Desde que empecé a tener conciencia del mundo que me rodeaba, nació en mí ese comportamiento inquisitivo natural llamado curiosidad por los bosques, las formaciones rocosas y lo que, en aquel entonces, me parecían grandes montañas. Debía tener cinco o seis años cuando, por primera vez, mi madre me llevó a conocer el Valle de Antón, y quedé prendada —como cualquier niño— de las charcas, y anonadada ante los magníficos colores de aquellos seres increíbles, como aves del paraíso, que habitaban en El Níspero. De regreso de ese viaje, prácticamente babeaba al ver el paisaje circundante. Recuerdo claramente cómo me dije a mí misma que quería ser grande para poder subir aquellas rocas que, décadas después, entendería que se llamaban peñones en Campana.
Descubrí Santa Fe de Veraguas en un reportaje de alguna revista que mi padre llevaba a la casa, y de inmediato dije: ¡Carajo! Apenas tengo 13 y falta mucho para ser mayor de edad y poder caminar esos senderos… ¡Uff! No saben cuánto me maldije cada vez que mis compañeros de escuela se iban “pa’l interior” y yo no podía, simplemente porque no tenía familia en el interior del país. Soy netamente de Arraiján. El pecho se me achicaba cuando veía el Trinidad; jamás imaginé siquiera que algún día llegaría a su cima.
Ahora, en mi década de los 20, Santa Fe se ha convertido en mi talón de Aquiles: prácticamente un sitio en el que me gustaría vivir. Tiene todo: cerros, cascadas inmensas y otras más personales; está a pocos kilómetros de una costa virgen, tiene una gran producción de café, orquídeas, y uno de los parques nacionales que abarca cinco biomas sobre las vertientes del Pacífico y del Atlántico.
Esta vez, tres días en el paraíso sirvieron para conocer demasiado, y en este post les contaré la magnífica experiencia de la cascada El Bermejo.
En Santa Fe hay muchos hostales y hoteles e incluso cabañas que puedes alquilar para pasar tus días a precios módicos en donde el alojamiento es muy bueno, además ofrecen comida y bebidas.
El sendero toma hasta el chorro una media hora a paso normal. Pero lo puedes hacer en 20 minutos si estás acostumbrado a caminar. Para personas mayores pueden hacerlo fácilmente en una hora. Es un sendero limpio, marcado, de dificultad baja pues es en descenso y desde la entrada del trillo es 1km y medio en donde encuentras vistas muy bonitas de los cerros que rodean el sitio, además variados arboles de mandarinas con las cuales te puedes refrescar.
Cuando fuimos nos topamos con muchas aves y apreciamos el vuelo de gavilanes “Cara cara” que rondaban el área. El bajareque nos daba la bienvenida al río, que ya escuchábamos así como los gritos de algunos turistas que iban delante. Cinco especies de mariposas Morpho merodean por el Parque Nacional Santa Fe, y sobrevuelan de manera especial las fuentes de agua. Prestando atención de seguro te encuentras con insectos sacados de alguna película de ficción.
El Bermejo es una impresionante caída de agua que se desplaza por bloques rocosos heterométricos, cuyas dimensiones impactan incluso al más displicente de los espectadores. El río Bermejo alcanza unos 10 kilómetros de longitud, desde su nacimiento en la Cordillera Central —a unos 1400 metros sobre el nivel del mar— hasta su desembocadura en el río Mulaba, a 400 m s. n. m. Su avance es tan rápido y vertiginoso, sobre un terreno abrupto y discordante, que a su paso origina un sistema de espectaculares cascadas.
Es realmente impresionante, mucho más alta de lo que mostraban las fotos. Básicamente, solo se puede tocar el último chorro, pero pudimos divisar que arriba hay al menos dos chorros más, de mayor tamaño. Para subir hasta ellos se necesitan cuerdas y equipo de rápel. Definitivamente, un espectáculo precioso de fuerza natural etérea, conformado por masas de agua: un prodigio de la naturaleza.
Luego de disfrutar por horas enteras de sus aguas, decidimos regresar, pues comenzó a llover y la cascada se volvió bravía, mucho más fuerte de lo que vimos al llegar.
Si subiste el camino en taxi, recomiendo bajar hasta el río Mulaba a pie. Así podrás disfrutar de las vistas, de la etnografía del lugar, de la amabilidad de su gente… y quién quita, tal vez puedas bajar hasta el río, conocerlo y terminar de pasar el día allí.
Santa Fe es más que una aventura: se convierte en algo que te sale por los poros, un sitio del que, definitivamente, no te quieres ir.
Recomendaciones:
Llevar agua y comida pues en el camino no hay abarroterías.
Zapatillas cómodas y bolsa ligera.
Repelente contra insectos.
Bolsa ziploc para cámaras o artículos electrónicos.
Uno de los lugares a los que nunca me canso de ir es, sin duda, Chiguirí Arriba, un corregimiento del distrito de Penonomé en la provincia de Coclé, fundado en 1940. Entre sus elevaciones más destacadas están el Cerro Congal, con 992 metros; el Cerro Escaliche, con 866 metros; y el Cerro U, con 652 metros de altura.
Se dice que el nombre proviene de un cacique que dominaba estas tierras, llamado Chi Guirí o Guiro. Las comunidades viajan a través del río que lleva el mismo nombre, el río Chiguirí, que conecta tres localidades: Chiguirí Arriba, Chiguirí Centro y Chiguirí Abajo.
Chichibalí visto a lo lejos en el atardecer.
La razón por la que me gusta tanto este lugar es simple: el contacto tan especial que existe entre la naturaleza y los humanos es impresionante. Obviamente, tengo mi “secret spot” donde me quedo a pernoctar, y puedo asegurarles que la fauna que se puede ver en un solo día es increíble. A continuación, describiré solo lo que vi en mi última visita de dos días a Chiguirí.
Cascada Tavidá
Era carnavales y el hostal estaba abierto, obviamente fuimos a acampar con todo lo necesario. Pasamos una tarde tranquila, con un atardecer increíble, a casi un lado del Cerro La Vieja (404 msnm), con el sol ocultándose bajo las montañas de Penonomé. (Ya subimos cerro la vieja, aquí el link) https://www.enlodados.com/resena-pozo-azul-y-ascenso-al-cerro-la-vieja-cocle/
desde cima del Cerro La Vieja
Esa misma noche escuchamos sonidos extraños provenientes de un árbol de caimito. Al acercarnos sigilosos, pudimos distinguir en la oscuridad la forma de unos animalitos que se abalanzaban de un árbol a otro. Era una manada de monos nocturnos (jujuná), toda una familia que iba a cenar caimito justo encima de nuestra carpa. Nos observaban atentos con esos ojazos preciosos, nos veían asustados mientras comían y emitían su sonido particular. ¿Y adivinen? De pronto pasó un animalillo tan rápido que no pudimos distinguir si era un olingo o un cusumbí.
Nos fuimos a dormir mientras una rana descansaba sobre una planta del hostal, y los bichos llenaban la noche con sus sonidos, creando un ambiente fantástico.
A la mañana siguiente nos levantamos con ganas de caminar y fuimos a explorar detrás del hostal. Había un cerrito, primero pasamos una loma bastante inclinada, un alambre de púas, llegamos a un área llena de pinos con vista al Cerro La Vieja y no muy lejos, volaban unos gavilanes grises que denotaban estar disfrutando la mañana fresca y llena de rocío.
“El Cholo Guerrillero, Victoriano Lorenzo, durante la Guerra de los Mil Días, dejaba de vez en cuando a sus hombres para ir a ver a ‘La Vieja’. Así llamaban a la mujer que vivía en los montes coclesanos, donde el caudillo liberal iba a recuperar fuerzas para luego volver a la lucha. Según los habitantes de la región, de allí proviene el nombre del Cerro La Vieja o Cerro de La Vieja.”
Las paisanas graznaban y se lanzaban de un árbol a otro. Otras aves llenaban el ambiente con sus cantos, como el motmot, los ruiseñores y los carpinteros.
Bajamos la loma y regresamos a preparar el desayuno, pero frente a la cocina nos esperaban unos lindísimos monos tití, tan curiosos que no se movieron del árbol por un buen rato. Pudimos adelantar el desayuno mientras ellos permanecían en el árbol; estos sí se dejaron tomar fotos.
Compartimos el desayuno con “Aye Aye” y “Coronel”, dos perros amigos que siempre están en el lugar. Aprovechamos para descansar un rato y luego decidimos visitar alguna de las cascadas cercanas a Chiguirí Arriba.
Tomamos un bus y nos bajamos en el pueblo. Caminando, preguntamos dónde podíamos encontrar otra cascada, además de Tavidá, que es la más conocida en la zona. En el camino, nos topamos con un colarejo o tucancillo “rockero” (Collared aracari).
Encontramos un chorro pequeño y llamativo que, personalmente, me causó algo de miedo aunque no parecía peligroso.
En Chiguirí Arriba hay escuela, una iglesia católica y varias tiendas pequeñas. El transporte público pasa casi cada hora; son autobuses tipo “camión”, que parecen un arca de Noé.
La carretera hasta Chiguirí está en buen estado para cualquier tipo de vehículo. Los buses salen desde el mercado de Penonomé; la ruta está indicada en el post de la cascada Tavidá.
De regreso, decidimos cambiar la ruta. En vez de ir directo a Penonomé, esperamos una hora un 4×4 que saliera de Chiguirí Arriba hacia El Valle de Antón. Mientras tanto, vimos varias oropéndolas Montezuma. Al desistir, tomamos una “chiva” rumbo a Penonomé, pero esta se desvió por el camino hacia El Valle para recoger pasajeros. Justo atrás venía un 4×4 que toma esa ruta difícil, con piedras sueltas y tierra.
Al hacer señales, el 4×4 paró. El viaje al Valle duró una hora y fue increíble cruzar la cordillera, admirar el Cerro Gaital, las Tres Marías y otros cerros de Penonomé como el Congal, Chichibalí y Turega. La vista desde lo alto es impresionante.
En Chiguirí también puedes visitar el Mariposario Cerro La Vieja, creado por el biólogo Samuel Valdez. Cerca, en Loma Grande, está Pozo Azul y los chorros Las Pailas, accesibles solo en 4×4.
