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Entrevista a Nariño Aizpurúa, más de un año en ascensos al Volcán Barú.

Nariño Aizpurúa nació en Volcán, Tierras Altas chiricanas. Lo conocí hace casi 10 años y, aunque apenas intercambiamos palabras, hicimos una gran amistad, al punto que cariñosamente le digo “papá”. Vi con admiración el crecimiento de sus hijos, a los que crió al filo de la naturaleza, en el arte de la escalada y rápel.

Actualmente lleva 360 ascensos al Volcán Barú y no conozco a nadie que lo haya subido más. Se caracteriza por su espíritu jovial y profesionalismo en el área de montañismo, senderismo, rápel y arborismo, además de ser líder scout desde hace muchos años.

Suficientes requisitos para hacerle una entrevista y aprender más de él.


1. ¿Cuándo fue la primera vez que subiste el Volcán Barú?

No tengo memoria realmente de cuándo fue (la fecha), sin embargo, recuerdo la primera vez que subí con un turista. Mis hermanos mayores no estaban para hacerlo, yo tenía 14 años y mi madre me dijo: “¡Dale tú, si tú conoces el camino!” Me pasé toda la noche “aprendiendo inglés” (risas). Al día siguiente, durante 5 horas, solo repetía: “FOLLOW ME”. En aquel “tour” gané 10 dólares… gasté más en lo que llevé de comida.


2. ¿Cuántas veces van?
Desde esa primera vez con turistas, llevo 360 veces registradas. Antes de eso no las conté.

La vez # 300

3. ¿Qué es lo que más amas del Volcán Barú?
Ser nada en medio de esas moles rocosas. Sentirte insignificante y comprender la magnitud del universo, donde el planeta Tierra es solo un grano de arena. Todo eso me lleva a sentir que soy parte de algo tan inmenso.


4. ¿Cuál ha sido tu experiencia más memorable?
¡Wooowww! Cuando un grupo de estudiantes ingleses me rodearon en la cima para darme una medalla por ser ese día la número 300 (¡yo no lo sabía!). La agencia de turismo les dijo, y ellos tomaron la iniciativa de celebrarme allá arriba. A raíz de eso… ¡pues seguí contando!

5. ¿Y la más peligrosa?
La vez que rescaté a una chica embarazada que pesaba 130 libras…
Desde el cable hasta el pueblo literalmente la “cargué” sobre mi espalda porque era urgente.


6. ¿Qué es mejor? ¿Lento y seguro o rápido y birrioso?
Recomiendo lento pero seguro. Con el tiempo aprendes que el éxito no está en llegar a la cima, sino en regresar sano y a salvo.


7. ¿Dónde aprendiste todo lo que sabes? ¿Rappel, arborismo, etc.?
Mis pininos con las cuerdas fueron en 1985 en el Instituto Militar General Omar Torrijos Herrera (Instituto Tomasito), donde me enseñaron a hacer un arnés improvisado y rappel solo con un mosquetón (equipo mínimo), y luego rappel táctico.

Esa fue la base que despertó aún más mi interés por las cuerdas, nudos y amarres. Luego continué practicando por mi cuenta y en 1988 se abrieron las puertas con los Boy Scouts, donde seguí aprendiendo y llegué a ser instructor hasta el año 2010. Ese año fui llamado para trabajar en la ampliación del Canal de Panamá en Gatún, Colón, y allí la compañía belga Jan de Nul me instruyó, calificó y certificó como trabajador de altura (“Alpinistas del canal”) y luego como instructor.


8. ¿Qué recomiendas a los principiantes?
Recomiendo interesarse en aprender de todo y observar su entorno, disfrutar la naturaleza, conocer su cuerpo y sus capacidades.

9. ¿Alguna leyenda personal o experiencia curiosa?
Muchas, pero una de las mejores experiencias —o la más impresionante para mí— fue el encuentro con un gran felino. Luego de verlo a los ojos, se desapareció entre la montaña; fue cuestión de segundos en los que quedé inmóvil y no dio tiempo ni de tomar una foto.


10. ¿Cómo logras estar casi siempre feliz?
(Risas) Nunca había pensado en eso. Quizás es como me ves tú, o quizás sea que, con el tiempo y siendo autodidacta, he aprendido a comprender que cada persona tiene sus creencias y su forma de ver el mundo. De repente eso me hace ver como una persona positiva o feliz.

Nariño al centro con camisa negra.

Cueva La Escondida, Cascada El Peñón y Cascada La Gloria: La más alta de Panamá Oeste.

Supe de La Gloria cuando era niña y, en 2007, caminé casi tres horas hasta llegar. Fue una experiencia hermosa. Alrededor de esta cascada hay muchas más, aunque no visibles a simple vista.

La Gloria es la cascada más alta registrada en Panamá Oeste y pertenece a un afluente del río Cirí Grande, cuenca del Canal de Panamá.


Una familia tranquila y trabajadora custodia esta maravilla, saliendo adelante con la agricultura y ahora con el turismo ecológico, que para ellos es sostenible.

Esta vez visitamos, con nuestro guía local Miguel, la Cascada La Escondida, que nos dejó maravillados. Quise invitar a todos a bañarse; el agua verde aqua, iluminada por un rayo de luz, crea una atmósfera mágica, y salir del baño recarga de energía.

Nuestra amiga cubana tuvo algo de miedo y prefirió quedarse al otro lado de la cueva, pero luego, con la ayuda de Rey, logró atravesarla y quedó sorprendida de lo que casi se pierde.

Al pasar la cascada aparece un túnel habitado por decenas de murciélagos. Esa cueva transmite vitalidad, y fue difícil continuar con el itinerario.

