisar.

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Mi compañero tomó una rama gruesa y abrió un camino que nos llevó a una laja alta para subir. Él se quitó las zapatillas y subió. Mientras yo esperaba, sentí un picor fuerte; unas hormigas rojas y grandes me cubrían la pierna. Me quité rápido las zapatillas y corrí a un lado, sintiendo que las hormigas me buscaban.

Le tiré mis zapatillas y mochila y empecé a subir. Llegamos a otra roca y luego a una laja aún más alta. Subió con mucho cuidado, casi sin lugares donde apoyar el pie, pero lo logró. Me dijo que el camino se complicaría, con más lajas difíciles.

Intenté subir varias veces, pero no pude; necesitaba una cuerda, era imposible para mí. Finalmente, llegamos a una tubería y decidimos regresar a la carretera para preguntar por otro sendero, porque pensamos que ese camino no era el correcto.

Un señor que limpiaba su patio nos ofreció llevarnos a la cima por 25 dólares cada uno. Nos dijo que tomaría 4 horas y que necesitaríamos cuerdas, porque subir por bejucos, como intentamos, era peligroso. También mencionó un chorro refrescante en Aguacate Arriba, cerca de donde estábamos.

Tomamos una chiva hasta el Cruce y caminamos preguntando por el chorro, pero nadie sabía nada; solo nos dijeron que “por allá abajo está el río”.

El sol estaba muy fuerte; sentía los rayos traspasar mi gorra. Vi un kiosco y corrí por un refresco, pero no había luz. Me dijeron que vendían cerveza bajo un toldo. Caminamos un poco más y ahí estaba la cerveza, que en ese calor se volvió mi mejor refresco.

Una chiva subía montaña arriba, corrimos con la cerveza para subir. Le dije a la gente del toldo que les pagaría al regresar. No sabíamos a dónde íbamos ni dónde bajarnos, ni el niño pasajero sabía el destino. Le golpeé el techo y la chiva paró. Me bajé y pregunté dónde quedaba Aguacate; el conductor me miró y me dijo: “Súbase adelante”.

Me subí y le dije que quería ir al chorro. Respondió que estaba lejos y en mal estado, pero conocía a alguien que nos podía guiar. Después de un rato, se detuvo y llamó a un señor que descansaba en una hamaca para que nos acompañara. El conductor, muy amable, no nos cobró nada.

Bajamos y saludamos al señor, de unos 55 años, rostro cordial, quien nos pidió que lo siguiéramos. Entró a su casa, buscó un machete y comenzamos la marcha. Pasamos por un campo improvisado de fútbol, charcos, quebradas y árboles caídos por las lluvias recientes. Al poco tiempo, el camino se cerró y nos dijo: “hasta aquí llego yo”. Nos explicó que el camino era lo feo, pero el chorro era bonito.

Le dimos su pago y nos advirtió que bajaríamos por unos bejucos con mucho cuidado. Ah, y que él tenía 73 años. Le dije a mi compañero: ¡mira cómo la naturaleza lo mantiene en forma!

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¡Vaya belleza! Un chorro de unos 6 metros de altura donde el agua, al golpear la roca, formaba un arcoíris. Me metí al agua y me quitó el calor tremendo que tenía. Un jacuzzi natural solo para mí, ¡qué egoísta! Después de un rato, mi compañero entró y compartimos la merienda que habíamos llevado, además de una agradable conversación en ese jacuzzi personal. Creemos que este chorro no tiene nombre, ¿habrá que ponérselo?

Al salir del chorro vimos chachalacas (Ortalis cinereiceps) y tucancillos verdes (Aulacorhynchus prasinus). Caminamos por las lomas hasta llegar al Cruce, lo cual me pareció increíble por la distancia recorrida. Esperamos casi media hora una chiva en una tienda con sodas frías, donde conocimos a unos jóvenes que serían nuestros guías en la verdadera expedición al cerro Trinidad.

Sin problema llegamos a Capira, con una experiencia más y la satisfacción de haber conocido un lugar fantástico.

Los invito a empezar a caminar. Hay lugares hermosos, cerca de la ciudad y accesibles. Solo hace falta ganas de caminar, conocer, improvisar, interactuar y disfrutar de la belleza que ofrece nuestro Panamá. No te conformes con ver esos cerros desde lejos, lo mejor es acercarse lo más posible.

Camino de Plantación o Plantation Road, P. N. Soberanía

Es uno de los lugares preferidos por las personas que aman hacer avistamiento de aves. Se encuentra dentro del parque nacional Soberanía, a media hora en auto desde la ciudad de Panamá.

Para poder llegar es necesario conducir en la vía hacia Gamboa y prestando atención a las señales que indican la entrada del Camino de Plantación. Se puede llegar en autobús tomándolo en la terminal de Albrook, Ruta Gamboa en Bahía D, y bajándose en la entrada del sendero.

