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Parque Metropolitano con un niño de 7 años.

Vivo buscando lugares cerca de casa para caminar y compartir con mi hijo. El parque Metropolitano es uno de sus lugares favoritos porque él ama las tortugas y ahí hay un estanque donde hay muchas.

Iniciamos caminando por el Sendero Dorothy Wilson, homologado con aceras de cemento y continuamos hacia la Laguna Jicotea, ya que la misma está llena de estas interesantes tortugas Jicotea o de “orejas rojas” cuyo nombre científico es (Trachemys venusta) y son bastante común de ver como mascota en hogares panameños.

Francisco es muy observador y tiene los sentidos muy desarrollados, de inmediato escuchó y avistó un mono tití (Saguinus geoffroyi), entre las ramas cerca al sendero. Un poco más adelante y vio un venado. Primera vez que yo veía uno en el Metropolitano. El venado comía algo entre unos árboles cercanos a la calle circundante y estaba muy camuflado con el entorno.

Seguimos con el Sendero El Roble, donde observamos variadas aves y vistas muy lindas del bosque. De ahí­ subimos al Sendero Los Caobos, donde pusimos nuestro colchoncito inflable y disfrutamos de un picnic y tarde amena, recostados viendo los aviones pasar, así­ como las aves rapaces que pasaban volando; la vista en este sendero es espectacular, se ve parte del Pacífico de la ciudad de Panamá. Ambos miradores son espectaculares.

Bajamos por el Sendero del Mono Tití­, observando la diversa flora. Tengo un libro de las plantas del parque y con el de aves, resulta un verdadero safari para mi hijo. Llegamos hasta el Mirador Los Trinos donde descansamos para bajar la última loma, pasando cerca de la grúa y luego salimos a la garita casi en la calle. Aquí­ encontramos agua para lavarnos las manos y continuar lo poco que hacía falta.

No cabe duda que pasar el día en este parque es sumamente divertido.

Recomendaciones:
– Ir temprano, ya que el parque cierra a las 4pm
– No se admiten mascotas, por el mismo hecho de ser un parque natural donde ya existe fauna.
– Lleva agua y comida.
– No te salgas de los senderos.
– Ve con ropa cómoda y zapatillas.
– Llévate tus desperdicios

Tarifas:

Adultos nacionales: $1.00 / Niños y jubilados ¢0.50
Adultos extranjeros $4.00/ Niños 2.00
Niños menores de 3 años no pagan

Cascada Las Mesitas, Olá de Coclé

A 28 km que se resumen en casi 45 minutos de la carretera Interamericana se encuentra Cascada Las Mesitas en la comunidad Hijo de Dios, corregimiento de El Copé de Olá.

El sitio es accesible, su costo por entrada es de 1$ por persona y 2$ por cuidarte el auto.

Agua cristalina.

Sendero sencillo y marcado, fácil, entre la sombra de los árboles. Si subes por el río, hay que tener cuidado con el cruce de rocas, aunque nada que no se pueda hacer con paciencia. En época lluviosa, se sigue el curso del sendero hasta llegar al río.

Me cuentan que la cascada debe su nombre a que, hace un tiempo, residía un hombre que se dedicaba a elaborar mesitas.

El pueblo de Olá, aunque es pequeño, es muy vistoso, su iglesia y los Picachos lo hacen mágico.

La mejor época para visitar este chorro es entre los meses de diciembre a febrero ya que mantiene buen caudal y el color del agua es espectacularmente turquesa.

En la parte de arriba de la cascada hay una con mayor altura pero sin una poza para nadar por lo cual los bañistas prefieren la de abajo.

Nosotros, buscando comodidad, primero fuimos a la cascada, de regreso subimos el cerro Picachos y para finalizar fuimos a los Chorros de Olá; pero para poder hacer algo así­ debes tener conocimiento del área, manejar bien el tiempo y salir temprano de donde vengas para que el día te alcance.

Cerca de Las Mesitas también hay un balneario llamado San Antonio en San Roque, muy bonito y cómodo para ir en familia.

