Durante la caminata debes tomar bastante agua para rendir lo mejor posible y no sentirte mal por estar deshidratado. Con una botella no es suficiente pues no sabes si el clima será caluroso o cómo reaccionará tu cuerpo al ejercicio. La cantidad de agua no es algo que debas pensar en sacrificar si es que te hace falta espacio. En todo caso, en las farmacias venden pastillas filtradoras de agua por si de pronto pasas por un rÃo confiable puedas tomar esa agua y filtrarla.
2. Abrigo
El clima es impredecible y un hermoso dÃa soleado puede convertirse en uno lluvioso de un momento a otro. No olvides empacar un sweter largo pero delgado o un impermeable para protegerte del viento o de una posible llovizna pero sin exagerar con el peso pues serás tu quien la cargará todo el camino. Abrigo impermeable en caso de caminatas a mas de 3000 msnm como el Volcán Barú.
3. BotiquÃn
No puedes salir de casa sin un botiquÃn de primero auxilios en la mochila. Incluye cosas como alcohol, curitas, vendas, algodón, tijeras, gasas y esparadrapo. A este kit básico puedes aumentarle otras cosas que consideres necesarias.
4. Bloqueador y repelente
Protegerse del sol debe ser una prioridad durante tu caminata. No olvides empacar bloqueador con un factor de protección solar alto y un bálsamo labial para evitar los labios cuarteados. Mete en la mochila repelente, especialmente si haces rutas en lugares con mucha vegetación.
8. Linterna y Lighter o Fósforos en bolsitas ziploc.
Es mucho más Ãtil para caminatas largas pero nunca está de más tener uno a la mano.
9. Toalla
Hay algunas rutas que pasan junto a cascadas o lagunas en las que está permitido bañarse. Otro uso para la toalla es para secarte el sudor si es que te fastidia mucho al caminar.
Uno de los lugares a los que nunca me canso de ir es, sin duda, Chiguirí Arriba, un corregimiento del distrito de Penonomé en la provincia de Coclé, fundado en 1940. Entre sus elevaciones más destacadas están el Cerro Congal, con 992 metros; el Cerro Escaliche, con 866 metros; y el Cerro U, con 652 metros de altura.
Se dice que el nombre proviene de un cacique que dominaba estas tierras, llamado Chi Guirí o Guiro. Las comunidades viajan a través del río que lleva el mismo nombre, el río Chiguirí, que conecta tres localidades: Chiguirí Arriba, Chiguirí Centro y Chiguirí Abajo.
Chichibalí visto a lo lejos en el atardecer.
La razón por la que me gusta tanto este lugar es simple: el contacto tan especial que existe entre la naturaleza y los humanos es impresionante. Obviamente, tengo mi “secret spot” donde me quedo a pernoctar, y puedo asegurarles que la fauna que se puede ver en un solo día es increíble. A continuación, describiré solo lo que vi en mi última visita de dos días a Chiguirí.
Cascada Tavidá
Era carnavales y el hostal estaba abierto, obviamente fuimos a acampar con todo lo necesario. Pasamos una tarde tranquila, con un atardecer increíble, a casi un lado del Cerro La Vieja (404 msnm), con el sol ocultándose bajo las montañas de Penonomé. (Ya subimos cerro la vieja, aquí el link) https://www.enlodados.com/resena-pozo-azul-y-ascenso-al-cerro-la-vieja-cocle/
desde cima del Cerro La Vieja
Esa misma noche escuchamos sonidos extraños provenientes de un árbol de caimito. Al acercarnos sigilosos, pudimos distinguir en la oscuridad la forma de unos animalitos que se abalanzaban de un árbol a otro. Era una manada de monos nocturnos (jujuná), toda una familia que iba a cenar caimito justo encima de nuestra carpa. Nos observaban atentos con esos ojazos preciosos, nos veían asustados mientras comían y emitían su sonido particular. ¿Y adivinen? De pronto pasó un animalillo tan rápido que no pudimos distinguir si era un olingo o un cusumbí.
Nos fuimos a dormir mientras una rana descansaba sobre una planta del hostal, y los bichos llenaban la noche con sus sonidos, creando un ambiente fantástico.
A la mañana siguiente nos levantamos con ganas de caminar y fuimos a explorar detrás del hostal. Había un cerrito, primero pasamos una loma bastante inclinada, un alambre de púas, llegamos a un área llena de pinos con vista al Cerro La Vieja y no muy lejos, volaban unos gavilanes grises que denotaban estar disfrutando la mañana fresca y llena de rocío.
“El Cholo Guerrillero, Victoriano Lorenzo, durante la Guerra de los Mil Días, dejaba de vez en cuando a sus hombres para ir a ver a ‘La Vieja’. Así llamaban a la mujer que vivía en los montes coclesanos, donde el caudillo liberal iba a recuperar fuerzas para luego volver a la lucha. Según los habitantes de la región, de allí proviene el nombre del Cerro La Vieja o Cerro de La Vieja.”
Las paisanas graznaban y se lanzaban de un árbol a otro. Otras aves llenaban el ambiente con sus cantos, como el motmot, los ruiseñores y los carpinteros.
Bajamos la loma y regresamos a preparar el desayuno, pero frente a la cocina nos esperaban unos lindísimos monos tití, tan curiosos que no se movieron del árbol por un buen rato. Pudimos adelantar el desayuno mientras ellos permanecían en el árbol; estos sí se dejaron tomar fotos.
Compartimos el desayuno con “Aye Aye” y “Coronel”, dos perros amigos que siempre están en el lugar. Aprovechamos para descansar un rato y luego decidimos visitar alguna de las cascadas cercanas a Chiguirí Arriba.