Ruta de Metrobus desde Terminal de Albrook

5:15 am 7:50-10:20-12:30-2:40pm y el último a las 4:40pm

Sábados 9:00-12:00 y el último 4:35

Domingos 8:00-12:00 y el último 4:10

El Camino de Plantación tiene una longitud de aproximadamente 7 kilómetros que se caminan en 3 o 4 horas de ida y vuelta.

Este camino es muy famoso pues se ve gran cantidad de aves, sobre todo en las horas de la mañana y en la tarde, también es posible ver monos titis y aulladores.

Si te interesan las plantas, el camino de Plantación (como su propio nombre lo dice) es tu lugar. Gran cantidad de vegetación, árboles grandes, arbustos y plantas herbáceas, helechos, inflorescencias; incluso algunas especies han sido marcadas con sus nombres para ser reconocidas. Las veces que he ido he podido notar muchos Nazareno (Peltogyne purpurea), Cuipo (Cavallinesia platanifolia), zamias, muchas lianas, hongos por doquier.

Este lugar es muy exótico, se dice que fue una carretera hecha durante la construcción del Canal de Panamá en 1910 para unir la población de “Imperio” hasta “las Cascadas Plantation”. A lo largo del camino aún se pueden encontrar vestigios de lo que fueron plantaciones de cacao, café y los preciados árboles de caucho (Castilla elastica), ésta ultima, especie exótica introducida en Panamá.

No presenta dificulta de terreno ya que es llano desde principio a fin, pero es bueno ir en zapatillas de buena suela por la cantidad de piedras redondas que pueden molestar tus pies. Buenísimo para visitar en familia y detenerse en alguna de las bancas que se encuentran en el camino a merendar. También se puede recorrer con bicicletas, si es su preferencia. El sendero se puede complementar con una visita a la cascada que se encuentra casi al final, el sendero termina en una intersección que lo une con el Camino de Cruces.

Alguna vez estuve por el camino con amigos, vimos unas lianas, y probamos a guindarnos como Tarzan, estuvimos en eso bastante tiempo, la liana siempre pudo con nuestro peso.

Se dice que este camino y su selva secundaria era utilizado por militares estadounidenses para entrenar militares latinos.

Purple fruitcrow o Querula purpurata

La entrada tiene un valor $3.00 USD para adultos nacionales y $5.00 USD para adultos extranjeros aunque a veces no hay nadie en la entrada.

Recuerda, la basura es tuya, ¡llévatela!

Ascenso al Monumento Natural Cerro Gaital, Valle de Antón

Una de las cosas que más me llaman la atención al ver las montañas es la neblina que se forma en la cima, me encanta, ver esto crea en mí­ unas ganas irracionales de llegar y tocarla, de explorar, de enterarme por mi misma qué es lo que hay allá arriba.

Pajita, Gaital y Caracoral visto desde cerro India Dormida

El Cerro Gaital es uno de esos que llaman grandemente la atención. Cuando se llega al Valle de Antón, es posible verlo desde casi cualquier punto. Forma parte de las “Tres Marías”, pues se encuentra en medio de Cerro Pajita y Cerro Caracol. El Gaital es el más grande de los tres e incluso es el más alto del Valle de Antón, ya que tiene 1,185 metros sobre el nivel del mar y 335 hectáreas.

Hace algún tiempo intenté subir por un trillo que se encuentra frente al cerro, cerca del Primer Ciclo de El Valle, pero nunca lo encontré y la visita quedó pendiente. Fue hasta hace poco, con unos amigos y muchas ganas, que logramos llegar a la cima del Gaital.

Para comenzar, hay que llegar al Valle de Antón y luego desplazarse hasta la comunidad de La Mesa. Es posible hacerlo en un vehículo 4×4, tomando un taxi doble cabina o incluso en bus, ya que los de la ruta La Mesa te dejan cerca del inicio del sendero.

Primer ascenso al Gaital: Will, Gaby, Mariel, Karla y Lissy. Año 2010

El camino comienza en la caseta de ANAM, donde generalmente se paga una entrada de 2 dólares (dato de 2010), ya que esta área es un Monumento Natural. Sin embargo, parece que entre semana no siempre hay personal en la caseta.

El Monumento Natural Cerro Gaital (MNCG) fue establecido legalmente mediante el Decreto Ejecutivo N.º 96 del 9 de julio de 2001. Posteriormente, mediante la Resolución AG-0748-2012 del 28 de diciembre de 2012 (Gaceta Oficial 27223 del 8 de febrero de 2013), se modificaron los límites del área protegida, quedando con una superficie de 511.69 hectáreas.