Recomendaciones:

  • Lleva agua y comida ya que no hay restaurantes cerca.
  • Ropa cómoda
  • Calzado cómodo
  • Bloqueador solar y repelente.

De regreso al Cerro Cabra

Todo cambia o se transforma, incluso los caminos hacia los cerros.

Hace unos días, fui con amigos y vecinos a subir el cerro Cabra en Arraiján, con la expectativa de redescubrirlo, ya que hacía años no lo visitaba.

Me habían comentado que el sendero había cambiado, pues ahora existe un trillo accesible para autos 4×4.

Esto ha hecho que el recorrido sea mucho más sencillo, ya que se puede avanzar gran parte del trayecto por este camino hasta llegar al mirador en la cima. En el trayecto se pasa por algunas fincas, hasta llegar a unas grandes formaciones rocosas donde, curiosamente, hay una gran cantidad de materiales de construcción abandonados y en mal estado.

La cima del cerro sigue siendo una belleza indiscutible, especialmente en un día despejado. Desde allí se puede observar claramente el océano Pacífico, las islas Melones, Taboga y Taboguilla, la punta de Bique, el puente de las Américas, la calzada de Amador e incluso el templo Bahá’í.

Aquel día tuvimos un clima excelente: algo nublado, lo que hizo la caminata más cómoda. Aun así, siempre es necesario llevar protección contra el sol y la lluvia, ya que gran parte del recorrido por el cerro carece de sombra.

La paja canalera (Saccharum spontaneum), que antes dominaba el cerro, ha ido disminuyendo. Sin embargo, la actividad minera en la zona se mantiene activa, impulsada por el origen volcánico del terreno.

Llama la atención un mirador ubicado en la cima, cuya construcción no está claramente atribuida a ninguna entidad específica.

Aunque el cerro es un área protegida, actualmente carece de guardaparques y señalización. Sería ideal que en el futuro se implementen estas medidas, dada la importancia hídrica que tiene esta zona para el distrito de Arraiján.

Por su cercanía con la ciudad de Panamá, el cerro se convierte en un excelente destino para la práctica del senderismo.

Si necesitas guía o acompañamiento, puedes contactarnos al 6592-9153.

Chorro de Caño Quebrado, Chorrera, Panamá Oeste.

A un par de minutos de la casa de mi amiga Karla, queda el chorro de Caño Quebrado.

Mis expectativas no eran muy elevadas pero decidimos explorar aquel sábado, en modo bbb: bueno, bonito y barato.

Y para mi sorpresa la experiencia fue muy buena. Un río poco caudaloso y una cascada grande y con mucha agua, escalonada y de buena profundidad en su poza.

Fui con mi hijo y puedo constatar que el acceso es bueno.

La carretera no es la mejor, ya que tiene bastantes huecos, pero eso se resuelve yendo con calma. (Ya está arreglada hasta El Prado, 2025) Luego de pasar la entrada de la barriada El Padro, falta muy poco. Pasas un puente de hierro, te fijas a mano derecha donde dice Caño Quebrado.
Entras por esa calle de piedras y tomas la primera desviación a mano derecha. En la entrada hay una casa, un jorón y un hermoso patio repleto de árboles grandes. Pagas 1 dolar y continúas.

En el sitio hay baños y cambiadores.

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Salto Jordanal, una belleza de 40 metros de alto, en un bosque nuboso exquisito.

“El Árbol que conmueve a algunos hasta las lágrimas de alegría, es a los ojos de los demás solo una cosa verde que se interpone en el camino.”

William Blake

El bosque nuboso aquí es simplemente increíble. Grandes árboles cubiertos de musgo envuelven el paisaje en un aire de cuento encantado. Pequeñas gotas condensadas cuelgan de sus bordes, suspendidas entre los tonos verdes como si flotaran. Enormes bromelias de flores rojas, y otras con patrones atigrados, decoran las esquinas del sendero como si hubiesen sido colocadas estratégicamente.