Tomamos un bus y nos bajamos en el pueblo. Caminando, preguntamos dónde podíamos encontrar otra cascada, además de Tavidá, que es la más conocida en la zona. En el camino, nos topamos con un colarejo o tucancillo “rockero” (Collared aracari).
Encontramos un chorro pequeño y llamativo que, personalmente, me causó algo de miedo aunque no parecía peligroso.
En Chiguirí Arriba hay escuela, una iglesia católica y varias tiendas pequeñas. El transporte público pasa casi cada hora; son autobuses tipo “camión”, que parecen un arca de Noé.
La carretera hasta Chiguirí está en buen estado para cualquier tipo de vehículo. Los buses salen desde el mercado de Penonomé; la ruta está indicada en el post de la cascada Tavidá.
De regreso, decidimos cambiar la ruta. En vez de ir directo a Penonomé, esperamos una hora un 4×4 que saliera de Chiguirí Arriba hacia El Valle de Antón. Mientras tanto, vimos varias oropéndolas Montezuma. Al desistir, tomamos una “chiva” rumbo a Penonomé, pero esta se desvió por el camino hacia El Valle para recoger pasajeros. Justo atrás venía un 4×4 que toma esa ruta difícil, con piedras sueltas y tierra.
Al hacer señales, el 4×4 paró. El viaje al Valle duró una hora y fue increíble cruzar la cordillera, admirar el Cerro Gaital, las Tres Marías y otros cerros de Penonomé como el Congal, Chichibalí y Turega. La vista desde lo alto es impresionante.
En Chiguirí también puedes visitar el Mariposario Cerro La Vieja, creado por el biólogo Samuel Valdez. Cerca, en Loma Grande, está Pozo Azul y los chorros Las Pailas, accesibles solo en 4×4.
En mi experiencia, aventurarse en auto no es lo mismo que hacerlo sin él. Depender del transporte público en Panamá no es fácil y puede convertirse en una pesadilla o en una divertida aventura.
Desde la terminal tomamos el autobús hacia Chame sin ningún problema. Después de recorrer poco menos de 20 kilómetros, llegamos a Sorá, un pueblo de gente amable, rodeado de una exuberante belleza montañosa y con un clima casi siempre fresco y delicioso. Muy cerca de esta comunidad está el complejo de casas de campo “Altos del María”, al que solo se puede acceder con permiso si no eres residente.
Cuentan que el lugar lleva ese nombre por el cacique Soró (que significa “viejo”), jefe de la región en la época de descubrimiento y conquista. Sorá es el corregimiento más grande del distrito de Chame y uno de los más bellos, con ríos pintorescos, encantadores saltos de agua y una magnífica vista de la ensenada de Punta Chame y su litoral, todo a más de 600 metros de altura.
Fuera del complejo residencial “Altos del María” se encuentran bellezas increíbles, como Los Saltos de Filipina. Nunca había oído hablar de este sitio, pero las fotos y la belleza escénica de Sorá nos motivaron a buscarlo.
Esperamos más de una hora por transporte, pensando que era por ser domingo, pero luego supimos que solo una familia presta ese servicio. Tomamos el transporte y, tras unos minutos por una calle sin pavimento, llegamos al punto de inicio para caminar un rato.
La vista fue grandiosa. Filipina de Sorá nos recibió con tonos verdes y azules, un lugar tranquilo lleno de aves semilleras, y de fondo, el cerro Chichibalí, que marca el límite entre los distritos de Chame y Capira.
Descubrimos un salto de unos 7 u 8 metros, con buen caudal y poca profundidad, pequeño y casi “personal”. Sus aguas frías y el salto me dieron un masaje natural en la espalda. El agua estaba limpia, sin basura, lo que indica que cuidan muy bien este lugar, al que aún se puede acceder libremente. Más tarde supe que en este salto estuvo John Travolta haciendo rappel para una película filmada en Panamá llamada Basic.
Luego subimos una loma suave y llegamos a otra cascada, esta de unos 15 metros de altura, muy hermosa, con un pilón de agua fresca y fría.
Seguimos el camino y encontramos otra cascada, más pequeña pero igual de encantadora. Para nuestra sorpresa, aún faltaban más por recorrer. En una bifurcación tomamos el camino de la derecha, que tiene nada menos que ocho cascadas. Se dice que sumando ambas bifurcaciones, hay un total de veinticinco caídas de agua.
Estuvimos ahí hasta no muy tarde, por el problema del transporte. Al regresar, vimos un pickup que se internaba en la montaña, no hacia Sorá. Decidimos caminar y más adelante nos topamos con cazadores furtivos y varios perros listos para cazar.
Spilotes pullatus
Seguimos descubriendo que nunca dejaremos de explorar Panamá, con sus senderos y rincones llenos de secretos y leyendas. Solo hay que preguntar; los lugareños siempre te señalarán un lugar perfecto para visitar.
Anímense a tomar un bus en su tiempo libre; no es necesario gastar mucho. La felicidad no siempre está en la comodidad. A veces, basta con mirar desde la cima de un cerro o disfrutar la soledad de una cascada para encontrar momentos perfectos.
Buscar maravillas, perderse en el monte, caminar despacio y apreciar la belleza de cada rincón natural de este país.
Fuimos con mi prima postiza Roxanaà(nieta de la señora Tunina que menciono en el post de Bajo Bonito), ya que ella se dirigÃÂa a La Gloria a dejar un mandado; generalmente no existe transporte público hasta La Gloria asàque los pobladores acostumbran caminar diariamente hasta llegar a sus hogares.