Fuimos con mi prima postiza Roxanaà(nieta de la señora Tunina que menciono en el post de Bajo Bonito), ya que ella se dirigÃÂa a La Gloria a dejar un mandado; generalmente no existe transporte público hasta La Gloria asàque los pobladores acostumbran caminar diariamente hasta llegar a sus hogares.
Pasamos varias quebradas, a decir verdad, bastantes. Vimos el cerro ChichibalÃÂ de Capira a lo lejos, por instantes nos rodeaba la neblina y nos serenaba la lluvia.
Ya el sudor se hacÃÂa presente y caminamosàmás rápido que de costumbre, aunque a pesar de nuestros esfuerzos, todo nos tomó 2 horas exactas, sin importar que nos habÃÂan dicho que el camino era solo una hora. Sinceramente, cuando hablamos de tiempo con la gente del campo nunca les creo, ellos caminan muyàrápido y generalmente no poseen reloj o indicador del tiempo.
Nos percatamos de queÃÂ bordeamosÃÂ el rÃÂo, de nombre CirÃÂ Grande, que posee muchas caÃÂdas de agua y algunas cercanas a la vÃÂa principal. La gente de estos pueblos saben el valor del agua, y cuidan sus rÃÂos como oro.
En este lugar las casasàestánàdistanciadas unas de otras y separadas poràhectáreasàgrandes de terreno que utilizan para cultivar vÃÂveres. La escuela primaria es nueva, pero antes de que existieran los niños debÃÂan caminar hasta Bajo Bonito para recibir clases.
Nuestra recomendación es pagar a los dueños de la casa de madera entre 3 a 5 dólares de colaboración.
Si les digo cuanto mide, les miento. Para mi, y sin haberla medido, digo que quizás unos 70 metros. Realmente es una cascada escalonada, o sea que se puede subir con cuidado, arriba se encuentra la cascada La Tulivieja y otras más. Nos dedicamos a contemplar su belleza, embelesarnos con tan magnÃÂfica obra de la Naturaleza y bañarnos en sus frÃÂas aguas, que invitan al deleite.
Al poco tiempo nos regresamos y nos quedamos un rato conversando con Mary Ovalle, la dueña y señora de esos terrenos, una mujer amable y carismática, nos ofreció guineos y nos mostró sus orquÃÂdeas. Compartimos el lunch con la familia, admiramos el paisaje, nos despedimos y caminamos de vuelta a Bajo Bonito, claro ahora nos tomó menos tiempo pues casi todas las pendientes eran en descenso.
Antes de abordar nuestra lancha hacia Coiba, aprovechamos el tiempo para recorrer esta linda playa rodeada de islotes, ubicada en la provincia de Veraguas, dentro del distrito de Soná y en la comunidad Madre Vieja, muy cerca de otras playas resonantes, como Santa Catalina o el Arrimadero.
Esta playa forma parte de una ensenada en la franja de amortiguamiento del Parque Nacional Coiba y funciona al igual que Puerto Mutis, como salida de los viajantes que se dirigen al parque.
Al llegar el paisaje es fenomenal, una playa generalmente desierta pero con algunos establecimientos que ofrecen comida y hospedaje. A lo lejos los islotes decoran el mar y dan la bienvenida a quienes dan paseos a sus alrededores rodeados de una exuberante vegetación de bosques primarios y mangles.
A este atracadero normalmente llegan personas de todas las regiones de la costa sur Veragüense, de Bahía Honda, Gobernadora, Leones, y de otras islas.
Aquí hay desarrollo turístico rural. ANCON promueve un proyecto de incentivos a microempresas turísticas, el cual apoya la gestión de los moradores de estas comunidades para emprender sus propios negocios. De esta forma, pueden brindar servicios básicos a los visitantes y, a la vez, costear sus necesidades en este lugar bastante alejado de la ciudad.
Durante el verano, cuando el auge del turismo local y externo aumenta, además de la venta de comida por parte de las familias locales, los lancheros también logran obtener ingresos llevando turistas a playas e islas cercanas, lo que les permite sustentar a sus familias.
Es fácil llegar a Playa Banco. Si vienes desde la ciudad de Panamá, debes tomar un autobús Panamá–Santiago, luego abordar otro hasta Soná, y en la terminal de Soná hay buses que se dirigen a El Tigre de San Lorenzo, los cuales te dejan en la misma playa. El costo total del pasaje es de $3.50.
En caso de ir en auto, es aún más fácil. Solo debes prestar atención antes de llegar a Soná de Veraguas, en la entrada de la carretera que conduce a Playa Santa Catalina, y seguir en línea recta hasta encontrar la intersección que indica el camino hacia Playa Banco.
La carretera está en excelentes condiciones, como quien dice: “¡de paquete!”.
Durante el verano, especialmente en enero, se realizan festivales con múltiples actividades: campismo, aventura y observación de aves marinas.
Los días transcurren tranquilos, con ricas comidas del mar, la brisa fresca, aguas cristalinas y un sol intenso que lo envuelve todo. Te invitamos a conocer una de las pocas playas públicas que aún quedan en la costa sur de la provincia de Veraguas, antes de que nuestro gobierno permita que alguien las compre.
El nombre Calobre se originó ya que así se llamaba un cacique del área. Este distrito está formado por doce corregimientos: Calobre, Barnizal, Chitra, El Cocla, El Potrero, La Laguna, La Raya de Calobre, La Tetilla, La Yeguada, Las Guías, Mojarás y San José.
En Calobre, una de las principales actividades es la cosecha de sandía, gran parte de la cual es exportada al extranjero. Se dice que es la mejor de Panamá, gracias a las condiciones de la tierra, algo árida, de este distrito.
Justo en la carretera, mucho antes de llegar al pueblo, vimos un anuncio con imágenes que indicaba los lugares turísticos que se pueden encontrar en este bello distrito: El Salto Bejucal, el río San Juan, la laguna La Yeguada, Los Sandiales y los Pozos Termales de Calobre. Tratamos de encontrar los que nos fuera posible, y nos interesamos especialmente por llegar a los pozos termales. Sin embargo, al parecer, estos tienen un acceso complicado.
Justo debajo de un puente, en el corregimiento de Tetilla, se encuentra el Salto El Bejucal. Es un imponente chorro de agua que, iracundo, rompía con fuerza gracias a su caudal de invierno, lo que hacía que el agua se tornara turbia. Nadie se estaba bañando en ese momento, y preferimos no tomar el riesgo. Está rodeado de abundante vegetación, y el lugar es muy bonito, a pesar de estar justo debajo del puente.
Pocas personas conocen el salto ya que por su ubicación estratégica es muy difícil darse cuenta que se encuentra semejante maravilla. Tampoco hay ninguna señalización, recomiendo preguntar en la carretera luego de 30 minutos de haber salido de San Francisco de la Montaña.
Río San Juan
Al salir del Salto, seguimos en la carretera hasta ver el Río San Juan, al que vislumbramos sólo desde un puente y el tiempo no nos dio para bajar.
Se apreciaban extrañas formaciones rocosas, quizás causadas por la erosión del tiempo y definitivamente una acción volcánica antigua. El Río San Juan forma parte importante de Calobre ya que sus aguas son desviadas hacia la quebrada las Lajas, que a su vez es el único afluente de la Laguna La Yeguada, para aumentar el volumen de agua utilizable hacia la generación de energía eléctrica.
Para llegar a Calobre se puede ir por dos rutas: desde Santiago, pasando por San Francisco de la Montaña y luego desviándose hacia Calobre, esto te toma un tiempo de 45 minutos. Si vienes por la carretera Interamericana puedes tomar la vía que conduce hacia el Jaguito en el Roble y esto te toma un tiempo de 1 hora y 20 minutos hasta llegar a Calobre. Desde la ciudad de Panamá es aproximadamente 3 horas y 15 minutos. “Calobre es un paraíso por conocer”.
Realmente no sé por dónde iniciar. Para poder ir a Coiba tuve suficientes inconvenientes, tantos que a última hora no sabía a quién llevar de acompañante a la isla, debía elegir, y entre tantas personas deseosas de conocer este paraíso, definitivamente elegí al adecuado: mi compañero de curso Samuelito, quien festivamente me acompañó sin saber lo que nos deparaba este viaje.
Al salir de la ciudad de Panamá, ese jueves, a las 11:30 p.m., tomamos rumbo por el Puente de las Américas, en donde nos encontramos con un tráfico sin justificación. De la ciudad de Panamá a Arraiján nos demoramos más de una hora, que nos sirvió para empezar a interactuar con compañeros de la excursión. Al llegar al Súper Extra de Arraiján tuvimos otro inconveniente: el bus en el que viajábamos tuvo un fallo mecánico, y finalmente nos encaminamos hacia el interior a eso de las 3:30 de la madrugada.
Nos abastecimos de lo posible en el Súper 99 de Santiago, ya que sabíamos que en Coiba no existen tiendas ni mucho menos supermercados. A eso de las 7:30 a.m. tomamos calle hacia Soná, de ahí hacia Santa Catalina, y nos desviamos en dirección a Playa Banco, que forma parte de la franja de amortiguamiento del Parque Nacional Coiba.
La isla de Coiba se encuentra en las coordenadas 07°25′58.8″N, 81°45′57.6″O, situada en los distritos de Montijo y Soná, en la provincia de Veraguas, Océano Pacífico. Es un Parque Nacional que fue declarado como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 1980. Su superficie es de 270,125 hectáreas, de las que 216,543 son marinas.
Creado por Decreto Ejecutivo en el año 1991, el Parque Nacional Coiba está constituido por varias islas, de las cuales la más grande es Coiba, que con 50,314 hectáreas es la isla más grande del Pacífico centroamericano. También están Jicarón (2,002 ha), Jicarita (125 ha), Canal de Afuera (240 ha), Afuerita (27 ha), Pájaros (45 ha), Uva (257 ha), Brincanco (330 ha), Coibita (242 ha), y muchas otras que forman las 53,582 hectáreas de territorios insulares.
Salimos de Playa Banco a eso de las 10:15 a.m., y luego de dos horas en lancha, viendo la isla a lo lejos, de pronto se acercaron cuatro delfines a saludar y se metieron al agua para no dejarse ver más. Luego de esa emocionante escena, llegamos a la estación de ANAM llamada “La 12”, al mediodía.
