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La Granja de Alicia, Capira.

En Panamá Oeste, existe un lugar del cual quedamos maravillados. Una de esas experiencias que van más allá de lo que uno se imagina.

A orillas de la Carretera Interamericana hay un Restaurante de nombre “La Hacienda”, La Granja de Alicia queda justo detrás.

La atención es espectacular y es necesario hacer reserva ya que reciben bastantes visitantes de escuelas primarias y es mejor preguntar antes de ir.

Nosotros aprovechamos para almorzar y con calma esperamos nuestro turno. Nos recibió una guía que explicó absolutamente todo el movimiento de la granja, información de los animales y también curiosidades. La guía satisfizo todas nuestras inquietudes y a medida que avanzamos nos daban comida para dar a los animales.

Entre los que vimos están: caballos, poni, vacas y terneros, cabras y carneros, ovejas y cabritos. También conejos de diferentes razas, gallinas de varios tipos y hasta pavos, patos, wichichis (Dendrocygna autumnalis) con acceso a un estanque.

Uno de los favoritos de Francisco fue ver un cerdo de los llamados “mini pig” que acababa de parir y tenía varios tiernos cerditos.

Alimentamos las gallinas que corrían hacia nosotros buscando nuestras manos llenas de maíz, están muy acostumbradas al movimiento de la granja.

Al finalizar el recorrido, ofrecen el servicio de paseos a caballo (5$) alrededor de las instalaciones.

Tarifas:
RESERVAS al 6689-0580

Adultos$6.00
Niños con condición especial$2.00
Jubilados$3.00
Niños (0 a 11 meses entran gratis)$4.00

El sitio también ofrece el servicio para Cumpleaños temáticos.
La verdad es que La Granja de Alicia es un espectáculo tanto para niños como adultos, yo quedé maravillada conociendo tantos detalles de estos animales. El lugar está cuidadosamente cuidado y decorado también para tomar lindas fotos.

La cascada de Bajo Bonito o cascada “Las Palmitas”

Desde que me llamaron para trabajar como profesora en Bajo Bonito, quedé boquiabierta; no podía creer que existiera tanta casualidad. Conozco el sitio desde niña, ya que mi tía Hilda trabajó hace 30 años en esa misma escuela. Para mí, era algo de locos… en el mejor sentido.

La escuela está ubicada después de cruzar dos pasos de río, por ambas rutas posibles. Queda casi aislada, rodeada por el cauce, lo que le da esa belleza exótica de vivir y dormir con el sonido del agua, y de interrumpir, de vez en cuando, el silencio del aula con el estruendo de sus crecidas.

Por reglas internas no tuve muchas oportunidades seguidas de disfrutar del río, pero las pocas veces que me escapé, lo disfruté al máximo.

En algunas ocasiones llegué hasta la cascada. Siempre es una delicia caminar por este pueblito: sus caminos de tierra bordean el paisaje y te llevan directo hasta ella. Tiene dos accesos: uno que llega a la parte alta de la cascada y otro sendero que conduce por la parte baja.

Aunque es de fácil acceso a pie, el trayecto hasta el Bajo requiere de un buen 4×4, ya que se deben cruzar varios ríos o quebradas. Solo hay una vía principal que te lleva hasta allí.

En el Bajo, la gente es lo máximo, ¡se los juro! Son personas increíblemente amables y cálidas. Como en cualquier lugar del mundo, por razones de seguridad es recomendable andar en compañía, por si ocurre algún accidente y alguien puede ayudarte. Hay tiendas en el área y muchas familias se dedican a la producción de verduras y hortalizas.

¿Y qué decir de mis estudiantes? ¡Los mejores del mundo! Chicos tranquilos, callados, respetuosos… al punto que a veces era un reto sacarles una respuesta o una pregunta. Son verdaderos luchadores; algunos caminan varias horas para poder asistir a clases o, como dicen allá, “voltean lomas”.

Mis niños de Los Pinos, de La Gloria, del Jagua, Peñas Blancas y los del mismo Bajo… a cada uno los llevo en mi corazón con un cariño enorme. Espero que me cumplan la promesa de llevarme a conocer las cascadas de sus pueblos, y confío en que cumplirán sus sueños. Para mí, siempre será un honor ser su madrina, ¡de todos si es necesario!