Pasamos varias quebradas, a decir verdad, bastantes. Vimos el cerro ChichibalÃÂ de Capira a lo lejos, por instantes nos rodeaba la neblina y nos serenaba la lluvia.
Ya el sudor se hacÃÂa presente y caminamosàmás rápido que de costumbre, aunque a pesar de nuestros esfuerzos, todo nos tomó 2 horas exactas, sin importar que nos habÃÂan dicho que el camino era solo una hora. Sinceramente, cuando hablamos de tiempo con la gente del campo nunca les creo, ellos caminan muyàrápido y generalmente no poseen reloj o indicador del tiempo.
Nos percatamos de queÃÂ bordeamosÃÂ el rÃÂo, de nombre CirÃÂ Grande, que posee muchas caÃÂdas de agua y algunas cercanas a la vÃÂa principal. La gente de estos pueblos saben el valor del agua, y cuidan sus rÃÂos como oro.
En este lugar las casasàestánàdistanciadas unas de otras y separadas poràhectáreasàgrandes de terreno que utilizan para cultivar vÃÂveres. La escuela primaria es nueva, pero antes de que existieran los niños debÃÂan caminar hasta Bajo Bonito para recibir clases.
Nuestra recomendación es pagar a los dueños de la casa de madera entre 3 a 5 dólares de colaboración.
Si les digo cuanto mide, les miento. Para mi, y sin haberla medido, digo que quizás unos 70 metros. Realmente es una cascada escalonada, o sea que se puede subir con cuidado, arriba se encuentra la cascada La Tulivieja y otras más. Nos dedicamos a contemplar su belleza, embelesarnos con tan magnÃÂfica obra de la Naturaleza y bañarnos en sus frÃÂas aguas, que invitan al deleite.
Al poco tiempo nos regresamos y nos quedamos un rato conversando con Mary Ovalle, la dueña y señora de esos terrenos, una mujer amable y carismática, nos ofreció guineos y nos mostró sus orquÃÂdeas. Compartimos el lunch con la familia, admiramos el paisaje, nos despedimos y caminamos de vuelta a Bajo Bonito, claro ahora nos tomó menos tiempo pues casi todas las pendientes eran en descenso.
Ubicado detrás de la Iglesia de San José. La admisión es de $1 por persona.
El arquitecto Julio Jiménez de Alba, amante de esta comunidad, elaboró el plano; el ingeniero Ramón Arias C. dirigió su ejecución; y el constructor Leonidas Rodríguez, junto a un grupo de jóvenes valleros, trabajó con amor y entusiasmo hasta su feliz culminación.
Se colocó la primera piedra el 3 de febrero de 1992 y fue inaugurado el 3 de julio de 1993, con la bendición del Arzobispo de Panamá en ese momento, Monseñor Marcos Gregorio McGrath, siendo madrina la vallera Abrahana Rivera de Valdés.
El museo está distribuido en seis secciones, donde se destacan las exhibiciones de Arte Precolombino, Arte Religioso, Etnografía de los siglos XIX y XX, Artesanía, Arte Pictórico y Geología.
Algunas de las piezas fueron donadas por familias descendientes de los primeros habitantes de El Valle. Según un manual sobre la historia del museo, la cerámica de Panamá está a la par de las mejores del continente americano.
Quien llega a El Valle de Antón y observa su mapa, se da cuenta de que está dentro de un volcán. El museo, fiel a su vocación cultural, busca dar a conocer más sobre el origen de este volcán, conforme a lo que hasta ahora revela la ciencia geológica.
A través de cinco murales, el visitante recorre los capítulos de esta evolución: la Deriva de los Continentes, la Creación del Istmo, la Formación del Volcán El Valle, la Formación y Drenaje del Lago, y finalmente, Fotos Aéreas de El Valle.
Este volcán es hoy un hogar. Desde hace once mil años, personas han vivido, luchado y prosperado aquí. Es un lugar de clima agradable y seguro, ya que no ha tenido erupciones volcánicas en miles de años.
Está abierto al público los domingos, en horario de 10:00 a.m. a 2:00 p.m. Si llega y está cerrado, el Sr. David Rankins, administrador del lugar, quien vive en la casa de enfrente, se acercará para abrirle.
Si va en bus, el pasaje cuesta alrededor de 5 dólares hasta el museo. Debe tomar un autobús de la ruta Panamá–El Valle desde la Terminal de Albrook.
El museo lo podrá ver entre la biblioteca pública y la iglesia de ese mismo lugar, en la vía central. A unos 500 metros después del mercado público.
Aquel día no tenía ni la menor idea de lo que se me venía encima. Nos encontrarnos en la Terminal de Albrook a eso de las 6am y a las 6.30 ya estábamos comprando algo para desayunar y abordar el primer bus de Gamboa.
Antes de eso quisimos ir a buscar algo de comer para llevar, y como no queríamos perder el bus, ya que estos en fin de semana salen cada dos horas (2011), al pasar por una esquina vimos un señor vendiendo empanadas y de eso nos abastecimos, y agua.
Escogimos entrar por Plantación y no por el lado de la carretera Forestal (donde está la verdadera entrada del Camino de Cruces), ya que en este último lugar es muy difícil tomar autobús.
Apenas entramos al Camino de Plantación vimos tres monos aulladores (Alouatta palliata) dándonos los buenos días. La entrada para nosotros fue 1$ por ser estudiantes. Para generales, la entrada es 3$ y extranjeros 5$.
Mono aullador.