Desde que tengo conocimiento de Coiba, siempre supe que era sublime, pero nunca imaginé que me podía quedar con la bocota abierta. Mi primera impresión fue: salvaje, demasiado salvaje, y eso que apenas estábamos conociendo el área menos verde del parque. Es un parque físicamente virgen, pues paradójicamente la conservación de este archipiélago se debe, básicamente, a que desde el año 1919 hasta 2004 la isla Coiba fue utilizada como una colonia penal por el gobierno panameño.
Después de un movimiento ambientalista que envolvió a muchas personas y distintos gremios, se logra el estatus legal para esta área mediante la Ley No. 44 del 26 de julio de 2004, que “Crea el Parque Nacional Coiba”, la cual regula el funcionamiento de esta área protegida, donde se establece, entre otras cosas, a esta zona como Patrimonio Nacional.
El agua en la playa de la estación era turquesa, con tonalidades azules y amarillas. El fondo, de arena blanca, sin corales ni algas, era una delicia, que de no haber sido porque tenía que bajar maletas, me hubiera zambullido antes de desembarcar.
Al llegar a la isla fuimos directo a apuntarnos en la lista de visitas de la ANAM. Ellos procedieron a ubicarnos en nuestras habitaciones, muy cómodas, con aire acondicionado, agua limpia para bañarse, sábanas limpias y almohadas. En la estación también hay un campo llano para quienes desean acampar y, de igual forma, es muy cómodo. Incluso hay regaderas para quienes deseen.
Recorrimos los alrededores, fuimos al área de “Tito”, el cocodrilo, pero no se encontraba ya que la marea estaba baja. Entramos al centro de exhibición de MarViva, observamos restos de una ballena, y al tomarme fotos con ella, a insistencia de mi compañero, casi me cae uno encima, lo que me costó el primer recordatorio de la isla: una raspada en la rodilla.
Comimos algo y fuimos a dar el primer tour, que sería hacia la Isla Granito de Oro. No conté exactamente el tiempo para llegar desde “La 12” hasta allá, pero calculo que fue menos de media hora en lancha. Esto sí que fue impresionante. Pasamos al lado de muchos islotes, algunos repletos de árboles gigantes, otros con un solo árbol. El mar azul oscuro y profundo… tratamos de ver algún delfín, pero no tuvimos suerte. Logramos ver muchos peces voladores que, increíblemente, parecían colibríes volando sobre el mar.
Ya había visto muchas veces en fotos la isla Granito de Oro y la reconocí al instante. Es realmente impresionante: el agua en ella era celeste tornasol, destellaban colores inimaginables, la arena blanca y tan menuda. Tiramos todo y fuimos corriendo a tomarnos fotos donde pudiéramos, y acelerados también nos quitamos la ropa y nos metimos al mar. Dejamos las cosas lejos del agua, pero en la arena.
Luego de media hora de snorkel, en donde pude ver peces loro, peces globo que me perseguían como perros, y algunos otros peces casi transparentes, decidí salir para tomar fotos desde afuera a la gente que se encontraba en la playa. ¡Vaya sorpresa me llevé al darme por enterado de que la marea, en esa media hora, había subido tan rápido que logró mojarme la cámara y otros implementos! Por suerte, había llevado otra de repuesto.
Pero ni eso pudo con la alegría de estar en este paraíso. Juan Pablo, nuestro guía, nos había advertido de no hacer snorkel en cierta parte ya que era posible encontrarnos con tiburones, y en ese lado la corriente de agua es muy fuerte.
Los mares de Coiba son conocidos tradicionalmente por su abundante pesca, ya que albergan especies como el tiburón ballena (Rhincodon typus), el tiburón tigre (Galeocerdo cuvier), la manta raya (Manta birostris), el dorado (Coryphaena hippurus) y el atún de aleta amarilla (Thunnus albacares). También es el hábitat de cuatro especies de cetáceos: la enorme ballena jorobada o yubarta (Megaptera novaeangliae), la orca (Orcinus orca), el delfín moteado tropical (Stenella attenuata) y el delfín mular (Tursiops truncatus). En las aguas del parque y zonas contiguas se ha observado la presencia ocasional de 19 especies adicionales de cetáceos que se encuentran en el Pacífico panameño. Algunos cetáceos son posibles de ver, sobre todo en los meses de agosto a noviembre.
Nos atrevimos a llegar hasta una roca y logramos ver peces hermosos de diversos colores y formas. Salimos del agua un rato a bañarnos de sol. Me dormí un rato, pues estaba cansada del ajetreo del viaje, y al despertar, el agua nuevamente llegaba a mis pies. Los cangrejos me rodeaban por doquier, y mi compañero no estaba por ningún lado. Alarmada, me fui a meter al agua a buscarlo y no lo veía. Por un momento me asusté; pensé, graciosamente, que se lo había comido un tiburón o que simplemente había ido a caminar. Por suerte, lo encontré tirado sobre la arena, roncando, del otro lado de la playa.
Nos fuimos de Isla Granito de Oro , pero rumbo a Isla Coibita o Ranchería. Esta isla era mucho más grande que Granito de Oro, con palmeras inmensas en sus bordes, mar invitante de una manera increíble, pero no pudimos bajar del bote. Juan Pablo logró leer un cartel que decía: “Propiedad de Fundación Pacific Wild Life Refuge. Se prohíbe el ingreso a esta propiedad a los directivos, trabajadores o empleados del Smithsonian Tropical Research Institute. Se prohíbe la remoción de este letrero.” Al parecer, estaba prohibida la entrada no solo para el Smithsonian, así que se prefirió no bajar.
Llegamos nuevamente a las cabañas de ANAM. Me fui a dar un baño y comer algo leve mientras esperaba la cena. Salía de la ducha cuando me empezaron a llamar: era que Tito, el famoso cocodrilo, acababa de llegar.
Fui corriendo con la cámara a apreciar a tan hermoso bicho. Tito ya estaba casi en la orilla; la gente de ANAM lo llamaba y él, un poco sumiso, lo pensaba. Algunas personas tenían miedo, y era obvio, pues Tito mide más de dos metros de longitud y tiene tremendas fauces. Un joven de ANAM lo llamó y Tito se acercó. Luego buscaron un pescado y Tito salió a la orilla; se lo tiraron y el lagarto, orondo, lo tragó de un solo tajo, como solo él sabe hacer. Me quedé buen rato admirándolo de cerca. Luego llegó mucha gente y me fui a recostar un rato. Después de una hora en mi habitación salí de nuevo, y aún Tito estaba inmóvil en el mismo sitio.
Al día siguiente nos levantamos muy temprano, tomamos nuestro desayuno y nos subimos al bote. Ya sabíamos que el día iba a ser exhaustivo, pues le daríamos la vuelta completa a la isla sin saber cuánto tiempo nos tomaría, ya que esto dependía del mar y las peripecias del botero, quien demostró ser un experto.
Pasamos bordeando la isla, que demostró lo salvaje, bárbara y perfecta que es. Todo es verde en Coiba. Eran las siete de la mañana y los cerros se veían a lo lejos, repletos de neblina pesada. El mar retumbaba contra la costa a lo lejos, estaba un poco bravo, y en el bote todos en silencio, observando tanta belleza. Se dice que más del 80 % de la isla está cubierta por vegetación original; posee manglares y cativales de significativa magnitud.
En la isla de Coiba, las colinas costeras con elevaciones inferiores a los cien metros predominan en el norte y sudeste, mientras que en el resto, las colinas de poca elevación, que apenas superan los 200 metros sobre el nivel del mar, constituyen el paisaje dominante. Únicamente en el sector central hay una cadena de colinas donde se encuentran los puntos más altos: el cerro de La Torre, con 416 msnm, y el cerro de San Juan, con 406 msnm.
Pasamos al lado de algunos islotes. Yo estaba sentada en la proa del bote junto con otra pasajera. Empezamos a asustarnos cuando el bote comenzó a saltar de manera brusca. El botero nos mandó a bajar y obedecimos. Me senté encima de un cooler en medio del bote, pues ya no quedaban puestos. Me puse los audífonos, escuchando Explosions in the Sky, extasiada de tanta belleza. Pero de pronto el bote empezó a saltar más fuerte. Ya ni la cámara podía estabilizar. Me reía al principio, pero luego de diez minutos en lo mismo, mi rostro y el de los demás empezaron a cambiar: ya no era normal.
El botero estaba muy serio, así como nuestro guía. Había señoras en el bote que estaban muy asustadas. Yo no sabía de dónde agarrarme. Me halaban por el salvavidas. El bote seguía saltando y nosotros pensando que saldríamos volando de él. Nuestros cuerpos estaban más en el aire que en el asiento. Fue una experiencia demasiado extrema. Las costas que rodean Coiba tienen fama de estar llenas de tiburones y animales marinos salvajes. Luego de esto supimos que esa área de la isla es muy peligrosa, pues allí el mar es muy fuerte.
Mientras estábamos en esto, se veían unas formaciones rocosas sacadas del mundo de las hadas. Vi un puente natural que era interceptado por el mar. Era un paisaje inimaginable, algo fuera de este mundo.
Pasada la tormenta vino la calma. El mar se aquietó y fue entonces cuando fuimos nuevamente visitados por delfines. Eran muchos. Salían de todas partes. El señor del bote apagó el motor y cada vez los delfines se acercaban más. Pasaron justo al lado haciendo gracias y seguidos desde el cielo por muchas aves. Se alejaron hacia un cardumen de peces.
Ciertamente no recuerdo cuánto tiempo llevábamos en el mar. Vimos a lo lejos la isla Jicarón, que se encuentra al sur de Coiba, y mucho más adelante divisamos el hermoso islote Barco Quebrado, que me engañó buen rato, pues al verlo de lejos supuse que era algún crucero. Tiene el nombre bien puesto. Dicen que en esta área se pueden ver bandadas de guacamayas rojas (Ara macao).
Islote Barco Quebrado
Luego de algún tiempo más en bote, llegamos hasta una playa de la Bahía Damas, cercana a manglares. Los primeros en bajar del bote quedaron con los pies llenos de lama y golpeados por las piedras. En la Bahía Damas se localiza un arrecife de coral con más de 135 hectáreas de extensión, el segundo más grande del Pacífico tropical americano.
Salimos de la playa caminando hacia los manglares. Vimos algunos riachuelos que caían desde el follaje en lo alto y llegamos a la entrada del sendero Los Pozos.