Las orquídeas son comunes en este lugar, aunque para mí cada una es motivo de asombro —algo que a Yonathan, nuestro guía, le causa gracia porque para él son parte del día a día. Los philodendros son monumentales; vi algunos brillando con tonalidades tornasoladas, especialmente el Philodendron verrucosum, ¡una maravilla! De las begonias, mejor ni empiezo… hay tantas que parecen crecer como pasto.

Existen dos formas para llegar al salto. Uno es por Río Indio y el otro por el residencial Altos del María. Por Río Indio se pueden tomar aproximadamente 3 horas hasta llegar al bosque encantado del que escribo. De ahí­ desciendes en minutos.

Desde Altos del Marí­a se camina aproximadamente una hora a paso muy tranquilo. En nuestro grupo iban incluso 2 niños.

Aclaro, para acceder al residencial es necesario tener casa dentro del mismo, alquilar o por supuesto ir a visitar alguna amistad o familiar, que fue nuestro caso. En Altos del Marí­a existen muchos atractivos naturales muy bien estructurados para ser visitados de la forma más cómoda, por excepción del salto de Jordanal ya que aunque su acceso es más oportuno por medio del residencial, no tiene un acceso homologado, quizás porque es un atractivo algo alejado.

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Alto y Bajo Tife, las cascadas más enigmáticas de Coclé, Parque Nacional General de División Omar Torrijos Herrera

En la espesura del bosque nuboso coclesano, en la vertiente Caribe y dentro del Parque Nacional General de División Omar Torrijos Herrera baja con fuerza El Tife, un nombre importante para el excursionista panameño.

Acceder a este sitio requiere de una logística perfecta combinada con excelentes condiciones físicas. Para llegar debes ir hasta El Copé de La Pintada. Una vez ahí­ debes buscar la forma de subir al Parque Nacional General de División Omar Torrijos Herrera; los autos 4×4 regulares te pueden dejar en cerro El Calvario, donde hay una cruz.


De ahí­ en adelante tienes dos opciones:

  • Caminar desde El Calvario hasta la escuela del caserío de Caño Sucio (8km)
  • Contratar el único todo terreno que llega a El Limón: Pablito (llega más allá de Caño Sucio y La Rica). Verificando disponibilidad y costos días antes. (Previo 6592-9153)

Dependiendo lo que escoges, lo recomendable es alojarse en la casa azul cabaña donde también puedes contratar el servicio de alimentación y caballo para la carga (sólo de camino para regresar al Calvario, no para el sendero) . La comida es deliciosa, orgánica y a excelente precio. Además, te aseguro que luego de caminar más de 20 km por día, no vas a querer cocinar.

Nos tomó dos horas y media llegar al Alto Tife. Mis impresiones: hermoso… y exigente; aún más si ya vienes caminando desde El Copé.

El sendero inicia atravesando un potrero, bordeando algunas casas humildes. Luego se pasa bajo un puente colgante en desuso, cubierto por el óxido del tiempo. A medida que se avanza, aparecen cabañas rústicas con techos de penca y palmas de chunga, propias de la comunidad de La Rica, hasta llegar a un aposento elevado sobre pilotes en medio del bosque. Allí se paga una tarifa simbólica de $2 por persona.

El ascenso comienza entonces en serio. Durante varias horas se sube entre raíces y piedras, internándose en un bosque rocoso que parece salido de un cuento antiguo. La flora es fascinante. Uno avanza entretenido, jadeando, cuando de pronto una bromelia atigrada con flores rojo pasión te arranca el aliento —no por el cansancio, sino por su belleza inesperada. El paisaje se torna más dramático: paredes de roca se alzan a los costados y se asoman cuevas misteriosas, como si el bosque guardara secretos que no quiere revelar fácilmente.

El terreno aquí se vuelve peligroso. Un mal paso y podrías resbalar entre las grietas. Pero cuando alcanzas este punto, sabes que estás cerca. Muy cerca.

De repente, se oyen gritos. No de susto, sino de euforia. Hemos salido de las subidas. Y entonces, el rugido de la cascada nos alcanza. Se mete por los oídos, por la piel, por las venas. Se me eriza todo el cuerpo. Disculpen lo explícito, pero qué placer tan intenso es ver esta cascada.