El inicio de la caminata fue fresco, vimos muchas aves y algunos ñeques; hay bancas de cemento en el trayecto, al principio del sendero algunos árboles marcados con su nombre. Cuipo (Cavallinesia platanifolia), Barrigón (Pseudobombax septenatum), Nazareno (Peltogyne purpurea), Guayacán (Tabebuia guayacan).
Ave Plain xenops
Entre las aves que se dejaron ver a lo largo del recorrido estuvieron: el cuclillo faisán (Dromococcyx phasianellus) —¡nuevo para mí!—, el trogón colipizarra (Trogon massena), el tucán pico iris (Ramphastos sulfuratus), momótides (Momotus momota), loros coroniamarillos (Amazona ochrocephala), un Plain Xenops (Xenops minutus). Al inicio del sendero vimos un trepatroncos chocolate (Xiphorhynchus susurrans), varios hormigueritos alipunteados (Microrhopias quixensis) y a lo lejos, un saltador gorguianteado (Saltator maximus). También me pareció ver un mielero verde. Y, por supuesto, muchas tángaras, espigueros, semilleros, entre otras aves.
Manakin
Bordeamos una quebrada hasta donde termina el Camino de Plantación, que son aproximadamente 5 km, hasta llegar a un herbazal alto de paja canalera (Saccharum spontaneum), donde el bosque desaparece por un rato e inicia nuevamente en la señalización del Camino de Cruces.
Descansamos un rato en el punto donde se encuentra la intersección que separa ambos caminos. Comimos “algo” y, al poco tiempo, seguimos; no podíamos demorarnos demasiado en las paradas, ya que teníamos exactamente las horas del día para completar el recorrido de ida y vuelta. Observamos un rato el mapa y avanzamos.
Al entrar en el Camino de Cruces, no había un sendero marcado: lo que había era un revoltijo de hojas por todos lados, puestos de cazadores y un par de letreros que confirmaban que íbamos bien.
Aquí el bosque cambia: se vuelve más denso, en momentos te rodea de manera rotunda, invade la respiración con su olor a materia putrefacta. Más adelante, el bosque se cierra aún más; es una selva que deja de ser sendero para convertirse en paredes altas, con apenas un metro de espacio entre ellas para caminar. El suelo, cubierto de hojas, parecía dispuesto a sorprendernos con una serpiente en cualquier momento. Los monos, molestos y enfurecidos, nos trataban de lanzar sus excrementos y orina.
Anolis
Vimos aulladores, cariblancos (Cebus capucinus) y escuchamos monos tití (Saguinus geoffroyi). Nos topamos en variadas ocasiones con ñeques (Dasyprocta punctata), gato solo (Nasua narica), chachalacas (Ortalis cinereiceps) y hasta me pareció ver una liebre de monte.
Arboles de gran tamaño y con amplias raíces, tuvimos la dicha de ver el enigmático árbol de vela (Parmentiera cereifera), llamado así porque sus frutos asemejan a una vela de cera y el cual es difícil de encontrar.
Fruto del árbol de vela
La cantidad de insectos era infinita y estaban por todos lados, recostarse en el suelo significaba salir con quien sabe cuantos aguijones en el cuerpo, me mantuve en movimiento pues no quiero volver a saber de los tórsalos por un buen tiempo.
Llegó un momento en que me sentí agotada, la humedad estaba jugando con mis sentidos y con mi cuerpo, el sudor no se hizo esperar y estuvo presente en todo momento. Casi no nos detuvimos pues teníamos pensado llegar antes de las 1pm a Venta de Cruces.
La naturaleza se torna iracunda, desbordante de flora y fauna. Creo que en una próxima visita iré con más gente. Ya casi al final, logré ver que algunos árboles estaban marcados con cinta naranja, lo que ayudaba a no perderse.
Recuerdo que, siendo niña, escuché en las noticias que algunas personas se perdían en este sendero. Incluso recuerdo que todo un grupo de estudiantes se extravió junto a un profesor de un colegio privado, y pasaron una noche entera allí.
Había pequeñas quebradas y agua empozada, pero nada como para darse un baño o beber.
Para mi fue asfixiante pasar por ciertas partes en las que las paredes aparecían; recordemos que el Parque Nacional Camino de Cruces fue en la antigüedad un camino de la época de dominación española, Camino Real, que unía los núcleos de población de Panamá y Nombre de Dios, en Colón.
Passiflora vitifolia
Por allá, por el siglo XVI, en el año 1519, los colonizadores españoles terminaron de construir una ruta que unía el mar Caribe con el océano Pacífico. El camino era sumamente estrecho, hecho de piedras de distintos tamaños que aún se encuentran allí, enclavadas en la tierra, con una firmeza que ha desafiado el paso del tiempo.
En aquella época predominaba la esclavitud. Los primeros en ser utilizados como mano de obra fueron los pueblos indígenas nativos. Luego, los españoles introdujeron esclavos africanos, traídos desde distintos lugares del continente, a quienes se les trataba incluso peor que a las mulas. Se les encadenaba durante las largas horas de trabajo en el Camino de Cruces, donde los latigazos eran frecuentes ante cualquier descuido.
El Camino de Cruces era una vía tan común en su tiempo como hoy lo es la carretera Interamericana. Sin embargo, era sumamente estrecho; en aquella época medía aproximadamente metro y medio de ancho, con precipicios en algunos tramos y curvas peligrosas.
Era transitado en ambos sentidos: desde el río Chagres hacia la ciudad de Panamá y viceversa. Desde el pueblo de Chagres, se viajaba río arriba en cayucos, remados por esclavos de gran fortaleza física. No cualquier hombre podía realizar esa labor: quienes lo hacían poseían una contextura imponente. Se cuenta que, en muchas ocasiones, los indígenas eran asesinados por no cumplir con la exigencia física requerida. Los africanos remaban contra la corriente hasta llegar a Venta de Cruces. Desde allí, con la mercancía a cuestas o cargada en mulas, caminaban hasta la ciudad de Panamá, recorriendo una distancia de aproximadamente 60 millas.