De trip familiar por el hermoso Río Chagres, Parque Nacional Chagres

Contacté a Fermín gracias a un buen amigo que vive por el área de Alajuela y organicé un sábado familiar. A las 8 ya estábamos en Puerto Corotú, arribando en una piragua a motor, con dos expertos.

Subiendo por el Alajuela, entramos al Chagres o Río de los Lagartos, como le llamaron los conquistadores españoles. Lo que me importaba a mi eran las reacciones de mis familiares, sobre todo mamá y mi hijo, ya que jamás habían subido a una piragua.

Aquí se pueden observar diversas especies de animales como aves rapaces, garzas y tángaras. A lo largo de las riberas del río, es posible avistar caimanes e incluso nutrias.

Durante el recorrido, fue necesario bajarse varias veces de la piragua para poder avanzar en las zonas secas, ya que en época seca —como en abril de 2023— hay que arrastrarla para continuar.

La claridad del agua es impresionante; incluso en las zonas más profundas pueden verse las rocas de colores en el fondo. No les voy a mentir, sentí ganas de llevarme un par de esas piedras tan bonitas… pero recordé que estamos en un parque nacional, creado en 1985 para preservar su fauna, flora y su ecosistema de bosque húmedo caducifolio.

La historia se vuelve aún más fascinante al saber que el Alto Chagres alberga diversas comunidades indígenas de la etnia Emberá, una de las más importantes de la República de Panamá. Estas comunidades migraron desde la provincia del Darién, huyendo del conflicto con las guerrillas y en busca de paz para su pueblo.

Con el paso del tiempo y la creación del Parque Nacional Chagres, se vieron en la necesidad de encontrar nuevas formas de sustento. Así, comenzaron a desarrollarse en el ámbito del turismo, una actividad que han sabido adoptar y reinventar con el tiempo.

Paramos en una de las tantas Playitas que se crean en el Chagres, de aguas tranquilas, sobre todo en época de inicio de estación seca, la hace un remanso de paz y disfrute total, donde si te gusta la tranquilidad, podrás disfrutar en toda la plenitud, de lo que te ofrece la Naturaleza.

Puerto Corotú

En esta ocasión, hicimos un fogón, calentamos e hicimos comida, compartimos, aprovechamos para conocer a los chicos de la piragua y como siempre, sacar datos extras de sitios tan interesantes como éste. Siempre hay algo nuevo que aprender.

Después del mediodía, continuamos nuestro recorrido río abajo por el Chagres en dirección a la cascada. Nos acercaron lo más posible en la piragua, pero aún así fue necesario caminar un breve tramo. Es un sendero que cualquier persona puede hacer, aunque si no tienes experiencia en caminatas, podría tomarte unos 15 minutos.

La cascada es, sin duda, la cereza del pastel: perfecta, con una caída escalonada y una poza de profundidad ideal. Aprovechamos para preparar hot dogs y reflexionar sobre la belleza de nuestro país. En un solo lugar se concentra una riqueza inmensa: cultura viva, paisajes impresionantes, patrimonio nacional y aguas vírgenes, entre mucho más.

¿Cuántas veces les he dicho que amo Panamá? Nunca me cansaré. Este pequeño país siempre me demuestra que en cualquier rincón pueden vivirse experiencias grandiosas.

Le doy gracias a Dios y a la vida por permitirme, en esta ocasión, compartir el viaje con mi familia. No todos los destinos son aptos para llevar tanto a personas mayores como a niños, pero este sí lo fue. Como siempre, totalmente recomendado. Y si necesitas más información y sabes cuidar tu entorno, estoy a la orden.

Mariel Ulloa 6592-9153

¡Recorre Campana! Celebrando el día mundial del Turismo con el PNM

Siempre será un placer conversar con todas las personas que desean enriquecerse con nuestras experiencias.

Cuando existan los parámetros de bioseguridad adecuados, esperemos podamos hacerlo mancomunado, no sólo virtual.

Como siempre, agradecida por la invitación del Parque Natural Metropolitano.