En Coiba se han censado 1,450 especies de plantas vasculares, con la presencia de abundantes ejemplares de ceiba (Ceiba pentandra), panamá (Sterculia apetala), espavé (Anacardium excelsum), tangará (Carapa guianensis) y cedro espino (Bombacopsis quinatum).
A los Pozos Termales llegamos caminando media hora desde la entrada. En el sendero pudimos ver muchas huellas de ñeque y venado corzo. Más adelante, uno de los compañeros del viaje, Abel, agarró una serpiente como si fuera de su familia. Luego de acariciarla, me la pasó; era una bejuquilla gris. La dejé ir y seguimos caminando hasta llegar a los pozos. Vimos también un gavilán caminero en un árbol.
Juan Pablo, nuestro guía, nos contó que estos tres pozos fueron, en el tiempo de la dictadura, utilizados exclusivamente por Manuel Antonio Noriega. Nos llevamos una sorpresa al darnos cuenta de que el pozo que normalmente es usado por los visitantes estaba vacío; es el que tiene el agua a menor temperatura en comparación con los otros pozos, así que no quedó más remedio que probar los otros. El segundo pozo tiene el agua caliente, pero perfecta para relajarse. El tercer y último pozo es realmente caliente; puedo decir que parece agua acabada de hervir.
El primero en meterse al segundo pozo fue mi compañero, seguido por Glenda y luego yo. El agua estaba deliciosa, y aunque el fondo estaba lleno de limo, fue espléndido bañarse allí. Al salir me sentí mucho más fresca, eso sí, con mucha sed, y no quería gastar toda el agua que había llevado, ya que aún nos faltaba mucho por recorrer.
De pronto escuchamos un cantar de aves en el cielo y, al subir la vista, pudimos ver unas guacamayas rojas que pasaban. Lastimosamente estaban lejos de mi cámara. Coiba es el único sitio de Panamá en el que hoy se pueden observar bandadas en libertad de los amenazados guacamayos rojos, casi extintos en el territorio continental.
Conseguimos una navaja y mi compañero procedió a montarse a una palma, de la que bajó todas las pipas que había. Todos quedamos hidratados, ya que las pipas estaban cargadas de agua. Es muy bueno tener un amigo que sepa subir palmas…
Caminando de regreso por el sendero vimos algunos colibríes y muchos semilleros cejiamarillos, que fueron identificados de inmediato por Juan Pablo y Abel. La cantidad de cangrejos en la playa era inmensa. Ya el botero nos esperaba para ir hacia el antiguo penal de Coiba.
Supe que desde el año 1993, y con la colaboración de la Agencia Española de Cooperación (AECI), se halla una estación biológica en el parque, que hasta la fecha ha censado 36 especies de mamíferos, 147 de aves y 39 especies de anfibios y reptiles, con un alto grado de endemismo. Entre los mamíferos destacan el ñeque de Coiba (Dasyprocta coibae) y el mono aullador de Coiba (Alouatta palliata coibensis), y entre las aves, el colaespina de Coiba (Cranioleuca dissita).
Luego de media hora en el mar, estábamos allí, en el lado de la antigua Penitenciaría de Coiba, cerca de Punta Damas, que cumplió con ese propósito desde el año 1919 hasta el 2004, y que fue bautizada como “Colonia Penal de Coiba” por el Dr. Belisario Porras.
Cuesta mucho escribir esta parte. Al llegar tenía los pelos de punta; hacía muchísimo tiempo que quería conocer este lugar. Bajamos en lo que era un antiguo muelle, del que solo quedan las añejas pilastras, y caminamos hacia unos ranchos para digerir algo antes de empezar el recorrido.
De pronto sentí a alguien detrás de mí y, al mirar, eran tres perros que me velaban la comida. Les di algo y lancé la frase al aire, preguntándoles a los perros a quién pertenecían. Me contestó una voz humana: un cabo de la Policía Nacional que, muy amable, respondió que esos eran algunos de los perros que utilizaban los reos cuando aún estaban en Coiba para ir de cacería. Son perros muy cariñosos y se nota que han tenido una vida agotadora.
El cabo dijo que empezaríamos el recorrido cuando quisiéramos. Fue él mismo quien nos explicó cada esquina del penal y respondió una a una mis preguntas curiosas.
Luego de pasar por un puente de tablas de madera, entramos a una celda espeluznante: era la celda de castigo, utilizada cuando los reos intentaban escaparse, mataban o violaban a otro. Había muchas frases escritas en las paredes, vestigios del tiempo que tuvieron los presos para distraerse. Le decían “la Jaula”, y ciertamente lo era, pues desde afuera de los barrotes se sentía un ambiente de encierro hostil. Cada celda estaba construida para seis reos, pero en ella convivían más de una veintena. El cabo dijo que en esta celda se encerraba a cualquier preso, sin importar el delito, edad, o lo que hubiera hecho dentro del penal. La cantidad de barrotes oxidados destilaba un círculo terrorífico, en donde quién sabe cuántas personas se doblegaron a su suerte rodeadas de perversión.
Los únicos que eran separados eran los que pertenecían a alguna banda. Y en efecto, luego de salir de estas celdas, entramos a una que perteneció a la famosa banda “Los Perros de San Joaquín”, una banda que aún hoy día atemoriza en la capital y que guarda muchas leyendas e historias aterradoras. En esta edificación, por cada una de las celdas había espacio para nueve reos y un retrete.
Entramos al edificio central, “La Penitenciaría”, que fue uno de los primeros construidos en la isla. Las paredes allí fueron erigidas con simetría total, cemento puro, sólido y fuerte. Allí pagaron condena los primeros políticos republicanos, y fueron mezclados con homicidas.
En el penal también había una capilla, utilizada solo en el “día de los presos”, el único día en que se oficializaba una misa. Los homosexuales estaban en una celda aparte y ofrecían servicios como lavar y secar ropa. El área de comida estaba separada de todo lo demás, y los reos eran llamados con una campana. El que no llegaba cuando la campana sonaba, no comía. Es importante decir que la comida en el penal no era buena. A pesar de que a los reos se les cedieron muchas cabezas de ganado, estas no eran distribuidas adecuadamente. En el penal se comía muy poco, y tanto así fue que esta fue una de las causas del cierre de la cárcel, ya que muchos reos sufrían de desnutrición, sin contar con la gran cantidad de torturas que se dieron en ella, sobre todo en la época del militarismo.
Subiendo una larga escalera se llega al área donde vivían los policías, quienes tenían su cocina, dormitorio y teléfono. Allí arriba también había una cancha para juegos, utilizada para partidos entre reos y policías. Desde el único teléfono en la isla llamé a mi madre y le avisé que todo estaba bien.
Notamos un cementerio improvisado, donde las lápidas tenían escrito “En memoria de” pero sin terminación. El cabo nos contó que este cementerio era utilizado para los reos que morían y cuyos familiares no los reclamaban. Esto era simplemente porque sacar el cadáver de la isla costaba 100 dólares, más algunos gastos de envío, entonces muchas familias preferían mandar a hacerles una misa y dejarlo todo así. Hoy en día se sabe que en ese cementerio quizás puedan estar los restos de algunas personas que fueron asesinadas durante la dictadura. Como Coiba era un área inaccesible, se aprovechaba esa condición. Según el documental “La Isla del Diablo”, se vieron llegar a la isla muchos cadáveres con ropa militar, incluso una mujer que llamaron “la India Gringa”, que fue enterrada en el penal junto con un niño.
Se dice que luego de algunas excavaciones, de lo que al principio eran nueve lápidas, se sacaron 58 esqueletos, de los cuales fueron identificados: Floyd Britton (idealista revolucionario panameño, masacrado a palos, arrastrado por caballos y torturado por los esbirros del general Omar Torrijos), Cecilio Hazelwood (enemigo de los militares) y Gerardo Olivares. Aquello causó un alboroto a nivel nacional. Muchos culpables cayeron, otros ya habían muerto, pero gracias a la Comisión de Paz, las cruces de Britton y Hazelwood tienen hoy un nombre. Lástima que las 56 tumbas restantes aún vagan sin identidad en Coiba.
Fue “La Masacre de Coiba” lo que mayormente llamó la atención de los organismos de derechos humanos. Un día cualquiera del año 1998, en Playa Brava, cerca del penal de Playa Hermosa, se enfrentaron la banda “Los Perros de San Joaquín” contra “Los Chukis”. Varios de “los Perros de San Joaquín” intentaron escaparse. Se untaron diésel en el cuerpo supuestamente para espantar a los tiburones, y justo cuando iban a salir, llegaron “los Chukis” a arruinarles el plan. Agarraron a “los Perros de San Joaquín” y los amarraron de pies y manos. Solo uno pudo escapar nadando.
Los pusieron sobre un árbol caído y a uno de ellos le quitaron la cabeza con un hacha; a otro lo machetearon y tiraron su cabeza al mar. A los demás también los decapitaron, los hicieron pedacitos y lanzaron sus restos al océano. Se dice que el que huyó nunca fue capturado. El cabo nos dijo que esa no fue la primera decapitación en Coiba… fue simplemente la única de la que se enteró la prensa.
Algunos reos que eran de confianza, o a quienes se les había reducido la condena por buena conducta o labores dentro del penal, como agricultura o procesamiento de aceite de coco, eran distribuidos en otros campos construidos en la isla. Había más de 20 campamentos en todo Coiba, y los reos que vivían en ellos se encargaban de conseguir alimento por sus propios medios. Muchos de los que sabían labrar la tierra o manejar ganado fueron enviados a esos campamentos.
Hoy día se sabe que en la isla de Coiba hay más de 4,000 cabezas de ganado que ya están salvajes, pues fueron dejadas allí luego del cierre del penal. Hay vacas, búfalos, toros y otros rumiantes que han sido imposibles de sacar por su estado de salvajismo. Igualmente permanecen caballos, que en su momento eran utilizados para trabajos pesados.
El antiguo penal de Coiba ahora está siendo reconstruido para que nunca sea olvidado por las futuras generaciones. Lo que anteriormente funcionó como aeropuerto también está siendo restaurado y pasará a formar parte del Servicio Aeronaval de Panamá, para vigilancia de las costas.
Justo en el penal, mi cámara no dio más: su batería recargable murió, y ya no pude tomar más fotografías. Pero la aventura continuó.