El Camino de Cruces vivió una época de gran prosperidad al servir como ruta para el traslado de tesoros provenientes de Sudamérica —especialmente del Perú— hacia el Atlántico, donde eran cargados en galeones rumbo a España.
Recuerdo que mi profesora de historia me compartió un texto de un viajero procedente de Massachusetts, quien escribió:
“Exteriorizo el sentimiento unánime de los pasajeros, a quienes he oído expresarse, y es —diciéndolo con temor a Dios y por el amor al hombre, a unos y a todos— que bajo ninguna circunstancia vengan por esta ruta. No tengo que decir nada sobre las otras, pero no vengan por esta”.
Ya se imaginarán cómo debió haber sido el Camino de Cruces en su época de oro: imponente, extenuante y cargado de historia.
Mitad del camino. Finalización del Camino de Plantación.
Y claro, los ladrones no tardaron en enterarse del tránsito de oro, plata y joyas preciosas procedentes de distintos territorios colonizados en América que eran enviados a España. Estos maleantes se dedicaron a atacar a los viajeros que intentaban llegar al lado atlántico.
Sin embargo, con el declive del poderío español, esta vía fue perdiendo su uso y prácticamente desapareció, borrada por el paso del tiempo, el clima y la selva, que todo lo invade.
Desde Las Cruces hasta la ciudad de Panamá, el trayecto tomaba un día de viaje a lomo de mula. Cada mula se alquilaba por $15 diarios, sin incluir el equipaje. Debido a los continuos robos de oro y piedras preciosas cometidos por asaltantes, se formó una especie de milicia privada, dirigida por un antiguo militar llamado Ran Runnels. Este organizó un cuerpo bien entrenado que no dudaba en linchar a cualquier ladrón sin mayores contemplaciones. Fue esta medida extrema la que logró poner fin a la ola de asaltos contra los viajeros.
Imagínense la historia tan grande que tiene este lugar, incluyendo las batallas que seguramente se dieron entre viajeros y malhechores… ¿quién sabe cuántos habrán muerto allí?
Esas paredes, fuertemente construidas, aún permanecen intactas. Ni los bruscos cambios del siglo XVI hasta nuestros días han logrado derribarlas.
Y como todo en la vida, tuvo su final. Con la inauguración del Ferrocarril de Panamá, el 28 de enero de 1855, vino el abandono total del Camino de Cruces. Aun así, su memoria sigue viva por la enorme importancia que tuvo en el desarrollo de Panamá durante más de tres siglos. No olvidemos que incluso el pirata Henry Morgan usó esta ruta para cruzar el istmo y atacar la ciudad de Panamá.
Al llegar al kilómetro diez, me desesperaba. Necesitaba algo dulce que me diera fuerzas, comida, más agua… pero debíamos racionar la poca que teníamos, para poder tomar algo al llegar y al regresar.
Por momentos parecía que iba a llover, y sentíamos que se acercaban los aulladores. La selva nos hablaba. Las aves estaban por todos lados, pero no se dejaban ver, a pesar de que teníamos los sentidos agudizados y preparados para cualquier cosa.
Por otro lado, nos encontramos con varios letreros de la Policía Nacional que marcaban las fases del camino, ya que utilizan esta ruta para entrenamientos. Pudimos leer: “Fase 2: No van muy lejos los de adelante si los de atrás caminan bien”, “Fase 3: No se preocupen, algún día llegan” y finalmente, “Fase 4: Los felicito, llegar es la misión.”
Pensé: “Vaya, parece que estamos haciendo un entrenamiento de la Policía Nacional.”
Finalmente, vimos un letrero que indicaba que solo faltaba kilómetro y medio para llegar a Venta de Cruces, a orillas del río Chagres, y en cuestión de minutos… ¡llegamos!
Me tiré al suelo sin ganas de comer, solo quería agua. Intenté comerme una empanada, pero no me pasó por la boca: estaba fría y mala. Luego de refrescarnos un poco, movimos un tronco que estaba en la orilla, dejamos la mitad dentro del agua y la otra mitad fuera, y sobre él nos trepamos para enfriar nuestros cuerpos cansados. No podíamos quedarnos mucho tiempo; primero, porque en cualquier momento podía aparecer un cocodrilo, y segundo, porque debíamos caminar otras cuatro horas para regresar hasta la carretera de Gamboa.
Al frente veíamos el inmenso río Chagres, que parecía un mar bravío, y a lo lejos, el Hotel Gamboa Rainforest Resort.
El área de Venta de Cruces es apta para acampar —con mucho cuidado, eso sí— ya que, por su cercanía al río, seguramente es una zona de tránsito frecuente de animales. Vimos puestos de cazadores, lo que me indignó profundamente, pues esto demuestra que no se protege adecuadamente este sendero tan importante para la biodiversidad del parque nacional, que cuenta con más de 4,590 hectáreas paralelas a las riberas del Canal de Panamá.
Algo que notamos —por nuestra hambre— es que en todo el camino hay muy pocos árboles frutales. Incluso dijimos que volveríamos para sembrar algunos, ya que creemos firmemente que los árboles frutales en senderos transitados son de gran valor para los visitantes.