Caminamos hasta la cascada El Peñón, sublime y vertiginosa. Algunos lucharon contra la corriente para llegar; la ida fue difícil, pero la vuelta fácil gracias a la corriente.

Luego tomamos un hermoso sendero junto a una quebrada que desemboca en la calle principal. Noté varios charcos de aguas transparentes, aunque el tiempo no alcanzó para explorarlos.

Después nos dirigimos a la casa de los custodios de la cascada, la familia Ovalle, con quienes coordinamos el almuerzo. Para nosotros es un placer visitarlos; son personas luchadoras y de gran corazón, que siempre nos reciben con una sonrisa amable.

Tras el almuerzo, cuando los chicos empezaban a amodorrarse, fue el momento perfecto para ir a conocer la maravillosa Gloria, que dejamos para el postre.

Grupo completo.
Linda Ana, arriba de La Gloria.

Es muy satisfactorio haber visto sus rostros llenos de sorpresa y felicidad, sus expresiones y palabras, y a algunos enmudecidos que se lanzaron a escalar la enorme cascada, que esta vez superó todas las expectativas al estar llena de agua.

Agradecemos de corazón a todos los que formaron parte de esta aventura. Es un placer para nosotros mostrarles Panamá, un país lleno de fuentes de agua viva, montañas azuladas y senderos fascinantes.

Reseña: Selva. Río Guanche. Salto de los Monos, ¡Extreme!

Durante muchos siglos los seres humanos hemos usado nuestro poder e inteligencia para destruir o modificar la naturaleza, para robarle espacio a otras especies y constituirnos en el centro de la evolución. Pero hay un lugar en el que seguimos siendo seres indefensos y vulnerables, y donde nuestro instinto de sobrevivencia más primitivo (ese que traemos desde los primeros días del Homo erectus) puede salvarnos. Un lugar de peligros y leyes inexorables: la selva. – Irving Bennett, Explorador panameño.

Habíamos planeado esto con tiempo. Venimos realizando este viaje desde el año 2011, pero esta vez lo hicimos de forma cuadriculada: todo bajo completo control, justo como debe ser al planear meterse en la selva en un mes como julio.

La selva del Parque Nacional Portobelo conlleva muchos elementos que, si no conoces, es mejor ni atreverse: el río es impetuoso y se divide en variados afluentes; no existe un camino marcado. Tratándose de la Sierra Llorona, la humedad es contundente, y así como los árboles de ceiba (Ceiba pentandra), de hasta 60 metros de alto, desarrollan raíces tabulares, a veces la tierra cede tanto que se caen. Esto pasa a diario. Así como es posible ver reptiles inofensivos, también es posible encontrar reptiles muy venenosos. Es, además, un área de escorpiones y bichos que más adelante detallaré. Sin dejar de lado que es una de las zonas del país con mayor presencia comprobada de felinos.

La lista de implementos era larga, pero funcional y necesaria. Recomendamos no exceder las 15 libras y dormir en hamacas, lo cual puede resultar bastante difícil para quien no está acostumbrado.

El grupo que nos acompañaría sería de 16 personas, bastante grande para nuestro gusto. Partiendo de ahí, sabíamos que el recorrido sería más lento.

Como siempre, revisamos la hoja cartográfica antes de partir. Ya la conocemos de memoria, pues el área es como la palma de nuestra mano; la hemos explorado muy bien. Tiempo atrás, Rey y yo habíamos planteado crear una nueva ruta para que la antigua quedara absorbida por la selva, cosa que ya está ocurriendo. Teníamos en mente modificar la ruta en un punto donde hay un acantilado.

Alrededor de las 10:30 p.m. llegamos a Guanche e inmediatamente, al bajar del autobús, comenzó a chispear. Nos despedimos de nuestro conductor estrella, no sin antes advertirle que, si no salíamos antes del anochecer del domingo, debía estar alerta. Iniciamos la típica caminata por la trocha hasta el lugar donde acamparíamos.

La selva nos permitió montar campamento y dormir. Para algunos era su primera vez en un lugar tan inhóspito. A medianoche, la lluvia arreció y el sonido de los ronquidos —que por momentos parecían jaguar, perro o caballo— se detuvo. Algunos salieron a ajustar las lonas. Luego, la lluvia cedió, y los ronquidos volvieron, incluyendo los de Rey, tranquilo a mi lado.

Cuando empezaba a conciliar el sueño, un estruendo me sacudió: ¡CRASH! Un árbol cayó cerca. No dormí más.

A las 5 a.m. desperté con apenas una hora de sueño. Desde una carpa cercana oí: “¿Quién quiere café?” y reaccioné de inmediato. Mientras preparábamos la bebida, escuchamos gritos: eran Génesis, Félix e Iris, los últimos en llegar.

Guardé mi hamaca, comí algo rápido y llené los bolsillos con raciones. Con café en mano, iniciamos con una oración y una plegaria a la Madre Tierra. Estábamos listos para un día extremo.

Cruzamos el Guanche —para mi alivio, no estaba crecido— y comenzamos la ruta bajo un cielo que prometía más lluvia. En el potrero avanzamos rápido. Algunos se colgaron de lianas bajo el gran árbol que marca el inicio del parque. Alguien preguntó si faltaba mucho… apenas comenzábamos.

Avanzamos a buen ritmo bordeando el río. Al llegar al “arenal”, me sorprendió verlo convertido en un riachuelo; usualmente ahí se ven huellas de mamíferos con claridad.

Tras una breve parada en la quebrada para descansar, continuamos hacia una de las secciones más exigentes, con pendientes y rápidos. Al llegar al acantilado, ¡sorpresa! Había desaparecido por un deslave. Lo que habíamos anticipado, finalmente ocurrió, así que improvisamos una nueva ruta.