No es solo su altura ni su belleza. Es su fuerza brutal, su caída salvaje. Su potencia es tal que te hace sentir pequeño, vivo, vulnerable. Un paso en falso, y podría matarte. Pero también, podría enamorarte para siempre del Alto Tife.


Grandes rocas resbalosas te dan la bienvenida a este coloso. Es un paraje jurásico, enigmático que en lo personal me trae sentimientos encontrados. Miedo, amor. Dicha, gozo.

Un río potente que cae en la vertiente del Caribe. Increíble porque habíamos entrado caminando por el Pacífico.

Por increíble que parezca, mis compañeros hicieron clavados; en estos lugares pasa algo, la adrenalina te corre por el cuerpo, uno se desboca, la cascada te llama y aclama. Por momentos pensé que iba a ser imposible entrar al agua, pero ahí­ estuvimos dentro, disfrutando de sus aguas repletas de minerales.

Éramos solo tres: Rey, Juventino y yo, acompañados por nuestro guía Pablo, e Ilka y Magdiel, los locales que conocían cada piedra del camino.

Emprendimos el regreso, internándonos por un nuevo tramo del sendero que, tras una hora y media de caminata, nos llevó a Bajo Tife. Desde lo alto del sendero, se divisaba un mar entre montañas. Parecía una inmensa laguna turquesa, casi irreal. La poza de esta cascada es descomunal, y el chorro en sí… colosal. No impresiona tanto por su altura —aunque la distancia entre la orilla y la caída engaña a la vista— sino por su volumen brutal, una masa de agua profunda que nadie se atreve a medir. Allí, el silencio se rompe solo por el estruendo del agua golpeando las rocas, y el eco parece suspirar historias de quienes se han atrevido a nadar allí.

Pablito, nuestro guía, cargó todo el trayecto un bote inflable. Fue allí, junto a la poza, donde se marcaron las diferencias entre los locos y los aventureros comunes. Inflaron el bote con la emoción de niños armando una nave espacial. Y cuando me di cuenta, ya estaban haciendo intentos por alcanzar la base misma del chorro. Todos lo intentaron. El que más lejos llegó, luego de un par de cálculos y mucho coraje, fue Juven. Parecía que el agua lo empujaba y lo desafiaba al mismo tiempo, como si el chorro eligiera a quién dejar acercarse.

De regreso, se suponía que el camino sería más rápido… pero como siempre, la montaña tiene sus propios planes. En plena senda nos topamos con una serpiente hermosa y serena que, como guardiana del bosque, nos saludó con su quietud y colores. Continuamos entre sombras y claros hasta alcanzar el mismo derrumbe de árboles que habíamos cruzado por la mañana.

Me adelanté unos pasos, algo en el ambiente me puso en alerta. Un presentimiento extraño se me instaló en el pecho. Y entonces, ocurrió: el rugido de un árbol al quebrarse rasgó el silencio. Una rama cayó directamente sobre mi hombro derecho. Fue un instante impresionante, brutal. De todo lo que puede pasar en la montaña, ese ha sido siempre mi mayor temor. Pero, por suerte, no pasó a más. Solo quedó el sacudón, el susto… y el recuerdo.

Al final del camino, justo cuando el día se rendía, salimos nuevamente a la casa de pilotes. La noche ya caía cuando cruzamos el río bajo el puente colgante. Agotados, llegamos a la casa azul, deshechos, pero vivos. Allí nos esperaba el más sencillo de los lujos: un baño reconfortante, el alivio de quitarme las botas, sentir ropa seca sobre la piel, beber agua viva… y un plato de espagueti con salsa roja y gallina dura. No había banquete más perfecto para cerrar la jornada.

Me siento profundamente agradecida con mis compañeros de sendero, con quienes compartí pasos, silencios… e incluso oscuridad. A Rey, por dejar a un lado su propio cansancio para darme ánimos y ofrecerme agua en los momentos más duros. A Juven, por su estoica respuesta cada vez que le preguntábamos cómo se sentía, simplemente diciendo “creo que estoy bien”, aunque al llegar de regreso se dejara caer, hecho trizas, en una silla de taburete.