Al llegar en la tarde a las cabañas de ANAM, lejos de querer descansar, nos metimos en la playa a darnos un delicioso baño mientras hacíamos snorkel. De este lado no vimos casi ningún pez, pero luego de una larga plática en la playa, un guardaparques de ANAM nos advirtió que, a menos de 80 metros de donde nos bañábamos, se encontraba Titín, el otro cocodrilo que suele rondar la isla. Conversamos un rato más en la orilla, pero con esa paranoia de que en cualquier momento Titín podría aparecer. Finalmente, nos enteramos de que se había desviado. Hubiera sido realmente extremo tener que huir de él.
Por la noche, el jefe encargado de ANAM en Coiba ofreció proyectar una película sobre la isla, producida por MarViva. Fue muy placentera y educativa.
Al día siguiente, luego del desayuno, recogimos nuestras cosas para salir de la isla. Pero antes, el botero se ofreció a llevarnos por uno de los senderos cercanos al campo base de ANAM. Caminamos aproximadamente entre 45 minutos y una hora hasta llegar a un precioso mirador desde el cual se podía ver parte de la isla, el muelle, y el mar infinito.
El señor botero nos instó a seguir caminando hasta llegar a otro mirador más improvisado, donde se observaba parte del oeste de la isla, así como a lo lejos las Islas Secas y una entrada de agua que habíamos visitado anteriormente para observar tortugas carey. En Coiba llegan a desovar al menos tres especies de tortugas marinas. Al bajar del sendero, nos llamó la atención ver, en un comején, el cráneo de algún animal.
Salimos de Coiba, pero aún no terminaba la experiencia. Juan Pablo tuvo la idea de llevarnos a una playa en la Isla Canal de Afuera, y valió la pena. Parte de la playa estaba llena de arrecifes de coral. Cabe destacar que hasta la fecha se han identificado en esta superficie protegida 69 especies de peces marinos, 12 de equinodermos, 45 de moluscos y 13 de crustáceos.
Fui la primera en entrar al agua y pude ver un gran pez loro y muchos otros peces grandes. Luego de un buen rato haciendo snorkel sentí que algo me picó y salí de inmediato. Aún no sé qué fue, pero me picó en varias partes del cuerpo.
Nos fuimos de Isla Canal de Afuera y desembarcamos en la isla de Bahía Onda. Allí nos refrescamos durante aproximadamente una hora, y luego partimos hacia Playa Banco para concluir el paseo. Antes de eso, bajamos en Playa Azul, una playa preciosa, de aguas turquesas tibias y arena blanca y suave.
Actualmente, el Parque Nacional Coiba cumple un papel vital dentro del Corredor Marino de Conservación del Pacífico Este Tropical (CMAR), que enlaza cinco parques nacionales: la Isla del Coco en Costa Rica, Isla Coiba en Panamá, Malpelo y Gorgona en Colombia, y Galápagos en Ecuador. Este corredor abarca unas 211 millones de hectáreas, incluyendo zonas económicas exclusivas de cuatro países, formando una red esencial para la conservación de la biodiversidad marina del Pacífico.
Para llegar al Parque Nacional Coiba hay varias opciones: Puedes unirte a algún grupo turístico que ofrezca un paquete todo incluido, generalmente entre 250 y 300 dólares por persona. Todo depende de lo que se incluya, aunque la mayoría de estos tours no recorren toda la isla por razones de seguridad.
También es posible ir en auto por la carretera Interamericana hacia el interior del país, desviarse en Santiago hacia Soná y luego seguir hasta playa Santa Catalina. Desde allí, puedes preguntar cómo llegar a Playa Banco. En esta playa hay muchos boteros dispuestos a llevarte a Coiba, pero los precios varían entre 200 y 300 dólares. Es recomendable negociar.
Importante: antes de llegar a la isla debes comunicarte con ANAM y hacer la reservación de las cabañas o informar que acamparás un día específico. Las reglas en Coiba son muchas y las reservaciones deben hacerse con semanas de anticipación. Si tienes un yate o bote y deseas llegar por tus propios medios, se paga 50 dólares por embarcación; supongo que por yate el costo sería mayor.
En caso de viajar en bus: Debes tomar un bus Panamá – Santiago en la Terminal de Albrook, luego bajarte en la Terminal de Santiago de Veraguas, tomar un bus hacia Soná y, desde Soná, otro hacia Playa Banco o alguna comunidad cercana. Recuerda que preguntando se llega a Roma. También es posible tomar un bus en Santiago hacia Puerto Mutis y desde allí negociar con un botero por un buen precio.
Nuestro viaje desde Playa Banco hasta Coiba duró dos horas, pero eso depende del estado del mar. En ANAM se cobra una entrada de 3 dólares por persona nacional y 10 dólares por extranjero. Si vas con un tour operador, es probable que esos pagos ya estén incluidos. El precio por cabaña es de 10 dólares por noche.
Recomendación esencial: En Coiba no encontrarás establecimientos comerciales de ningún tipo, así que debes llevar contigo toda la comida y provisiones necesarias para la duración de tu estadía.
La isla Coiba ha permanecido lejos de los ojos y manos codiciosas del hombre, como si ella misma fuera uno más de esos tesoros míticos que bucaneros de todas las pelambres fueron a enterrar en sus playas de arenas coralinas.
Visitar el Parque Nacional Coiba es una experiencia jurásica que transforma tus sentidos, te hace sentir como en el Edén. Coiba es prácticamente un paraíso virgen. Pocas personas conocen un lugar con tanta belleza natural e inexplorada… y es muy posible que así permanezca.
Andando por las laderas de las montañas de Veraguas, nos encontramos con el Salto de San Francisco, ubicado dentro de la encantadora comunidad de San Francisco de la Montaña, fundada en 1621, a 16 kilómetros de la ciudad de Santiago.
Se dice que los fundadores de este pueblo fueron Fray Pedro Gaspar Rodríguez y Valderas, miembro de la orden de Santo Domingo, conocido como el “Apóstol de los Guaimíes”. Él estableció el poblado con el objetivo de concentrar a los aborígenes de la región y convertirlos a la fe católica.
Luego de visitar la antigua iglesia de San Francisco, algunos moradores nos recomendaron conocer el Salto.
¿Dónde queda El Salto? La ubicación es sencilla: partiendo desde la iglesia de San Francisco, debes tomar el camino que pasa por detrás de ella, hacia la izquierda, hasta llegar al IDAAN. Luego, sigue hacia la derecha hasta encontrar una cancha improvisada de fútbol. Justo después hay un jorón, y frente a él se encuentra El Salto.
Es un paisaje que te deja sin palabras al instante: chorros de agua que caen en una olla natural de aguas mansas, las cuales continúan su curso hasta un río lleno de piedras. A su alrededor, se disfruta de abundante vegetación y árboles frutales que acompañan el trayecto del río.
El Salto forma parte de la quebrada Honda, y generalmente la gente disfruta de sus aguas refrescantes durante el verano, ya que en invierno el caudal es demasiado fuerte y pueden ocurrir accidentes.
En el balneario también hay bancas donde los visitantes pueden hacer picnic y pasar un buen rato disfrutando de una hermosa vista. Es importante llevar provisiones, ya que no hay establecimientos de comida cerca del área.
Aunque en verano los chorros del salto pueden estar casi secos, nada impide disfrutar de las aguas del balneario, incluso con mayor seguridad.
Cuando vayas a San Francisco de la Montaña es un deber pasar por el Salto. Recuerda siempre que lo que llevas de basura, te lo debes traes contigo y no dejar nada en el río.
Hace algunos días tuve la grandiosa oportunidad de conocer la Iglesia de San Francisco de la Montaña, ubicada en un hermoso valle entre las montañas veragüenses, a tan solo 16 kilómetros de la ciudad de Santiago.
En realidad, me dirigía hacia Santa Fe de Veraguas, pero como el camino pasa obligatoriamente por el poblado de San Francisco, decidí dedicar unas horas de mi tiempo a conocer esta joya histórica, una verdadera reliquia con más de un siglo de existencia.
Era día feriado y no tuve la suerte de encontrarla abierta, así que solo pude admirarla desde afuera. Sin embargo, luego de pasar algunos días en Santa Fe, y al tener que transitar nuevamente por la misma carretera, decidí regresar a la iglesia con optimismo… y efectivamente, esta vez sí estaba abierta.
Este monumento histórico, fundado en 1621, fue declarado “Patrimonio Nacional” en 1937 mediante la Ley 29 del 28 de enero, y actualmente se encuentra en proceso de evaluación para ser incluido como “Patrimonio Cultural de la Humanidad” por la UNESCO.
En cuanto a la manera de llegar, hay variadas: en caso de ir en auto tienes dos opciones para llegar a San Francisco de La Montaña, la primera es entrando por la comunidad del Jaguito en Cocle (10 minutos luego de pasar Aguadulce), pasas por Calobre y te desvías hacia San Francisco de la Montaña.
La otra opción es manejar hasta Santiago y luego tomar la Avenida Polidoro Pinzón que esta a la derecha antes del puente vehicular. De allí hasta San Francisco de la Montaña son aproximadamente 16 kilómetros de carretera.
Como distrito, San Francisco está dividido en seis corregimientos: San Francisco cabecera, Corral Falso, Los Hatillos, Remance, San Juan y San José. Tiene una población de más de 10 mil habitantes, quienes se dedican principalmente a la agricultura, el comercio y la ganadería.
Al entrar, pude sentir inmediatamente esa paz de parroquia, que en este caso más bien sería una capilla. La imaginé mucho más grande, pues la verdad solo la había visto en fotos. Estaba realmente emocionada.
Para el visitante casual, es un modesto poblado de gente dedicada a los trabajos del campo, con hermosos balnearios, una brisa deliciosa que baja de las montañas, y una iglesia antigua en la que reposan más de cinco mil piezas talladas a mano en las maderas más preciosas de la región, alojadas en los altares barrocos más antiguos del continente, algunos pintados exquisitamente, otros forrados en láminas de oro.
La parroquia mide apenas 26 metros de largo por 12 de ancho, y atrae cada año a cientos de turistas y visitantes deseosos de contemplar sus nueve espectaculares altares, su púlpito de madera tallada y conocer, así, un poco de nuestra historia e identidad.