Aprovechamos el río aún tranquilo para avanzar por una quebrada y salimos a la Poza del Jaguar —llamada así por el avistamiento de un felino años atrás. Instalamos una línea de seguridad y nos bañamos. Sentir el agua pura caer sobre mi cabeza sudada fue una delicia indescriptible.

Al salir de la poza, fue necesario maniobrar con el río: primero pasamos las mochilas y luego cruzamos rápidamente. De nuevo en la selva, el sendero se aleja del agua, y como en otras ocasiones, encontramos huellas frescas de tapir.

Casi una hora después, ya cerca de la Cascada Solange, la lluvia se desató. Dos chicos ya la habían cruzado cuando notamos que el caudal crecía rápidamente. Con precaución, decidieron regresar. Decidimos esperar. La lluvia no pararía pronto, y lo que ocurrió después aún resuena en mi mente con la fuerza de la adrenalina que, inevitablemente, vuelve a encenderse.

Aunque estábamos lejos del río, muchos nunca habían presenciado algo así. Los rostros eran pálidos, preocupados. Entonces vimos pasar la cabeza de agua, tanto por el río Dos Bocas como por la cascada. Fue impactante.

Decidimos esperar. Armamos una tolda y nos refugiamos debajo. El grupo se calmó, comimos, contamos historias… y apareció el Jägermeister de Rey. Luego vino el vino, y hasta un Ron Abuelo. El ambiente cambió.

Cuando el caudal bajó un poco, Rey y los chicos armaron la línea de seguridad. Cruzamos con cuidado; incluso me caí de forma bastante graciosa. “¡Quiero vivir!”, gritaban algunos entre risas y nervios.

Del otro lado, retomamos la marcha. José se topó con una pequeña Equis (Bothrops asper), que fue retirada con equipo especializado.

Faltaba poco. En ese tramo, la orientación es clave, y Rey, como siempre, guió con precisión. Tras 15 km en plena selva con mochilas al hombro, llegamos al campamento.

Con alivio armamos nuestras casas para las próximas horas. Algunos se bañaron en la quebrada, otros preparaban comida o simplemente descansaban. Casi todos se acostaron temprano, agotados pero felices.

Nos fuimos a bañar a la deliciosa quebradita y vi a los northfaceianos conversando y comiendo fuera del camping bajo la lluvia como si nada, creo que se habían resignado a ella. Carlos me dijo que nunca en su vida se había mojado tanto.

Como Rey no puede vivir sin fogata, se dispuso a prenderla y después de mucho rato, por la humedad contundente, teníamos fuego para hacer chorizos y bollos. De la mansión de Oswaldo, Keira y Marilyn (chicas con unas condiciones excelentes) nos ofrecieron café. ¡Jo! ¿Qué es mejor que un café en medio del monte? Creo que esa gente tenía un buffet, y ni se diga de Caro y Jesús, cuando pensé que roncaban apareció Jesús con una sarta de chorizos picantes a asar. Yo comí de todos y hasta me guardé un tasajo en el bolsillo, literalmente.

Dormí placenteramente en mi hamaca un poco mojada. La fogata aún tiraba chispas y calentaba mis pies. La temperatura bajó radicalmente y me quejé de no haber guardado mi ropa seca en diez cartuchos juntos o más.

Durante la noche llovió ricamente y, aunque dormí muy bien, mis sentidos nunca descansaron. Hasta acá se escuchaban los rugidos del jaguar que roncaba dentro de una carpa.

A eso de las 6 am, desperté y me quedé viendo al río y hablando con Madre Tierra, pero sabía ya que la lluvia no se amansaría. Eric llegó y me alegré de que hubiese dormido tan bien, hasta soñó. Me ofreció una manzana y, mientras conversamos, un ave de las más preciosas, un Momoto Rufo (Baryphthengus martii) enorme, danzaba su péndulo en el follaje. Natura nos saludaba, con sus bichos del paraíso.

El río se amansó un rato en comparación a como había estado el día anterior. No sería fácil cruzar la quebrada para llegar al Salto de los Monos. Rey decidió que la mejor forma sería sobre un tronco caído, sin necesidad de tocar el río. Accedí a su idea, y a pesar de que todo el grupo por un momento se animó, la lluvia nuevamente se pronunció e hicimos dos grupos: los que irían bajo su propio riesgo y los que se quedarían.

Rey subió con un grupo de diez personas, me aseguré de que todos cruzaran el tronco y me dirigí al otro grupo, que aprovechó para descansar e ir recogiendo el equipo.

Subieron “a balazo” (muy rápido), pues no pasó más de dos horas cuando los vi cruzando el río de regreso. Sus caras eran de tristeza, todos habían decidido decirme que no habían llegado. Por un segundo sentí un bajón de rabia y luego me confirmaron que habían llegado. Sentí envidia al ver ese brillo maravilloso en sus ojos, y más cuando Rey nos dijo que nunca la había visto así, tan grande, tan llena de agua y tan vibrante e inmaculada. “Algo fuera de este mundo”, surreal y maravilloso. Todos pedimos ver fotos. Me sentí otra vez completa cuando todos los chicos mencionaron estar conmocionados por lo descubierto. Los entendí tanto, y evoqué la primera vez que vi el salto, por allá en el 2010, aquella vez que lloré al ver tanta magnificencia; solo que ahora ellos la habían visto como nunca nadie: la probable cascada escalonada más alta del país, la que su inmensidad es imposible ver desde abajo, la que los mapas cartográficos indican que su elevación es alucinante.

Powerpuffffff!