Sin duda, Tife no es un sendero cualquiera. Es uno de los más exigentes de Coclé, y me atrevería a decir, de todo Panamá. Una travesía que deja marca, que se convierte en un hito para quienes se atreven a recorrerlo. Ida y vuelta, son aproximadamente 45 kilómetros… pero lo que se gana en alma y espíritu no se puede medir en distancias.

Estas líneas, como siempre, las comparto con cariño y el corazón lleno de monte.
—Mariel Ulloa

Lugares Perfectos: Cascada Romeo y Julieta, ¿Cascadas Privadas?

Parque Nacional Chagres

Pudiese escribir muchas cosas positivas acerca de Altos de Cerro Azul pero sin duda, este sitio tiene que ser el primero.

Estas cascadas se encuentran en las inmediaciones del Parque Nacional Chagres y para poder conocerlas se requiere de varios procesos.

Para empezar debes ir en auto particular, además solo pueden acceder a Altos de Cerro Azul las personas que residan, invitados de los mismos o bajo alquiler de alguna cabaña dentro del residencial.

Todo está bien señalizado y se mantiene limpio. Para llegar a las cascadas, puedes ir en un vehículo 4×4 por camino offroad o bien, caminando. La bajada puede tomar entre 30 minutos y una hora, dependiendo de tu condición física. Ir cuesta abajo es un paseo; sin embargo, el regreso puede ser agotador si no estás acostumbrado.

Al llegar al inicio del sendero homologado con pasamanos, hay un sitio de campismo que utilizan sobre todo en verano. En época lluviosa es preferible ir caminando ya que las lomas son empinadas y no es recomendable que baje un solo carro, lo preferible es hacerlo con un grupo de autos 4×4 en todo caso sea necesario un rescate. En el sitio no existe señal telefónica.

Son aproximadamente 2 km rodeado de un bosque bellísimo, repleto de plantas tropicales y enormes árboles. La fauna es exquisita, sobre todo para quienes adoran avistar aves; abundan los saltarines, trogones y gavilanes. Nos hemos topado en ocasiones con reptiles como serpientes borrigueras y boas. (Recuerda solo retirarte si ves una víbora, nunca atreverte a tocar si no conoces el comportamiento animal.)

Al parecer se trata de dos ríos diferentes que caen en la misma cuenca, luego, los mismos se unen para formar el Río Mono que termina alimentando el lago Alajuela en la cuenca del gran Chagres.

La cascada más grande de las dos es profunda, por lo que no es recomendable para niños. La más pequeña, en cambio, es mucho más segura. Es fundamental estar atentos a los cambios en el clima, ya que en el Parque Nacional Chagres las lluvias pueden aparecer de forma repentina y los ríos crecen rápidamente.

Lo interesante de que el acceso esté dentro de un residencial es que, aunque puede incomodar que no sea de libre entrada, hay que reconocer que el lugar está muy bien cuidado. El sendero está homologado, algo poco común en la Ciudad de Panamá. No encontramos ni un solo rastro de basura, ni mascarillas abandonadas. Aplausos para Altos de Cerro Azul, que han cumplido su promesa de proteger las fuentes de agua que rodean el residencial. Eso es, sencillamente, admirable.

¿Qué llevar?
En Altos de Cerro Azul no hay tiendas ni minisúper, así que debes llevar todo lo necesario contigo:
Agua, snacks, ropa ligera.

Recuerda al visitar:
No ensucies. Recoge tus desechos y, si es posible, no los dejes en el residencial, ya que no cuentan con servicio regular de recolección de basura.

Emberá Drúa, una experiencia enriquecedora, en media selva panameña. P. N. Chagres

A pocos kilómetros de la ciudad de Panamá, se oculta una joya viva de nuestra etnografía cultural: las comunidades Emberá del Río Chagres.