Cabe destacar que el sendero estaba limpio y muy bien acondicionado; incluso nos encontramos con dos personas que, con rastrillos, limpiaban las hojas para mantener el camino despejado.

Apenas comenzamos a caminar, vimos epífitas variadas, bananas rojas, zamias, hongos en las esquinas, heliconias, begonias, mucho musgo, helechos por doquier y muchos letreros de prohibiciones. También escuchamos el canto de distintas aves.

Se dice que en este cerro solía encontrarse la rana dorada y unas 100 especies de orquídeas, incluyendo la flor nacional: la Peristeria elata (Flor del Espíritu Santo).

Hojas circinadas

En el camino hay 3 estaciones antes de llegar al mirador, en donde se puede descansar o aprovechar para merendar, hay bancas, y se disfruta del dosel de los árboles del Bosque muy húmedo premontano y Bosque muy húmedo tropical.

Antes de dirigirnos a nuestro destino, estuve averiguando si era necesario subir con un guí­a experimentado y si el camino estaba marcado. El sendero está muy bien marcado hasta el mirador que se encuentra tres minutos luego de pasar la estación de las Heliconias y hay un letrero que lo recalca pero, luego inicia un ascenso escabroso que es mejor realizar con guía experimentado y equipo de rescate.

Recomiendo enormemente que si visitas el Monumento Natural Cerro Gaital con niños o adultos mayores, personas con problemas cardiacos o de vértigo, deben quedarse en el mirador pues después de pasarlo, el camino se torna difícil.

Ahí­ empieza lo bueno. La vista en el mirador es eminente, se ve gran parte del cráter del Valle de Antón, algunas de las montañas que lo rodean, también se ve la finca Toledano.

La brisa soplaba fuerte y nos balanceábamos en la estructura de madera del mirador, mientras buscábamos el camino, pues nos parecía increíble que hasta allí llegara el Gaital.

Montaña arriba se divisaba algo parecido a una varilla, como para una bandera. Se veía lejos, pero no perdimos tiempo y tomamos rumbo hacia ella.

Max, como siempre adelantado, nos llevaba ventaja y lo veíamos luchando por subir un camino rocoso y empinado. Cuando llegamos a ese punto, la neblina ya nos alcanzaba y parecía que iba a llover. Llevábamos una cuerda, pero al parecer la ANAM ha colocado cables para ayudar a las personas que desean llegar a la cima.

Este tramo logró ponerme los pelos de punta. Cuando fue mi turno, no sabía de dónde agarrarme ni dónde poner el pie. Buscaba seguridad, y a mi lado solo veía un precipicio lleno de árboles, y del otro lado, otro precipicio.

En ese momento sentí miedo. La neblina nos alcanzaba y veíamos cómo corría sobre nuestras cabezas. Me aferré con fuerza al cable y subí. Detrás venía Leyda, gritando que siguiéramos, pues quería almorzar en la cima.

Pisamos terreno más seguro y vimos heliconias extrañas, centímetros de musgos, bromelias gigantes, licopodios, flores de labios ardientes, helechos arbóreos, muchas hojas circinadas… y de pronto, un ave motmot posada sobre la rama de un árbol, a nuestra misma altura, mirándonos fijamente sin moverse. Logramos ver una serpiente —al parecer una boa— aunque nunca alcanzamos a ver su cabeza. Fue un momento muy emotivo.

El camino estaba mojado y lleno de lodo negro; tuvimos que deslizarse por debajo de algunos árboles. Gabriela y Karla ya se habían caído en varias partes. La humedad era alta y el olor constante a vegetación en descomposición saturaba nuestro olfato. Vimos la misma forma de la montaña: una línea oblicua a un lado y otra al otro, y nosotros en medio.

Nos agarramos de troncos delgados, algunos con pequeñas e hirientes espinas; otros, al apretarlos, se deshacían en nuestras manos, chorreando agua. En un momento, el sendero terminó y vimos una pared de roca para escalar con un cable negro que, al parecer, sería nuestra ayuda, y así fue en tres o cuatro partes hasta que llegamos a la cima. Literalmente, la subida no es difícil, pero hay que hacerlo con extremo cuidado, pantalones largos, buenas suelas, y es muy necesario llevar agua.

En la cima hay un espacio limpio para sentarse, merendar o disfrutar del paisaje. Se puede ver casi todo el Valle de Antón. Durante nuestra visita, pudimos contemplar el océano Pacífico, el Cerro Pajita justo al frente, Cerro la India Dormida, Punta Chame, Coronado, todo el pueblo del Valle, la galera de Toledano, el Área del Cerro Picacho y mucho más.

También hay una estructura de cemento que, al parecer, funcionó en algún momento como estación VHF. Fue construida alrededor de 1982 por radioaficionados que eligieron el Gaital porque estaban convencidos de que sería un excelente punto para instalar una repetidora de VHF. En esa época, subir el Gaital podía tomar hasta seis horas.