Tocó la hora de recoger e irnos. Cuando estaba en eso sentí de golpe un dolor intenso en el muslo derecho que me recorrió el cuerpo entero y, sin pensarlo dos veces, me bajé el pantalón. Repito, el dolor era intenso. Por un momento pensé que había sido un alacrán, víbora, etc. Cuando Rey revisó, sacó una folofa, una hormiga bala (Paraponera clavata). Lo primero que pasó por mi mente fue medicarme para sobrellevar el dolor; lo segundo fue que, por suerte, me había picado a mí y no a otra persona de la excursión. Creo que llevaba años sabiendo que eso podía suceder en cualquier momento. El área donde me picó se puso muy caliente, tomé 2 cetirizinas, un diclofenaco, me puse ungüento Rigar y Neobol. Aun así, se me hinchó. Creo que casi nadie se dio cuenta de mi dolor. Fue horrible. Al rato, Iris me revisó y ya tenía un hoyo. El resto del camino la pasé con el dolor y varios días después aún seguía con el dolor y medicamentos para controlarlo.

De regreso, al pasar por la cascada Solange, tomamos un breve baño. La primera en entrar fue Heredia; sus aguas calmadas daban un espectáculo. Es una joya enclavada en la selva. En el dosel rugían los monos aulladores, territoriales como de costumbre.

Nos guiamos por pura orientación. Semanas antes había perdido el cobertor de mi mochila, y aunque llevaba un capote, no era suficiente. El peso era cada vez más intenso. Ahora he prometido andar ultralight. Cuando tomé la senda detrás de Rey, caí precipitadamente en plena trocha, y aunque estaba sin anteojos, pude ver muy de cerca una patoca pequeña y de color muy oscuro (Porthidium nasutum), que descansaba justo en medio. Me levanté de súbito, como si alguien me jalara por detrás, pero lo que me jaló fue el susto. Que quedé en pie es cuestión de milisegundos. Otra vez agradecí a Madre Tierra haber sido yo la de la experiencia. Seguimos la trocha y la patoca quedó haciendo sus cosas de reptiles.

Porthidium nasutum

Al momento de pasar por el río, el único tramo que es implícitamente necesario, ya que el camino no existe y es una pared de roca, utilizamos el mismo mecanismo de venida. Primero las mochilas, luego nosotros. Claro, la seguridad por delante y el anclaje de las sogas, así como la ayuda de los varones del grupo. Lo hicimos lo más rápido posible.

Tomamos la trocha y el grupo se iba rezagando, el cansancio era evidente. Paramos en algunas quebradas y en una de esas, Génesis, que también descansaba, le dijo a Félix: “eso parece una culebra”. José llegó y vio a lo lejos el brazo izquierdo del río Dos Bocas en creciente, yo no veía nada sin anteojos y cuando me los puse advertí lo que nos esperaba.

En eso nos dimos cuenta que era una hermosa “Pajarera” (Pseustes poecilonotus) y Rey la correteó hasta alcanzarla y la trajo en sus manos. Medía aproximadamente metro y medio, un bello ejemplar de serpiente no venenosa.

Marilyn, fuerte Marilyn!
Pseustes poecilonotus
Rey, Heredia y Caro con la Pseustes poecilonotus

Apretamos camino pues el tiempo corría y le dije a Rey que me esperara en el arenal, él iba con el grupo en avanzada, yo con el grupo rezagado. En el arenal nos encontramos. Las energías caducaban y fue ahí cuando recordé las hojas de coca que había traído Jesús. Me metí un bocado de hojas, inicié la marcha y en cuestión de minutos me potencié. La Hija ya estaba un poco asustada al no vernos, pero nos comunicamos con los silbatos y al llegar al arenal descansamos un buen rato y aprovechamos para comer. Ya faltaba poco para salir de la selva.

Avanzamos en candela y salimos al potrero, a buen recaudo. Lo que faltaba ya era muy poco. Al ver lo dejado siempre me emociona ver la Sierra Llorona a lo lejos y comprobar lo caminado, no obstante sabía que hasta ahí llegaríamos, solo era cuestión de minutos llegar a un río imposible de cruzar.

Y cuando llegué, ya Feliz había cruzado, cosa que no íbamos a permitir que hiciera más nadie. Él tiene entrenamiento militar. Al cabo de un rato y al ver la situación, decidimos emprender la marcha a crear trocha para salir por el lado noroeste del río, una opción que habíamos visto desde hace años pero que por falta de tiempo no habíamos podido completar.

Rey abría la imposible trocha en una selva tupida en bejucos y ya se hacía de noche. Decidimos que era mejor esperar a que el río bajara, daba lo mismo abrir la trocha o esperar.

Pero teníamos un comodín. Al regresar al punto del río aparecieron dos niños en caballos que se ofrecieron a llevarnos las mochilas y así se llevaron dos, pero ellos cruzaban el río siempre, nosotros no. Además, los caballos no llevaban silla, así que ni pensarlo. Ya José y Rey habían colocado una línea para cuando el río bajara. En eso, de la trocha que habíamos estudiado hacer, aparecieron dos señores en nuestra búsqueda. Nuestro comodín había funcionado: el conductor del autobús los había enviado para guiarnos por la trocha perdida y vieja. Lo más impresionante fue que uno de los señores dijo: “Por aquí han venido los muchachos de Enlodados”. Un alivio me recorrió el cuerpo y sé que a todos pues nos habíamos resignado a esperar. Un río crecido jamás se debe cruzar, así sea que llegues tres días después a tu casa, no lo intentes. Solo son necesarios segundos para que te arrastre y mucho menos si sobrepasa tus rodillas. No lo hagas.

Nos tomó hora y media salir de la trocha.

Cuando escuchamos perros ladrar, recordé aquella frase que adjudican a Don Quijote: “Los perros ladran, Sancho, señal de que avanzamos”. Vimos los faroles de la calle, el puente sobre el Guanche. Habíamos salido.