Aquí les dejo el link para quienes deseen ver la presentación.

https://www.facebook.com/pnmpanama/videos/851837728893078/

Emberá Drúa, una experiencia enriquecedora, en media selva panameña. P. N. Chagres

A pocos kilómetros de la ciudad de Panamá, se oculta una joya viva de nuestra etnografía cultural: las comunidades Emberá del Río Chagres.

Esta vez visitamos Emberá Drúa, la más alejada de todas. La escogimos por la belleza profunda del Alto Chagres. Para nosotros, mientras más remoto, más auténtico. Cada encuentro con estas comunidades es un abrazo a nuestras raíces y a la sabiduría ancestral que aún late con fuerza en la selva panameña.

La rutina inicia abordando una piragua o cayuco, cada quien con sus respectivos salvavidas, indispensable en este tipo de viajes. Para casi todos nuestros viajeros, sería su primera vez en este tipo de transporte acuático, tan común para la etnia Emberá ya que su vida se desenvuelve en torno a los ríos, utilizan la piragua, canoa que construyen con madera de espavé, cedro, cedro espino, y pino amarillo.

Los Emberá del Chagres llevan años dedicándose al turismo sostenible, consolidándose como un tesoro cultural vivo en el corazón de Panamá.

La travesía comienza al abordar la piragua, guiada por dos expertos: un motorista y un guía Emberá que, desde la proa, mide la profundidad y marca el rumbo. Desde ese momento, se desata una aventura llena de dicha y asombro.

En el puerto, los Emberá nos reciben con su vestimenta tradicional: algunos con faldas de chaquiras, otros con taparrabos, preservando con orgullo la herencia de sus ancestros.

Durante el recorrido, no hay viajero que no admire la destreza con que maniobran la embarcación. Cuerpos firmes, curtidos por el río y el sol, encarnan generaciones de conocimiento que fluyen con el agua y el viento.

Cascada Quebrada Bonita

Al poco tiempo, llegamos a la orilla del río y, tras cruzar un bosque primario de galería, alcanzamos la hermosa cascada escalonada conocida como Quebrada Bonita, un rincón perfecto para refrescarse en medio de la selva.

De regreso en la piragua, divisamos la playa que se forma a orillas del majestuoso río Chagres, llamado “el río de los Lagartos” por Cristóbal Colón en 1502, debido a los cocodrilos que encontró en sus aguas.

Al ver estos paisajes, lo único que deseo es sumergirme, dejarme llevar por el río… pero toca guiar y compartir la magia con quienes descubren este lugar por primera vez.

Subimos rumbo a la comunidad Emberá Drúa, donde nos reciben con cantos, sonrisas y manos cálidas que celebran nuestra llegada con auténtico orgullo ancestral.

Cuando se creó el Parque Nacional Chagres en 1985, los Emberá ya llevaban una década asentados en el área conocida como “2:60” en los antiguos mapas del Canal. La nueva normativa ambiental los obligó a transformar su estilo de vida: se restringió el uso agrícola para comercio, permitiendo solo cultivos de subsistencia.

Así nació una transformación profunda: dejaron atrás la agricultura comercial y abrazaron la artesanía como medio de vida. Hoy, sus delicadas creaciones son el alma de la comunidad. El visitante que llega siempre lamenta no haber traído más efectivo para llevarse un pedazo de esta cultura viva.

¿Cómo se adapta una cultura ancestral a nuevas reglas sin perder su esencia? La respuesta fue el turismo comunitario.

Desde 1996, con apoyo de autoridades locales, nació el proyecto “Tranchichi”, palabra que en español significa “arriero”. En este modelo colectivo, todos ganan: desde el niño que toca un instrumento al recibir al visitante, hasta las mujeres que cocinan con amor ese pescado fresco con patacones. Un ejemplo vivo de resistencia, adaptación y orgullo cultural.

Cuando le preguntas a Mateo sobre el impacto del turismo, responde con orgullo:
“El turismo ha sido una buena idea para nosotros. Tiene un impacto mínimo en el ambiente y ofrece sostenibilidad a largo plazo. Pero lo más importante es que ha traído nueva vida a nuestra cultura y a nuestras artes tradicionales. Estamos orgullosos de quiénes somos, y felices de compartirlo con ustedes, nuestros visitantes. Son ustedes quienes nos ayudan a vivir de forma sostenible esta vida tan especial.”