Los documentos históricos nos permiten saber que la primera iglesia de San Francisco de la Montaña comenzó a construirse en el año 1630 por Fray Adrián de Santo Tomás, cuando San Francisco era apenas un conjunto de chozas de paja que contaba con una población de 30 indígenas.
Pero el poblado fue creciendo. En 1691 ya tenía 50 habitantes. En 1736, era un pueblo grande con más de 100 casas y 800 habitantes. Para el año 1756, contaba con 2,277 habitantes, dos curas, un sacristán mayor, siete notables con sus familias, 33 esclavos, 28 pobladores españoles y mestizos, y 208 familias indígenas.
Se presume que fue en el año 1773 cuando se empezaron a construir los altares barrocos y que el periodo de esplendor de la iglesia se dio probablemente entre 1864 y 1865, cuando San Francisco de la Montaña llegó a convertirse en la capital de Veraguas, en virtud de una ley impuesta por el coronel Vicente Olarte Galindo.
A pesar de su limitada población y lejanía de los principales centros urbanos, San Francisco de la Montaña destacaba por la fertilidad de sus tierras y por su cercanía a las ricas minas de oro veragüenses.
La Iglesia Católica mantenía enormes campos de cultivo en esta área, así como varios cientos de cabezas de ganado. Los altares de la iglesia fueron ideados como un libro abierto, con el propósito de impresionar a los nativos y adoctrinarlos en la fe.
Y es que San Francisco de la Montaña no es un sitio cualquiera. Lugar hermoso de noches perfectas, donde la sabana se besa con la cordillera, fue construido sobre una historia fascinante que aún no ha sido escrita.
Los altares de la iglesia, confeccionados en madera fina y cubiertos en partes con oro de 23 quilates, presentan escenas bíblicas, efigies de santos, soportes, dragones y abundante follaje. Estos son: el Altar Mayor, el Altar del Santo Cristo, el Altar de San José, el Altar de la Purísima, el Altar de las Ánimas, el Altar de Santa Bárbara, el Altar de la Virgen del Rosario y el Altar de San Antonio. Cada uno es más bello que el otro.
El sitio donde se ubica la comunidad y su templo pertenece a una región húmeda y selvática, cuyos fenómenos naturales pudieron influir en las lluvias y en el nacimiento de abundantes cursos de agua que, según se cree, dieron origen al nombre de Veraguas.
Fue el misionero de la orden dominica Fray Pedro Gaspar Rodríguez y Valderas quien fundó, en 1621, el poblado de San Francisco de la Montaña con aborígenes guaimíes de la zona, convirtiéndolo en uno de los centros poblados más ricos de esta región, gracias a su cercanía con las grandes minas de oro que le dieron fama a la zona como el “Potosí de Tierra Firme”.
Durante el siglo XVIII, los franciscanos establecieron los servicios religiosos para la comunidad guaimí. Siempre con el objetivo de adoctrinar en la fe cristiana, organizaron un calendario de festividades, tanto civiles como religiosas, en las que, hasta la fecha, están presentes las tradiciones folclóricas indígenas. Estas celebraciones incluyen el uso del vestido tradicional, el idioma autóctono, la música interpretada con instrumentos originarios y, en algunas rancherías, la típica vivienda vernácula.
Al ingresar en las naves del templo, se descubre cómo el colorido estilo de vida del pueblo indígena, así como la exuberancia de la vegetación que lo rodea, se transforman en hábiles tallas de vivos colores, realzadas por efectos de luz y sombra debido al lujoso laminado en oro que adorna esculturas cubiertas de ramas y flores.
Así nace el lenguaje del arte mestizo, mediante el cual el nativo —como el más distinguido teólogo— expresa su admirable capacidad de interpretar los conceptos religiosos y estéticos cristianos. Guiado por su maestro, el misionero franciscano, crea retratos de santos e imágenes dentro de un orden simbólico, donde el arte se convierte en el medio a través del cual la divinidad se comunica con sus fieles.
Los nueve altares de San Francisco, el púlpito, los candelabros y el hoy restaurado bautisterio conforman el conjunto más significativo del barroco popular en Panamá. Al sur, en el área del presbiterio, se encuentran: el altar de La Pasión; el majestuoso altar mayor dedicado a San Francisco, con sus 480 piezas exquisitamente talladas, doradas y policromadas; y el altar de La Purísima.
A la entrada por la puerta oeste está situado el altar de San Antonio, seguido por el altar de la Virgen del Carmen, y más adelante el altar de San José. Ingresando por la puerta este, se ubica el altar dedicado a las Ánimas del Purgatorio; le sigue el altar de la Virgen del Rosario, y culmina la secuencia con el altar de Santa Bárbara, el único retablo que posee puertas pintadas en ambos lados, narrando la historia de la santa.
El púlpito, hecho de madera de cedro, se encuentra en la nave central entre los altares de Santa Bárbara y la Virgen del Rosario. Llama especialmente la atención la base o columna que sostiene la tribuna: una cariátide —o indiátide—, esculpida con facciones de chola, envuelta en hojas de acanto y flores.
La Capilla Bautismal se ubica en la esquina entre la puerta central y la puerta este. En su interior se encuentra una espectacular pila bautismal tallada en piedra, que lleva esculpida la fecha de 1727. En un nicho dentro de esta capilla se aprecia una escultura de madera de San Juan bautizando a Jesús, con los pies dentro de un río.
Hace un par de siglos, San Francisco de la Montaña fue capital del antiguo Ducado de Veraguas. Fundado formalmente en 1621 por el sacerdote Gaspar Rodríguez y Valderas, su verdadero origen se ha perdido en la memoria del tiempo. Esta región, rica en el oro codiciado por los españoles, fue visitada por primera vez en 1501. Durante más de cien años, los conquistadores fueron derrotados una y otra vez en batallas que jamás serán contadas, y de las que solo sobreviven nombres legendarios transmitidos de generación en generación, como el del invencible cacique Urracá.
Resultado del encuentro entre América y Europa, y ubicada en una provincia donde nacieron algunas de las tradiciones que hoy nos definen como nación, San Francisco de la Montaña conserva un valioso legado indígena y español: altares churriguerescos en su iglesia, desde donde nos observan infinidad de rostros indígenas tallados hace más de trescientos años; sofisticados quesos y tradicionales postres en los que se mezclan los frutos más autóctonos con especias exóticas; amplios ríos cuyas aguas aún arrastran el oro de las montañas donde nacen; y una historia que puede escucharse, si se presta suficiente atención, en las formaciones rocosas de sus balnearios, en las esquinas dormidas del pueblo colonial y en el murmullo del viento, que deja una huella imborrable.
Durante muchos años se ha especulado sobre las razones que llevaron a los colonizadores españoles a construir un templo tan elaborado en un poblado tan remoto.
En su momento, la doctora Reina Torres de Araúz describió esta iglesia como “un prodigio de manifestación estética y fe cristiana”, y se preguntaba “cómo era posible que se hubiera producido en este apartado rincón de la geografía istmeña”.
Algunos aseguran que no se trata de una iglesia, sino de una capilla privada erigida en los terrenos de un acaudalado hacendado. Sin embargo, numerosos testimonios escritos explican con claridad la razón de ser de esta magnífica iglesia.
Aunque en el año 1937 la iglesia fue declarada “Monumento Nacional” y se realizaron algunos esfuerzos por conservarla, reconstruyendo algunas de sus ya ruinosas paredes, las obras no fueron bien ejecutadas. Como consecuencia, en la madrugada del 2 al 3 de noviembre de 1944, la torre del campanario se derrumbó. El resto del templo habría corrido la misma suerte, de no haber sido por la intervención de la doctora Reina Torres de Araúz, quien luchó incansablemente por su restauración.
Parte de esta historia nos la compartió amablemente una joven que hace las veces de guía, explicando una a una las obras talladas y pintadas en la capilla. Cada imagen que llamaba nuestra atención era detalladamente descrita por ella, quien también nos comentó que la iglesia aún se utiliza ocasionalmente para celebrar misas, algo que considera peligroso e inadecuado, ya que acelera el desgaste de este valioso patrimonio.
Nos habló también sobre una pintura que fue robada hace más de 30 años y que aún no ha sido recuperada. Sin embargo, el espacio donde estaba ubicada se mantiene intacto, con la esperanza de que algún día vuelva a su lugar original.
Al contemplar este maravilloso ejemplo de arte barroco popular americano —conformado por los altares, retablos y el púlpito de esta pequeña iglesia del siglo XVIII— es inevitable preguntarse cómo fue posible que en un rincón tan apartado de la geografía istmeña surgiera semejante prodigio de expresión estética y fe cristiana. Hoy, con los altares recuperados como parte de nuestro patrimonio histórico, nos queda el testimonio de un estilo de vida que, en tierras americanas, adquirió matices propios del indigenismo y el criollismo.
Así, este templo se convierte en un verdadero relicario por las joyas que alberga. En él, la sensibilidad indígena quedó plasmada con fuerza sobre los moldes del barroco español, como resultado de un auténtico mestizaje artístico.
No esperes más para conocer los patrimonios y monumentos de tu país. Es injusto que, al entrar a un lugar histórico, uno se tope con más extranjeros que con nativos.
Tómate tu tiempo, haz el espacio para viajar un poco más allá y dar fe de que todo esto existe, de que la historia aún está grabada en las paredes de un lugar tan mágico como la Iglesia de San Francisco de la Montaña.
Horarios para visitar este monumento: 10:00 A.m. a 6:00 P.m. Martes a Domingo
Casa Cural: Tel. 954.21.41
La verdad es que en estas fiestas patrias buscaba tranquilidad, algún lugar de esos donde nadie te conoce, donde solo la brisa te acompaña y el cantar de las aves te despierta: Santa Fe de Veraguas.
Como siempre, es mejor tomar nota antes de llegar al sitio. Averigüé sobre los lugares de alojamiento que tiene este poblado y encontré varios para escoger, a precios muy módicos. Nos decidimos por uno en el centro, perfecto para desplazarse: el Hotel Santa Fe. El trato fue bueno, las habitaciones muy limpias, al igual que los baños. No tenía televisión, pero no fue necesario, y el aire acondicionado tampoco hizo falta, ya que el clima aquí es perfecto.