El valor de este parque es inmenso: histórico, geográfico, ambiental. Sin embargo, paradójicamente, es uno de los parques de los que menos estudios y conocimientos existen, a pesar de haber sido declarado zona protegida en 1980, mediante el Decreto Ejecutivo N.º 13 del 27 de mayo… hace ya mucho tiempo.
Cabe destacar que la dificultad del sendero es baja: no hay muchas pendientes ni grandes lomas. Sin embargo, es clave tener buena resistencia, ya que la distancia, el calor y la humedad te hacen perder muchos líquidos. Por ello es fundamental llevar reservas de agua suficientes y usar botas adecuadas para senderismo.
Parte del sendero hacia Venta de Cruces
Al caminar de vuelta me sentía más relajada. Ya sabía lo que me esperaba: la distancia, el clima, los peligros. Sinceramente, conocer todo eso me hacía sentir más segura. Decidimos acelerar el paso y tratar de regresar en tres horas y media, pero fue imposible. Me hacía falta comida y agua. Para que se hagan una idea: llegué a tomar agua recogida de las hojas, de la lluvia que había caído poco antes en algunas partes del sendero.
Íbamos en una maratón contra todo, desafiando al tiempo, tratando de llegar antes de las 6:00 p.m. a la carretera de Gamboa para poder volver a nuestras casas. Pero en ciertos tramos tuvimos que detenernos a descansar y comernos las empanadas malas. Aunque no estaban buenas, al final seguían siendo comida.
Al pasar por las quebradas, me detuve a lavarme la cara y los brazos, que estaban llenos de picaduras de bichos. Los monos cariblancos volvieron a aparecer, esta vez más enfurecidos que antes. Hacían sonidos extraños, como el gruñido de un perro cuando está peleando.
Cuando llegamos a la intersección del Camino de Cruces con el Sendero de Plantación, nos alegramos mucho: ahora solo faltaban cinco kilómetros más. Ya habíamos recorrido cinco anteriormente, lo que daba un total de casi 25 kilómetros caminados ese día por la selva tropical húmeda del Parque Nacional Soberanía.
El recorrido por el Camino de Plantación hasta la carretera de Gamboa, para mí, fue efímero. Mi única meta era llegar antes de que anocheciera, y así fue. Salimos del sendero a las 5:30 p.m., cansados pero felices por semejante hazaña.
De todos los parques nacionales de Panamá que he recorrido, este fue en el que más animales he visto.
La diversidad de plantas es fenomenal: un verdadero paraíso para cualquier botánico o amante de las plantas. También lo es para quienes se interesan en conocer, de cerca, aquello que han leído en los libros de historia de la República, sobre esa época de colonización tan importante para nuestra cultura.
Les recomiendo enormemente formar parte alguna vez de una excursión a través del Camino de Cruces, que incluya un bote de vuelta a Gamboa luego de llegar a Venta de Cruces de modo tal que puedan disfrutar del sendero en su totalidad, prestando atención a cada cosa que en la selva se pueden encontrar.
Hace poco estuvimos haciendo camping en la Laguna de San Carlos con los estudiantes de la Escuela de Turismo Geográfico Ecológico de la Universidad de Panamá. Fue gratificante ver la emoción y la organización de la actividad, pues todo salió como lo esperábamos.
Lo primero que hicimos fue limpiar un poco el lugar, ya que la hierba estaba crecida. Luego armamos las carpas y las aseguramos. Esta vez, el precio por carpa fue de 5.00 dólares y la entrada a la laguna fue de 0.50 centavos por estudiante.
Nos fuimos a subir el cerro y empezamos el ascenso muy bien. Algunas jóvenes sintieron agotamiento, pero todos disfrutamos del ambiente y de la naturaleza. Fue muy gratificante llegar a la cima, pues todos estuvieron felices y conformes con la encantadora vista desde el Cerro Picacho. Incluso llegamos a una cima en la que Enlodados nunca había estado, a 1,082.33 metros de altura, que es la máxima del Picacho. Al parecer, este cerro se vuelve cada vez más interesante. La neblina nos cubrió y tuvimos que bajar apresuradamente, temiendo que comenzara a llover.
Durante el descenso, más de la mitad del grupo se resbaló. Las caídas formaron parte de la diversión del momento.
Al llegar nuevamente a la laguna, nos dimos un tremendo baño en sus frías aguas. Fue placentero, como siempre que se visita este hermoso lugar. A medida que atardecía, la neblina fue cubriendo más y más la laguna, hasta que llegó un momento en que desaparecimos dentro de ella.
Después cocinamos una deliciosa cena compuesta de pollo guisado, arroz con vegetales, plátanos, chorizos, ensalada… en fin, una algarabía de sabores que compartimos con entusiasmo.
Luego de contar los tradicionales cuentos de miedo, cada quien se fue a su carpa a dormir, aún con el susto en la piel. A la mañana siguiente, tomamos el desayuno y luego tuvimos partidas de fútbol e incluso voleibol en la laguna.
Más tarde nos despedimos de la gente de la laguna y nos encaminamos hacia Playa Corona para pasar la tarde.
Todo salió a la perfección. Nos divertimos, compartimos, y muchos adquirieron experiencia para los próximos campings… que, sin duda, serán muchos más.
Hace poco emprendimos una travesía hacia el Parque Nacional General de División Omar Torrijos Herrera (PNGDOTH), un tesoro natural enclavado en las tierras altas de la Cordillera Central, en el distrito de La Pintada, comunidad de El Copé, provincia de Coclé. La entrada al parque se encuentra a pocos minutos después de pasar Penonomé, antes de llegar a El Caño, tomando el desvío por la comunidad de La Candelaria.