Prácticamente corrimos hacia el restaurante, llenos de júbilo y emoción. Con la piel caliente y exacerbada de lo que acabamos de vivir: una experiencia sin igual en medio de la selva, esa que nos permitió continuar en todo momento, bajo sus condiciones, bajo sus reglas.

Pero aquí no termina el cuento. Cuando nos dispusimos a comer y asear, los señores me comentan que los niños habían dejado las dos mochilas del otro lado del río. Ahora me río. En ese momento pensé que la aventura nunca terminaría. Los señores se ofrecieron a buscar las mochilas mientras comíamos y al cabo de un rato venían de regreso no solo con las mochilas, sino con la cuerda que los chicos habían puesto y que ya dábamos por perdida. Por supuesto que estos dos valientes señores se llevaron su recompensa.

A una semana de la expedición, sigo en la selva. El lunes pasado aún mis sentidos estaban alertas. Las picaduras me recuerdan lo vivido.

Sé que para cada uno la experiencia fue insólita y que recordarán aquellos días cada vez que vean un río y contarán lo vivido a familiares, amigos, hijos y nietos. Algunos repetirán en verano y estoy segura de que lo están esperando. Agradecemos a cada persona que participó de esta aventura y queremos que sepan que ustedes son un gran grupo. Gente con agallas, pues estamos seguros de que cualquier otra persona quizás se hubiese sentado en media selva a llorar.

A todos, gracias por su fortaleza.


Cerro Marta y Chorro Tigrero. Parque Nacional G. D. Omar Torrijos Herrera.

Partimos de la ciudad de Panamá a eso de las 2 de la tarde, la marcha fue directo a Penonomé donde nos abastecimos de lo último necesario; en el Copé nos esperaba el gran Macedonio, guía local del Parque Nacional General de División Omar Torrijos Herrera.

Luego de esperar los todo terreno en medio de una tertulia torrijista, abordamos los autos y nos fuimos rumbo a la montaña. Ya caía la noche y los locales me decían que iban cuatro días de lluvia pertinaz.

En el camino, con un fondo de Ulpiano Vergara, le comentaba tantas cosas al conductor “Fulo” en medio de mi emoción, que bajó el volumen y empezó a hablarme de su preocupación por la deforestación, especialmente por la quema “de maldad” que hacen algunas personas en el área de los pinos. Ya oscurecía casi por completo y, en medio de la calle de piedras, saltaban conejos muletos (Sylvilagus brasiliensis) y aves motmot (Momotus momota) se escondían en sus refugios.

Llegamos a nuestro lugar de camping: una acogedora casa en medio del poblado de Santa Marta, que forma parte de El Copé, en El Harino, corregimiento del distrito de La Pintada en la provincia de Coclé.

Procedimos a armar el campamento y encender las parrillas, que al final resultaron ser tres, de las cuales todos comimos. Al mirar al cielo, el firmamento estaba estrellado; agradecí ampliamente, pues con esto, las probabilidades de lluvia al día siguiente eran pocas, y así fue.

Iniciamos la marcha a las 6:30 a.m. Teníamos una idea breve de lo que nos esperaba: 14.5 km de camino difícil, dividido entre el Cerro Escobal y el Cerro Marta.

Bajamos al río Tigrero, lo atravesamos e iniciamos el ascenso hacia el Cerro Escobal rumbo al mirador. Allí nos reencontramos, pues algunos se habían adelantado, mientras Macedonio venía con el resto del grupo. A mí me salió “El Francisco”; más de un año sin caminar como Dios manda… ¡vaya loma!

Bajamos Escobal y caminamos por un bosque de galería alrededor de un potrero que culmina en un valle desde el cual se veían claramente los cerros Marta y Juan Julio. En el potrero había un árbol de guaba —la naturaleza siempre provee.

Me la pasé conversando todo el camino con Macedonio. Me contó algunas versiones de lo que sucedió ese 31 de julio de 1981. Las siete personas a bordo, entre ellas el general Omar Torrijos Herrera, quien dirigió la dictadura militar de Panamá entre 1968 y 1981, fallecieron en el lugar.


Algunos cuentan que la avioneta dio varias vueltas en los alrededores hasta que finalmente se estrelló contra la “Nube de Hueso”, en el borde del Cerro Marta. Otros dicen que la primera explosión se escuchó cuando la avioneta sobrevolaba el área, y no en el cerro. Además, se menciona que se trató de una operación contra Torrijos, denominada “Halcón en Vuelo”, que habría incluido la colocación de un artefacto explosivo en una caja de sodas.

El clima no era bueno, pero el viaje era sencillo: apenas 15 minutos, con constante comunicación con la torre de control. Unos 12 minutos después del despegue, el capitán informó que el vuelo transcurría con éxito. Esa fue la última comunicación. El Cerro Marta tiene una altitud de 1,046 metros, y el avión cayó a 944 metros.

Los residentes de Coclesito reportarían haber escuchado, entre las 11:50 a.m. y las 12:05 p.m., dos estallidos provenientes de la cordillera.

Investigando, constaté que el piloto del FAP-205 habría intentado cruzar un cañón entre el Cerro Juan Julio y el Cerro Marta, cuando los problemas meteorológicos le hicieron perder visibilidad. Así, el ala izquierda del avión habría chocado contra un árbol, provocando que la nave girara hacia un lado e impactara en la ladera, en la parte más alta del cerro, que mide 1,046 metros. Por eso, la nave no quedó esparcida por toda la montaña.