En cuanto a la forma de llegar, hay varias opciones. Si vas en auto, tienes dos rutas: la primera es entrando por la comunidad de El Jagüito en Coclé (a 10 minutos de pasar Aguadulce), pasando por Calobre y desviándote hacia San Francisco de la Montaña. Desde allí, hay una sola carretera que conduce hasta Santa Fe.
La otra opción es manejar hasta Santiago y luego tomar la Avenida Polidoro Pinzón, que está a la derecha antes del puente vehicular. Desde allí hasta Santa Fe son aproximadamente 57 kilómetros de carretera, que también pasa por San Francisco de la Montaña. En cualquiera de las dos rutas, las vistas durante el trayecto son verdaderamente espectaculares.
En caso de hacer el viaje en autobús, la manera más fácil es tomar un autobús Santiago–Panamá en la terminal de Albrook y llegar hasta la terminal de buses de Santiago. Allí puedes tomar otro autobús o una “chiva” que te llevará hasta Santa Fe. En este caso, las chivas son muy cómodas. El horario de autobuses en Santa Fe es de 5:00 a. m. a 7:00 p. m.
El inconveniente de llegar sin auto es que una vez en el poblado, resulta difícil desplazarse de un lugar a otro, a menos que utilices taxis, ya que las distancias entre sitios son algo largas. Santa Fe tiene muchísimos rincones por recorrer, pero eso no debe desanimarte. Una vez allí, puedes tomar algún transporte local que te lleve a diferentes sitios de interés. Además, cuentan con una terminal de autobuses propia, muy bonita y adecuada, con asientos para esperar.
Luego de aproximadamente una hora y media de carretera adornada por paisajes hermosos, y después de cruzar los antiguos puentes sobre el río Gatú y el célebre río Santa María, es increíble encontrar un lugar tan completo como este. Hay restaurantes —destacando los de la cooperativa “La Esperanza de los Campesinos”— así como algunos minisúper pertenecientes a la misma cooperativa, entre muchas otras opciones.
Hay un mercado donde se pueden adquirir frutas de temporada, artesanías a muy buen precio, así como sombreros pintados o típicos a precios realmente módicos —los más baratos que he visto, para ser sincera. Tienen una gran variedad de canastas de paja, bolsas de henequén, vestidos tradicionales ngäbe-buglé y un sinfín de artículos interesantes.
Lo único con lo que tuvimos algo de dificultad fue encontrar hielo, ya que a veces el agua del lugar no es muy limpia y algunas tiendas prefieren no venderlo. El lugar que más lo distribuye es un mini súper de dueños asiáticos llamado Mini Súper Santa Fe, ubicado a la entrada del pueblo.
Santa Fe fue uno de los primeros pueblos fundados en el istmo de Panamá. Su historia comienza cuando el capitán Francisco Vázquez estableció varias ciudades en la provincia de Veraguas en el año 1558, incluyendo a Santa Fe.
Este distrito está conformado por ocho corregimientos: Santa Fe, Calovébora, El Alto, El Cuay, El Pantano, Gatuncito, Río Luis y Rubén Cantú. El clima del distrito de Santa Fe es de tipo subtropical.
Entre los puntos más altos del distrito se destacan el Cerro Negro, con una altitud de 1,518 metros sobre el nivel del mar, y el Cerro Chicu, que alcanza los 1,764 metros. El distrito cuenta con una superficie total de 1,921 km².
La popularidad de Santa Fe, tanto a nivel nacional como internacional, se debe en gran parte al trabajo organizativo de los campesinos liderado por el sacerdote Jesús Héctor Gallego, quien desapareció en el año 1971, víctima de una operación del Organismo de Seguridad de Inteligencia Militar de los Estados Unidos, con la complicidad de militares panameños y algunos lugareños de Santa Fe. ¿Su “delito”? Organizar a los campesinos para que fueran protagonistas de su propio desarrollo y lucharan contra las injusticias sociales.
El padre Héctor Gallego inició su labor organizando a las comunidades campesinas para que tomaran conciencia de su poder colectivo, reclamaran mejores pagos por su trabajo y obtuvieran un precio justo por sus productos. Trabajó hombro a hombro con ellos en el campo, durmió en sus chozas, compartió sus preocupaciones y se convirtió en uno más entre ellos.
Esta labor le costó la vida. El 9 de junio de 1971, durante el gobierno de Omar Torrijos Herrera, tres hombres en un jeep se presentaron en la casa donde Gallego dormía. Lo sacaron por la fuerza, lo golpearon y lo secuestraron. Desde ese día, nunca más se supo de él.
A pesar de su desaparición, dejó como legado la Cooperativa Padre Héctor Gallego, que él mismo bautizó como “La Esperanza de los Campesinos”. Hasta el día de hoy, esta cooperativa sigue funcionando y su Tienda Cooperativa es una de las más surtidas del lugar, dirigida por campesinos e indígenas.
Los guías locales han establecido senderos que llevan al visitante hasta el Cerro Tute, y se ha construido una calle que llega casi hasta la cima. En 1993, fue instituido como Sitio Histórico Turístico por el Consejo Municipal de Santa Fe.
Durante nuestra visita a Santa Fe, fue algo difícil acceder a ciertos lugares debido a que fuimos en plena época lluviosa. Aun así, pudimos tomar nota de cómo llegar a los sitios y descubrir nuevos puntos de interés para el ecoturismo.
Ya habíamos escuchado que Santa Fe es hogar de un excelente café orgánico de altura, conocido por su aroma y sabor únicos. Sin embargo, probarlo fue una experiencia completamente distinta. Estando en el encantador poblado de Alto de Piedra, bajo la frescura de su clima, en una cantina que por las mañanas funciona como fonda, pedimos un Café Tute. Y juro, en voz alta, que es el mejor café que he probado en mi vida. No sé si fue el momento mágico, acompañado por una décima sonando de fondo, lo que me hizo pedir uno tras otro, pero no puedo negar que su sabor era sencillamente perfecto.
Café Tute es una pequeña fábrica administrada también por la cooperativa local de agricultores. Esta cooperativa ofrece excursiones a la granja orgánica, seguidas de una visita guiada por la planta de procesamiento. El Café El Tute es 100% arábico, y visitarlo sin probarlo sería un pecado. Además, vale la pena llevarse algunos paquetes, ya que en la ciudad de Panamá es muy difícil de encontrar, a pesar de que actualmente se exporta a países de Europa y Estados Unidos.
La Cooperativa de Servicios Múltiples La Esperanza de los Campesinos también exporta su café a Alemania y busca expandirse a Italia, Francia y Japón. Es increíble cómo lo que comenzó con la visión del desaparecido sacerdote Héctor Gallego, hoy haya llegado tan lejos. En sus inicios, solo contaba con 25 pequeños productores como socios.
Es importante destacar que en Santa Fe existe una gran producción de orquídeas. Tanto es así que, desde hace varios años, durante el mes de agosto se celebra una Exposición y Competencia de Orquídeas, a la que asisten expositores, concursantes, vendedores y visitantes de todo el país.
En esta región montañosa se han identificado más de 300 familias y variedades diferentes de orquídeas, aunque aún quedan muchas por descubrir. Esto se debe a que la zona conserva bosques vírgenes, donde estas especies han prosperado intactas.
En Panamá se han registrado unas 1,500 variedades de orquídeas, y Santa Fe alberga alrededor del 30% de esta diversidad. Este distrito tiene la mayor población del país de orquídeas de la variedad Pleurothallis, cuyas flores se asemejan a insectos. También abundan las Miltoniopsis, conocidas por sus pétalos en forma de mariposa.
Además, en la región se ha redescubierto una especie que se creía extinta, la Hepidendrum escaligarii, y se han encontrado especies aún no registradas por la ciencia.
En Santa Fe existen 22 orquidearios, instalados en patios de viviendas, donde los cultores les dedican tiempo y devoción para que las especies puedan florecer. Tuvimos la oportunidad de visitar uno de estos orquidearios, ubicado detrás de la casa de la señora Berta de Castrellón, directora de organización de la feria, amante de las aves y las orquídeas, con quien me sentí muy identificada.
Su esposo nos invitó muy amablemente a pasar y ver las diferentes orquídeas que tienen. En este caso, eran pocas, pero nos extendieron una cordial invitación a la feria de agosto de 2011, donde ellos exponen con mayor variedad. Este orquideario está situado en la carretera que conduce al puente sobre el río Bulabá, y hay un letrero que indica su entrada. Curiosamente no nos cobraron la entrada, aunque suponemos que cuando hay más producción de orquídeas quizás soliciten una colaboración. Para más información, también pueden llamar al 954-0910.
Entre otros de los lugares que visitamos estuvieron Alto de Piedra y el corregimiento de El Pantano. Luego de cruzar el puente sobre el río Bulabá, a unos cinco minutos de carretera, vimos una entrada hacia un camino de increíble lodo, con un letrero que indicaba: “Sendero El Chilagre, vía a Narices, bosque de Chilagres, ríos y petroglifos”.
Instintivamente, entramos por aquel camino lodoso y caminamos más de un kilómetro entre lomas. La tierra nos llegaba hasta las rodillas. Fue entonces cuando, por ir muy rápido, tropecé con una piedra, vi estrellitas… y hasta hoy llevo la cicatriz de esa caída. Fue un buen susto: me salió bastante sangre y caminar de regreso fue un suplicio. De pronto, surgió entre el camino de fango y piedras el transporte más indicado y soñado: una “gallinera”, como le llaman algunos.
Son esos medios de transporte comunitarios que operan donde los autobuses normales no llegan. Una camioneta doble cabina, modificada con asientos para los pobladores y una tracción de otro mundo.
Subimos al transporte y nos agarramos con fuerza para mantenernos en el mismo lugar donde nos habíamos sentado. Entre lomas, montañas azuladas, un cielo opaco, naranjas regadas por los suelos de las casas del camino y miradas sorprendidas dentro del volquete, finalmente llegamos a El Pantano, donde se bajó la mayoría de las personas.
Cuando íbamos saliendo, nos quedamos sorprendidos al ver un río de aguas verdes cristalinas corriendo bajo un puente rural. Era un espectáculo fuera de lugar, pues en época de invierno es muy raro ver los ríos así de limpios.