Este parque fue creado mediante el Decreto Ejecutivo N.º 18 del 31 de julio de 1986 y forma parte del Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SINAP), con el propósito de resguardar la extraordinaria biodiversidad de la región central panameña. Además, su relevancia histórica es innegable: lleva el nombre del General Omar Torrijos Herrera, ya que en su interior se encuentra el Cerro Marta, donde se estrelló la avioneta en la que perdió la vida el general. Hoy día, este espacio también forma parte del Corredor Biológico Mesoamericano.
El acceso se da por la carretera que nace en el kilómetro 167 de la Vía Interamericana, a la altura de la comunidad de La Candelaria. Desde allí se recorren aproximadamente 28 kilómetros hasta llegar a El Copé, y luego se continúa hacia el norte en dirección a la comunidad de Barrigón. Desde este punto, parte un camino empedrado de 5 km que asciende hasta el cerro El Calvario, ya dentro del parque. Este tramo final requiere vehículo 4×4 debido a sus condiciones.
Los buses solo llegan al Chorro las Yayas, enclavado en las faldas del parque. Pero es fácil contactar con los taxis 4×4. Generalmente por un costo aprox de 20$ el viaje.
La temperatura es muy agradable entre 18 y 29 grados.
Cubre una extensión de 25,275 hectáreas y dentro de sus límites se encuentran siete comunidades: El Potroso, Las Peñitas, El Tigre, La Rica, El Guabal, Río Blanco y Caño Sucio. En sus alrededores se encuentran los poblados de El Copé, Barrigón, La Junta, Cerro Hueco, Belencillo, Aguas Blancas, Bateales y Palmarazo.
Protege las cabeceras de los ríos más importantes de la región coclesana: río San Juan, el río Belén y el Concepción en la vertiente caribeña; y el río Grande, el río Marta y el río Nombre de Dios en la vertiente del Pacífico. En su territorio sobresalen los cerros Negro (1408 metros), Peña Blanca (1314 metros), Blanco (1192 metros) y Cerro Marta (1046 metros).
En el año de 1986 la superficie del parque era de seis mil hectáreas, sin embargo, la misma fue ampliada según criterios ecológicos en el año de 1996 a 25,275 hectáreas, con el propósito de incorporar tierras que requerían su conservación y protección.
Por seguridad, dejamos el auto y seguimos a pie.
Al llegar a el Copé vimos una primera entrada hacia el Cerro Marta, seguimos y encontramos otra entrada directo al parque. Fue un recorrido de media hora hasta llegar al Centro de Visitantes. Pasamos por la comunidad de Barrigón, también por la entrada del Chorro las Yayas, incluso pasamos sobre un riachuelo y unos minutos después estábamos en la oficina de control y monitoreo ambiental de Anam, en la cual no había nadie y nos tomamos el beneplácito de seguir, algo un poco extraño pues en este puesto laboran dos guarda parques por turno y es donde debe hacerse el pago de la entrada.
La vista era impresionante, se veía lo recorrido desde la carretera Interamericana, vastas montañas, un paisaje increíble en donde se puede apreciar casi todo el Copé y el Océano Pacífico.
Minutos después nos topamos con el responsable de Anam y nos dio el permiso de seguir, nos explicó de dejar el auto en el centro de visitantes en caso de subir al Cerro el Calvario.
Hicimos lo establecido y empezamos la caminata hacia El Calvario, que bien tiene su nombre pues subíamos y subíamos, nos demoramos aproximadamente 30 minutos hasta llegar a la cima. En el camino pudimos disfrutar de la diversidad de flora del parque. El cerro se encuentra a 912 metros sobre el nivel del mar y es unos de los pocos sitios donde en días claros se pueden observar los dos mares, y efectivamente tuvimos la dicha de ver el Mar Caribe y el Océano Pacífico. Ya que el sol era incandescente y radiante.
Fue impresionante ver la majestuosidad del Cerro Marta, en el cual cayó la avioneta en donde murió el general Omar Torrijos, motivo por el cual el parque lleva su nombre. A lo lejos vislumbramos las comunidades de Coclesito, San Juan de Turbe, Boca de Toabre incluso Coclé del Norte.
En la parte más elevada del parque, se desarrollan bosques pluviales montanos bajos y a medida que se desciende están los bosques pluviales y húmedos premontano, y los muy húmedos tropicales.
Se cree que de las 2 mil 604 especies de plantas y 552 especies de vertebrados terrestres que se encuentran en la provincia, la mayoría tiene presencia en el parque. Existe también una gran diversidad de especies endémicas o propias de estos bosques, unas 60 muestras han sido recolectadas dentro de la zona montañosa. Según los estudios científicos, el área se originó por la alternancia de las actividades volcánicas y sedimentarias que caracterizaron la formación del istmo de Panamá.
Monolena glabra
Se observan exuberantes helechos arbóreos, palmas, enormes árboles como el guayacán y jacaranda, musgos, muchas orquídeas, bromelias, heliconias, anturios, algunas plantas endémicas como la selaginelas, scheffleras, la emblemática Monolena glabra y el árbol copé, nativo del parque.
También posee la planta carnívora (Drossera capillaris) característica de los suelos pobres en nutrientes. Se encuentra la única zamia epifita en el mundo y sus hojas asemejan la de una palma.
Solo en aves se pueden observar aproximadamente 350 especies diferentes, el colibrí pico de hoz, por su diseminada presencia, ha sido escogido como ave símbolo del parque. El Ave Sombrilla (Cephalopterus glabricollis) que según la actualización de la Lista Roja de la UICN de Especies Amenazadas, de su estatus de ‘Vulnerable’ pasó a estar ‘En Peligro’; anualmente los observadores de aves se dirigen a este parque en busca de poderse encontrar con esta ave e incluirla en su lista de “lifebirds”.