Esta vez visitamos Emberá Drúa, la más alejada de todas. La escogimos por la belleza profunda del Alto Chagres. Para nosotros, mientras más remoto, más auténtico. Cada encuentro con estas comunidades es un abrazo a nuestras raíces y a la sabiduría ancestral que aún late con fuerza en la selva panameña.

La rutina inicia abordando una piragua o cayuco, cada quien con sus respectivos salvavidas, indispensable en este tipo de viajes. Para casi todos nuestros viajeros, sería su primera vez en este tipo de transporte acuático, tan común para la etnia Emberá ya que su vida se desenvuelve en torno a los ríos, utilizan la piragua, canoa que construyen con madera de espavé, cedro, cedro espino, y pino amarillo.

Los Emberá del Chagres llevan años dedicándose al turismo sostenible, consolidándose como un tesoro cultural vivo en el corazón de Panamá.

La travesía comienza al abordar la piragua, guiada por dos expertos: un motorista y un guía Emberá que, desde la proa, mide la profundidad y marca el rumbo. Desde ese momento, se desata una aventura llena de dicha y asombro.

En el puerto, los Emberá nos reciben con su vestimenta tradicional: algunos con faldas de chaquiras, otros con taparrabos, preservando con orgullo la herencia de sus ancestros.

Durante el recorrido, no hay viajero que no admire la destreza con que maniobran la embarcación. Cuerpos firmes, curtidos por el río y el sol, encarnan generaciones de conocimiento que fluyen con el agua y el viento.

Cascada Quebrada Bonita

Al poco tiempo, llegamos a la orilla del río y, tras cruzar un bosque primario de galería, alcanzamos la hermosa cascada escalonada conocida como Quebrada Bonita, un rincón perfecto para refrescarse en medio de la selva.

De regreso en la piragua, divisamos la playa que se forma a orillas del majestuoso río Chagres, llamado “el río de los Lagartos” por Cristóbal Colón en 1502, debido a los cocodrilos que encontró en sus aguas.

Al ver estos paisajes, lo único que deseo es sumergirme, dejarme llevar por el río… pero toca guiar y compartir la magia con quienes descubren este lugar por primera vez.

Subimos rumbo a la comunidad Emberá Drúa, donde nos reciben con cantos, sonrisas y manos cálidas que celebran nuestra llegada con auténtico orgullo ancestral.

Cuando se creó el Parque Nacional Chagres en 1985, los Emberá ya llevaban una década asentados en el área conocida como “2:60” en los antiguos mapas del Canal. La nueva normativa ambiental los obligó a transformar su estilo de vida: se restringió el uso agrícola para comercio, permitiendo solo cultivos de subsistencia.

Así nació una transformación profunda: dejaron atrás la agricultura comercial y abrazaron la artesanía como medio de vida. Hoy, sus delicadas creaciones son el alma de la comunidad. El visitante que llega siempre lamenta no haber traído más efectivo para llevarse un pedazo de esta cultura viva.

¿Cómo se adapta una cultura ancestral a nuevas reglas sin perder su esencia? La respuesta fue el turismo comunitario.

Desde 1996, con apoyo de autoridades locales, nació el proyecto “Tranchichi”, palabra que en español significa “arriero”. En este modelo colectivo, todos ganan: desde el niño que toca un instrumento al recibir al visitante, hasta las mujeres que cocinan con amor ese pescado fresco con patacones. Un ejemplo vivo de resistencia, adaptación y orgullo cultural.

Cuando le preguntas a Mateo sobre el impacto del turismo, responde con orgullo:
“El turismo ha sido una buena idea para nosotros. Tiene un impacto mínimo en el ambiente y ofrece sostenibilidad a largo plazo. Pero lo más importante es que ha traído nueva vida a nuestra cultura y a nuestras artes tradicionales. Estamos orgullosos de quiénes somos, y felices de compartirlo con ustedes, nuestros visitantes. Son ustedes quienes nos ayudan a vivir de forma sostenible esta vida tan especial.”