Luego de una amena charla, bailes llenos de alegría y una comida deliciosa, nos refrescamos en las aguas cristalinas del río, teñidas de un verde aqua hipnótico. Algunas personas se vistieron con parumas y chaquiras, coronas de flores… y yo, aproveché para tatuarme con jagua, como parte del ritual simbólico de conexión con esta cultura ancestral.

Durante esta visita, avistamos aves que parecían salidas de un libro sagrado: el cormorán neotropical (Phalacrocorax brasilianus), la garza tricolor (Egretta tricolor), un majestuoso osprey (Pandion haliaetus) sobrevolando el río, el caracara de cabeza amarilla (Milvago chimachima), la jacana común (Jacana jacana), y martines pescadores (Megaceryle torquata y Chloroceryle amazona) que nos acompañaron casi todo el trayecto.

Disfrutamos cada instante, bajo la sombra de los árboles del bosque primario. Un recordatorio vivo de que la responsabilidad de proteger esta belleza no es solo de ellos, sino también nuestra.

Alto Chagres siempre deja un buen sabor de boca y unas ganas inmensas de regresar y vivir una experiencia aún más profunda, quizás, chamánica.

Si usted desea conocer este sitio nos puede contactar al whatsapp 6592-9153.

Reseña de gira: Jordanal Extreme.

Jordanal es un poblado que pertenece a Cirí Grande, en el distrito de Capira, justo en los límites con la provincia de Coclé. Tanto así que la mayoría de sus habitantes acceden al sitio desde El Valle de Antón. Curiosamente, también se puede llegar por Altos del María (acceso privado) y desde La Chorrera.

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La gente que vive allí es amable y servicial. Actualmente, muchos buscan incursionar en el turismo, pues el área posee hermosos ríos y montañas, además de ese ambiente campesino panameño tan auténtico y encantador.

En esta ocasión, planeamos visitar uno de los atractivos más recónditos del lugar: la cascada de Jordanal, como le llaman los lugareños. Ya sabíamos que sería una travesía exigente. Cuando uno le pregunta a un local qué tan difícil es llegar y te responden que “está lejos”, es porque realmente lo está. Si no, al menos te dicen “eso está cerquita”.

Apenas íbamos en el 4×4 y no faltó quien sintiera miedo. Tocó recordar que este es el medio de transporte que decenas de personas utilizan a diario para salir de las montañas en Capira, el único disponible en aquellos lugares donde el tan prometido progreso aún no ha llegado, y siguen haciendo falta calles y puentes.

Una vez en el pueblo, emprendimos la caminata, que desde el inicio sabíamos sería en constante ascenso. En el camino se nos unieron algunos lugareños: adultos, niños y hasta un curioso perrito.

Ya dentro de la selva, el trayecto se volvió más tedioso para quienes tenían menos experiencia. Siempre subiendo, con curvas constantes, rodeados de árboles enormes de un bosque primario magnífico, alta humedad, plantas extrañas y muchas raíces que formaban una especie de escalera natural en este sendero de dificultad moderada.

Vimos tucanes, aves de colores brillantes, ranas exóticas y pequeñas ardillas corriendo por las ramas. Y mientras los locales nos repetían que “ya falta poco”, una nueva loma volvía a aparecer frente a nosotros.

Pristimantis gaigei juvenil

Lo que habíamos calculado que tomaría dos horas, terminó siendo un recorrido de tres. Esto se debió a la falta de preparación de uno de los participantes. Y es precisamente por eso que elaboramos una ficha técnica para cada gira, donde indicamos el nivel de dificultad del terreno. Como siempre decimos: si usted viene a una gira con nosotros, haremos lo imposible para que llegue al destino. Aquí todo el mundo llega, con calma y paciencia… aunque eso, a veces, implique más tiempo e inversión.

Sin embargo, la emoción de llegar a un lugar como este fue indescriptible. Hacía años que no visitaba un sitio tan inmaculado, sin rastro alguno de basura, con la selva en su punto más puro. Tuvimos la suerte de llegar justo cuando la niebla bajó al río y cubrió toda la poza de agua, profunda y de un color verde aqua impresionante.