Bajando del Calvario, toqué una planta con pelos urticantes. Después, llegamos al centro de visitantes, donde pagamos la entrada y disfrutamos de su mirador, patio y senderos.
Recorrimos varios senderos: el de la Rana (2 km), los Helechos (800 m, accesible) y el Cuerpo de Paz (2 h, más exigente).
Cerca del parque hay cascadas como Tife Alto y Bajo, que requieren logística y excelente condición física, pues Tife implica caminar más de 30 km.
Alto Tife
Personalmente hemos tenido la dicha de ver un jaguarundi detrás de la cabaña, también zarigüeya gris, ardillas enanas (Microsciurus sp).
Nos retiramos del centro de visitantes y fuimos directo al Chorro las Yayas a relajarnos bajo sus frías aguas.
Como leen y ven, el Parque Nacional Omar Torrijos posee todo en un solo lugar, es un sitio excepcional, lleno de vida silvestre, muy bien conservado, y esperando ser visitado.
Decidimos irnos en búsqueda de los “Algarrobos”, un charco del cual todo el pueblo de Chicá se enorgullece.
Chicá se encuentra en la provincia de Panamá, distrito de Chame, cerca del Parque Nacional Altos de Campana, por el cual entramos. Nos fuimos directo al mirador de Los Mandarinos, en el poblado, el cual queda después de pasar la escuela pública del lugar.
A eso de las 7 a.m. ya estábamos allí, y nos recibieron dos hermosos tucanes que jugaban volando sobre los árboles, haciendo paradas sobre algunas ramas. Una ardilla blanca nos confundió al hacernos pensar que era un mono; unas eufonías coroniamarillas buscaban entre unas ramas pedazos para hacer su nido; una reinita amarilla se burlaba de nosotros desde el árbol de mandarinas. De repente, una elenia penachuda se posó justo sobre nuestras cabezas esperando ser fotografiada, mientras un gavilán de ojos rojos descansó en una rama del árbol de enfrente por bastante tiempo.
Parecía como si el tiempo se hubiese detenido en ese instante, y los animales desearan saludarnos sin miedo. Le alquilamos los binoculares al señor de Los Mandarinos y vimos el Cerro Negro, el Cerro Picacho, Buena Vista de Chame, Bejuco, Altos del María, la Finca de Orquídeas Loma Linda, y también una curiosa casita que parecía tener una hortaliza al frente.
Vimos un puente rural y un señor nos dijo que era por ahí, y agregó que solo eran 15 minutos caminando hasta Los Algarrobos. Iniciamos la caminata sin nada de equipo, pues no estaba en nuestros planes enlodarnos.
Y caminamos más de 15 minutos a buen paso. Vimos algún caballo, alguna ardilla, y seguimos caminando hasta llegar a un punto donde el camino se dividía. Karla y Max caminarían por la derecha, Leo y yo por la izquierda, y si veíamos el río, gritábamos para avisar. ¡Vaya modo!
Al entrar por nuestro camino, Leo y yo vimos de cerca la casa que ya habíamos observado llena de hortalizas desde el mirador. De repente, pasó un señor con dos caballos y nos dijo que estábamos a punto de llegar a Buena Vista—habíamos caminado mucho. También nos informó que Los Algarrobos estaba en el otro camino. Así que caminamos de vuelta, y justo venía Max a buscarnos, pues había encontrado el río… que en realidad era un charquito poco profundo, en el que nos dimos un baño pensando que eran Los Algarrobos.
Un rato después, pasó otro señor en su caballo y nos dijo que Los Algarrobos estaba cerca de allí, que nos daríamos cuenta al verlo. Entonces, decidimos caminar un poco más.
Íbamos todos mojados sobre las piedras y, de repente, una serpiente pequeña me pasó entre las piernas. Nos asustamos, y más yo—lo admito—pues la serpiente prácticamente me rozó.
Con algo de miedo seguimos caminando, y empezamos a oír agua cayendo. De pronto, el camino se terminó y apareció una hermosa caída de agua: una charca visiblemente profunda que invitaba al esparcimiento. Sin pensarlo mucho, mandamos a Karla adelante a probar la profundidad… ¡y estaba honda, oh sí! El agua era fresca, verdosa… pero hicimos tanta revoltura que la dejamos color chocolate. El chorro era de unos tres metros, y hasta allá fuimos a darnos unos buenos masajes naturales.
Más tarde llegaron unos lugareños e hicieron tremendos clavados en el charco. Unos niños aprendían a nadar y nos contaron sus aventuras; debe ser muy divertido vivir en un lugar como Chicá.
De regreso vimos un centenar de sapitos negros saltando de un lado a otro, huyendo de nosotros. Parecían haber pasado recién una etapa de su metamorfosis. También nos topamos con chinches rojos y un “meracho” (Basiliscus basiliscus).
Este es solo uno más de esos lugares que ni siquiera imaginamos que existen, especialmente para los capitalinos. Es hermoso ver cómo los lugareños de Chicá se preocupan por sus ríos y quebradas, sin miedo a invitarnos a ellos, confiando en nuestro sentido de responsabilidad con el medio ambiente. Tantas especies en un solo día es mágico verlas en su estado silvestre, pero ellas mismas saben cuándo no recibirán ningún daño y salen a mostrarnos sus virtudes.
Una guía de turismo ecológico en Panamá, dedicada a descubrir ríos, montañas, senderos y aventuras en la naturaleza. Ideal para los amantes del aire libre y la exploración rural.