Luego de una amena charla, bailes llenos de alegría y una comida deliciosa, nos refrescamos en las aguas cristalinas del río, teñidas de un verde aqua hipnótico. Algunas personas se vistieron con parumas y chaquiras, coronas de flores… y yo, aproveché para tatuarme con jagua, como parte del ritual simbólico de conexión con esta cultura ancestral.

Durante esta visita, avistamos aves que parecían salidas de un libro sagrado: el cormorán neotropical (Phalacrocorax brasilianus), la garza tricolor (Egretta tricolor), un majestuoso osprey (Pandion haliaetus) sobrevolando el río, el caracara de cabeza amarilla (Milvago chimachima), la jacana común (Jacana jacana), y martines pescadores (Megaceryle torquata y Chloroceryle amazona) que nos acompañaron casi todo el trayecto.

Disfrutamos cada instante, bajo la sombra de los árboles del bosque primario. Un recordatorio vivo de que la responsabilidad de proteger esta belleza no es solo de ellos, sino también nuestra.

Alto Chagres siempre deja un buen sabor de boca y unas ganas inmensas de regresar y vivir una experiencia aún más profunda, quizás, chamánica.

Si usted desea conocer este sitio nos puede contactar al whatsapp 6592-9153.

Selva: Guanche Mágico, Salto de los Monos.

Necesito recordar con detalles. ¿Cuántas veces he escrito sobre este sitio? Cada vez es diferente.
Días antes me traumé con una canción de Carla Morrison que se llama “Disfruto” y lo único que me vení­a a la cabeza era el Salto de los Monos. Tenemos tanto que conservar…

Caminando noté que a veces pasamos desapercibido los grandes árboles, pero dos franceses me hicieron prestar más atención a los colosos del bosque, los Ceiba pentandra que hay por el camino, algunas veces con sus raíces tubulares más altas que nosotros.

Acampamos en el llano, cerca de un bonito árbol y al cuidado de las vacas.
Temprano, avanzamos. Los monos aulladores advertían de nuestra presencia. Pasamos el río y los rostros felices vieron el árbol más grande del potrero, un Ceiba de quizá 500 años con unas lianas que permiten al excursionista divertirse.

El amanecer nos dio los buenos días con suaves rayos de luz deslizándose sobre el río, como un saludo cálido de la selva. Avanzamos por la senda hacia la Poza del Jaguar, bien provistos de electrolitos, sabiendo que la selva —ese vibrante y húmedo ecosistema— exige respeto, preparación y escucha atenta.

La Poza del Jaguar, como siempre, fue un oasis en medio del calor: aguas frescas y cristalinas abrazadas por la espesura verde. Retomamos el camino, cruzando trochas apenas visibles, árboles caídos y huellas de animales que nos recordaban que estábamos en su hogar.

Finalmente, llegamos a la cascada Solange, un rincón encantado que lleva el nombre de una extranjera que, siendo la mayor del grupo en una antigua expedición, lideró la marcha con paso firme. Al llegar al agua, entonó una melodía en francés, y su canto se mezcló con el rumor del agua, creando un momento tan místico que quienes lo presenciaron decidieron nombrar la cascada en su honor. Desde entonces, Solange no es solo un nombre, sino una historia cantada por la brisa y el agua.

Dicho sea de paso, antes de llegar a Solange, en el Guanche se forma un “surra surra”, un tobogán natural cuya cascada no tenía nombre. El señor Domingo me preguntó cómo se llamaba y, al confirmar que no tenía nombre conocido, propuso que la llamáramos “Cascada Domingo”. Así que ya lo saben.

Me parece un gesto acertado, ya que el señor Domingo es colonense, trabaja en la ACP con afluentes y cuencas hidrográficas, y representa ese vínculo profundo entre la gente del lugar y su entorno. Además, es un verdadero guerrero: en un sendero que agota hasta al excursionista más experimentado, él llegó hasta El Salto… y regresó. Vale destacar que no todos logran alcanzar ese punto.

Cascada Solange

Aquí hay una infinidad de plantas. Para alguien que las ama, como yo, cada rincón es un festín visual. En esta ocasión vi peperomias, las comunes monsteras, los curiosos “pene de chombo”, heliconias exóticas, episcias pecioladas y violetas tan oscuras que rozaban el negro, además de diversas calatheas.