Desde la cima se escuchaban las gallinas de la galera de Toledano, a 1185 msnm, lo cual nos causó gracia. Sacamos nuestro almuerzo y disfrutamos contentos por el ascenso. Algunos se subieron encima de la caseta de VHF y se echaron a dormir un rato. Desde esa altura se veía perfectamente el sendero del Cerro Pajita, y nos quedaron ganas de subirlo.

El Cerro Gaital lo subimos en 2 horas y lo bajamos en 1 hora y 20 minutos, aunque generalmente se tarda unas 3 horas en subir. Recomiendo hacerlo en la mañana, cuando está fresco y es más fácil ver animales.

El descenso fue otra historia: quedamos completamente enlodados. No había manera de evitarlo, y si no nos enlodábamos, corríamos el riesgo de caer de las paredes que bajábamos con ayuda del cable. Las vistas eran preciosas; lo que no vimos en el ascenso para cuidar nuestras espaldas, ahora lo veíamos de frente. La cadena montañosa voraz, la forma del cerro en una “V” entrelazada, repleta de árboles sin un solo espacio vacío.

Al llegar a la caseta de ANAM, caminamos un poco y tomamos un bus desde La Mesa que nos dejó en el centro del Valle. Luego fuimos a quitarnos el lodo en el sendero de la Piedra Pintada y sus chorros.

mapa de como llegar al gaital

Recuerda como siempre, 0 basura, lo que llevas a la cima lo traes contigo, no ensucies, Valora.

Salto el Bejucal o Chorro de los Aizpruas y Río San Juan en Calobre, Veraguas

Luego de una visita a Santa Fe de Veraguas, tomamos la calle que conduce hacia Calobre, luego de salir de la iglesia de San Francisco de la Montaña.

El nombre Calobre se originó ya que así se llamaba un cacique del área. Este distrito está formado por doce corregimientos: Calobre, Barnizal, Chitra, El Cocla, El Potrero, La Laguna, La Raya de Calobre, La Tetilla, La Yeguada, Las Guías, Mojarás y San José.

En Calobre, una de las principales actividades es la cosecha de sandía, gran parte de la cual es exportada al extranjero. Se dice que es la mejor de Panamá, gracias a las condiciones de la tierra, algo árida, de este distrito.

Justo en la carretera, mucho antes de llegar al pueblo, vimos un anuncio con imágenes que indicaba los lugares turísticos que se pueden encontrar en este bello distrito: El Salto Bejucal, el río San Juan, la laguna La Yeguada, Los Sandiales y los Pozos Termales de Calobre. Tratamos de encontrar los que nos fuera posible, y nos interesamos especialmente por llegar a los pozos termales. Sin embargo, al parecer, estos tienen un acceso complicado.

Justo debajo de un puente, en el corregimiento de Tetilla, se encuentra el Salto El Bejucal. Es un imponente chorro de agua que, iracundo, rompía con fuerza gracias a su caudal de invierno, lo que hacía que el agua se tornara turbia. Nadie se estaba bañando en ese momento, y preferimos no tomar el riesgo. Está rodeado de abundante vegetación, y el lugar es muy bonito, a pesar de estar justo debajo del puente.

Pocas personas conocen el salto ya que por su ubicación estratégica es muy difícil darse cuenta que se encuentra semejante maravilla. Tampoco hay ninguna señalización, recomiendo preguntar en la carretera luego de 30 minutos de haber salido de San Francisco de la Montaña.

Río San Juan

Al salir del Salto, seguimos en la carretera hasta ver el Río San Juan, al que vislumbramos sólo desde un puente y el tiempo no nos dio para bajar.

Se apreciaban extrañas formaciones rocosas, quizás causadas por la erosión del tiempo y definitivamente una acción volcánica antigua. El Río San Juan forma parte importante de Calobre ya que sus aguas son desviadas hacia la quebrada las Lajas, que a su vez es el único afluente de la Laguna La Yeguada, para aumentar el volumen de agua utilizable hacia la generación de energía eléctrica.

Para llegar a Calobre se puede ir por dos rutas: desde Santiago, pasando por San Francisco de la Montaña y luego desviándose hacia Calobre, esto te toma un tiempo de 45 minutos. Si vienes por la carretera Interamericana puedes tomar la ví­a que conduce hacia el Jaguito en el Roble y esto te toma un tiempo de 1 hora y 20 minutos hasta llegar a Calobre. Desde la ciudad de Panamá es aproximadamente 3 horas y 15 minutos. “Calobre es un paraíso por conocer”.

Una guía de turismo ecológico en Panamá, dedicada a descubrir ríos, montañas, senderos y aventuras en la naturaleza. Ideal para los amantes del aire libre y la exploración rural.