¡Wow! A veces uno se crea una idea en la cabeza y, al llegar, se decepciona. No porque el lugar sea feo, sino porque la foto que viste tenía demasiada edición, o simplemente no era lo que esperabas. Pero este NO fue el caso. Pocas veces me ha pasado que llego a una cascada y, por respeto a la belleza del sitio, ni siquiera me dan ganas de nadar. Esta vez fue así. Primero por respeto, y segundo por miedo a los calambres.

Los chicos, eso sí, no lo pensaron dos veces: se lanzaron clavados al agua. Estaba realmente fría… pero eso, se nos olvidó enseguida.

De regreso, la historia fue otra. Para la mayoría, sería más sencillo, ya que lo que antes tuvimos que subir, ahora tocaba bajarlo, lo cual suele resultar más cómodo. Sin embargo, fue necesaria la ayuda de algunos locales para asistir a dos participantes que se rindieron justo cuando faltaba poco para terminar el camino. Son cosas que pueden pasar.

Y es que no es un sendero fácil, pero tampoco imposible. Al final, creo que todos salimos felices por haber cumplido con el reto del día, aunque tuvimos que abandonar el poblado ya de noche debido a las demoras.

Fue uno de esos trillos cansones pero deliciosos, en los que sientes cada parte de tu cuerpo viva y en acción. Y aun así, las ganas de volver siguen intactas. El esfuerzo vale la pena cuando la recompensa es tan grande. Así que pronto volveremos a extender la invitación a quienes deseen descubrir este maravilloso lugar.

Grandemente agradecidos con nuestro guí­as locales, en especial a Isaías por ayudarnos a coordinar todo: transporte, alimentación, guías locales, etc.

Entrevista a Nariño Aizpurúa, más de un año en ascensos al Volcán Barú.

Nariño Aizpurúa nació en Volcán, Tierras Altas chiricanas. Lo conocí hace casi 10 años y, aunque apenas intercambiamos palabras, hicimos una gran amistad, al punto que cariñosamente le digo “papá”. Vi con admiración el crecimiento de sus hijos, a los que crió al filo de la naturaleza, en el arte de la escalada y rápel.

Actualmente lleva 360 ascensos al Volcán Barú y no conozco a nadie que lo haya subido más. Se caracteriza por su espíritu jovial y profesionalismo en el área de montañismo, senderismo, rápel y arborismo, además de ser líder scout desde hace muchos años.

Suficientes requisitos para hacerle una entrevista y aprender más de él.


1. ¿Cuándo fue la primera vez que subiste el Volcán Barú?

No tengo memoria realmente de cuándo fue (la fecha), sin embargo, recuerdo la primera vez que subí con un turista. Mis hermanos mayores no estaban para hacerlo, yo tenía 14 años y mi madre me dijo: “¡Dale tú, si tú conoces el camino!” Me pasé toda la noche “aprendiendo inglés” (risas). Al día siguiente, durante 5 horas, solo repetía: “FOLLOW ME”. En aquel “tour” gané 10 dólares… gasté más en lo que llevé de comida.


2. ¿Cuántas veces van?
Desde esa primera vez con turistas, llevo 360 veces registradas. Antes de eso no las conté.

La vez # 300

3. ¿Qué es lo que más amas del Volcán Barú?
Ser nada en medio de esas moles rocosas. Sentirte insignificante y comprender la magnitud del universo, donde el planeta Tierra es solo un grano de arena. Todo eso me lleva a sentir que soy parte de algo tan inmenso.


4. ¿Cuál ha sido tu experiencia más memorable?
¡Wooowww! Cuando un grupo de estudiantes ingleses me rodearon en la cima para darme una medalla por ser ese día la número 300 (¡yo no lo sabía!). La agencia de turismo les dijo, y ellos tomaron la iniciativa de celebrarme allá arriba. A raíz de eso… ¡pues seguí contando!

5. ¿Y la más peligrosa?
La vez que rescaté a una chica embarazada que pesaba 130 libras…
Desde el cable hasta el pueblo literalmente la “cargué” sobre mi espalda porque era urgente.