No tuvimos suerte con la fauna esta vez, aunque encontramos huellas de tapir y nutria, además de excrementos de pequeños felinos. Vimos también un par de borrigueros (Ameiva festiva) y las adoradas Ranas dardo (Dendrobates auratus) en su morfo verde.

Al llegar al campamento, limpiamos el área, reubicamos con respeto a un alacrán, y armamos el refugio. Decidimos bajar solo al Verde Esmeralda, cuyo caudal estaba muy fuerte e imposible de nadar. Aunque el río estaba claro y en su cauce, la corriente era peligrosa. Subir al salto estaba fuera de discusión, y varios exploradores lo agradecieron: el cansancio ya pesaba.

Pasamos una tarde amena entre chorizos, bollos y café; algunos prepararon pasta y sopa.

Aprovechamos para explicar la importancia de una fogata en la selva y cómo hacerla en condiciones extremas: lluvia, humedad persistente y un entorno tan denso como la Sierra Llorona de Portobelo.

La fogata es más que calor. Es alma. Nos conecta con nuestros orígenes, nos reconforta, nos da confianza. Las antiguas reuniones en torno al fuego fueron, quizás, el primer escenario de la evolución social.

Además de permitir cocinar o espantar depredadores, el fuego es ese núcleo que da paso a la conversación, al descanso, al aprendizaje… cuando el día se apaga.

Cayó la noche y el campamento enmudeció. Asomé la cabeza varias veces durante la madrugada; la luna, en su cuarto creciente, se mostraba majestuosa, acariciando el dosel de la selva con su luz plateada. Una llovizna leve nos visitó al amanecer, y supe entonces que el río estaría en su punto perfecto.

Desayunamos con energía y emprendimos el corto pero exigente ascenso al Salto de los Monos, la cascada más alta de Colón y una de las más imponentes del país. Siempre es emocionante llegar allí. Hay algo casi místico en ver al excursionista rendirse al momento: nadar, escalar, gritar… lo único que importa es estar presente. Disfrutar como te sea más cómodo, porque quizás regreses… o quizás no.

De regreso, decidimos visitar nuevamente el Verde Esmeralda. Esta vez nos recibió en calma, con su profundidad envolvente y agua clara como cristal.

Recogimos todo con esmero, dejando el sitio tal como lo encontramos: intacto, como si nadie hubiese estado allí. Aprovechamos el tiempo con precisión y nos dimos un último chapuzón antes de iniciar el retorno.

Al llegar al Dos Bocas, notamos que una crecida venía del otro lado. Sin dudarlo, activamos el Plan B: avanzar rápido en las bajadas, cruzar los planos hasta alcanzar los llanos y evitar cualquier cruce riesgoso. El cansancio comenzaba a notarse. Hubo intercambio de mochilas, gestos de caballerosidad, incluso cambio de calzado entre compañeros.

Lo que no todos sabían, era que afuera nos esperaban los caballos, listos para aliviarnos la última hora de caminata… sin peso en la espalda.

Conversamos con los locales; confirmaron que el río, aunque turbio, se mantenía en su cauce. Así lo cruzamos, con calma y confianza.

Y al salir… una cena deliciosa nos aguardaba, junto a esas cervezas que, aunque no lo admitamos, siempre nos hacen caminar un poco más rápido solo de pensar en ellas.

Grupo completo

Agradecemos de corazón a cada excursionista que nos acompañó a caminar la Sierra Llorona de Portobelo. No olvidamos a nadie que ha recorrido esta senda, valoramos su preparación, inversión y determinación en cada paso.

Confiamos en que el buen juicio de quienes emprenden la difícil marcha hasta el Salto de los Monos refleje su amor por los bosques vírgenes y la comprensión de su vital importancia en el ecosistema, un espacio donde solo debe estar la admiración por su belleza.

Las fotografías son propiedad de Enlodados.com, Daniel Molinar, Domingo Molinar, Sorhay Bambu y Rey Aguilar.