Me fui a limpiar la herida al hotel y salimos nuevamente, pero esta vez fue a otra parte del Pantano. Justo luego de pasar el puente Bulaba entramos por una carretera empinada hacia la izquierda y encontramos la entrada hacia el famoso Salto Bermejo que visitaremos sin falta en verano. Fuimos hasta donde termina la carretera asfaltada, donde también hay una vista espectacular de la montaña y donde pudimos observar muchas aves.
Igualmente se encuentran muchos lugares que sirven como balneario:
El Salto de Venado en la comunidad de el Salto, que se disfruta sobre todo en los meses de invierno con algo de peligrosidad;
Para relajarse y disfrutar de la belleza circundante, puede alquilar un flotador por $5,00, y flotar por el Rio Bulabá hasta que se una al río Santa María. El viaje dura cerca de 75 minutos y pasa por una serie de rápidos, donde termina en el río Santa María. Para la renta del flotador, puede contactar a William Abrego (teléfono. 6583 5944);
El Salto el Bermejo en el río Bermejo, de unos 10 kilómetros de longitud que nace sobre la Cordillera Central y termina en el Río Bulabá y su avance forma al pasar hermosas caídas de aguas, muchas sin nombre e inexploradas.
Los más osados pueden subir mil 375 metros hasta llegar al cerro Mariposa, en donde se pueden observar tucanes, pavas negras, entre otros animales del lugar.
Hay caminatas cortas de dos horas y media en las que se llega a las tres cascadas de Alto de Piedra. La antigua mina de oro de Cocuyo es otro punto propicio para visitar, aunque dicen que este recorrido podría tomar hasta una semana.
No cabe duda de que Santa Fe es un lugar repleto de chorros, cascadas, saltos y balnearios donde el visitante puede divertirse y disfrutar plenamente de la naturaleza, cuidando sus beneficios y respetándola, más aún cuando es en este lugar en donde se tiene uno de los parque nacionales más importantes del país.
Y es que el Parque Nacional Santa Fe fue establecido mediante el Decreto Ejecutivo N.º 147 del 11 de diciembre de 2001, publicado en la Gaceta Oficial N.º 24,460 del 28 de diciembre de 2001, y ocupa una superficie de 72,269.75 hectáreas. Aproximadamente un 28.48% de esta superficie pertenece a la vertiente del Pacífico, y el restante 71.52% a la vertiente del Caribe.
Esta área protegida se encuentra ubicada en las tierras altas de la cordillera central de Panamá, dentro de los distritos de Santa Fe y Calobre, en la provincia de Veraguas.
La elevación máxima del parque se encuentra en un cerro sin nombre, que alcanza los 1,964 metros sobre el nivel del mar. El bosque siempre verde es el más extenso del Parque Nacional Santa Fe, y ocupa más del 95 % de la superficie. Este bosque posee un dosel compuesto por especies de árboles que, sorprendentemente, permanecen con hojas durante todo el año, aunque también se mezclan con especies de hoja caduca.
Algunas de las especies vegetales presentes en el área incluyen:
Amarillo (Terminalia amazonia)
Ollito (Eschweilera sp.)
Bateo (Carapa guianensis)
Mollejo (Virola sp.)
Guabo (Inga sp.)
Berbacillo (Brosimum sp.)
En cuanto a las flores, destacan las de la familia de las orquídeas, que tienen una gran importancia para la conservación de la biodiversidad.
El parque se caracteriza por un clima fresco, vastas zonas de bosques vírgenes, y una altísima biodiversidad: en él se reproduce el 51.3% de los mamíferos del país, algunos de ellos en peligro de extinción como:
el jaguar (Panthera onca)
el macho de monte (Tapirus bairdii)
el manatí (Trichechus manatus)
También habitan en el parque:
el mono cariblanco (Cebus capucinus) el puma (Puma concolor) la nutria (Lontra longicaudis) el murciélago (Hylonycteris underwoodi)
Existe un gran número de especies de aves —cerca de 300— que potencialmente habitan el área, ya que son características de la cordillera central. Entre las especies migratorias altitudinales registradas destacan el ave-sombrilla cuellinuda (Cephalopterus glabricollis) y el campanero tricarunculado (Procnias tricarunculatus), ambos muy sensibles a la alteración de su hábitat.
Además, esta región es uno de los pocos sitios donde se han registrado ejemplares de la estrella garganta ardiente (Selasphorus ardens), un colibrí endémico de Panamá, localizado exclusivamente en las tierras altas del occidente del país. Esta ave, por su rango tan limitado, es extremadamente vulnerable a la deforestación. La presencia de esta especie fue una de las razones por las que el Cerro Tute fue declarado área clave para la conservación de aves.
También se pueden observar otras especies como el trogón colirrayado, el carpintero olividorado, el picochato gorgiblanco y aves más comunes como la tángara de monte gorgiamarilla, el mosquerito cejirrufo, la tángara de monte común, la parula tropical, el gavilán barreteado y varios colibríes como el colicerda verde, gorra nivosa y pico de hoz puntiblanco.
Las noches en Alto de Piedra son particularmente amenas, acompañadas por el canto del búho blanquinegro y el misterioso nictibio común.
Es importante resaltar la presencia de 12 especies migratorias norteñas, una migratoria sureña y ocho especies migratorias altitudinales.
Por otro lado, sitios como Alto de Piedra y el Cerro San Antonio presentan una biodiversidad comparable a la encontrada en las tierras altas de Chiriquí.
Herpetofauna
En cuanto a los reptiles y anfibios, se han observado especies regionales endémicas como:
la rana de cristal (Cochranella spinosa)
la rana pardusca (Pristimantis pardalis)
la rana arlequín (Atelopus varius)
la iguana verde (Iguana iguana)
la salamandra (Bolitoglossa colonnea)
la boa constrictor (Boa constrictor)
Hidrografía
Esta área protegida incluye la parte alta de la cuenca del río Santa María y toda la zona montañosa del norte de Veraguas, abarcando desde el límite con la Comarca Ngäbe-Buglé hasta las fronteras con las provincias de Colón y Coclé, y conectando con el Parque Nacional Omar Torrijos Herrera.
Existen seis cuencas hidrográficas importantes. Entre los ríos que desembocan en el océano Pacífico están:
Santa María
San Pablo
San Pedro
Y entre los que desembocan en el Atlántico se encuentran:
Veraguas Caté Belén Calovébora Concepción Caloveborita Luis Grande
Además de todo lo mencionado, en el pueblo de Santa Fe se respira un aire de paz profunda, fraternidad y una fuerte devoción católica, representada por una hermosa iglesia ubicada en pleno centro del pueblo. Justo en frente, hay una cancha donde los jóvenes pasan las tardes practicando deportes. También hay varios parques donde las personas conversan tranquilamente, disfrutando del clima perfecto. Incluso, encontramos un pequeño parque dedicado a la “heroica gesta del Cerro Tute”.
En el centro del pueblo, admiramos la estatua del Padre Héctor Gallego, quien se convirtió en un líder entre los campesinos de Santa Fe.
Hay múltiples opciones de hospedaje con precios accesibles —por debajo de los 25 dólares por noche— entre ellos:
Hotel El Sol de Santa Fe
Hostal La Quía
Hotel Tierra Libre
Cabañas Alto de Piedra, que recomiendo por la belleza de sus alrededores (puede contactarse al número 6873-1348 con la Sra. Alcida Solís).
En cuanto a restaurantes, destacan varios administrados por la Cooperativa La Esperanza de los Campesinos, donde se ofrece comida criolla deliciosa a precios realmente módicos (por debajo de los $2.00). También se puede comer en el Hotel Tierra Libre, que ofrece emparedados y picadas; en Rostizados Pollos Kimberly; y en la pizzería ubicada detrás de la terminal.
Nos despedimos de este fantástico lugar con un poco de tristeza, pero con la esperanza de volver. Deseamos regresar para visitar las fascinantes cascadas, chorros y cerros que guardan tantos secretos y leyendas… para poder contarlos y lograr que más personas se enamoren del verde de Panamá. Que se sientan, como nosotros, inspirados a cuidar de sus montañas, sus bosques y su magia natural.
Hace poco estuvimos haciendo camping en la Laguna de San Carlos con los estudiantes de la Escuela de Turismo Geográfico Ecológico de la Universidad de Panamá. Fue gratificante ver la emoción y la organización de la actividad, pues todo salió como lo esperábamos.
Lo primero que hicimos fue limpiar un poco el lugar, ya que la hierba estaba crecida. Luego armamos las carpas y las aseguramos. Esta vez, el precio por carpa fue de 5.00 dólares y la entrada a la laguna fue de 0.50 centavos por estudiante.
Nos fuimos a subir el cerro y empezamos el ascenso muy bien. Algunas jóvenes sintieron agotamiento, pero todos disfrutamos del ambiente y de la naturaleza. Fue muy gratificante llegar a la cima, pues todos estuvieron felices y conformes con la encantadora vista desde el Cerro Picacho. Incluso llegamos a una cima en la que Enlodados nunca había estado, a 1,082.33 metros de altura, que es la máxima del Picacho. Al parecer, este cerro se vuelve cada vez más interesante. La neblina nos cubrió y tuvimos que bajar apresuradamente, temiendo que comenzara a llover.
Durante el descenso, más de la mitad del grupo se resbaló. Las caídas formaron parte de la diversión del momento.
Al llegar nuevamente a la laguna, nos dimos un tremendo baño en sus frías aguas. Fue placentero, como siempre que se visita este hermoso lugar. A medida que atardecía, la neblina fue cubriendo más y más la laguna, hasta que llegó un momento en que desaparecimos dentro de ella.
Después cocinamos una deliciosa cena compuesta de pollo guisado, arroz con vegetales, plátanos, chorizos, ensalada… en fin, una algarabía de sabores que compartimos con entusiasmo.
Luego de contar los tradicionales cuentos de miedo, cada quien se fue a su carpa a dormir, aún con el susto en la piel. A la mañana siguiente, tomamos el desayuno y luego tuvimos partidas de fútbol e incluso voleibol en la laguna.
Más tarde nos despedimos de la gente de la laguna y nos encaminamos hacia Playa Corona para pasar la tarde.
Todo salió a la perfección. Nos divertimos, compartimos, y muchos adquirieron experiencia para los próximos campings… que, sin duda, serán muchos más.
Una guía de turismo ecológico en Panamá, dedicada a descubrir ríos, montañas, senderos y aventuras en la naturaleza. Ideal para los amantes del aire libre y la exploración rural.