La avioneta fue encontrada por los llamados “Macho’e Monte”, quienes, a pesar de haber caminado todo el día, no se detuvieron. Según la información de los campesinos, estudiaron dos variantes: escalar el Cerro Juan Julio, el más alto, o el Cerro Marta. Finalmente, por los indicios dados, optaron por el Cerro Marta. Empezaron el ascenso alrededor de las siete de la noche. Como se dice en Panamá, escalaron “en cuatro patas”, es decir, a gatas, utilizando pies y manos durante casi cuatro horas, hasta llegar a la cumbre. Llegaron a la cima alrededor de las 10:45 de la noche de ese sábado.

Existen varias versiones o “teorías de conspiración”, en las cuales se habla incluso de un posible asesinato, como relató el escritor John Perkins en su libro Confesiones de un sicario económico. En él se dice que el General Omar Torrijos Herrera habría sufrido este trágico accidente a causa de la agencia de inteligencia norteamericana (CIA), que se oponía a las negociaciones entre Torrijos y un grupo de empresarios japoneses liderados por Shigeo Nagado, quienes proponían la construcción de un canal a nivel por Panamá. El libro presenta una historia bastante creíble, respaldada por las creencias sobre cómo se tejen las intrigas en lo más profundo de las agencias de seguridad de las potencias mundiales, y permaneció durante siete semanas consecutivas en la lista de best-sellers del New York Times.

Ya por ahí Macedonio me decía que faltaban dos horas de camino, por escaleras, y eso me sonaba escalofriante, pues odio las escaleras; imagínense dos horas subiendo. Debido a esto, uno de nuestros amigos se deshidrató y fue necesario ayudarlo con su equipaje y suero rehidratante. Más adelante, una de las chicas sintió malestar en una de sus rodillas, por lo que también fue necesario apoyarla. Una quebrada nos invitaba a beber de sus aguas, y así lo hicimos: dulce y fresca agua de la montaña.

Pero todo el cansancio se nos olvidó cuando finalmente llegamos a los restos de la avioneta De Havilland Canada DHC-6 Twin Otter de la Fuerza Aérea de Panamá, con el código de identidad FAP-205; dicen que era la favorita de Torrijos, pues era capaz de aterrizar casi en cualquier lugar.

Un frío me recorrió el cuerpo, pero traté de controlarme. Estar frente a esa avioneta me traía sentimientos encontrados, pues, aunque no viví la época torrijista, mi infancia estuvo marcada por historias acerca de ella, contadas con mucho entusiasmo y añoranza por mi madre y mi padre.

Luego de ver la avioneta, subimos a la cima y ahí estábamos a 1,046 msnm, con vistas a las montañas adyacentes: Cerro Juan Julio, Cerro Buenos Aires, y a lo lejos, Cerro Orarí, Cerro Guacamaya, entre otros. A pesar de haber sido un día claro, no pudimos ver el Mar Caribe.

Celebramos la llegada a la cima, pues todos lo logramos y nos sentimos felices por ello. Compartimos merienda y disfrutamos de la vista y el paisaje despejado.

De regreso, me pegué a nuestro guía local, Samuel, y él me habló de la zamia que crece en el cerro, la única zamia epífita en el mundo (crece sobre árboles) cuyas hojas asemejan las de una palma. Es una sobreviviente de la Era Mesozoica, es decir, tiene unos 200 millones de años, por lo que se les llama “fósiles vivientes”. También vimos un trogón (Trogon massena), ranas (Dendrobates auratus, Silverstoneia flotator), entre otras especies. Samuel me contó que en tiempos pasados se veía la Rana Dorada (Atelopus zeteki), y que la última vez que la avistaron por esos lados fue en 2010.

El camino de regreso, a pesar de ser casi todo en descenso, fue duro para algunos senderistas que resentían las rodillas. A mí, en lo personal, me va mejor bajando, pero en el Cerro Escobal hay una parte con rocas sueltas y un sol tremendo que pega de forma vertical sobre la cabeza; estando destapado, podría causar un golpe de calor. Una de las chicas se lesionó la rodilla dos veces, por lo que fue necesario ayudarla a continuar, animarla a avanzar, y uno de los chicos incluso se ofreció a llevarla a cuestas un rato.

Subir el Cerro Marta no es fácil, y es necesario hacerlo con mucha agua y un buen desayuno a base de proteínas. Quien lo intenta debe tener excelentes condiciones físicas o, al menos, experiencia en senderismo para que la experiencia sea agradable y no una pesadilla. El señor Macedonio nos contó de personas que no tuvieron la misma suerte y tuvieron que salir del sendero a las 11 p.m. debido a las crecidas de los ríos Marta y Tigrero. Por ello, recomiendo ampliamente hacer este sendero sólo bajo condiciones naturales favorables.

A pesar de todo, hicimos el tiempo estipulado y, en horas de la tarde, llegamos al Chorro El Tigrero, donde disfrutamos de tan hermosa caída de agua que nos quitó el cansancio y nos devolvió las fuerzas para terminar el último kilómetro y medio en subida que faltaba.

Al final de la jornada, nos esperaba una sopa de pollo que revitalizó por completo nuestro espíritu y estómago. Salimos de día hacia El Copé, donde nos encontraríamos con nuestro transporte privado hacia la ciudad de Panamá.

La experiencia de haber subido el Marta fue sublime. Para mí, haber tocado el punto donde murió tan importante hombre, líder de nuestra patria, aún me pone los pelos de punta. Es una experiencia para contar a mi familia y un sendero que espero poder recorrer algún día con mi hijo.

Entrando al Parque Nacional G. D. O. T. H.
Todos en la cima.

Agradecemos a cada uno de los participantes por su ánimo positivo y entusiasmo contagioso. A nuestros excelentes guías locales, quienes conocen el área a la perfección, saben dónde se encuentra cada planta y hasta dónde duerme el jaguar.

¡No cabe duda de que fue una experiencia para toda la vida!