6. ¿Qué es mejor? ¿Lento y seguro o rápido y birrioso?
Recomiendo lento pero seguro. Con el tiempo aprendes que el éxito no está en llegar a la cima, sino en regresar sano y a salvo.


7. ¿Dónde aprendiste todo lo que sabes? ¿Rappel, arborismo, etc.?
Mis pininos con las cuerdas fueron en 1985 en el Instituto Militar General Omar Torrijos Herrera (Instituto Tomasito), donde me enseñaron a hacer un arnés improvisado y rappel solo con un mosquetón (equipo mínimo), y luego rappel táctico.

Esa fue la base que despertó aún más mi interés por las cuerdas, nudos y amarres. Luego continué practicando por mi cuenta y en 1988 se abrieron las puertas con los Boy Scouts, donde seguí aprendiendo y llegué a ser instructor hasta el año 2010. Ese año fui llamado para trabajar en la ampliación del Canal de Panamá en Gatún, Colón, y allí la compañía belga Jan de Nul me instruyó, calificó y certificó como trabajador de altura (“Alpinistas del canal”) y luego como instructor.


8. ¿Qué recomiendas a los principiantes?
Recomiendo interesarse en aprender de todo y observar su entorno, disfrutar la naturaleza, conocer su cuerpo y sus capacidades.

9. ¿Alguna leyenda personal o experiencia curiosa?
Muchas, pero una de las mejores experiencias —o la más impresionante para mí— fue el encuentro con un gran felino. Luego de verlo a los ojos, se desapareció entre la montaña; fue cuestión de segundos en los que quedé inmóvil y no dio tiempo ni de tomar una foto.


10. ¿Cómo logras estar casi siempre feliz?
(Risas) Nunca había pensado en eso. Quizás es como me ves tú, o quizás sea que, con el tiempo y siendo autodidacta, he aprendido a comprender que cada persona tiene sus creencias y su forma de ver el mundo. De repente eso me hace ver como una persona positiva o feliz.

Nariño al centro con camisa negra.

Cuevas del Lago Alajuela, Parque Nacional Chagres

El lago Alajuela o Madden, como también se le conoce, se formó al represar el curso medio del río Chagres en 1935, con el objetivo primordial de asegurar una reserva de agua para prevenir una disminución del nivel en el lago Gatún, lo que afectarí­a negativamente las operaciones del Canal de Panamá.

El embalse era conocido como el lago Madden cuando la Zona del Canal se encontraba bajo administración estadounidense y fue rebautizado después de que el control del territorio fuese regresado a soberanía de Panamá.

Al sur del lago, existe una cueva de piedra caliza, en cuyas proximidades arqueólogos descubrieron varios sitios con artefactos precolombinos.

Pudimos conocer este sitio luego de un recorrido por parte del “Camino Real”, que quedó inundado en la década de 1930, perdiéndose parte del mismo.

Estas cavernas tienen un alto valor cultural debido a que fueron utilizadas por los antiguos indígenas como lugares de entierros y como refugios durante sus jornadas diarias.

Las cuevas de piedra caliza se forman cuando el agua se filtra a través de rajaduras del lecho de piedra caliza cercano a la superficie. El agua de lluvia que pasa a través del suelo rico y la vegetación reacciona con el dióxido de carbono y forma ácido carbónico suave. Con el tiempo, este ácido suave disuelve la piedra por la que pasa y forma cuevas en lo profundo del lecho de roca. El agua se evapora y deja la piedra caliza disuelta. Estos dos procesos naturales, la disolución y la evaporación, producen las hermosas formaciones fluidas de roca, o espeleotemas que se asocian con las cuevas de piedra caliza.

Las características más comunes de las cavernas de piedra caliza son las proyecciones rocosas formadas por la roca que gotea, o estalactitas, que son formaciones en punta que parecen dientes que cuelgan del techo de las cuevas, y las estalagmitas, que son formaciones rocosas que suelen encontrarse bajo las estalactitas y que se elevan desde el piso de las cuevas. Cuando las estalactitas y las estalagmitas se encuentran, forman columnas. Estas formaciones se producen por el goteo del agua a través de rajaduras delgadas del techo, que luego se evapora y deja la piedra. Las estalactitas mismas se forman mediante el goteo lento. Los goteos más veloces forman estalagmitas.