Ascenso Cerro Turega, Coclé

Hace un tiempo, estando por el área de Penonomé arriba y acampando en un hermoso sitio, vimos salir el sol por encima de unas enormes rocas de un cerro imponente.

Tiempo después conocimos sus faldas, en lo que fue un viaje rápido y carnavalero por el sitio, que nos ahuyentó al sentirnos un poco incómodos entre tanta multitud en estado etílico, frente a un chorro de aguas apacibles en medio de la montaña que, años más tarde, conoceríamos de verdad.


Algunos geólogos cuentan que el Turega es uno de los tantos domos o conos del volcán del Valle de Antón, un estrato volcán gigantesco. Aunque los factores erosivos lo han deformado, aún sigue siendo imponente.

Nos topamos con nuestra guía local, Vero, quien creció en las faldas del Cerro Turega y conoce de primera mano todo su entorno. Curiosamente, en su primera visita al cerro fue mordida por una serpiente equis, pero ni eso impide que mantenga su devoción.

La comunidad es muy celosa de su recurso natural. Para subir el cerro es necesario contar con guía local y solicitar permiso al líder del pueblo.

Es importante destacar que el sitio está en vías de convertirse en una reserva hidrológica, por lo que en el futuro estará protegido por leyes. Esto tiene sentido, ya que del cerro se desprenden caídas de agua estacionales visibles en época de lluvias, así como chorros permanentes que se pueden disfrutar todo el año.

El área protegida incluiría Turega y Cucuazal como Reserva Hídrica, debido a la gran cantidad de bosques con fuentes de agua y manantiales que abastecen a la población rural de Pajonal, Churuquita Grande y otros corregimientos.

De cada cerro —Sofre, Sofre Abajo, Aguela, Turega, Churuquita Grande, entre otros— nacen 9 acueductos.

El plan ya se lleva a cabo y esperamos pronto verlo publicado en la Gaceta Oficial de 2017, pues el Ministerio de Ambiente, junto con biólogos y representantes de la comunidad, unen esfuerzos para que sea una realidad y se pueda establecer una ley que proteja la biodiversidad, la cual se ve amenazada por potreros y ganadería.

Alguna vez leí que el cacique Turega era el padre de “Las Mozas”, de donde proviene el nombre del famoso chorro del Valle de Antón, y que su hijo era “Chigoré”, quien estuvo enamorado de “Zaratí”, hija de “Penonomé”.


Para ascender se deben pasar algunas quebradas y en el camino hay varios desvíos que, sin guía, es muy fácil perderse. La cima no sobrepasa los 800 msnm, pero el ascenso es exigente, pues en la última parte es necesario caminar con una inclinación de 45° durante un buen rato. Al llegar a la cima, por la altitud, la temperatura cambia de forma radical y aparecen las briófitas con su particular esplendor.

Tuvimos la dicha de ver los tres picos que lo coronan y estuvimos sobre dos de ellos. En el último pico hay suficiente espacio para descansar. Desde ahí­ se ve el Océano Pacífico, así­ como el parque eólico de Penonomé; además, se pueden divisar otros cerros.

De regreso los chicos aprovecharon para tomar un baño en el chorro de la comunidad y así nos despedimos de este sitio hermoso en medio de la sierra coclesana.

Gracias a todos los que nos acompañaron en esta aventura. A José, Verónica Soto y Mario Urriola por toda la ayuda prestada.

Gira Pozo Azul en verano y Cerro Gaital

Habíamos visitado el lugar en época lluviosa y gracias a las fuerzas de la Naturaleza, nos fue bien. Ahora quisimos regresar a ver el lugar en época seca o de verano y valió la pena; el color del agua más clara, todo mucho más visible y un paisaje de película de ficción.

Locales

Lo único negativo fue la cantidad de personas que llegó al sitio después del mediodía, lo que al principio nos desconcertó. Al investigar, supimos que muchos eran locales en vacaciones escolares, y otros habían llegado por una publicación en Facebook. Lo peor: encontramos basura que tuvimos que recoger.

A pesar de eso, el lugar es espectacular. Recomendamos ir río arriba, donde pocos se atreven a llegar. Allí hay una cascada que me hizo sentir en un paraje celestial, sumergido por unos minutos en una libertad profunda. (Actualmente hay una entrada privada por este lado; en 2022 costaba $2 para acceder a las cascadas superiores).

Cerro Gaital

Celebramos el cumpleaños de dos amigos y nos dispusimos a seguir disfrutando la tarde, desde el mirador de Cerro Gaital.

¡Feliz día de la amistad a todos! Sigamos conservando nuestros recursos naturales para que las futuras generaciones puedan disfrutar lo que ahora nosotros disfrutamos. Nada me encantaría más, que mi hijo pueda tener tan dichosa oportunidad en un futuro no muy lejano.

Medidas al subir al Volcán Barú, 2017

Tras la apertura al acceso a ambos parques, la regional del MiAMBIENTE solicita a los guías y turistas cumplir con los siguientes puntos:

Requisitos y Normas para Excursionistas en el PNVB y PILA

Requisitos previos a la visita:

  1. Reportarse a la regional del Ministerio con una nota indicando el día y la hora de entrada y salida, así como la cantidad de personas. Para mayor información, comunicarse al 500-022, extensión 6461.
  2. Registrarse en el puesto de control.
  3. Informar quién será el guía responsable durante la gira.
  4. El guía debe asegurar que su grupo reciba una inducción, que incluya información general del Parque Nacional Volcán Barú (PNVB) y del Parque Internacional La Amistad (PILA), presentar un informe del estado de salud de los excursionistas y seguir las recomendaciones de los guardaparques.
  5. Los guías no podrán realizar excursiones con grupos mayores de 10 turistas.

Medidas adicionales de seguridad:

  • Como medida preventiva, se podrá solicitar la revisión de maletas para garantizar la seguridad en la zona.

Recomendaciones para guías y turistas (de cumplimiento obligatorio):

Prohibido subir o ingresar al PNVB y PILA si las condiciones climáticas no son favorables.

No dejar desperdicios en el área protegida. Los guías deben encargarse de retirar la basura generada por su grupo y depositarla en un sitio adecuado, o entregarla en el puesto de control previa coordinación con el Municipio.

Usar ropa y calzado apropiado, así como equipo adecuado para las condiciones del lugar.

Cuidar los rótulos y las infraestructuras, evitando rayarlos o dañarlos.

Prohibido capturar, acosar, matar o herir animales silvestres.

Prohibida la extracción de vegetación. Solo se permite la colecta para estudios científicos con permiso previo de MiAMBIENTE.

Prohibido portar armas de fuego dentro del parque.

Las caminatas no deben perturbar el ambiente natural.

No fumar en la zona protegida.

No salirse de los caminos o senderos establecidos.

Debes reservar con un guía registrado para poder subir Volcán Barú (2025)

 

Fiesta de Reyes Magos 2017, La Gloria. Enlodados.com

Son muchas las veces que salimos a explorar, y aún más las que nos encontramos con comunidades maravillosas que nos reciben como si fuéramos de casa. La Gloria es uno de esos lugares especiales, y por eso lo escogimos para rendir un pequeño homenaje a sus niños en estas fechas tan significativas.

Para nosotros, es una obligación retribuir —aunque sea un poco— todo el cariño que nos brindan cuando usamos sus senderos y nos bañamos en sus cascadas.

Los pequeños y sus familiares disfrutaron de una tarde encantadora, donde compartimos un delicioso arroz con pollo, ensalada, hot dogs, dulces y canastitas. La cereza del pastel fue la piñata sorpresa, que llenó de alegría a todos. Pero sin duda, lo más emocionante para los niños fue poder llevarse hasta dos regalos de Navidad a casa.

Gracias a todos los que hicieron posible este hermoso agasajo para nuestros pequeños amigos de la montaña.
Agradecemos especialmente a los alumnos de la escuela Melchor Lasso por sus donaciones y a la profe Nivia por su invaluable organización.
También a todos los miembros de Enlodados: Juan Rangel y familia, Ana Chérigo y Amilkar, Iris Tejeira y José Santana (Papito), Génesis Rodríguez, Rey Aguilar, Mariel Ulloa y la señora Milixa.
Gracias a todas las personas que nos apoyaron como patrocinadores, y por supuesto, a la familia Ovalle por abrirnos una vez más las puertas de su hogar con tanto cariño.

Mil gracias.

Monumento Natural Cerro Gaital y el Manantial: Pozo Azul

La logística fue tremenda. A pocos días del trip, nuestra seguridad era del 50%, así que nos fuimos unos días antes a hacer gestiones, y la montaña nos recibió con lluvia cerrada. Aun así, logramos recabar la información necesaria. Tomamos una carretera llena de curvas en un terreno difícil, que solo se atreven a manejar los locales.

Entendí por qué, al preguntarles a otros conductores de 4×4, nadie quería ir para allá. Uno de los temas que más nos preocupó fue la lluvia, pues en esta área los ríos crecen de manera descomunal. Pero, tras algunas conversaciones con la Madre Tierra, se nos concedió el viaje.

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Nos topamos en Albrook de madrugada y nos fuimos rumbo al poblado central, donde nos esperaba nuestro 4×4. Los chicos del grupo iban felices en la parte de atrás; lo sé porque hasta la cabina se escuchaban sus risotadas a gritos. Llegamos a lo que parecía “la nada” y entramos por el trillo que días antes habíamos demarcado.

Creo que cada quien iba con sus propias expectativas de lo que habían visto en fotos, pero nadie se imaginaba siquiera la dificultad del sitio. Nos sorprendió de súbito con una cachetada visual que nos dejó con la quijada caída. Sabía que era hermoso, pero no lo imaginé tan desbocado. (Primera gira a Pozo Azul, año 2016)

Todo favoreció, pero lo más importante en esta área es el clima, que nos regaló un día hermoso. Agradecí ampliamente a las fuerzas de la Naturaleza por permitirnos disfrutar de tan sublime sitio.

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La gente se puso en modo exploración y subieron hasta una quinta cascada, desde donde divisamos una sexta. El agua del río es celeste con toques verde aqua, evidentemente rica en minerales—seguro contiene cobre, manganeso o hierro—lo que le da ese color. Nosotros llamamos “Manantial” a este tipo de sitio. Ese mismo río baja hacia un cañón, donde se va expandiendo en un viaje corto y rápido que desemboca en el Pacífico.

Nos llena de orgullo saber que, aunque hace años hubo planes para construir una hidroeléctrica, la fuerza del pueblo pudo más. Aunque eso implicaba seguir sin electricidad, prefirieron eso antes que ver su río destruido. Gracias a ellos, hoy conocemos este magnífico sitio.

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El tiempo se nos hizo corto, pero al mediodía nos movilizamos a un sitio más “civilizado” para dirigirnos al cerro Gaital. A pesar de la neblina que casi siempre cubre la cima, la experiencia fue extrema y grandiosa. Algunos lo describen como una vivencia en la que es necesario utilizar al 100% todos los sentidos. La vegetación de altura, las epífitas y el musgo hacen de este cerro un lugar lleno de magia.

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Bajamos entrada la noche, con los sonidos del bosque a tutiplén, los animales en su mayor apogeo.

Una experiencia singular, que nos hizo saltar el corazón de alegría por todas las maravillas vistas en un solo día.