Esta caverna en su interior es fría, y profunda ya que a pesar de que se pueda entrar encorbados, llega un punto en el que es necesario arrastrarse para llegar a la siguiente cámara.

Cuentan que hay numerosas cuevas a lo largo de la orilla sur del Lago Alajuela a una altura de unos 100 metros sobre el nivel del mar. Generalmente son pequeños y poco profundas. No se tiene conocimiento exacto de la cantidad, principalmente por ser un área cuya geología ha permitido la formación de estas cuevas.

En otra visita conocimos el Arco Rocoso o Puente Natural en Caimitillo.

Ascenso Cerro Turega, Coclé

Hace un tiempo, estando por el área de Penonomé arriba y acampando en un hermoso sitio, vimos salir el sol por encima de unas enormes rocas de un cerro imponente.

Tiempo después conocimos sus faldas, en lo que fue un viaje rápido y carnavalero por el sitio, que nos ahuyentó al sentirnos un poco incómodos entre tanta multitud en estado etílico, frente a un chorro de aguas apacibles en medio de la montaña que, años más tarde, conoceríamos de verdad.


Algunos geólogos cuentan que el Turega es uno de los tantos domos o conos del volcán del Valle de Antón, un estrato volcán gigantesco. Aunque los factores erosivos lo han deformado, aún sigue siendo imponente.

Nos topamos con nuestra guía local, Vero, quien creció en las faldas del Cerro Turega y conoce de primera mano todo su entorno. Curiosamente, en su primera visita al cerro fue mordida por una serpiente equis, pero ni eso impide que mantenga su devoción.

La comunidad es muy celosa de su recurso natural. Para subir el cerro es necesario contar con guía local y solicitar permiso al líder del pueblo.

Es importante destacar que el sitio está en vías de convertirse en una reserva hidrológica, por lo que en el futuro estará protegido por leyes. Esto tiene sentido, ya que del cerro se desprenden caídas de agua estacionales visibles en época de lluvias, así como chorros permanentes que se pueden disfrutar todo el año.

El área protegida incluiría Turega y Cucuazal como Reserva Hídrica, debido a la gran cantidad de bosques con fuentes de agua y manantiales que abastecen a la población rural de Pajonal, Churuquita Grande y otros corregimientos.

De cada cerro —Sofre, Sofre Abajo, Aguela, Turega, Churuquita Grande, entre otros— nacen 9 acueductos.

El plan ya se lleva a cabo y esperamos pronto verlo publicado en la Gaceta Oficial de 2017, pues el Ministerio de Ambiente, junto con biólogos y representantes de la comunidad, unen esfuerzos para que sea una realidad y se pueda establecer una ley que proteja la biodiversidad, la cual se ve amenazada por potreros y ganadería.

Alguna vez leí que el cacique Turega era el padre de “Las Mozas”, de donde proviene el nombre del famoso chorro del Valle de Antón, y que su hijo era “Chigoré”, quien estuvo enamorado de “Zaratí”, hija de “Penonomé”.


Para ascender se deben pasar algunas quebradas y en el camino hay varios desvíos que, sin guía, es muy fácil perderse. La cima no sobrepasa los 800 msnm, pero el ascenso es exigente, pues en la última parte es necesario caminar con una inclinación de 45° durante un buen rato. Al llegar a la cima, por la altitud, la temperatura cambia de forma radical y aparecen las briófitas con su particular esplendor.

Tuvimos la dicha de ver los tres picos que lo coronan y estuvimos sobre dos de ellos. En el último pico hay suficiente espacio para descansar. Desde ahí­ se ve el Océano Pacífico, así­ como el parque eólico de Penonomé; además, se pueden divisar otros cerros.

De regreso los chicos aprovecharon para tomar un baño en el chorro de la comunidad y así nos despedimos de este sitio hermoso en medio de la sierra coclesana.

Gracias a todos los que nos acompañaron en esta aventura. A José, Verónica Soto y Mario Urriola por toda la ayuda prestada.